A la distancia, después de
lo que podría llamarse su primera etapa, creo que este libro es uno de
los más censurados de los últimos años. Acumuló censuras oficiales y
extraoficiales, explícitas y tácitas, arrogantes y vergonzantes. Sin
excluir, desde luego, la más curiosa variedad de acusaciones al autor.
El chaparrón permitirá confeccionar una lista de sinónimos y palabras
afines: inoportuno, indiscreto, deslenguado, frívolo, vanidoso,
feminoide, agente pagado de la CIA, servidor “objetivo” de la CIA,
burgués, pequeño burgués, diplomático mediocre, escritor inexistente.
En Chile careció de permiso de circulación, eufemismo con que se
denomina la censura, comadrona de abortos literarios, hasta el mes de
julio de 1978. Antes de esa fecha se leyó bajo cuerda, sin excesivo
disimulo, y hasta se comentó con profusión y con parcialidad en los
periódicos. Hubo una edición pirata, impresa en Valparaíso, del
capítulo sobre la visita oficial a Cuba del Buque Escuela “Esmeralda”
de la Armada chilena. El capítulo se publicó expurgado, pero conservó
el título de vals amable que le di en la primera edición: “Sobre las
olas”. Ahora, decidido a seguir el manuscrito original, he suprimido
títulos y subtítulos.
..... En Cuba no
fue necesario prohibirlo. Pertenece a una especie de libros prohibida
por definición, contaminada por una forma de inexistencia. Allá se ha
llegado al extremo de editar para cubrir las apariencias
internacionales, como en el caso de Paradiso, de José Lezama
Lima, y de Fuera de juego, de Heberto Padilla, pero esos libros
nunca tuvieron una circulación normal. Algo semejante ocurrió en una
época en la Unión Soviética. Por ejemplo, con los cuentos de Isaac
Babel, editados en diez mil ejemplares y agotados en pocos
minutos.
..... Son sutilezas del llamado
“socialismo real”. Nosotros los chilenos, provincianos que somos,
habitantes de una faja remota de tierra, prohibimos un libro editado
en el país y éste llega de inmediato, por arte de magia, a los po-cos
lectores que todavía quedan.
..... Los
cubanos hacen exactamente lo contrario. Muestran una obra disidente a
los invitados extranjeros. Se la dejan en el velador, como dejan la
biblia en los hoteles puritanos de América y Europa del Norte. Apenas
se han ido las visitas, tapan la obra con un sombrero de copa después
levantan el sombrero, y el libro desaparece hasta de la memoria de los
disciplinados lectores. Sólo se lo podrá encontrar en las mesas
inaccesibles de los cardenales de la iglesia nueva, junto a otros
bienes que también se han convertido en humo, fuera de aquellas mesas
privilegiadas, gracias a la aplicación milagrosa de la teoría.
..... Un ex dirigente de la Unidad
Popular chilena, en su viajado exilio, tuvo la oportunidad de asomarse
a uno de esos lugares misteriosos donde construye el futuro el Líder
Máximo. Se habló extensamente de Chile. En medio de la conversación,
la mirada del dirigente y la del Líder Máximo convergieron sobre un
ejemplar de Persona non grata, que estaba encima del escritorio
y que tenía papeles blancos entre las páginas. “Estos libros,
naturalmente, yo no los leo”, dijo el Comandante en Jefe, con un gesto
que lo cancelaba de una plumada. ¡Naturalmente!
..... En Barcelona, hace algunos años, un par de
amigos polacos, conectados con el gobierno de Varsovia, me hizo una
visita especial. Sentados en un mesón de las ramblas, frente a un
despliegue de “tapas” suculentas, que suscitaban exclamaciones de
sospechoso entusiasmo, dijeron: ‘Tú no has escrito nada que nosotros
no supiéramos de antemano. Te has limitado a mostrar, como en la
fábula, que el rey andaba desnudo. A nosotros nos gustaría mucho poder
traducir tu libro, pero habría que cortarle los párrafos
subjetivos...”
...... “¡Cómo! ” exclamé:
“ ¡Si es un texto autobiográfico! ¡Todo, desde la primera linea hasta
la última, es subjetividad pura, deliberada y descarada subjetividad!
¡El libro entero se plantea en ese terreno! ”
...... Mis amigos de Varsovia, experimentados en
estas lides, sonrieron. Si la situación mejoraba en su país, harían un
esfuerzo para publicarlo. La situación, en lugar de mejorar, empeoró
muchísimo, como todos saben, y yo me limito a recordar aquella tarde
de primavera en las ramblas, esperando que mis amigos sigan con buena
salud.
..... La reacción de los editores
occidentales también tuvo aspectos interesantes. Uno de ellos, muy
conocido en Alemania Federal, rechazó el libro antes de recibirlo. Fue
un rechazo de una celeridad insólita. El editor, oportunamente, había
sido informado de que la publicación sería “inoportuna”. Sus
exploradores barceloneses, sus “scouts”, para utilizar la terminología
de la profesión, estaban haciendo méritos. En ese final de 1973, sólo
era lícito hablar de la represión en Chile. Todo intento de comprender
lo que había sucedido, a partir de antecedentes más complejos y más
completos, provocaba irritación en las buenas conciencias. Se
practicaba, con bombos y platillos, la indignación unilateral: moral
hemipléjica, paralizada del costado izquierdo. Un crítico chileno
hostilizado en la universidad de los tiempos de Allende; acusado de
tibieza; falto de militancia; expulsado, finalmente, a patadas, con
ayuda de un plumario termocéfalo de brillante trayectoria posterior;
tuvo que organizar su salida a universidades norteamericanas. En esto
último, como se demostraría más tarde irónicamente, el crítico no se
diferenció de sus detractores. Pues bien, se preparó para salir el
once de septiembre, el fatídico 11 de septiembre de 1973, y los
acontecimientos de ese día lo obligaron a postergar el viaje un par de
semanas.
..... En el aeropuerto del
Norte lo esperaba una selva de micrófonos. Se presumía que era uno de
los primeros escapados del largo campo de concentración en que se
había convertido Chile. El profesor y crítico abrió la boca y los
periodistas, perplejos, recogieron sus bártulos. Ahora regresó al país
y hace clases en institutos privados de provincia. Enseña materias
como redacción comercial y comportamiento en los cocteles. La
universidad nueva, bajo régimen de intervención militar y de
presupuesto equilibrado, tampoco lo recibe. El, después de su
contradictoria experiencia, cerró la boca y sigue sin
abrirla.
..... Enrico Filippini, que era
director literario de la editorial Bompiani, me recibió en Milán, en
octubre de 1974, con motivo de la salida de la traducción italiana. Un
grupo comunista de Pavía le habia pedido una conferencia sobre Pablo
Neruda y él había sugerido mi nombre. Cuando llegué a Milán, acababa
de enviar mi curriculum a Pavía. De pronto sonó el teléfono. Los de
Pavía, con habilidad florentina, declaraban que estaban desolados. No
habían reparado, distraídos, en que la conferencia coincidía con el
día de San Francisco. Sucedía que la tradición de ese aniversario
impedía celebrar actos públicos. El santo había sido persona modesta,
casi selvática. La conferencia, por consiguiente, debería realizarse
en una pequeña escuela. Ellos pedían disculpan anticipadas, y me
esperaban con los brazos abiertos.
.....
Filippini fue partidario de ir. Yo, autor disciplinado, acepté.
La charla tuvo lugar en una sala íntima. Todas las sillas estaban
ocupadas por abnegados militantes del P. C. de Pavía: matronas gordas
y hombres robustos, de caras impávidas, que después, en recompensa, me
invitaron a beber un whisky en un cabaret, lugar calculado para
narradores frívolos. En esos días, Enrico Berlinguer había estudiado
el fracaso de Allende y había desarrollado la tesis del “compromiso
histórico”. Como puede apreciar el lector, los militantes de Pavía
asimilaron la tesis con eficacia admirable: ni cortos ni perezosos,
unieron el aniversario del pobrecillo de Assís a la praxis
revolucionaria.
..... Para ser justo,
debo reconocer que la censura fue ejercida primero por el propio
autor, es decir, por mí mismo. No escapé del mecanismo infernal de la
autocensura y no me sorprendí con los innumerables censores que me
salieron al paso. Aplicaban la misma medicina que yo había aplicado en
el pasado, como neófito de la izquierda, el testimonio de André Gide,
en su regreso de la URSS, o al de Guillermo Cabrera Infante, en sus
despedidas habaneras. Mi libro, en consecuencia, pertenece al género
confesional en el sentido más estricto de la palabra: acto de
confesión y acto de contrición.
.....
Para explicar esta edición, que será, espero, la definitiva, tengo que
narrar la historia de mi propia censura. Escrito a la salida de Cuba,
entre abril de 1971 y abril de 1972, en el primer año de gobierno de
Salvador Allende, después de cumplir a tropezones la misión de abrir
la embajada de Chile en La Habana, mientras desempeñaba en París,
junto a Pablo Neruda, poeta y embajador momentáneo, el cargo de
ministro consejero, el libro permaneció guardado bajo siete llaves
hasta mediados de 1973, fecha en que tomé la decisión de publicarlo.
La decisión implicaba en ese instante, cuando aún no se había
producido el desenlace final del allendismo, el alejamiento definitivo
de la “carrera”, en cuyo paraguas protector y a la vez, para desengaño
de incautos, tiránico, me había podido refugiar durante 17
años.
..... Pasé entonces el texto a
máquina, puesto que lo había escrito a mano, con rotuladores gruesos,
en grandes cuadernos de dibujo, y suprimí páginas que me parecieron
excesivamente personales, como ésas del “Paréntesis portugués”,
crónica íntima y melancólica de una noche pasada en una dictadura de
derecha, después de haber vivido con breve intensidad la experiencia
de la dictadura que se supone del proletariado. Suprimí, sobre todo,
pasajes demasiado conflictivos en esos días de crisis chilena, o
comprometedores para personas que continuaban viviendo en Cuba. Había,
para colmo, alusiones al franquismo, ya que el buque escuela chileno
había hecho escala en Barcelona después de zarpar de La Habana,
situación que se prestó para comparaciones escabrosas, y el libro
tenía que ser editado en la España de Franco.
..... En buenas cuentas, dentro de su rico
historial de censura, el primer censor de este libro fui yo. Y lo fui
en dos etapas, de dos maneras diferentes, ya que cuando estaba por
publicarse, después de aquellos cortes prudentes que había hecho al
pasarlo a máquina, las presiones de la más variada especie, las
connotaciones terribles que adquiría el drama chileno, me obligaron a
redactar explicaciones, notas, justificaciones, agregados que llegaron
a ocultar, me parece ahora, el texto. El original, por ejemplo, entra
de lleno, desde la primera línea, en una atmósfera de sospecha, de
conjeturas, de angustia, que durante muchas páginas resulta
inexplicable, y que nunca, a lo largo de la narración, se explica del
todo. La atmósfera de secreto, el misterium regni, el antiguo y
renovado arcano del poder, impedía e impedirá siempre una visión
completa de estos casos. El mosaico se construye con lentitud, pero
hay piezas que desaparecen para siempre. No puede ser de otra manera.
Por eso es saludable entrar de inmediato en una zona de subjetividad
pura. Pues bien, en el texto publicado inserté a última hora alrededor
de 15 páginas iniciales puramente descriptivas, que no corresponden
para nada al estilo del relato y que ahora he procedido a cortar sin
el menor escrúpulo.
..... También he
repuesto, sin escrúpulos mayores, el 95 por ciento de los párrafos
suprimidos. Digo 95 por ciento porque todavía subsisten menciones en
el original que podrían causar daño a personas vivas e inocentes. En
algunos detalles particularmente indiscretos, la autocensura ejerció
su efecto paralizador incluso en las sesiones matinales de trabajo.
Sólo quedó una huella en la memoria: el papel siguió en blanco. Mi
última conversación con Lezama Lima para citar un buen ejemplo. Lezama
me insistía en que fuera a visitarlo a su casa de la calle de
Trocadero, en un deseo que resultaría póstumo y que los compromisos
del protocolo y de las despedidas me impidieron satisfacer. Es una de
las omisiones de las que más me arrepiento. Pero nos encontramos una
noche entre amigos, comiendo, bebiendo, fumando tabacos que adquirían
para ellos, para esa alegre compañía, carácter mitológico. El Supremo
ya había enarcado una ceja y esa etapa de regocijo desprevenido
terminaría pronto, de unmodo inapelable. Sólo se mantenía, en esos
días de mediados de marzo de 1971, la ilusión de su posibilidad.
Le-zama, Buda asmático, ocupaba un sillón ceremonial, y yo, recordando
su intención de conversar conmigo, me senté al lado suyo en una silla
baja. El se inclinó con esfuerzo, lanzando bocanadas de humo.
..... “Y usted, dijo, ¿se ha dado
cuenta de lo que pasa aquí?”
..... “Sí, Lezama”, le
contesté.
..... “¿ Pero se ha dado cuenta,
insistió, de que nos morimos de hambre?”
..... “ ¡Sí, Lezama! ¡Me he dado
cuenta!”
..... Como sucedía siempre en
esas reuniones, la comida, la bebida, los tabacos, habían sido
conseguidos gracias a mis prerrogativas diplomáticas, detalle que el
Poder calificaría como una provocación intolerable.
..... “Es de esperar que ustedes, en Chile, sean
más prudentes”, dijo el poeta.
..... “Es de esperar”, dije.
..... Si suprimí los añadidos de última
hora, mantuve, en cambio, como un todo separado del texto central, el
“Epílogo parisino”, escrito en Calafell y en Barcelona en octubre de
1973. Amigos de buena voluntad me han observado que el libro irritó a
la mitad de la gente y el epílogo a la otra mitad. Puede que tengan
razón, pero ocurre que el libro, con ese doble filo, también ha
conquistado otros amigos. Me ha permitido vivir más aislado y a la vez
en mejor compañia. Escogí esta condición a conciencia y no me quejo en
absoluto. No deseo volver a ningún redil.
..... Lanzo el libro así, entonces, como Dios lo
echó al mundo y lo hago, por fin, con un suspiro de alivio,
sintiéndome capaz, por primera vez, de olvidar “todo este desagradable
asunto”, como dijo en una carta Pepe Rodríguez Feo. Desde el instante
de su primera publicación, en diciembre de 1973, su historia estuvo
llena de enseñanzas, de paradojas, de revelaciones y decepciones. De
Cuba recibí mensajes misteriosos y algunas señales, señales remotas,
que había que descifrar. En Nueva Orleans, en una charla universitaria
de fines del año 80, un cubano viejo se levantó al fondo de la sala y
dijo que él había leído el libro en la fortaleza de El Príncipe, donde
había estado preso durante 15 años. Había tenido que pagar diez pesos,
equivalentes, al menos en la teoría económica del fidelismo, a diez
dólares, para adquirir el derecho de lectura clandestina. ¿Qué más
podría pedir un autor, aun cuando no percibiera el diez por ciento de
aquellos derechos singulares? En esta época de tirajes inflados y
sostenidos con música de guarachas y propaganda televisiva, la obra
estuvo a mitad de camino entre el “samizdat” y las publicaciones
normales. ¿Fue un caso premonitorio, un anticipo de la mirada
omnipresente del Hermano Mayor? Veo todavía a los jóvenes críticos de
Madrid y de Barcelona rasgándose las vestiduras, sofocados de
indignación.” ¡La oportunidad estaba mal escogida! Había que “morir
pollo”, como decimos en Chile. Es decir, colocar la cabeza con
docilidad para recibir el machetazo de la cocinera. Recomiendo, a este
respecto, las siguientes lecturas: La gallina degollada, de Horacio
Quiroga; las memorias de Nadejda Mandelstam; el último discurso de
Isaac Babel en la Unión de Escritores Soviéticos.
..... Aprendí en carne propia que la literatura,
el periodismo literario, la edición, la cátedra, los cafés de la
ribera izquierda del Sena y de las capitales de América Latina son
verdaderos nidos de censores, de soplones vocacionales, de hombres de
cabezas cuadradas, que sólo saben intercambiar esquemas, ideas
recibidas, naipes sobajeados y marcados. Esclavos de la consigna, como
dijo antaño, con su lucidez habitual, Vicente Huidobro. Falta un
trabajador voluntario que ponga el diccionario de Flaubert al
día.
..... Las autoridades chilenas,
desde luego, también estimaron que el momento de la publicación había
sido inoportuno. Era cierto que Fidel Castro bajaba de su pedestal y
quedaba en pantunflas, pero ¿por qué se me había ocurrido incrustar
ese maldito epílogo? ¿Qué tenía que ver? ¿No habría sido escrito por
encargo de los editores europeos, cómplices complacientes o miembros
activos de la Inspiración internacional contra Chile? Examinaron el
caso con lupa midiendo los pros y los contras, y sólo autorizaron el
libro cinco años más tarde, en los días de mi primera visita al país
después de los “sucesos chilenos”. En esos días, en una reunión
social, un personaje creyó necesario advertirme que en Chile jamás se
había ordenado quemar libros después del ll de septiembre de 1973, a
pesar de lo que yo, mal informado, consignaba en ese epílogo escrito
desde fuera. Cuando hablaba de lo que había vivido en Cuba en carne
propia, acertaba medio a medio, pero cuando repetía historias sobre
Chile que no había conocido de cerca, cometía un acto de flagrante
injusticia de lesa patria. En cuanto a las cacareadas quemas de
libros, lo que había ocurrido era que unos soldados, mientras
practicaban un allanamiento en una calle céntrica, en una noche de
intenso frío, habían cogido unas despapeladas ediciones de Moscú, de
ésas que se repartían en el país por toneladas, y en un minuto de
distracción de sus jefes las habían tirado a una fogata donde se
calentaban las manos. En esos precisos instantes había pasado un
periodista de Nueva York, adherente entusiasta a la conspiración
foránea, y había difundido la noticia por los télex del universo
entero.
..... No era, desde luego, una
versión oficial. Era la explicación de un simpatizante comedido, y
sirvió para estimular las risas y las bromas de una sobremesa amable.
¡Todo era porque los soldados tenían frío! Quedó demostrado que los
chilenos, en esos días de mi regreso al país a mediados de 1978, ya
empezaban a recuperar el sentido del humor. Después, como se sabe, el
humorismo nacional ha seguido un ritmo de aceleración
vertiginosa.
..... Entrego el libro,
entonces, en su versión original y definitiva, libre de los estragos
de mi propia censura y de la ajena. Lo entrego dispuesto a observar
cómo se acomoda con su destino, pero a observarlo, esta vez, desde la
distancia, libre de temores y ansiedades, como si se tratara de la
obra de otra persona, o del caso de otro que yo he tratado de narrar a
mi particular manera.
Prólogo de la edición de Persona non grata,
de Jorge Edwards para Editorial Seix Barral.
En esta edición se
publicó por primera vez el manuscrito
original y completo de este
libro.