Nada parece faltar o sobrar en su más
reciente obra; ha trabajado no sólo con la presencia de la
palabra, sino con la ausencia, con lo que se adhiere mañosamente
al texto.
La primera reacción que se tiene al leer este último
libro de Efraín Barquero, y percibir la extraordinaria calidad
y continuidad con su importante obra anterior, es preguntarse nuevamente
qué
sucede con los premios nacionales. ¿Es la aparición
continua en la prensa lo que influye en el jurado? ¿Es la imagen
televisiva y periodística tan necesaria, la presencia real
en los medios y en la calle para obtenerlo? ¿Es esto suficiente
para desplazar la obra de toda una vida, una obra enraizada en la
tradición de la tierra, en la identidad latinoamericana hecha
con una perfección y belleza de una insuperable artesanía?
No se trata de desmerecer al premiado ni al otro que tampoco lo obtuvo.
Se trata de la presencia de un valor indiscutible que debió
obtener el premio por lo menos hace diez años. Se trata de
respetar los valores de la tradición, individual y colectiva,
se trata de volver a los principios con que nació el premio,
a situar a cada autor en lo que se merece, esté o no presente
en Chile.
Al menos para mí, se da la casualidad de que este es tal vez
su mejor libro, el que recoge lo más logrado de su sensibilidad
dispersa en pequeñas dosis a través de toda su obra:
la experiencia cotidiana, la sabiduría que viene del "trabajo
y de los días", de la tierra, de la ternura y la belleza
de las cosas simples y profundas tal como comienza su primer poema:
El primer poema fue una
mano abriéndose a la luz]
Con el estremecimiento de
una serpiente al reptar]
De un rayo al cruzarnos el
rostro.]
El primer poema fue escrito
de una sola manotada]
Y el hombre de una mano
fue estampada en la piedra]
Con esa herramienta de
minero sin casco.]
El primer poema fue una
mano estampada en el muro]
La palma de una mano
Unos dedos abiertos
Aguardando el amanecer
La sombra de otro hombre
Unas líneas escritas con los
ojos cerrados]
Con el sueño más terrible o
más dulce.]
Esta obra parece resumir el destilado de todo el conocimiento, las
reservas espirituales, la habilidad artesanal de toda una vida, cuando
ya la vida en lo fundamental se ha vivido. Nada parece faltar o sobrar
en esta obra, se ha trabajado no sólo con la presencia de la
palabra, sino con la ausencia, con lo que siempre se adhiere mañosamente
al texto. Antoine de Saint Exupéry definió mejor que
nadie esta esencia de todo arte:
"Parece que la perfección se alcanza, no cuando ya no
hay nada que añadir, sino cuando ya no hay nada que suprimir".
Pero veamos un poco más de esta obra, vamos al último
poema que da nombre al libro:
Pienso en el poder de mis
pocos objetos]
Que adquieren otro orden al
comenzar el poema.]
Madera dispersa de un viejo
y olvidado naufragio]
Vaso desenterrado donde el
agua es más fresca.]
Ellos son hechos con el polvo
de todos los objetos]
Donde han desaparecido los
días anteriores]
Menos este amanecido y
enceguecido resplandor]
Preso en la telaraña resinosa
de un pino]
Cuántas veces se cruzaron
en mí dos o tres objetos]
Haciéndome unir la primera
con la última línea]
En una imagen indescifrable
del lenguaje de las cosas.]
Que otros se dejen arrebatar
por las cosas hechizas.]
Yo pienso en el trabajo hecho
por el buen utensilio]
De mango suavizado por el
amor más durable.]
Este soneto alejandrino de catorce sílabas, parte de un poema
más largo, resume mejor que nada el valor de la tradición,
el legado que nos dejaron los grandes poetas de comienzos del siglo
pasado.
¿No está en estos versos la poética de lo mejor
de Neruda y Gabriela Mistral?