..... Los historiadores del siglo XIX, es decir, los
historiadores de la época en la que se decía que Chile era un
país de historiadores, aspiraron a una empresa intelectual que
por definición es imposible. Aspiraron a la supresión del yo
narrativo, que confiere sentido a los hechos por medio de las
palabras, y pretendieron ser los simples intermediarios de una
realidad histórica que consideraban exterior y anterior a ellos,
y frente a la cual, por lo tanto, la única actitud correcta era
la neutralidad o la sumisión.
..... Concibieron su tarea
como la de notarios de la historia. Creyeron que los hechos se
habían seleccionado de antemano, según una escala fija de
prioridades, y pensaron que su obligación comenzaba y terminaba
en la tarea de hacer un recuento veraz y eficiente, producto del
análisis crítico de los diversos testimonios. Seguían el modelo
de su época, que Thiers, el historiador y político francés,
había expresado con las siguientes palabras: "Ser simplemente
veraz, ser lo que son las cosas mismas, no ser más que ellas, no
ser nada sino por ellas, como ellas, lo mismo que
ellas".
..... El historiador
pasivo hacía su enumeración y su narración de batallas,
gobiernos, fundaciones, actos legislativos y constitucionales.
Su pretensión máxima era la objetividad. Su visión personal,
todo aquello que se ha llamado el estilo del escritor, tenía que
esfumarse frente a la primacía de los sucesos.
..... Los historiadores chilenos del siglo
pasado compartieron fervorosamente el optimismo de su época. La
historia había avanzado desde los siglos oscuros, desde las
sombras y las telarañas del coloniaje, hasta una era de libertad
y de progreso. En ese ambiente, ellos cumplían una función
cívica privilegiada: le mostraban a sus compatriotas el recto
camino que había permitido derrotar las épocas oscuras y cuyo
ejemplo impediría que regresaran. Detrás de su aparente
objetividad, su narración tenía una intención aleccionadora y
exorcista. Así como Michelet, uno de los clásicos del género, se
movía entre el polo del Antiguo Régimen, que representaba para
él un principio pasivo, femenino, y el polo de la Revolución,
que el veía como poder fecundante y viril, principio activo que
tenía la misión de perturbar, de remecer desde los cimientos la
modorra del pasado, sus discípulos chilenos manejaban la
dialéctica de la leyenda negra española y de la emancipación
republicana, que se había iniciado con el aporte genésico de las
ideas ilustradas y liberales.
..... Sin embargo, desde los comienzos mismos de la conquista,
la empresa colonizadora planteó una necesidad que era
enteramente ajena a las preocupaciones de cualquier historiador
europeo. Había que explicar esta empresa, que había tropezado
con situaciones imprevisibles y a menudo inconcebibles para los
hombres de Europa, y había que explicarla con un lenguaje
suficientemente vivo como para transmitir el impacto de las
nuevas circunstancias. Una parte de la implantación española en
América consistió en este trabajo descriptivo, en esta
explicación de un mundo inédito por medio de la palabra escrita.
Fue una necesidad que determinó desde un comienzo la aparición
de una literatura original, híbrida en un buen sentido del
término, ajena a la clasificación ritual de los géneros, situada
entre la historia y la crónica, y dotada de elementos que son
propios de la ficción narrativa. La conquista del Nuevo Mundo
era una increíble novela. y era una novela que tenía la
particularidad de estar ocurriendo bajo las narices de sus
novelistas.
..... Hemos celebrado
abundantemente a don Alonso de Ercilla y su poema renacentista,
cargado de reminiscencias homéricas, pero no siempre hemos
reparado, debido, quizás a nuestro deslumbramiento habitual
frente a las formas exteriores en el sabor literario, menos
sonoro, pero para mí, en alguna medida, más convincente, de las
cartas de don Pedro de Valdivia. Cuando el conquistador toma la
pluma para escribirle a su Invicta y Cesárea Majestad, Carlos V,
que después del primer ataque de los indios le ha visto "las
orejas al lobo" y que "todos cavábamos, arábamos y sembrábamos
en su tiempo, estando siempre armados y los cabalos ensillados
de día", terminando la explicación, más adelante, con la
afirmación de que ellos, Valdivia y su grupo, no han "tomado
truchas a bragas enjutas", equivalente a la expresión actual de
no haber recibido la breva pelada y en la boca, Pedro de
Valdivia, con una ingenuidad que ha sido, precisamente, uno de
los rasgos distintivos de nuestra creación literaria, está
fundando, cuatro años después de haber fundado la capital del
país, un género literario que es intrínsecamente
nuestro.
..... Lo mismo sucede
cuando el padre Ovalle, con una prosa deliciosa y transparente
que hemos perdido, que quizás hemos recuperado en algunas odas
elementales de Pablo Neruda, en su descripción, por ejemplo, del
"jirón de cristal" de una cebolla, o en algunos textos de
Gabriela Mistral sobre la naturaleza americana, nos describe en
su Histórica Relación el agua de nuetras vertientes, un agua
cuya condición cristalina y benéfica es, justamente, anterior a
la historia, o cuando habla, previendo la sorpresa de sus
lectores, de "una yerba a manera de escarolas que llaman
luche" y que cría en toda la costa del Reino.
..... En el siglo XIX, Benjamin Vicuña Mackenna practica
también, a su modo, esta forma tan peculiar de la narración
histórica. Ocurre, eso sí, que el pobre campamento de Pedro de
Valdivia, con sus pocos solares cuadriculados, sus acequias y
sus huertos, ha adquirido extensión y densidad; se ha llenado de
costumbres, anécdotas, chismes, piedras evocativas, conventos,
casas palaciegas, pocilgas, chinganas, y desde luego,
acompañando a todo eso como una presencia indispensable,
fantasmas. Vicuña Mackenna abandona el pedestal de nuestra
historia republicana para orientarse en dos direcciones que sólo
en apariencia son contradictorias: es el cronista de nuestra
vida cotidiana, nuestro historiador doméstico, y es, al mismo
tiempo, el recopilador de nuestras leyendas, de nuestra
mitología. Vicuña Mackenna recoge el mito con el lenguaje
racional de su época y con una extraordinaria distancia irónica,
salpicada de disgresiones, de comentarios, de avisos e incluso
de bromas al lector.
..... Ese
apóstol Santiago que acude a socorrer a los conquistadores,
volando en su caballo blanco sobre las vegas mapochinas, o ese
gigante Atlas, sostenedor del peso del universo, representado
entre nosotros por el modesto cerro San Cristóbal, ya que el
santo, que transporta al niño Jesús con el globo terraqueo en
una mano, es el equivalente cristiano del gigante antiguo, son
manifestaciones de esa mirada profunda, enteramente moderna, si
se la examina con los cánones de la crítica actual, y más
cercana, por eso mismo, de los modelos clásicos.
..... Pues bien, pienso que la obra de
Eugenio Pereira Salas pertenece por completo a esta línea
original de nuestra narración histórica. Es una corriente en que
los márgenes entre la historia en su aspecto científico y la
literatura narrativa no están definidos, ni podrían estarlo.
Roland Barthes, el maestro recién fallecido de la crítica
francesa contemporánea escribía que ya no es legítimo anteponer
el discurso poético al novelesco, ni tampoco la ficción al
relato histórico. Historia y ficción han ingresado al cauce
general de la escritura, que exige siempre selección de los
materiales, composición e invención.
..... Eugenio Pereira Salas perteneció,
como Vicuña Mackenna, a esta especie de nuestros historiadores
creadores, historiadores que conferían sentido a los hechos
históricos gracias a una organización sabia del relato, a la
posesión de un lenguaje narrativo. Mi relectura y mi lectura de
Pereira Salas me ha llenado de imágenes que podrían ser el punto
de partida de un novelista, y también, por otra parte, el punto
de llegada. Es por eso que el homenaje exigido por la costumbre
se convirtió, para mí, en fuente de enseñanza y de estímulos, y
me permitió profundizar en una amistad que en vida había sido
más adivinada que practicada, puesto que vivimos con distracción
y que también suelen interponerse los inconvenientes de la
geografía.
..... Me parece significativo que se rinda homenaje a Eugenio
Pereira Salas en la Academia Chilena de la Lengua y que el
sucesor suyo, el encargado del homenaje, sea un escritor de
ficciones, ficciones que en algunos casos han tenido la
particularidad curiosa de haber ocurrido en aquello que llaman
la realidad. Mi regreso y mi readaptación a la vida chilena, que
en ninguna circunstancia habría podido ser fácil, se vieron
inesperadamente facilitadas por la proliferación de gracias, de
historias, de sabores, que encontré en el arte narrativo, porque
hay que definirlo en esa forma, de mi antecesor.
..... Descubrí, en su historia del teatro,
esos escenarios rodantes, herencia directa de la península, que
recorrieron las calles de Santiago del Nuevo Extremo durante las
fiestas de exaltación al trono de Carlos IV, y que eran
arrastradas por bueyes cubiertos, cuando la fortuna lo permitía,
por lujosas mantas, coronados de flores y con los cuernos
dorados. Comprendí, en la historia de la cocina, esas feroces
hambres de los comienzos de la Colonia, unas hambres propias de
la época en que los habitantes del Cuzco, cuando veían regresar
a los desarrapados exploradores del sur, conocidos como "los de
Chile", huían como si se tratara de apestados.
..... En el origen de todo hubo un mito: la
leyenda, difundida por los indios del Cuzco -Cuzco, en la
etimología quechua significa ombligo, ombligo del mundo-
con el fin de apartar a los intrusos españoles, de que más al
sur había un país lleno de fabulosas riquezas y que sus
pobladores llamaban Chile. La respuesta de la realidad quedó
consignada en el párrafo en que Pedro de Valdivia enumera los
alimentos salvados después del ataque de Michimalongo: "dos
porquezuelos y un cochinillo y una polla y un pollo y hasta dos
almuerzas de trigo". "Troncos genealógicos de la cocina
chilena", agrega Pereira Salas, después de citar la frase de
Valdivia.
..... Pero Valdivia no
podía confesar fracasos a su Majestad Invicta, y el poder de
fabulación de los indios cuzqueños pareció contagiarse a los
pobladores de la nueva colonia. Más adelante, en el siglo que
Pereira Salas describe como de la abundancia barroca criolla,
los habitantes de Santiago del Nuevo Extremo estaban empeñados
en una desaforada competencia de riquezas y de sorpresas para el
que llegaba del Virreinato o de la corte peninsular. La
recepción ofrecida por la ciudad al gobernador Martín de Mujica
serviría para demostrar esa afirmación tan conocida de que el
surrealismo, en América, no ha necesitado cultivarse como en la
Francia racionalista, porque se había dado, mucho antes de su
invención teórica, en el orden natural de las cosas. El
gobernador quiso desdoblar su servilleta, y descubrió que era un
rígido paño de dulce, hecho de mano de monjas, y lo mismo le
sucedió con el cuchillo, con el pan, con las aves, y hasta con
la mitad de una lima que trató de exprimir, y con la que se
"halló engañado", según el relato de Diego de Rosales, "por ser
lima de alcorza".
..... Eugenio
Pereira Salas deja las cosas ahí, pero el novelista de hoy
adivina la fabricación, entre sonrisas de complicidad monjil, de
esa repostería insólita, colmo del artificio y del engaño
amable, perpretado por manos que también sabían fabricar los
dulces de papilla y de hueso, los duraznitos de la Virgen y de
San Juan, los membrillos agridulces que se llamaban
corchos, el manjar blanco y las confituras de
limón sutil de coquitos de palma.
..... Cuando Pereira Salas se interna en el siglo XVIII,
siglo, al decir suyo, ilustrado y goloso, uno descubre que el
mestizaje de las culturas ha hecho ya su camino a la Capitanía
General de Chile. La recia cocina de la península, mezclada con
ingredientes indígenas como la harina de maíz o la harina
tostada, ha producido la guañaca y la chupilca,
junto a unos venerables sopones que habrían sido muy dignos de
la mesa, en el siglo anterior, de don Francisco de Quevedo o del
Conde de Villamediana.
..... En
este libro titulado con tanta modestia Apuntes para la
historia de la cocina chilena, Eugenio Pereira tiene una
descripción de pregones callejeros que alcanza un acento casi
proustiano.
..... "Todavía a fines
del siglo XIX -escribe-, la vida popular podía palparse en las
calles. Los pregones de los vendedores ambulantes traían el
aroma campesino en las árguenas de sus cabalgaduras, henchidas
con las frutas de la estación. Fruteros, pescadores,
quesilleros, se paseaban con sus opulentos canastos colmados, y
las recuas de cabras y burras ofrecían la apetecda "al pie de la
vaca". En las noches el doliente grito nostálgico de los
tortilleros, preservado en la tonada folklórica urbana: "Del
rescoldo las tortillas, tortillas buenas", ponía su toque
poético, mientras alumbraba la densa noche con su farolito
parpadeante. En las esquinas, los pequeneros ofrecían las
caldúas o el pequén, picante y encebollado".
..... Como ven ustedes, la confusión de la
narración histórica con el lenguaje literario rechazada en el
pasado por los historiadores notariales o tribunicios, y acogida
en cambio por la crítica literaria más reciente, ha dado entre
nosotros el fruto de un lenguaje original y lleno de vida. A
veces las preceptivas rígidas, dominadas por la manía
clasificatoria, nos han impedido captarlo. El mestizaje cultural
no sólo se ha manifestado en la cocina, ese punto privilegiado
de articulación de la cultura con la naturaleza, como lo afirma
Claude Levy-Strauss en unas páginas que Pereira Salas, con toda
lucidez, utiliza como punto de partida de su libro; también se
ha manifestado en el nivel de la escritura donde la formación
del país constribuyó al mestizaje de los géneros.
..... A través de esta forma de la
narración histórica recogemos imágenes cargadas de sentido. Ese
fantasma de Joaquín Toesca que vaga por las calles de Santiago,
a fines del XVIII, en incesante actividad, y sin más horizonte,
dice Pereira Salas, que las palabras Moneda, Catedral, Los
Tajamares, extenuado por la lucha contra una burocracia
inquisitorial y mezquina, que quiere reducir proporciones,
disminuir calidad de los materiales, ahorrar centavos, es uno de
nuestros personajes simbólicos. Toesca enarbolaba la bandera de
la razón arquitectónica, del neoclasicismo ilustrado, frente a
la mera repetición artesanal, desprovista de toda visión del
conjunto, que había caracterizado a una sociedad de miras
estrechas. La intransigencia de Toesca, que salvó la Casa Real
de Moneda en su concepción original, pero que le causó la
muerte, llena una página magistral de Eugenio Pereira Salas en
su Historia del Arte en el Reino de Chile. La fiebre
reformista y constructora de Toesca le ocasionaba la más
groseras persecusiones y la acusación, desde luego, como consta
en documentos de la época, de haber sido hombre "irreligioso y
lascivo". Su mujer, veinte años menor que él, de gran belleza y
burdamente inculta, llegaría al extremo de ponerle veneno en la
sopa.
..... Más tarde, encerrada
en un convento, saltaba las murallas como una gata, según las
crónicas, para entregarse a sus aventuras galantes, sin desdeñar
a los amigos y a los discípulos de su marido.
..... Las lenguas coloniales, en sus
aposentos oscuros, polvorientos y cenicientos, inundados de
paeplotes, murmuraban, pero don Ambrosio O´Higgins, otro hijo, a
su manera, de la Ilustración, le eviaba regalos en dinero al
arquitecto para que descansara y se curara de sus males en su
refugio subtropical de Quillota.
..... Nunca se me había ocurrido pensar que Joaquín Toesca y
Ricci, el italiano, formado en la Academia romana de San Lucas y
que frecuentó después la madrileña de San Fernando, en años en
que Goya también podía frecuentarla, pudo ser, a su modo, y
quizás lo fue, con su racionalismo neoclásico y su espíritu de
reforma, uno de los precursores de nuestra independencia. No
creo que Eugenio Pereira Salas se haya propuesto mostrarlo así,
pero su retrato, en la Historia del Arte en el Reino de
Chile, un retrato de antología, lo lleva a uno a esa curiosa
conclusión.
..... La concepción
tradicional de la historia y de la novela ha pretendido que el
historiador está sometido a sus materiales, determinado por los
hechos, en tanto que el novelista tendría la libertad suprema de
inventarlo todo, La única obligación del historiador sería la
veracidad, la fidelidad absoluta a las diferentes voces con que
se manifiesta el pasado. El novelista, en cambio, sería un
pequeño Dios, como pensaba Vicente Huidobro que debían ser los
poetas, pero un Dios cuyas criaturas carecerían de libre
albedrío y que sería culpable, en consecuencia, de las
debilidades, las deformaciones, las perversidades de sus
personajes. Un Dios manchado por los pecados de sus
creaciones.
..... Pues bien, en el
caso de escritores de mi generación, una de las acusaciones más
frcuentes ha consistido en reprocharles una especie de pesimismo
esencial: la tendencia a la monstruosidad o a la descripción de
situaciones y símbolos de deterioro. La verdad es que durante
nuestros años hemos asistido a una extraordinaria multiplicación
de censuras ideológicas. Muchos hemos estado sometidos a fuegos
contradictorios: hemos conocido la acusación clásica, inventada
por una de las mejores invenciones de Michelet, Maximilien
Robespierre, de ser enemigos del pueblo, y hemos recibido el
reproche más reciente y más extravagante de no querer irnos a
vivir a Moscú o, supongo, al jardín superpoblado de la embajada
del Perú en la Habana.
..... La
relectura moderna de la historia nos permite vislumbrar una
paradoja sorprendente. El historiador se concentra y se complace
en el llamado "efecto de realidad". Ofrece la seguridad de que
lo que narra ha ocurrido efectivamente, y esta sensación es uno
de los recursos literarios más seductores para el lector.
Incluso el auge actual de las viejas fotografías es un producto
de esa seducción. Pero esto no implica que el historiador
carezca de libertad para seleccionar su materiales y para
utilizar la estrategia narrativa que más le acomode. Al tocar
este problema, Roland Barthes cita a Nietzsche, que afirmaba:
"No existen hechos en sí. Siempre hay que comenzar por
introducir un sentido para que pueda haber un hecho".
..... En buenas cuentas, uno puede sostener, al menos con la
validez de una metáfora, que el historiador, al introducir un
sentido en medio de la anarquía de los hechos del pasado, los
inventa, los hace salir de la nada, como el escultor hace salir
sus figuras de las piezas en bruto. Ese fantasma de Toesca,
extenuado por la lucha de la razón neoclásica, euclidiana y
luminosa, contra la oscuridad mezquina y medieval de los
funcionarios coloniales, es un producto de la reflexión
histórica y es, en ese aspecto, una invención, un fenómeno de
creación verbal.
..... En cambio,
el novelista que se mueve en los espacios de su memoria
involuntaria y de su imaginación es un hombre que no escoge sus
temas y personajes sino que resulta escogido por ellos. Esto,
que se ha repetido muchas veces, indicaría que el novelista debe
declinar toda responsabilidad por la conducta de los seres que
pululan a través de sus libros. Si el historiador utiliza con
éxito el efecto de realidad, el novelista queda frecuentemente
traicionado ante sus lectores por este mismo efecto. Frente a la
actitud de una sociedad chismosa, que anda siempre a la caza de
los modelos reales, la rotunda respuesta del novelista , que
siempre provoca incredulidad, es la de Flaubert a sus acusadores
judiciales: ¡Madame Bovary c´est moi! "¡Madame Bovary soy
yo!".
..... En resumen, el
historiador y el novelista, al narrar, inventan, pero el
historiador lo hace con el efecto de realidad a favor suyo, y en
cambio el novelista que siempre trabaja con los fantasmas de su
memoria y de su imaginación, con ciertas imágenes fijas que es
incapaz de controlar a voluntad, que tienen un dinamismo propio,
se ve enfrentado a cada rato al escepticismo de los que pensaban
que Madame Bovary era una señora de provincia que se aburría en
su casa y no una emanación de la fantasía flaubertiana, una
metáfora capaz de representar la angustia de Flaubert encerrado
en su caserón de Normandía, con una lampara encendida en las
noches y que servía, según se supo después, de faro a las
barcazas que navegaban por el Sena.
..... Determinar las razones de que
nuestros libros repitan situaciones de declinación, prodiguen
imágenes de deterioro, caserones descascarados, ancianos
decrépitos, personajes enloquecidos por la rutina, buscadores de
paraísos artificiales, será una tarea para los historiadores de
esta época. Por mi parte, muchas veces he sospechado que la
mitología chilena anduvo enredada en este asunto. Mi generación
creció con la conciencia de que Chile había tenido un pasado
mejor, un pasado que se había perdido, y que el presente era de
una mediocridad intolerable. La culpa podía atribuirse a la
decadencia del salitre, a las ambiciones de los caciques
parlamentarios, a la injusticia social, a la crisis del año 29,
y algunos la hacían remontar a la guerra civil del 91. La
rebelión de las facciones oligárquicas contra el viejo Estado en
forma habría constituido nuestro pecado original, y nosotros,
los herederos de aquellos personajes, heredábamos la culpa
originaria desde la cuna. Habíamos sido expulsados del antiguo
reducto y estábamos condenados a chapotear en aguas pantanosas,
desprovistos de todo horizonte.
.....Es posible que esa atmósfera produjera
lo que se ha llamado literatura de la decrepitud. Hubo numerosos
momentos de rebeldía a lo largo del siglo, pero nosoros, en los
años 50, teníamos la intuición clara de que aquellos intentos se
habían estancado.
.....Nuestra generación buscaba la salvación en dos utopías
exactamente inversas, anunciadoras de la polarización del país y
de la crisis definitiva del sistema: La recuperación del pasado,
la búsqueda de una restauración radical, alimentada por la
nostalgia, o la lucha por el paraíso colectivo de que todos
hemos oído hablar bastante en la últimas décadas.
.....Para mí se impone una reflexión de
orden literario que es adicional y complementaria. Nuestros
antecesores inmediatos en la vida literaria chilena, con pocas
excepciones, se habían lanzado a inventariar el paisaje y las
costumbres del país, continuando, en el fondo, la tarea
propuesta por el Romanticismo nacional de la primera mitad del
siglo anterior, con aditamentos recogidos de los naturalistas
franceses.
.....Los primeros en
romper este esquema, a su modo, fueron nuestros grandes poetas
modernos, que no abandonaron, en verdad, nuestra obsesión
inventarial, pero que recuperaron el proyecto inicial de nuestra
literatura, que consistía, desde Ercilla y desde Alonso de
Ovalle, en fundar un país por medio de la palabra. Ellos
remozaron este proyecto con el aire de la poesía y de la
experimentación verbal del mundo europeo, al que se sumaban
voces exóticas, de origen americano, como las de Lautréamont,
Walt Whitman, e incluso la del gaucho Martín Fierro.
.....El ingreso en el camino interminabe de
la literatura comenzó en los años 40, al menos para mí, con el
descubrimiento de la poesía de Neruda, de VIcente Huidobro, de
la Gabriela Mistral de Tala, de César Vallejo, y también de
Arthur Rimbaud y de T.S Eliot, poetas que leía, escondiendo los
libros entre forros de cuadernos escolares, en los largos
estudios de después de almuerzo del viejo colegio de San
Ignacio.
.....La concepción
flaubertiana del autor personaje, la inserción del punto de
vista en la mirada de un narrador diferente de la persona del
autor, se combinó en mis primeros textos en prosa, con el
intento de asimilar de alguna manera el lenguaje recién
descubierto de la poesía. En esta forma, el trabajo de la prosa
se transformaba en una exploración, una búsqueda, cuyos
resultados finales no eran enteamente previsibles, un esquema
previo inevitablemente alterado y traicionado por el ritmo que
imponía el lenguaje con su movimiento autónomo
.....En buenas cuentas, la libertad del
historiador parecería darse, paradójicamente, en su relación con
los hechos, en su capacidad de otorgarles un sentido, y la
libertad del novelista se daría, por el contrario, en el terreno
preciso de las palabras. Sólo ellas pueden salvarlo de la
esclavitud de las situaciones y de los seres segregados por los
fantasmas de su memoria.
.....La
crítica contemporánea, al demoler las separaciones rígidas de
los géneros, uno de los dogmas centrales de la antigua retórica
nos permite rescatar la tradición literaria más original del
país y nos permite insertar nuestra prosa narrativa, histria o
novela, crónica o ficción, en la modernidad, tal como lo hbaía
hecho nuestra poesía en la primera mitad del siglo. Eso nos abre
el camino, a los escritores chilenos, para buscar la síntesis de
la tradición y de la invención, logrando la indulgencia de los
hombres del orden intelectual para los que estamos embarcados en
la aventura del lenguaje, tal como la pedía Guillaume
Apollinaire, allá por el año 16, en el último de los poemas de
Caligramas.
.....Señor Director de
la Academia Chilena de la Lengua.
.....Señores Académicos.
.....Quiero agradecerles de todo corazón el
honor que me han conferido al elegirme miembro de número de esta
Academia. Me siento profundamente honrado de ocupar el sitio que
perteneció al gran historiador y gran prosista chileno que fue
Eugenio Pereira Salas y me siento estimulado por la perspectiva
de compartir los trabajos y la inquietudes de esta
corporación.
.....Sé que tengo
mucho que aprender de todos ustedes y mis palabras solo han sido
el fruto de una primera reflexión sobre la obra de mi antecesor
y sobre de sus significado dentro de la cultura chilena,
significado que he tratado de desentrañar en función de los
problemas del creador de ficciones. La coincidencia de esta
reflexión, con mi regreso al país y mi redescubrimiento de las
cosas chilenas que no siempre ha sido fácil, y que no siempre,
ha sido alegre, es una coincidencia que para mí se ha cargado de
sentido y me ha señalado una serie de tareas posibles, quizás
necesarias.
.....A estas alturas
del trabajo de escribir, uno empieza a confiar un poco más en el
tiempo, que revela siempre caminos inesperados, y uno toma
conciencia a la vez de que el tiempo nunca será suficiente. Es
una conclusión contradictoria sólo en apariencia, aprendemos que
la creación tiene que ir acompañada de un ritmo personal y de
una atención alerta y paciente, y descubrimos que sectores de la
cultura que parecían mudos para nosotros enterrados en anaqueles
inaccesibles, estaban llenos de enseñanzas y de incitaciones,
esperando que nuestra curiosidad despertara y les arrancara su
sentido.