Edipo
y su padre
(en Semana Santa)
Por
Gabriel Castro Rodríguez
El 2002 intelectualmente
conocí las palabras de Hemingway a su hija: "Cada uno es su propio
padre". Cuatro años más tarde recién las incorporo en
por lo menos dos sentidos: "En nosotros adultos siempre mora la ausencia
o la presencia de la figura paterna" y/o "Cada adulto debe albergar
en su interior a quien nos cuida, aconseja, acompaña y pone límites".
Hoy el calendario litúrgico católico nos instala en otro
final de Semana Santa, es decir ha ocurrido otra vez la pasión, muerte
y resurrección del primogénito de Dios, quien de tanto amor al mundo
lo entregó
a la cruz sin ángel que lo protegiera. El concepto central de esta fe se
encuentra todo aquí: la inmolación, la culpa, el dolor.
Y El primogénito se llama el libro de poemas de Ernesto Guajardo
(Santiago, 1967. Bibliotecólogo y periodista representante de RIL editores
para la región). No es poeta primerizo, ni tampoco desdeñable según
su colega Juan Cameron, quien extraña su ausencia en antologías
de poesía contemporánea chilena. Después de leer el libro
que hoy comento, estoy plenamente de acuerdo.
A diferencia de la celebración
católica, aquí el primer inmolado es el padre, digo primer porque
quien lo secunda y lo duele es el hijo, por nombrar parte de la cadena dolorosa
provocada. Pasión, muerte paterna con resurrección sustentada en
el recuerdo: "Fue. Nunca más volverá a ser. Recuérdalo".
Son las palabras de Paul Auster que inician el libro junto a las hermosas y dolorosas
de Efraín Barquero.
En la primera parte homónima del libro
nos enteramos que el mar es el depositario del perdido y donde el hijo busca:
"conoce el lugar exacto / donde se desintegra el cuerpo que espera: / prefiere
creer en el mar, / confiarle a ese cementerio en movimiento..." (p. 12).
"Vástagos nos hicieron, luego / bastardos nos tratarían,
/ seremos ahora todo el rencor de caín, / la podredumbre de los amados
cuerpos convertida en nuestro aliento..." (p. 73) Son algunos de los versos
finales que cierran la segunda parte, "Los vástagos".
"Finalmente / todos fueron extraviados / en el universo de lo salobre, todos,
/ estos, los cuerpos de los antiguos, / ahora arenas..." (p. 91) versifica
Guajardo al final de la tercera, "Los antiguos".
La última
parte, "Act est fabula", efectivamente como Cameron en su momento comentó,
si bien definitivamente mantiene el hilo conductor de las precedentes, formalmente
se le distancia, logrando unidad propia, no por eso, sino que justamente por ello,
se llena de sentido y consecuencia matemática con lo anterior, recordando
en narrativa lo mejor de Eltit y en poesía lo mejor de los ochenta chilenos.
Inteligente y sensible que el libro termine así abierto.
Una nota
advierte: "Este fragmento, y los que siguen a continuación, corresponden
a un cuaderno encontrado en la calle por Soledad Escudero y el autor". Este
da cuenta del hijo esquizofrénico a través de un marginal, atribulado
y amoroso padre. Combinados con más poemas del otro hijo -Guajardo- quien
amplía el tópico de todo el libro con la a veces irónica
y paradójica reflexión metaliteraria que nos viene desde Lihn hasta
nuestros días: "para que todos seamos un poco felices / se inventan
los espejos de papel" (p. 100). También aparece muy fuerte el yo poético
confesional: "mi bohemia fue el miedo" (p. 103) que de pronto ilumina
todo el libro incluyendo tapa, contratapa y las dos dedicatorias: "...por
eso fui náufrago, / primogénito-vástago / (...) / quién
soy: el primogénito, el vástago, ¡el antiguo!" (pp. 104-105).
Y
cuando al hijo, adulto y deudo de detenido desaparecido -parentesco poco explorado
literariamente de nuestra vergüenza nacional- no le queda más en su
duelo que la negación, tras los poemas y su vida: "aquí, nada
ha / acontecido" (p. 109), ocurre la resurrección: "...ignora
/ que me lleva el anhelo del abrazo", "Habla el padre", (p. 131).