.......... Celestino, el mozo, me deja
los nombres anotados en una libreta grasienta, al lado del teléfono de
la cocina. Yo, cuando hago un aro en mi trabajo, me paseo por el
departamento. No puedo estar sentado mucho rato. Escribo en papelitos
sueltos, en el salón, en la cocina, en el mueble de escribiente de mi
sala, que me hace pensar en Bouvard y Pécuchet, los escribientes
eternos. A veces salgo a la terraza y miro los árboles del Parque
Forestal, o las cúpulas abovedadas del Palacio de Bellas Artes,
nuestro Petit Palais mapochino. Después entro a la cocina para ver
quién ha llamado.
.......... Ha
llamado, según la anotación de Celestino, una tal Ingri Larsen,
periodista sueca. No hay teléfono ni indicación de hotel. Tengo que
comprarme un contestador automático, me digo. ¡Cuántas veces me lo he
dicho!
.......... Después del almuerzo,
mientras descanso y medito en la penumbra de mi dormitorio, con las
persianas bajas y la luz del velador encendida, suena el teléfono.
Descuelgo el fono. "Soy una periodista sueca", dice una voz delgada,
de registro alto, vacilante: "Mi nombre es Ingrid Larsen, y una amiga
común de Buenos Aires, Natacha Méndez, me dijo que tenía que llamarte
y conversar contigo." "¡Natacha Méndez! ¿Qué ha sido de Natacha
Méndez?"
.......... Me embarqué para
comer esa noche con la sueca, en una peligrosa "blind date". Lo hice
por Natacha Méndez, y por la voz delgada, que vacilaba, y quizás
porque no tenía nada mejor que hacer. Ingrid Larsen era la escandinava
típica: pelo de color de choclo, rubio pálido, ojos azul celeste, piel
muy blanca, labios gruesos y pintados al rojo vivo.
.......... Observé su cuerpo de reojo, al hacerla
entrar a mi departamento, y recordé la expresión de un amigo de bares
y de andanzas: buena carrocería, carrocería sólida. Llevaba botas de
gamuza lúcuma, de tacones filudos, del mismo tono de sus pantalones, y
daba la impresión de caminar con dificultad. Parecía que pisaba
huevos.
.......... -"¡Hola, Ingrid! ",
le dije. www.letras.s5.com
.......... -"¡Hola, Jorge! ", dijo ella, y
pronunció "Jorge" con la incomodidad de los extranjeros, enredándose
en la jota, en la erre, en la ge, mientras miraba los objetos de mi
salón.
.......... Tengo una combinación
de pintura de los años sesenta con muebles viejos y con alfombras
persas más o menos deshilachadas. Una figura desvaída de Roser Bru
junto a una mesa frailera agusanada a golpes de taladro en los
talleres de Cruz Montt. Es decir, para que nos entendamos bien: no son
antigüedades sino antiguallas, vejestorios heredados de la familia.
Sospeché que ella había querido decir algún cumplido y que las
palabras, al final, no le salieron. Daba la impresión de ser una
persona avenible, pero a la vez tenía un ceño, una arruga obcecada
entre ceja y ceja.
.......... Pensé,
conociendo a Natacha Méndez, que me había recomendado como a un
notorio intelectual del no en el Plebiscito que venía, y que ella,
ahora, sentía que había caído en la guarida de un burgués de mierda.
De todos modos, quería que conversáramos. Le habían dicho que yo era
una persona bien informada, bien conectada, bastante objetiva. ¿Qué
creía que iba a pasar aquí?
..........
Sólo atiné a encogerme de hombros. Le dije que no tenía la
menor idea. "En este momento estoy confundido", dije.
.......... Tomamos un whisky bien cargado, no sé
si para disminuir la confusión o para aumentarla, y salimos a comer al
barrio de Bellavista, a "La Divina Comedia". Nos dieron una de las
mesas mejores del Infierno, en un rincón, al lado de una ventana, y al
poco rato entraron dos personajes conocidos, acompañados de sus
mujeres: un catedrático de historia, profesor en Canadá, que
evolucionó con los años desde una posición de izquierda crítica hacia
una derecha más o menos complaciente, y un abogado de grandes firmas y
de gran familia, cuyo nombre había sonado, en los días anteriores a la
designación de Pinochet, como posible candidato de consenso. El
historiador, amigo de viejos tiempos, se acercó a nuestra mesa,
sonriente, irónico, suponiendo que me sorprendía en una de mis
aventuras galantes. Ya no las tengo, quise advertirle, o las tengo
mucho más espaciadas de lo que te imaginas. Nos saludamos entre bromas
y palmoteos y entabló un rápido diálogo con la sueca. Sucedió que la
sueca conocía mucho, y más que mucho, a juzgar por sus exclamaciones y
suspiros, a un compañero de colegio del historiador que había ido a
parar a Estocolmo, un tal Perico Mulligan, cuyo segundo apellido era
castellano vasco, algo así como Mulligan Echazarreta.
.......... -"Y ese gallo, ¿qué hace en
Estocolmo?", pregunté.www.letras.s5.com
.......... -"Mira", respondió mi amigo: "Para que
te formes una idea... Perico Mulligan era el campeón de rugby de mi
curso en el Grange School. Tenía auto de sport y casa con piscina a
los quince años de edad. Después se metió a estudiar filosofía en el
Pedagógico, nadie sabe por qué. Y a fines de la época de Frei, allá
por el año 69, lo metieron preso por organizar un asalto mirista a un
banco... "
.......... "¡Ah! ", exclamé,
reclinándome en mi silla del Infierno: "¡Ni una palabra más!"
.......... El historiador había contado esto en
forma rápida, entre dientes, y creo que mi acompañante se quedó medio
colgada. Cuando él regresó a su mesa, le pregunté a ella:
.......... -"Y tú, ¿dónde estudiaste?"
.......... - "En Estocolmo", contestó, "y también
en París. Estaba en París en mayo del 68... "
.......... -"¡ Eres una veterana de las batallas
del 68! "
.......... -"Si", admitió,
"soy una veterana del 68", y su voz, que modulaba las palabras
castellanas con cierta lentitud, con una lentitud difícil, como la de
su precario equilibrio en esos tacones filudos, se desgranó en una
risa cantarina. En seguida se puso seria y repitió la pregunta que ya
me había hecho en la casa:
..........
-"¿Y qué crees que va a pasar aquí?"
.......... -Volví a decirle que no tenía la menor
idea.
.......... -"Pero, ¿crees que el
no puede ganar, como se imaginan los políticos de la
oposición?"
.......... "El no",
respondí, "puede ganar".
.......... Ella
me miró en silencio, ceñuda. En seguida exclamó:
.......... -"¡Pero eso es imposible, Jorge!
"
.......... Lo afirmó de una manera
tajante, inapelable. No se trataba de una simple imposibilidad
coyuntural sino de un hecho metafísico. Por ahí pasaban Platón y
Aristóteles, y también pasaban Martín Lutero y Juan Calvino, con algún
condimento, supongo, de Carlos Marx, pero bastante escaso. Yo me
limité a sonreír. Sentí algo así como un aleteo difuso detrás de las
orejas: el soplo de la incomunicación.
.......... -"¿Así que crees, Jorge, que una
dictadura puede organizar un plebiscito para perderlo?"
.......... Abrí las manos, como para pedir
tregua. Tomé el tenedor y ataqué mis pastas rellenas con espinacas.
Acompañadas de un Santa Digna tinto, delgado, pero aterciopelado,
estaban excelentes.
.......... Ingrid
Larsen movía la cabeza, convencida de que los chilenos éramos unos
ilusos, o unos locos de remate, y confieso que llegó a contagiarme con
esa convicción, al menos durante unas horas. En cualquier caso,
celebró la comida con entusiasmo, agradecida, ya que su condición de
veterana de asonadas callejeras no le impedía tener una educación de
lo más tradicional, y al salir se acercó al historiador para
despedirse. El encuentro de una persona que había conocido al
mismísimo Perico Mulligan constituía, por lo visto, un episodio
crucial de su visita a Chile. De eso no podía caber la más mínima
duda. Tuve que tomarla del brazo para que conservara la posición
vertical sobre sus tacones, que se incrustaban en las malditas roturas
del pavimento, y divisé las caras insidiosas de las dos parejas, que
me seguían a través de los vidrios.
.......... El encuentro que acabo de relatar
ocurrió cuatro o cinco semanas antes del plebiscito. Ella partía al
día siguiente a Concepción, después viajaba a Buenos Aires, después
regresaría a Santiago y me llamaría. "Si es que me permiten regresar",
dijo, cosa que no entendí muy bien. Como no confiaba para nada en la
visión de las cúpulas santiaguinas, ni en la de los intelectuales de
café, en cuya categoría supuse que me incluía, tenía que ir a terreno:
visitar las poblaciones más desamparadas, llegar hasta el meollo de
las provincias, participar en encuentros clandestinos con
representantes de la ultraizquierda.
.......... El lunes 3 de octubre por la tarde, a
dos días del plebiscito, frente a las copas de los árboles del
Forestal, a las luces lejanas de la Virgen del San Cristóbal, en un
crepúsculo que había disipado, por fin, la pesadez polvorienta de un
largo día, sentada en mi terraza, repitió la pregunta suya que
llamaremos clásica, "¿ qué crees, entonces, Jorge, que va a pasar?", y
puso una pequeña grabadora encima del cristal de la mesa, entre una
tabla de queso mantecoso de Quillayes y un par de vasos de vino
blanco.
.......... Le dije que la vez
anterior todavía no terminaba de creerlo. Pensaba que el gobierno
había conseguido su objetivo de asustar a la gente con la idea de la
vuelta de Allende, "y como tú sabes, Ingrid, la percepción del
allendismo en el interior de Chile es muy diferente de la que tú
puedes tener desde la rive gauche de París, o desde Madrid, o desde
una isla del archipiélago de Estocolmo... "
.......... Ella levantó sus ojos de color celeste
pálido con algo que podía insinuar un temblor, una leve arruga sobre
aguas quietas, y después se concentró en examinar el funcionamiento de
la grabadora.
.......... -"¿Graba?"
.......... -"Sí", dijo: "Está
grabando."
.......... -"Ahora, sin
embargo, he llegado a convencerme de que va a ganar el no."
.......... -"¿Estás seguro?"
.......... -"Si tuviera que apostar, apostaría
que el no gana, y por bastante. . ."
.......... En ese momento preciso las luces de
todo el sector parpadearon y terminaron por apagarse. Hasta la Virgen
del San Cristóbal quedó sumida en la sombra, debajo de un cielo
estrellado.
.......... -"¡Ves! ",
murmuró ella, con un acento que me pareció confirmatorio, casi
triunfal.
.......... -"¿Qué?"
.......... -"Se dice que van a provocar un
apagón, como ahora, y que se van a robar las urnas con los
votos."
.......... -"No es tan fácil
robarse las urnas."
.......... -"¡Pero
esto es una dictadura, Jorge! ¡Cómo no te das cuenta! "
.......... -"Lo sé, Ingrid", le dije,
palmoteándole una mejilla en la penumbra: "Lo sé hace quince
años."
.......... Movió la cabeza con un
gesto de impotencia, como si mi testarudez la agobiara, y yo,
riéndome, hice exactamente lo mismo. Llené su vaso y el mío en la
oscuridad. En ese instante empezaron a volver las luces. Al llamarme
por teléfono, Ingrid había dicho que esta vez quería invitarme ella.
Al restaurant que yo eligiera. Pero yo inventé un compromiso para
excusarme. Aunque el trato con periodistas extranjeros podía ser
simpático a veces, siempre terminaba por resultar abrumador. Sobre
todo cuando llegaban del mundo desarrollado. Nunca dejaban de
trabajar, desde luego: nunca dejaban de sacarnos el jugo. Y para
colmo, nos miraban desde su distancia, con una sonrisa sobradora, como
si ellos fueran los civilizados, los que sabían, y nosotros unos
buenos salvajes. Escuchaban nuestras divertidas respuestas, nuestras
ingenuas teorías, condescendientes, y no nos creían ni una sola
palabra.
.......... Esperé que bajara el
ascensor, y me puse una chaqueta vieja, me peiné un poco, me eché un
par de billetes al bolsillo. Caminé despacio a "El Biógrafo", el café
de la esquina de Lastarria y Villavicencio. Había soldados con
ametralladoras en las calles, una atmósfera pesada. En "El Biógrafo"
bebí otros vinos y comí en el mesón, entre gritos y codazos, en la
incomodidad suma, algo que llaman "tortilla a la española", una bomba
hecha de huevos, cebollas, chorizos. Alguien dijo que el complot
estaba en marcha, y que parecía que el gobierno de Washington lo había
parado. Con la complicidad, dijo, de uno de los Comandantes en Jefe.
¿Lo habrá parado?, insinuó otro. Me palmotearon un hombro y me
invitaron un trago. "Ya es tarde para tragos", dije: "Gracias." www.letras.s5.com
.......... Pensé que Ingrid Larsen llamaría el
jueves por la mañana. Para felicitarme, tuve la ingenuidad de suponer,
como lo hacían muchos amigos chilenos, o para comentar los resultados.
Pues bien, no llamó durante todo ese jueves, un día en que los
alrededores de mi casa se transformaron en un carnaval, y tampoco
llamó el viernes. Me llegué a preguntar si no estaría disgustada, en
el fondo, porque la realidad había desmentido sus teorías, pero era
una buena chica, y sus sentimientos democráticos no admitían dudas.
Después supe que las fuerzas especiales de la policía, al final de la
celebración del día viernes en el Parque O'Higgins, las habían
emprendido ferozmente contra los corresponsales extranjeros, con un
saldo de heridos, contusos y máquinas fotográficas destrozadas. Llamé
en la mañana del sábado al hotel, preocupado, y su habitación no
contestaba. Volví a llamar a las siete de la tarde y su voz me
contestó en el teléfono adelgazada, increiblemente frágil,
tensa.
.......... -"Tengo mucho miedo",
dijo.
.......... -"¿Por qué?"
.......... -"¿No supiste lo que pasó con mis
colegas de la prensa extranjera?"
.......... Había sido un castigo perfectamente
premeditado, "una venganza contra nosotros". Ella había ido esa mañana
a la población La Victoria y había notado que un automóvil de color
blanco la seguía. En el vestíbulo del hotel, al regresar, había
divisado gente rara, de expresiones torvas. Al ir a pedir su llave, le
habían entregado dos mensajes de un señor Mulligan.
.......... -¿Mulligan?
.......... -"Sí... Pensé que sería algún pariente
de Perico, pero me pareció raro que no hubiera dejado un teléfono...
"
.......... Y después, al entrar a su
habitación, el teléfono había vuelto a llamar y ella había sentido
miedo. Al descolgar el fono temblaba de miedo. Primero se había
escuchado una respiración fuerte, unos pasos remotos sobre un suelo de
tablas, música distante, y habían colgado. A los cinco minutos, de
nuevo.
.......... -"¡Aló! "
.......... -"¿Viste lo que les pasó a tus
colegas, sueca concha de tu madre? ¡La próxima vez no te vas a
escapar! "
.......... Ella tocó todos
los timbres de su cabecera, histérica, y pidió auxilio a la recepción.
El descontrol le había hecho perder el castellano, y le costó mucho
darse a entender. La fue a visitar, por fin, un Administrador de terno
oscuro y corbata gris perla, que se inclinó y dijo que el
establecimiento, señora Larsen, ofrece condiciones de seguridad
absoluta. No podían impedir, naturalmente, que una persona llamara por
teléfono desde fuera y dijera cosas desagradables, pero en el interior
del hotel ella podía sentirse perfectamente tranquila. Le avisarían a
la policía, ¡por supuesto! Pero el establecimiento se hacía plenamente
responsable de su seguridad. ¡No faltaría más!
.......... Cuando me terminó de contar esto, le
dije que la esperaría en el bar del hotel a las ocho en punto. Que no
se pusiera nerviosa. Las amenazas telefónicas, en este desgraciado
país, habían sido cosa de todos los días.
.......... Llegué al bar, un recinto
semisubterráneo, donde dominaba la penumbra, sembrado de sillones en
forma de corolas o placentas de cuero mullido, cuando faltaban dos
minutos para las ocho. Ocupé una de las mesas bajas, con cubiertas de
vidrio negro, y empecé a mirar los titulares de "La Segunda", hundido
en una de esas placentas adormecedoras. Ella, con su puntualidad
nórdica, se instaló en el sillón del frente a las ocho en punto.
Bebimos pisco sauer, picoteamos bocadillos untados en mayonesa y
conversamos. Había una cosa, dijo, que ella no me había contado, y que
explicaba su nerviosismo de ahora. Miró para los lados. Comprobé que
estaba inusitadamente nerviosa, ojerosa, estragada. Su mirada se
detuvo durante una fracción de segundo en unos sujetos que ocupaban
una mesa de un rincón más o menos oscuro. Guardó silencio y me pareció
que tragaba con dificultad. Tragaba un bolo de aire, de nada.
.......... Había venido por primera vez a Chile
hacía cinco o seis años, en los inicios de los cacerolazos y de las
protestas callejeras, y las autoridades la habían expulsado con cajas
destempladas. Tres tipos parecidos a esos del rincón, explicó,
tragando y tocándose el pecho con un dedo, habían golpeado a la puerta
de su habitación de hotel, habían entrado a empujones, le habían dicho
que tenía diez minutos para hacer sus maletas, mientras ellos
esperaban en el pasillo, y la habían llevado en uno de esos
automóviles blancos al aeropuerto. ¿Y por qué? Porque había escrito en
los diarios de Suecia sobre las cosas que vio aquí: sobre las
poblaciones hambrientas, las cárceles, los torturados, los
desaparecidos. No era la única periodista extranjera que lo había
hecho, pero no hay nada más impredecible que una policía secreta:
escoge a una persona determinada, no se sabe por qué, quizá para que
sirva de ejemplo, de escarmiento, y deja tranquilas a otras.
.......... -"Además, yo, en Estocolmo, había
hecho mucho por los chilenos, y parece que la Embajada informaba con
lujo de detalles." www.letras.s5.com
.......... -"No tienen otra cosa que hacer", le
dije, "y si eres, además, tan amiga del Perico Mulligan
ese..."
.......... Me miró por debajo de
las cejas, como si se preguntara qué contenían mis palabras: burla,
reproche, celos, qué. Me miró, y resolvió que podía continuar. Yo la
conocía como Ingrid Larsen, pero su nombre completo era Louise Ingrid
Gustafsson Larsen, y en la prensa de Estocolmo y en la radio de
Gotemburgo firmaba sus despachos como Louise Gustafsson.
.......... -"Bonito", dije: "Un nombre muy
literario.
.......... -"Existe Lars
Gustafsson", dijo ella. "Y existe Louise Gustafsson."
.......... Asomó en su cara, por primera vez, la
sonrisa de los encuentros anteriores. Pues bien, había conseguido que
un cónsul de su país le diera otro pasaporte. Nombre registrado:
Ingrid G. Larsen. Premunida de ese documento semifalso, hipócritamente
verdadero, digamos ("como comprenderás, algo muy irregular para los
hábitos de un funcionario sueco, pero por tratarse de Chile..."), y
con un peinado diferente, con su pelo de color natural, porque antes
se lo teñía de un castaño tirado a rojizo, había regresado a Santiago.
.......... -"Tenía un miedo espantoso,
pero estaba loca por ver lo que iba a pasar."
.......... El empleado de la policía de
inmigración pulsó unas teclas de su computadora, miró en la pantalla y
timbró su pasaporte sin mayores trámites. Ella se sintió, entonces,
perfectamente tranquila. Sacó la conclusión de que el país había
cambiado: el incidente de su expulsión pertenecía a la prehistoria.
Llegado el momento, consiguió las credenciales del Comando del No.
Pensó, después, que también necesitaría las credenciales oficiales,
para tener acceso al edificio Diego Portales, donde funcionaría la
central gubernamental de cómputos, para entrevistar a gente de
gobierno, para todo lo que se presentara. Fue, pues, muy oronda, a las
oficinas de DINACOS, la Dirección Nacional de Comunicación Social. Ahí
la atendió, detrás de un mesón, debajo de una fotografía del
Presidente y Capitán General y Primer Infante de la Patria y Candidato
Unico, una señorita anteojuda, que le pidió su pasaporte y dos
fotografías. Diez minutos más tarde, o menos, "porque ellos atienden
muy rápido, sin ninguna burocracia, ¿sabes?", volvió con el pasaporte
y con una cartulina grande, llena de timbres, hecha para ser adherida
a la solapa o colgada del cuello, en forma bien visible.
.......... -"Para que las fuerzas especiales
sepan a quién apalear..."
.......... Mi
chiste sonó un poco lúgubre, y ella se limitó a recibirlo con un
alzamiento de las cejas.
.......... -"Me
levanté de mi asiento", dijo, "recibí mi pasaporte, junto con la
credencial, y leí."
.......... Leyó, en
una caligrafía y una ortografía perfectas: Louise Ingrid Gustafsson
Larsen. Se puso pálida, sintió que le faltaba la respiración, en esa
antesala donde la gente circulaba y donde el retrato del Capitán
General parecía presidirlo todo, y observó que los ojos de la
señorita, detrás de los gruesos anteojos, permanecían perfectamente
inmutables.
.......... Bebí el concho de
mi pisco sauer, llamé al mozo y le pregunté a Louise Ingrid si deseaba
repetirse la dosis.
.......... -"Sí",
dijo ella: "Por favor."
.......... -"¿Y
qué quieres?", le dije: "Ellos no son tan tontos."
.......... Tomaba el avión temprano al día
siguiente, y ahora, después de su segundo pisco, pensaba preparar sus
maletas y ponerse a dormir. Encerrada en su habitación bajo siete
llaves. Sólo cruzaba los dedos para que las voces telefónicas no
volvieran a la carga.
.......... La
acompañé en el ascensor hasta el piso 15 y me despedí de ella, de beso
en la boca, frente a su puerta. Me cercioré de que tuviera cierre de
seguridad y le dije que lo pusiera, aun cuando en el hotel podía estar
perfectamente tranquila. No la noté demasiado tranquila, de todos
modos, mientras juntaba la puerta lentamente, sin desclavarme los
ojos. Sentí el ruido del cierre y me alejé con pasos
enérgicos.
.......... Confieso que al
salir a la calle me sentí aliviado. ¡Estas suecas!, pensaba. Tenía el
proyecto de irme a dormir, yo también, pero resultaba que soy un
goloso sin remedio, un hambriento, y en lugar de caminar hacia la
calle Ismael Valdés Vergara, a la orilla del Parque Forestal, caminé
rumbo al Oriente, cruzando a tranco largo la Plaza Italia.
.......... Caminar es mi único ejercicio, y me
hace muy bien a la salud, de día o de noche, con alcohol en las venas
o sin alcohol. Me acordé del viejo Parque Japonés y de las niñas del
viejo Parque Japonés, las niñas Balmaceda del Río (por la estatua del
Presidente, por el río Mapocho). Ahora no había niñas, y había en
cambio, quizás, asaltantes agazapados entre los arbustos, de modo que
prefería desplazarme por la vereda sur de Providencia. Las luces de
"El Parrón" estaban encendidas, acogedoras, como siempre, y atravesé
la calle para entrar.
.......... Me
instalé en la sala de la entrada, donde sólo comía un par de parejas
silenciosas. Hice mi pedido, una porción de lomo liso, ensalada mixta,
fondos de alcachofa, media botella de vino tinto, y fui al baño. En el
baño, junto a los urinarios, había dos tipos grandotes, mal agestados.
Uno de ellos estaba vestido de pana beige. Era alto, calvo, de cabeza
roja, y tenía un suéter sucio y anteojos redondos. Noté de inmediato
que me había reconocido y que me miraba con ostensible
hostilidad.
.......... -"¿Llegó
Volodia?", preguntó, y como su compañero lo miró con extrañeza, sin
entender, insistió: "Volodia Teitelboim", y quería indicar con eso,
claro estaba, "el rojo, el rogelio, el terrorista".
.......... Supuse que a mis espaldas hacía un
gesto para señalarme. Yo me concentré en mi prosaica tarea frente al
urinario. Me lavé las manos y recibí la toalla de papel que me pasaba
el encargado. El tipo, ahora, interpelaba al encargado por encima de
mis hombros:
.......... -"¿Sabes a qué
hora llega Volodia Teitelboim? Porque tienen reunión aquí."
.......... Me sequé con el máximo de tranquilidad
que pude reunir y busqué unas monedas, evitando cuidadosamente
cualquier gesto que me traicionara.
..........
"Su propina es mi sueldo", rezaba un letrero escrito con
rotulador negro sobre cartulina. Adiviné, al salir, las miradas que me
seguían.
.......... Justo en el momento
en que llegaba mi pedido, los dos tipejos entraron a la sala y se
instalaron a cuatro mesas de distancia. Yo mastiqué con dificultad.
Traté de pasar la carne con un sorbo de vino. Un proyectil de miga de
pan me golpeó en la oreja, y el golpe fue seguido de una carcajada
estrepitosa. Me puse de pie, crucé el corredor del centro y entré al
bar a buscar al Administrador, pero me dijeron que ya no
estaba.
.......... También yo, pensé,
tengo que recurrir a los administradores, y los administradores
recurridos se escurren... Como anguilas. Le hablé al mesonero, que sí
estaba en su sitio, manipulando botellas de todos colores, y me dijo
que me podían servir en el mismo mesón, si yo quería, o en las mesas
del bar. Ahí me dejarían tranquilo.
.......... -"¡Páseme la cuenta! ", le ordené,
furioso, y volví a la sala de la entrada a buscar mi chaqueta. El lomo
se achicharraba en su parrilla, y la ensalada mixta se ponía fiambre.
Los dos tipejos masticaban a dos carrillos y no se dignaron a mirarme.
Uno de los mozos se me acercó, y el mesonero, desde su refugio detrás
del mesón, al otro lado del corredor, lo llamó y le dijo que no me
cobrara.
.......... -"Deberían
seleccionar un poco mejor a su clientela", le dije.
.......... El mesonero hizo un gesto de
impotencia.
.......... -"¿ No se le
ofrece un bajativo, por cuenta de la casa?"
.......... Ni siquiera me di el trabajo de
contestarle. Tomé un taxi, porque ahora veía que la noche de Santiago
no era tan segura. Nunca, en todos estos años, había sido segura, para
qué estábamos con cuentos. "¡Pobre sueca! ", murmuré, y murmuré
después: "¡Pobre de nosotros!"
en Cuentos completos
1988