por
Hugo Montes B.
El Museo
de Cera,
Jorge Edwards
Editorial Bruguera, Madrid,
1981.
..... El ambiente es, sin perjuicio de cierta voluntaria
ambiguedad, muy chileno. Y lo es toda la situación narrativa, ordenada
desde un pasado histórico inmediato que los adultos recordamos muy
bien. Estamos, casi, ante una novela en clave, cuya realidad humana,
política y social nos es bien conocida.
..... Sin embargo, se
presenta la novela también como una obra de alcances simbólicos, de
modo que cada personaje, siendo quien es, representa girones de
humanidad que, estando aquí y ahora, podrían estar en todas partes y
en cualquier momento. Una vez más se llega a la universalidad desde el
trazo localista y singular.
..... El protagonista -un
marqués de pergaminos auténticos, con dinero y ascendiente sobre
amigos y enemigos- aparece cuando su esplendor empieza a decaer. Más
precisamente, la novela historía esa decadencia; es la historia de una
caída irremediable, producida por el paso de los años y por el
advenimiento de nuevas situaciones socio-políticas que el aristócrata,
a pesar de cierta curiosa apertura espiritual, no está en codiciones
de asumir. Un malhadado matrimonio, llevado con autoritarismo
insensato, termina por sacar al protagonista de su mundo superior. La
esposa se lía con su profesor de música, un bohemio italianado y
decadente, y es sorprendida in fraganti por su marido. La escena del
adulterio será perpetuada en figuras de cera de un realismo
exasperante, en un gesto revelador de masoquismo o de otra
perturbación síquica del marqués, que ordenó hacerlas.
..... Hay un contrapunto constante entre la vida de club -refinada,
convencional y cínica- y la que ocurre en la calle, plural y activa.
El marqués, frecuentador de ambas, es quien da unidad al
conjunto.
..... El narrador -un
nosotros que sigue los pasos interiores y físicos del
protagonista- es capaz de ver y mostrar los defectos de ambas vidas,
de modo que no se presentan las cosas en blanco y negro. La crítica,
por lo mismo, va a tirios y troyanos con objetividad digna de encomio.
Hay sin embargo, instancias en que el negro queda a la vista, sin
contrapeso de ningún tipo. Es el caso del mariscal, de los escultores
de vanguardia, del poeta que se automutila y de la cocinera, personaje
espléndidamente elaborado y que merece comentarios especiales, que
necesariamente han de quedar para otra oportunidad.
..... La trama novelesca da pronto en una suerte de gran alegoría
tragicómica, con ribetes de seriedad y con mucho de burla, de humor
cruel que deja pensando y riendo a la vez. Los personajes, por
momentos reales hasta el punto que se les puede llamar con nombre y
apellido, se deforman, se esfuman casi hacia la inexistencia. Van de
la descripción, punto menos que fotográfica, a la caricatura y, como
se dice en la solapa del libro, al esperpento.
..... Sí, esperpento es el Marqués de Villa-Rica, gran señor que
quién sabe si existió. La verdad es que no importa tanto si fue hombre
de carne y hueso, mera entelequia literaria o imaginación de los que
dicen haberlo conocido, pues como sea, representa a muchos de un mundo
caduco, válido alguna vez pero ya definitivamente
pasado.
..... Jorge Edwards ha escrito
una novela vigorosa, compacta, de lecturas múltiples, muestra de
madurez y plenitud, de capacidad forjadora de ficciones que son o
pueden ser más que ficciones. Novela también que resulta amena,
crítica y reveladora en no pequeña medida de lo que somos y de donde
estamos.
en
revista Mensaje Nº301, agosto de 1981.