En el salón repleto de seres misteriosos, cientos de "Zorros"
y "Damas Antiguas" giran a los compases magníficos
de Strauss. La idea de los anfitriones es hacerlos a todos iguales,
aunque sea por una noche. Por eso los invitados lucen disfraces idénticos
y las mismas caretas. La música se mezcla con las risas y el
rumor de la conversación superflua. La luz es floja y se hace
cómplice de la identidad perdida.
Una "Dama Antigua" escapa del baile y se pierde en las
sombras camino del tocador. Cuando pasa frente al hueco que se forma
bajo el rellano de la escalera, la mano enguantada y anónima
de un Diego de la Vega la arrastra sin mucha oposición hasta
la doble oscuridad. La penumbra apenas deja ver los contornos de la
improvisada pareja. Sus límites desdibujados parecen fundirse
en medio de la noche y de las melodías que llegan débiles
hasta el escondite.
La
visibilidad se ha ido con la luz. Los ojos se han vuelto inútiles.
Sólo las manos urgentes y temblorosas adivinan las formas apretadas
bajo los disfraces brillantes de lentejuelas.
-No, por favor... No... Alguien puede vernos. -Dice ella, mientras
trata en vano y con poco esfuerzo de frenar las manos que avanzan
audaces bajo la seda del vestido.
-No me toque así... se lo ruego. -Balbucea cuando sus pechos
duros y ansiosos son liberados de su encierro para caer en unos labios
húmedos y ardientes. Sabios en el arte de satisfacer los pezones
a punto de estallar.
-No, no siga... -Gime mientras ondula su cuerpo para que la última
prenda escape de entre sus piernas sin dificultades.
-No... por favor... no. -Exclama ahogada cruzando sus piernas sobre
la espalda curva del galán, para que el torrente de placer
no tenga obstáculos y llegue a enloquecerla como siempre quiso.
De la forma que espera hace tanto tiempo, sin esperanzas casi...
De vuelta a la luz mezquina y al ajetreo de la fiesta, después
de empolvar su nariz frente al espejo inquisidor, bebe un sorbo de
champaña muy frío que la relaja y absuelve. Recuperada
la serenidad, se divierte buscando entre las máscaras negras
e iguales una figura que disipe las dudas que crearon las sombras.
En el momento que una forma oscura se dirige hacia ella olvida la
pesquisa, deja descansar la copa sobre la mesa de arrimo en la que
se apoya y acepta sonriente la invitación.
Sombrero en mano, él hombre acomoda su espada y la saluda
con una profunda inclinación. Cuando el vals comienza, ella
levanta con una de sus manos el borde del vestido. Mientras giran
en medio del torbellino de la danza, las miradas se encuentran y brillan
absortas, encendidas... transparentes como las de los enamorados
-Estás radiante, querida, -murmura el hombre en su oído.
-También tú, -responde la mujer sorprendida al reconocer
la voz de su marido.
Cada vez que los giros del vals los acercan al rellano de la escalera,
sin que ninguno de los dos lo advierta, cada cual mira veladamente
el rincón oscuro que se forma bajo las gradas y sonríen
con sigilo para que nadie más disfrute de la emoción
y del placer de su secreto.
Alfonso Morales Celis , Talca, 1940, es Diplomado
en humanidades ( Universidad de Talca) Licenciado en Comunicación
Social y Periodismo ( Universidad de Santiago). De 1983 a 1992 vivió
exiliado en España donde realizó estudios de Sociología
( Universidad de Salamanca) y Artes y Técnicas de Narrativa
Breve (Circulo de Bellas Artes de Madrid).
Ha obtenido algunas distinciones como Primer lugar, Concurso Literario
SEREMI de Justicia Región del Maule, 1993 y Primer Lugar, Concurso
Literario Gendarmería de Chile, 1999. Recibió la Beca
para Escritores del Consejo Nacional del Libro y la lectura el año
1997, En l994, participa en la Antología de Escritores del
Maule, "Entre Cuento y Cuento" . En 1997 Publica su libro
" Entre dos cartas de amor" Cuentos, Editorial Asterión.
Y en Marzo del 2005, a travez de Mosquito Comunicaciones, saca a la
luz su nuevo libro " Dos para un monologo", cuyo cuento
que dio origen al titulo, entregamos en esta oportunidad.