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Jorge Edwards
¿Qué entiende usted
por cuento? "Cuento es una obra
literaria en prosa, que expresa, con rigor de síntesis, una
situación, a diferencia de la novela, que expresa un cúmulo de
situaciones, un mundo; y en que el autor ofrece al lector, desde
una pequeña perspectiva, su visión de la realidad, a diferencia de
la novela, en que la perspectiva propuesta es extensa y
cambiante".
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L
A .. H E R I D A
(cuento)
.......... Los muchachos trepaban al muro en una parte semiderrumbada, y
avanzaban, con grandes precauciones, por la cima. Uno de ellos se
aferró a las ramas de un árbol que estorbaban el paso, pero ante las
violentas protestas de sus seguidores tuvo que continuar. Pronto las
paredes de la casa lo ocultaron. .......... -¡La vuelta al mundo! ¡La vuelta al
mundo! -gritaban, y las voces permanecían vibrando en la tarde
aletargada, calurosa. .......... Tras de
mirar al suelo, melancólico, Pedro se lanzó por el tobogán. Cayó en el
cuadrado de arena y se puso de pie, restregando sus manos. No todos
habían partido al muro; algunos conversaban en pequeños grupos, o
jugaban, o contemplaban, con lánguido ensimismamiento, algún punto
vago del jardín. Don Ernesto, dueño de casa, y las señoras Amelia y
Soledad, que ocupaban las sillas de lona de la galería, habían
dirigido hacia él sus miradas. Maquinalmente comenzó a subir la escala
de nuevo. proyecto patrimonio .......... Quizás en qué pensaba cuando
propusieron la idea de recorrer el muro. El echo es que, sin él darse
cuenta, lo dejaron solo, y ahora resultaba humillante plegarse, sin
una expresa invitación, a las filas. Era preferible fingir que
continuaba en el tobogán por su propia voluntad. .......... Cuando estuvo arriba, vió el tejado de
planchas oscuras, calcinadas por el calor. Los gritos llegaban desde
lejos. Ninguna brisa, bajo el sol ardiente, removía el aire. .......... Pedro se sentó en la cumbre del
tobogán. Lo más avanzados de la fila fueron apareciendo. Caminaban
silenciosos, cansados de gritar, y con mucho mayor soltura. Uno de
ellos que había levantado la vista, la fijó en él fugazmente, sin
parecer extrañarse de su aislamiento. Siguió caminando, con la vista
clavada en el angosto sendero. .......... "¡No tengo nada que ver con ellos!
-pensó Pedro, frunciendo los labios con furia-. ¡No debí venir a la
fiesta!" .......... Los primeros
comenzaron a descolgarse del muro. En grupos desiguales, se acercaron
a la casa. Don Ernesto se hallaba tendido en la silla, con los pies
cruzados y entrelazadas las manos. Por su rostro extendíase una
plácida sonrisa: .......... -¿Ninguno se
rompió algún hueso? .......... -¡No!
¡Ninguno! .......... -Digánle que no
sigan. Ya es hora de que tomen té. ..........
Los ojos de uno de los muchachos toparon sorprendidos a
Pedro: .......... -¿Qué haces ahí
todavía? .......... -Nada. Es que me dió
flojera seguirlos a ustedes... www.letras.s5.com .......... -¡Bájate! Vamos a ir a tomar
té. .......... Pedro lo miró sin
contestar. Después de un momento, se dió un impulso, sintiendo,
mientras caía, una sensacion extraña y dolorosa en la mano izquierda,
como si la hubera herido algo caliente. Se puso de pie, sacudiéndose
con la otra mano, y vió con asombro que la izquierda estaba cubierta
de sangre. ......... -¡Miren! -exclamó-.
¡Miren lo que me hice! .......... Los
que pasaban cerca se volvieron: .......... -¿Qué te pasó? .......... Se acercaron, curiosos, y un grupo
cada vez mayor fué formándose alrededor de Pedro. .......... -¿Qué le pasó? -preguntaban. .......... -Seguro que fué un clavo
salido... .......... -Claro.
Seguramente... .......... -Eso ha sido
-dijo Pedro con tranquilidad. ..........
Escurriéndose por entre sus dedos, la sangre goteaba en la
arena. .......... -A ver... Déjenme
pasar. -Intimidados, los muchachos abrieron paso a don Ernesto. Las
dos señoras se mantuvieron a prudente distancia, muy preocupadas,
mientras inspeccionaba por ellas un señor corpulento y de
bigotes. .......... -No es nada -les
anunció el señor, después de un rápido vistazo. .......... La expresión de las señoras, sin
embargo, era tensa. .......... -¡Cómo
sale la sangre! -dijo alguien. .......... La visión de su sangre le había
producido a Pedro una mezcla de inquietud y orgullo. El era, de
pronto, el personaje principal de aquella tarde. .......... La señora Soledad, que no había podido
verlo hasta se instante, contrajo los músculos faciales y se llevó una
mano al mentón: .......... -¡Está pálido
como un muerto! .......... -Ven -dijo
don Ernesto. Lo empujó suavemente por un hombro-. No es nada tu
herida; un poco de yodo y se te sana. .......... Los muchachos lo dejaron pasar y
aprovecharon para observar su mano con extremada atención. El la
llevaba en alto, para no mancharse con la sangre. .......... Al oír hablar de yodo, uno de ellos
puso una expresión adolorida: ..........
-¡Eso arde como caballo! ...........
Pedro sintió que sus piernas apenas podían sostenerlo. Se nublaba su
vista. Ante la perspectiva del dolor, prefería, sin duda, que la
herida no sanara tan luego. Caminó despacio, mientras el malestar
amainaba. .......... -Bueno, niños -dijo
don Ernesto, una vez que llegaron a la galería-. Ustedes sigan
jugando, no más. No se preocupen de Pedro. .......... Lo hizo penetrar en un gran salón
semioscuro y de agradable frescura; el calor del verano, al parecer,
se había detenido en los umbrales. .......... -Por favor, Amelia -dijo, mirándola
con aire profesional-. ¿Por que no me traes un frasquito de yodo y un
poco de algodón? Siéntate, Pedro -agregó en seguida-; después te voy a
dar un coñac y vas a ver cómo te sientes mejor
inmediatamente. .......... El malestar
había disminuído, pero el corazón de Pedro palpitaba con fuerza
increíble. .......... -¡Claro! -exclamó
el señor de bigotes, como si hubieran aludido una de sus opiniones
favoritas-; con el coñac se va a sentir como nuevo. .......... -¿Quieres que le traiga un poquito?
-preguntó, desde atrás, la señora Soledad, que hasta ese momento
guardaba un atento y circunspecto silencio. .......... -Por favor... ¿Por qué no traes una
copa chica? .......... Pedro, también
por orden de don Ernesto, se tendió en un diván, junto a un cojín
negro bordado con hilo de diversos colores. .......... -¿Duele mucho el yodo? -preguntó, y su
voz queria pedir indulgencia y, al mismo tiempo, pasar
inadvertida. ........... -No -dijo don
Ernesto-. ¡Qué te va a doler! Te arde un ratito, nada más. .......... Pedro se acomodó en el diván, pese a
que las últimas palabras no lo tranquilizaron por completo. .......... La señora Amelia trajo un frasco muy
pequeño y un pedazo de algodón. .......... Toamando el algodón, don Ernesto lo
empapó en el yodo que le ofrecía la señora Amelia, y lo aplicó sin
demora, con vigor, sobre la herida. www.letras.s5.com
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.......... -¿Cómo te sientes ahora? .......... -Bien... -dijo Pedro, colocando la
copa de coñac encima de una mesa. Su rostro estaba rojo, y sentía, por
todo el cuerpo, un calor reconfortante. .......... -Diles a los niños que vengan un rato,
si quieren -dijo don Ernesto a la señora Amelia-. Mejor que este
hombre aún descanse un poco. ..........
Pedro sentía una sensación muy agradable; una profunda calma. Ni
siquiera recordaba su exasperado sentimiento de soledad y humillación;
ahora era como si todos giraran alrededor suyo. .......... Los muchachos comenzaron a entrar en
la pieza en penumbra muy serios y en correcto orden. Poco a poco lo
fueron rodeando. .......... -¿Cómo te
sientes? ..........
-Bien... -dijo él-. Me siento perfectamente. .......... Los de atrás levantaban la cabeza,
llenos de impaciencia por mirarlo. Transcurrieron momentos de
embarazoso silencio. .......... -Bueno,
entonces... Después ven al jardín. Nosotros vamos a estar allí hasta
más tarde. .......... -Muy bien -dijo
Pedro-. En el jardín nos juntamos... Y gracias por la visita...
-Esbozó una sonrisa. .......... -Hasta
más rato -dijeron ellos. Salieron lentamente, sin aropellarse, y se
alejaron por un corredor. Luego Pedro los oyó precipitarse al jardín y
resonaron sus gritos, confusos y lejanos. El se sintió contento de
poder estar unos minutos solo, aunque no dejaba de temer que una de
las señoras llegara, con el propósito de hacerle larga compañía. Los
gritos, entretanto, de nuevo despreocupados e indiferentes, llegaban
desde muy lejos, desde la cercanías del muro
semiderruido.
en Antología del Nuevo Cuento
Chileno por Enrique Lafourcade Zig-Zag
1954
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