En la historia de la literatura chilena, abundan los encuentros literarios,
poetas viajando al norte y sur del país para luego encontrarse
en Santiago, y seguir leyendo entre tantas cabezas atentas y descontentas
de mucho. Sin embargo, existen periodos que han sido cubiertos por
el desencuentro,
por
impulsos a medias, por precariedades en la producción textual,
en definitiva periodos signados por la omisión de la palabra.
Recién a mediados de los ochenta, se inicia un retorno a la
palabra, los encuentros vuelven a ocurrir, los poetas dejan la barricada
y retoman la escritura, se suceden y con mucha continuidad los encuentros
en la universidades y en los centros culturales binacionales, reaparecen
las revistas literarias y las páginas se llenan de poesía,
se crean editoriales dirigidas por los mismos poetas jóvenes,
debo mencionar Trombo Azul de Valparaíso, donde Sergio Saldes
y Marcelo Novoa, realizaron un tremendo aporte publicando a poetas
de la 5a región. Se daba inicio a un momento de mucha actividad,
todos teníamos el deseo incontrolable de escribir y escribir,
nos topábamos Con Víctor Hugo Díaz, ganador del
premio Pablo Neruda de este año, Juan Pablo Sutherland, Guillermo
Valenzuela, el Pedro Lemebel, el Jorge Núñez, el Raúl
Muñoz y cuántos más que hoy ya no están
en esto de la creación literaria.
Vino la década del 90, y los encuentros y la producción
continuaron, ahora se trataba del gobierno propiciando para que esto
se diera, no obstante fue una época marcada por la construcción
de los
fragmentos o de tribus, de pertenencias a raíz de la falta
de identidades, las tribus vienen a dar algún tipo de identificación,
recuerdo un encuentro que se realizó en Chillan, organizado
entre otros por Hugo Quintana, se habló reiteradamente de las
tribus literarias. Al inicio de este nuevo siglo,
emerge una voz en la poesía joven chilena decidida a cambiarlo
todo, con la clara intención de pasar por alto el pasado, incluso
el más reciente, y diseñar su propia escena, se trata
de poetas marcados por el comienzo de una historia, lo que ha llevado
a que aparezcan propuestas decididamente novedosas, me refiero al
grupo literario Nadista, y entre sus particularidades está
que los libros que publican son fabricados artesanalmente por ellos
mismos. No se puede olvidar a Pablo de Rokha que hizo algo muy similar.
Además de este grupo, se suceden los encuentros de poetas,
el más publicitado ha sido Poquita Fe, desarrollado fundamentalmente
en la Sociedad de
Escritores de Chile (S.E.CH), evento que ojalá pueda llevar
nuevos aires a esa casa que vive del pasado. También debo mencionar,
la creciente participación de poetas y narradores jóvenes
en los diversos talleres literarios, con esto quiero decir que la
poesía y la narrativa es posible que por
primera vez se encuentren en un escenario que furiosamente las desea,
ya que a través de las redes se percibe que algo está
ocurriendo y haremos lo posible para que se dé.
Ahora bien, Revista El Ermitaño con el objeto de
posibilitar una mayor participación literaria, desde este número
5, inicia el Taller de Narrativa, a cargo de María Elena Monsalve,
el taller entregará diversas informaciones y actividades vinculadas
a la escritura narrativa, invitamos a seguirlo y
escribir.