El criterio empleado en la selección de obras dentro de la
historia de la literatura occidental ha cambiado radicalmente en las
últimas décadas. Anteriormente, cuando de selección
se trataba, solo los hombres tenían un papel protagónico,
mientras que las poetas mujeres quedaban en la esfera concerniente
a lo privado porque carecían de poder y por consiguiente de
medios de expresión (Guillory 143). Pero, actualmente, la crítica
occidental (que ahora está también compuesta por mujeres)
está tratando de trascender estas limitaciones y busca desarrollar
e implementar herramientas más modernas y eficientes que le
permitan entender e incluir dentro del canon literario obras que pertenecen
a sociedades periféricas como la nuestra.
Hablar tanto de sociedad periférica como de exclusión,
en nuestro medio, puede sonar exagerado, pero, como bien señala
la crítica Esther Castañeda, la poesía escrita
por mujeres fue, por mucho tiempo, "ignorada y subestimada por
la crítica convencional" (II). Para esta estudiosa, la
única manera de evitar esa invisibilización es la participación
en antologías (III); pero esto tampoco es sencillo, pues, en
una primera mirada sobre las antologías publicadas, se advierte-por
lo menos en una veintena de ellas-la poca presencia o total ausencia
de poesía escrita por mujeres. Esta exclusión, supuestamente,
obedece a lo que la crítica convencional denomina "falta
de calidad estética" (III); pero, según Castañeda,
se debe más bien a que esta no acepta la posibilidad de que
sus criterios de selección estén errados y basados,
por un lado, en "gustos y prejuicios del medio social";
y por otro, en el ejercicio de un "sexismo en los círculos
literarios" (III)(1) . Lo cierto
es que, no es sino hasta los años ochenta cuando se observa
una radical renovación en el horizonte patriarcal de la literatura
peruana, la cual responde a situaciones sociales específicas
como la proliferación de grupos feministas autónomos(2)
. Durante esta década, críticas sobre la literatura
latinoamericana como la de Lucía Guerra-Cunningham, Percas
de Ponseti y Beth Miller inician un diálogo que rescata narrativas
y poéticas de escritoras del siglo XIX. Gracias a este diálogo,
muchas escritoras latinoamericanas ingresan al debate en torno a la
escritura de mujer, y reconocen, en algunas de ellas, valiosos aportes
para la literatura latinoamericana.
El desarrollo sobre estudios de género avanzó rápidamente,
permitiendo a las nuevas estudiosas trabajar sobre poetas contemporáneas.
Es en ese marco que Silvia Bermúdez dedica una parte de su
estudio a la literatura peruana escrita por mujeres durante los ochenta.
Por un lado, ella celebra la publicación de la antología
de Roland Forgues y Marco Martos, La escritura, un acto de amor
(1989), porque su aparición marca la inscripción oficial
de las voces femeninas en los archivos de la literatura peruana (302).
Mientras que, por otro, señala que dicha antología sufre
de una cierta voluntad paternalista, en la medida en que busca determinar
negativamente el espacio de la escritura femenina (303). Según
esta crítica, el título de la antología sesga
la lectura porque induce al lector a juzgar el contenido a partir
de la supuesta naturalidad de las relaciones entre los conceptos mujer-escritura-amor.
Es significativo también, que, en los primeros
párrafos del prólogo, Forgues y Martos indiquen que,
en la poesía de la sociedad patriarcal, "la mujer ha tenido
desde siempre un lugar aparentemente privilegiado: el de musa"
(9). Se desprende de allí, que la significación de la
mujer dentro del espacio letrado está asociada con la función
de musa inspiradora, pero no conlleva la posibilidad de que sea agente
creador. Esta observación se hace más clara al final
del prólogo, cuando los autores afirman que: "Las musas
han descendido del Olimpo y se han mezclado con los hombres"
(226). Indudablemente, esta posición es desventajosa porque
enmarca la poesía escrita por mujeres dentro de las coordenadas
patriarcales mujer-cuerpo-naturaleza y condiciona, no solo la lectura
de los receptores, sino también la escritura de las creadoras.
Así, en el caso de los receptores, se estereotipa a la mujer,
y se genera la expectativa de un cierto tipo de escritura que relaciona,
invariablemente, el tema del amor con el del sujeto amado y su cuerpo.
Mientras que, por el lado de las creadoras, condiciona su escritura
y las empuja a cumplir con los programas que la crítica convencional
propone para que sean incluidas en una antología.
Hablar de exclusión no parece, entonces, exagerado, sobre todo
si tenemos en cuenta que, en un recuento de las principales antologías
y estudios importantes, nos tropezamos con un número limitado
de publicaciones que incluyen la producción de mujeres. Pero
la situación se agrava, si partimos de que la función
de las antologías es dar a conocer nuevas y diferentes poéticas-y,
a partir de allí, tienen la finalidad de esbozar la historia
literaria-. Este vacío se observa en trabajos como la Antología
de la poesía peruana (1965), de Alberto Escobar, o en la
Antología general de la poesía peruana (1957),
de Alejandro Romualdo y Sebastián Salazar Bondy, que bajo los
criterios de "a) significación histórica y estética
de los autores y sus obras, y b) repercusión universal o nacional
de ellos" (7) registra en su libro solo a tres poetas mujeres,
y ello a pesar de moverse en un marco tan amplio que se extiende desde
la literatura oral andina hasta la escrita castellana. Los autores
contemplan en su libro solo a Amarilis, que es vista como la única
mujer representante de la poesía escrita durante la conquista
y la colonia; a Blanca Varela; y a Cecilia Bustamante. Las dos últimas
consideradas dos casos excepcionales dentro de la poesía peruana
contemporánea. Una cosa semejante ocurre en la compilación
de Alberto Escobar, Antología de la poesía peruana,
donde la presencia de mujeres es igual de escasa. La antología
sólo señala a cuatro autoras dentro de una lista bastante
larga de poetas hombres, me refiero a Blanca Varela (1926), Lola Thorne
(1931), Cecilia Bustamante (1932) y María Emilia Cornejo (1940-1972).
Además de las dos compilaciones señaladas, tenemos la
antología Poesía (1963), de Javier Sologuren, que es
la que consigna la mayor cantidad de poetas mujeres de la primera
mitad del siglo XX. La lista se ensancha en este libro y se pueden
leer los textos de poetas como Lola Thorne, Sarina Helfgott, Carmen
Luz Bejarano, Raquel Jodorowsky, y también, de Cecilia Bustamante
y Blanca Varela.
A pesar de estas grandes omisiones, la labor de estos intelectuales
merece reconocimiento, ya que después de estas, la mayor parte
de las nuevas antologías incluye únicamente poesía
escrita por hombres; esos son los casos de Vuelta a la otra margen
(1970), de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo; Estos trece (1973),
de José Miguel Oviedo; y la Antología de la poesía
peruana del siglo XX: (años 60/70) (1978) de César
Toro Montalvo, quienes ni siquiera consideraron a Cecilia Bustamante,
a pesar de que ganó el Premio Nacional de Poesía en
1965. En todo caso, lo cuestionable en relación con las dos
últimas antologías mencionadas, es que tenían
un precedente en la publicación de Presencia de la mujer
peruana en la poesía (1971), libro editado por el Consejo
Nacional de Mujeres del Perú con la intención fue reunir
nombres de escritoras desde la colonia hasta la república (reunió
120 nombres) para demostrar la existencia de la escritura de mujer
en el Perú. Este arduo trabajo no motivó ni a Oviedo
ni a Toro Montalvo, y ambos se concentraron solamente en la poesía
escrita por hombres.
A pesar de la aparición del debate sobre género en América
Latina, durante los ochenta, y de los continuos reclamos de las estudiosas
ante la ausencia de la poesía escrita por mujeres dentro del
canon, en Perú no aparecen antologías que reúnan
exclusivamente textos poéticos de escritoras, o antologías
generales en las que se pondere adecuadamente el trabajo literario
de mujeres, salvo por la compilación de Roland Forgues y Marco
Martos, La escritura, un acto de amor (1989), que se convirtió
en la primera antología oficial de poesía de mujeres.
De hecho, antes de la publicación de este libro, en los ochenta,
los únicos en elaborar una suerte de antología de la
poesía escrita por mujeres fueron los de las revistas literarias
La casa de cartón (1986) y Lienzo (1988). Si
bien ambas revistas recogen un buen número de autoras, tanto
narradoras como poetas, sus esfuerzos por reunir y comprender la poesía
escrita por mujeres no alcanzan el nivel de representatividad que
estos estudios lograron en otros lugares de Latinoamérica,
donde ya había surgido, dentro de la crítica literaria
feminista, el debate sobre la escritura de mujer, la búsqueda
de un espacio propio y las relaciones de poder que se presentan dentro
y fuera del texto.
Posteriormente, a mediados de los noventa, se observa un cambio radical
en el criterio de selección, y las antologías presentan
tanto a escritores como a escritoras. Muestra de ello son los trabajos
de José Beltrán Peña, Antología de
la poesía peruana: Generación del 70 (3)
y el de Miguel Ángel Zapata y José Antonio Mazzotti,
El bosque de los huesos: Antología de la nueva poesía
peruana 1963-1993, ambas publicadas en 1995. Este mismo año
y con la intención de reunir toda la poesía escrita
por mujeres durante el siglo XX, el Consejo Nacional de Mujeres del
Perú publica Antología poética: peruanas del
siglo XX. Este trabajo se convierte en un documento que registra
toda la poesía escrita por aquellas mujeres que participaron
en actividades culturales y publicaron en revistas y pequeñas
plaquetas salidas durante los ochenta. Pero, no es sino hasta mediados
de los noventa, y gracias al incremento en los índices de la
recepción, que se hace posible la publicación continua
de libros. Esta oportunidad es aprovechada para hacer varias publicaciones,
entre las que se cuentan dos importantes antologías dirigidas
por Lady Rojas Trempe y Ricardo González Vigil. La primera,
Alumbramiento verbal en los 90. Escritoras peruanas: signos y pláticas
(1999), se caracteriza por compilar "voces femeninas" del
siglo XX, y en ella, Rojas Trempe historia, en su prólogo,
parte del proceso que atraviesa la literatura escrita por mujeres
hasta nuestros días. La segunda antología a la que me
refiero, la de González Vigil, Poesía peruana siglo
XX (1999), es una compilación de escritores que encierra la
producción de mujeres, incluso, hasta los últimos años
de los noventa.
Si bien el panorama general de recepción y producción
de textos escritos por mujeres ha mejorado notablemente, no se trata,
como se ha visto hasta ahora, en ningún caso, de un proceso
consumado, y es necesario llamar la atención sobre un problema
fundamental que recorren las antologías, sobre todo las que
son exclusivamente de mujeres. Me refiero a que la mayoría
de estas presenta alguna marca de género, es decir un rótulo
que identifica la poesía de los ochenta y noventa, preferentemente
como "poesía erótica", "poesía
femenina", o "poesía intimista"; y cuando la
autora trata de escapar del molde, corre el riesgo de ser invisibilizada.
Esta presión externa produce, a veces, el condicionamiento
de la escritura, es decir, se empieza a escribir "poesía
erótica" para estar dentro de una antología ya
que-como Castañeda ha señalado-es el único medio
de ser aceptada por los críticos y de ser incluida en el espacio
literario.
* * *
Notas
(1) Véase
la introducción de Catañeda en la antología editada
por Cecilia Barcellos de Zarria, Beatriz Hart de Fernández,
entre otras. Antología poética: peruanas del siglo XX
(Lima: Ediciones GAP, 1995): III-VIII.
(2) Se refiere principalmente a los centros
Manuela Ramos y Flora Tristán; aunque ya en 1973
existía una pequeña organización de mujeres llamada
Acción para la liberación de la mujer Peruana
(ALIMUPER).
(3) El compilador sólo reconoce
a Carmen Ollé (1947) y María Emilia Cornejo (1949-1972)
dentro de esta promoción.