Eduardo Jeria
Por Ernesto González Barnert
Eduardo Jería (Valparaíso, 1977) con “Jardín Japonés” ha alcanzado esa difícil sencillez del habla, esa que sin perder concisión o profundidad, sobretodo profundidad emocional, nos abraza, deleita pero también nos enseña, establece una extraña comunión, dialogo, proximidad al leerle, que es también leernos, tranquilamente, mientras afuera el mar sigue encontrando sus orillas, una mano siente los presagios al llevar al fondo de la tierra el macizo ataúd, un hombre hunde su sal en ella sin derramar ninguna caricia. Sí, aplaudimos este libro como cada libro que nos sabe decir cuando no seamos más que vino derramado en la mesa, cuando las frías sombras señorean sobre nuestros cuerpos, cuando la condena esta sellada en nuestros labios y ojos: alguien leerá algún poema a la memoria de este viaje al propio jardín, escuchará el rumor de estos torsos trabados como juncos en el agua, cimbrándose.
- ¿Que significa para ti Eduardo escribir Poesía?
- Más que un cómo o un cuándo, escribir para mí significa siempre un para qué. Escribir es mi manera de conectarme a eso más real que la propia página. El desafío de que las palabras sean más que ellas mismas. Rodear aquello que no puede ser dicho de modo directo, porque lo ignoramos, porque lo desconocemos hasta que deja su traza –fría, seca– en la página.
¿Cómo? La poesía es reiteración y reverberación. Reiteración porque se toma el sentido, se lo reversa y de todos modos se muestra lo que todo el mundo ya sabe. Porque los poetas mienten, la poesía es siempre certera. Reverberación porque la poesía es siempre algo que regresa, que no se muestra de una sola vez, sino que se oculta. En cada poema hay dos poemas. El dicho y el que queda como un eco en la cabeza del lector.
La poesía es lucidez, hallazgo, transformación. Lucidez para poder visitar lo que se ignoraba. Hallazgo de todo lo que pueda ser dicho. Y transformación de nuestras amargas materias en algo más.
Mi desafío: traicionar al poeta al cambiar siempre y seguir fiel a aquel que no escribe. Merecer el silencio que viene tras el texto.
- ¿Para quién escribes?
- Cuando escribo pienso en un Lector. Así, con mayúscula. Ese Lector, sin embargo, no es un target, ni un ente que valida lo que escribo, sino el abismo en el cual resuena y se completa el poema en el acto de leer. En ese sentido mi Lector es una posibilidad que es maravillosamente incierta. ¿Quién será? ¿Qué traerá al poema? ¿qué rastro deja el poema en él? Es cierto que el primer lector soy yo, indudablemente, pero creo que la poesía puede dar cuenta del más allá que son los semejantes. En ese sentido, toda poesía para un lector, porque constituye un ciclo que no se cierra sino hasta que el lector hace el gesto de dar vuelta la página, de bajar con sus ojos de un verso a otro. En esa interacción la única voz explota en múltiples sentidos. Si no fuese así ¿por qué nos molestamos en publicar? ¿por qué hacemos esfuerzos para darle nuestro libro a nuestros pares? ¿o para qué esperamos que lleguen nuestros textos a quienes se pasean anónimamente por las librerías? Y nosotros mismos ¿por qué declaramos con fervor nuestro amor por la lectura sino es porque reconocemos nuestro rol en este proceso?
- ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu alrededor, alguna cosa, haces algo
en particular, etc.?
-
La soledad siempre ha sido la mejor respuesta a las exigencias de escribir. En la pequeña biblioteca de mi departamento, en la noche, en general tengo buenos momentos. Sin embargo, no tengo ni una fórmula ni una receta que sirva para todos los casos. Por eso uso una libreta para registrar todo aquello que me sorprenda.
- ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta concretar un poema?
- El inicio de un poema casi siempre es una idea, un pequeño chispazo -habitualmente es una imagen- que se materializa en un verso inicial, en un ritmo primario, en una idea definida o en un concepto un poco más difuso. Puede provenir de una lectura, de algo que he visto o de una noción que no sé de dónde viene. A partir de eso escribo un poema completo, un fragmento e incluso varios poemas. Sin ese momentum me es difícil escribir. Ahora, una vez escrita una versión del poema comienza la etapa de corrección que precisa de tomar distancia del texto original. Por eso suelo corregir los poemas sólo tardíamente respecto a ese impulso inicial. La corrección puede durar pocas semanas o incluso años. La verdad es bastante variable ese lapso. Ahora, todo esto me imagino que es bastante común entre los escritores. De todos modos creo bastante en la edición, puesto que armo y desarmo poemas a partir de fragmentos que recopilo, lo que me indica que muchas veces las idea inicial puede ser nada más que un impulso: el derrotero final se va configurando en la medida que las palabras se van enlazando.
- ¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Es una pregunta difícil, porque creo que no admite una respuesta universal (asumo que la pregunta se refiere al compromiso político-social). Para los escritores su ética es la manera en que se sitúan como personas que realizan una actividad artística, ya que ésta tiene dentro de sus implicancias una visión del individuo con relación a la sociedad. Así, en cada poeta hay implícito un compromiso y una ética. Ahora bien, específicamente este compromiso se evidencia tanto en un plano estrictamente del lenguaje (como abordan la palabra y sus cargas ideológicas) hasta las decisiones que toman en la comunidad literaria (la honestidad con que asumimos nuestras relaciones humanas). Aquí me parece, lo que se le puede pedir al poeta son dos cosas: primero: compromiso con los derechos universales del ser humano (al menos a un nivel ideológico); y segundo: consistencia entre su discurso y su acción. Exigir otro nivel de compromiso me parece sólo el ejercicio de pontificar, por la variabilidad de circunstancias vitales del escritor.
- ¿Cuéntanos un poco de tus inicios en la poesía, algunas lecturas, etc.?
- Mis inicios en la poesía debo fijarlos en mis inicios como lector. Desde niño me encantaba leer, desde cuentos de autores chilenos, pasando por Papelucho, hasta Dickens, Salgari, Dumas, Stevenson, y una fascinación que después hallé en Borges: las enciclopedias. Me encantaba tomar un tomo cualquiera, abrirlas al azar y leer de personajes, sucesos, palabras extrañas, culturas exóticas. Mucho de ese encanto ahora se ha disipado, merced a Internet, la gran enciclopedia que deja bastante atrás a los sueños de Jorge Luis.
Recuerdo con cierta vergüenza que en los cursos de educación básica me gustaba escribir lo que en ese momento mis profesores llamaban “composiciones”. A uno en particular le gustaban las que yo escribía y siempre me pedía leerlas en la sala. Lo que me dejó ese ejercicio escolar fue que aprendí inconscientemente pequeños trucos de escritura, como manejar ritmos, cerrar apropiadamente un escrito, poner títulos atractivos, etc.
Sin embargo, a la poesía propiamente tal llegué, como tantos otros, en la adolescencia. Cierto día de mis quince años un profesor nos encargó buscar un poema y leerlo ante el curso, el que más nos gustara. Comencé a hojear en la pequeña biblioteca y quedé fascinado. Todos me gustaron, por una u otra razón: Neruda, Alberti, García Lorca, Huidobro, Parra. Para complementar lecturas fui a la biblioteca Severín y allí sacaba bastante azarosamente libros de poemas que iba a leer en la sala de lectura del segundo piso. Un día, leí una columna en La Estrella de Valparaíso en que mencionaban a Eduardo Anguita. En la columna afirmaban que bastaba “Venus en el pudridero” para justificar el Premio Nacional de Literatura que había recibido Anguita unos años atrás. Esas palabras grandilocuentes me dejaron intrigado. Así que fui a la biblioteca Severín y saqué “Venus…”. Ese libro fue el primero que me dejó la sensación de que yo era un extraño, que estaba fuera del cauce del mundo, que pisaba un poco más lentamente cuando caminaba. Sentí una conexión tan intensa con el tema, las palabras, las imágenes, que no pude dejar de leer y releer los poemas.
El impulso final vino también del colegio. Poco después de lo que acabo de contar, se llamó a un concurso de poesía, en el que decidí participar. Envié un poema y no gané (risas). Sin embargo, al ver el poema que escribí sentí que daba lo mismo ganar o no, que podía hacer algo mejor con la palabra. Y comencé a escribir; ya llevo quince años y persisto en ello.
- ¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria
y también la propia vida?
- Aparte de la experiencia definitiva que tuve con la lectura del poeta Anguita, debo mencionar el Taller de Poesía de la Sebastiana, que realicé durante el 1994. Aunque fue el primer taller y duró poco más de 4 meses, considero que fue una experiencia muy valiosa ya que me permitió conocer por primera vez a personas que se tomaban el oficio de escritor, más allá de la chapa que utilizan muchísimas personas. En el taller desarrollé más una perspectiva autocrítica de mis poemas que no tenía tan desarrollada. A partir de entonces comencé a vincularme más activamente en otros talleres (el de la federación de estudiantes de la Universidad de Valparaíso, el de la Casa de la Juventud de la Municipalidad de Valparaíso) y con eso conociendo más gente, compartiendo más lecturas, intercambiando más libros, etc.
En 1997, fui becario de la Fundación Neruda en el conocido Taller de la Chascona, junto a poetas como Alejandro Zambra, Antonio Silva, Mario Ortega y otros. Allí me di cuenta que no bastaba con escribir “buenos versos”: había que hacer una propuesta estética. Desde el proyecto de obra que te piden Floridor Pérez y Jaime Quezada (los sempiternos directores del taller) hasta las ácidas críticas que te destinaban tus compañeros, todo te exigía tener algo que decir más allá del poema de turno. Ese desafío, tomado en serio, es mayor. Hacer de la palabra algo único.
Finalmente, las lecturas acumuladas son una instancia de aprendizaje invaluable. Los poetas, sus poemas y sus ensayos van consciente o inconscientemente calando en nuestra manera de escribir. Valoro la poesía de aquellos autores que tienen la generosidad de compartir sus reflexiones: Poe, Pound, Eliot, Rilke, Valéry. Y también agradezco la poesía de aquellos que hacen una poesía extremadamente diferente a lo que soy capaz de hacer. Son una especie de martillazo que endereza un clavo que ya lleva su propia dirección: la Mistral, Rubén Darío, el Conde de Lautréamont, Lezama Lima, Wallace Stevens.
- ¿Qué me puedes decir de la poesía de Valparaíso actual? ¿Qué autores destacas?
- La poesía de Valparaíso (como región) me parece interesante. Por varias razones. En primer lugar, por la variedad de voces que existen, algunas de mucha calidad. Segundo, la incesante aparición de gente nueva, gracias a la gran cantidad de estudiantes universitarios que viven en la región. Además, la cercanía con Santiago nos da la oportunidad de participar de manera relativamente fácil de la vida cultural de los capitalinos sin perder del todo independencia. Por último, está toda la actividad de San Felipe y de San Antonio que también alimentan la escena regional.
Ahora, curiosamente los grandes nombres de la tradición de poetas porteños son en realidad “afuerinos”: Rubén Darío, Pezoa Véliz, Neruda, Gonzalo Rojas. Los poetas propiamente porteños de esas generaciones no lograron niveles de calidad semejantes. Por eso, al menos hasta la primera mitad del siglo XX, más que haber “el” poeta de Valparaíso, hay grandes poemas, como los que salen en Canto General, la “Fundación de Valparaíso” de Rojas, “Tarde en el hospital”, etc. Por eso, si queremos hablar de una tradición de poesía de Valparaíso hay que buscarla más recientemente.
Debemos comenzar con el decano de los poetas en Valparaíso, el excelente Ennio Moltedo, a quien acaban de publicar su Obra Poética. La visión de conjunto es impresionante. La consistencia de Moltedo y su propuesta se han ido acentuando a lo largo de los años. Su propuesta además se ve muy actual, muy moderna, sin vicios de la vieja retórica española. Secos, pero sugerentes. Con un lenguaje coloquial, pero sin nada del humor y el non sense parriano. Más dramáticos, más narrativos. Los demás de su generación se quedaron en un nivel menos interesante (Solar, Vial). Tal vez la excepción es Zambelli, por su excelente “13 poetas…”.
El otro referente obligado es Juan Luis Martínez, que conjuntamente con Zurita renovaron la estética de la poesía chilena, abriendo un flanco que todavía es profusamente explorado por los poetas jóvenes. No estaría mal agregar a Juan Cameron a ese trío, aunque con diferentes características, no tan experimental, pero sí jugando mucho con el significado. Juan Luis Martínez, en todo caso, posee un estatus nacional y situarlo como referente regional es mezquino. Otro en la línea más experimental y ligada a las artes visuales es Eduardo Correa.
Un tercer nombre que me parece importante destacar es el de Rubén Jacob. Rubén es un caso bastante especial, puesto que aunque cronológicamente pertenece a la generación del 60, no publicó sino hasta la década de los 90. Marcelo Pellegrini cuenta en su libro “Confróntese con la sospecha”, que el primer libro de Jacob –The Boston Evening Transcript– fue un remezón entre los que leían poesía por primera vez allá por inicios de los 90. La poesía de Jacob es inteligente, intensa, culta, que recrea la lectura a partir de una rica experiencia vital, sostenida por una sensibilidad única.
A partir de esos nombres, la poesía actual de Valparaíso me parece que está en un nivel muy interesante. Tenemos una generación de poetas con bastante experiencia como Renán Ponce, la excelente Ximena Rivera, Guillermo Rivera, Ximena Escudero, Alejandro Pérez, Sergio Muñoz, Marcelo Novoa, Pablo Araya, Ismael Gavilán, Sergio Madrid, Luis Andrés Figueroa, junto a otros más jóvenes muy interesantes: Marcela Parra, Rodrigo Arroyo, Karen Toro, Francisco Vergara, Jorge Polanco, Gonzalo Gálvez, Antonio Rioseco. Lo ya mencionado de San Felipe, donde está Cristián Cruz, y San Antonio con Florencia Smiths por nombrar sólo a un par de personas. Y hay más, eso es llamativo.
Toma, por ejemplo, cuatro libros que han salido durante el último año o que saldrán muy pronto a circulación. Por una parte, “Memorial de Breviarios del Valparaíso Regional. 1993-2006” (Editorial Universidad de Valparaíso). Reúne a voces casi olvidadas del panorama poético regional como Arturo Alcayaga Vicuña, Eduardo Embry, Guillermo Quiñónez, además de otros conocidos (el propio Neruda, de Rokha, Rojas, Pezoa Véliz, Sara Vial, etc.). En segundo lugar “El mapa no es el territorio. Antología de la joven poesía de Valparaíso” de Ismael Gavilán (Editorial Fuga) con treinta nombres de poetas bajo los 40 años, entre poetas ya publicados e inéditos. Tercero: “Carta de ajuste. Poetas inéditos de Valparaíso” (me parece que saldrá el primer semestre del 2008) que trae a una veintena de novísimos y “La Orilla inquieta”, antología de poesía de Valparaíso de Carlos Henrickson (iba a salir por RIL, aunque una polémica, lamentablemente, desgastó la relación de Carlos con los editores) con una treintena de nombres de poetas en plena vigencia con libros editados. Allí, en esos cuatro libros, tienes una panorámica de casi 100 años de escritura de Valparaíso. Fácilmente diría que hay 70 nombres. Cerca de ochocientas páginas de poesía. Y no hay poco que rescatar. Algo que uno esperaría que los críticos tomaran en cuenta. Y la verdad, eso no es así. En Valparaíso, la crítica de libros casi no existe (esfuerzos aislados hay en el Mercurio de Valparaíso y en revistas electrónicas). Y en Santiago, parece que sólo existe lo que mete bulla, lo que es posible enmarcar en una crónica de Las Últimas Noticias como “Poeta mata en sus poemas a los artistas de farándula”. Cosa que en Valparaíso no parece interesar.
Aquí debo señalar un contraste: la calidad de las voces individuales versus la pobreza de las iniciativas colectivas. Fuera de algunos intentos aislados (El Seminario de Reflexión Poética que se realiza en La Sebastiana, del cual formo parte; la editorial Altazor, la editorial La Cáfila, los encuentros en San Felipe, las lecturas en el bar La Playa, la revista Antítesis) hay escasas iniciativas colectivas de largo aliento, consistentes, que duren en el tiempo y que convoquen a los poetas. La actitud del poeta de Valparaíso es de retraerse. El ejemplo paradigmático es Moltedo, que no ha viajado hace 30 años a la capital. Ha sido invitado a ser jurado en los más importantes concursos de poesía del país, a leer en los encuentros más reputados y lo ha rechazado. Eso es una poética de la invisibilidad que el poeta ha cultivado profusamente, junto con otros. Piénsese en J. L. Martínez, Jacob, Carolina Lorca, Ximena Rivera, nombres que al lector santiaguino –exceptuando a Martínez– le suenan poco y nada. Tal vez la excepción es Cameron, a quien no le asustan las luces. Por eso mismo es que la gente lo identifica como el poeta de Valparaíso, y aunque su obra no es desdeñable, hay otros nombres. Esta estética del retiro me parece que es uno de los puntos contrastantes con la poesía del sur, la de Santiago, la mapuche, etc.
- ¿Cuál es tu relación con los poetas de tu promoción?
- En realidad, tal como los otros poetas mencionados más arriba, he mantenido un bajo perfil respecto no sólo de mis contemporáneos sino del mundo poético en general. Mi vínculo con ellos no va más allá de una breve conversación en lecturas y presentaciones de libros. Además, me encuentro a medio camino de la llamada generación del 90 y los novísimos. Muy joven para insertarme entre los primeros, muy viejo para dialogar con los últimos. Reconozco que me da un poco de pudor eso de presentarse en la casa de un poeta para entablar conversación con él. Mis diálogos más intensos son con los poetas que además son mis amigos: Ismael Gavilán, Gonzalo Gálvez, Rodrigo Arroyo, Jorge Polanco, Sergio Muñoz. Allí hay espacio para debatir, pensar y proyectar.
- ¿Cómo ves la poesía actual chilena?
- En transición. Los poetas que para mi gusto marcaron época en el último cuarto del siglo XX (Parra y su acercamiento a las artes visuales, luego Rojas y su explosión en los 90, pero fundamentalmente la generación del 50 y del 60, a la que se agrega a J. L. Martinez y Zurita como exponentes de la neovanguardia) cedieron espacio a los poetas de los 80, que creo que en conjunto muestran un nivel promedio inferior. Desde ese punto en adelante vinieron los poetas que comenzaron a publicar en los 90 y que creo que aún no publican sus mejores obras. Por ende, me parece que estamos en una etapa de relativa calma que no se ha logrado romper. Espero que la escena se mueva bastante pronto.
- ¿Qué opinión te merece los talleres literarios?
- Los talleres literarios son bastante útiles en una primera etapa de tu formación. He tenido la suerte tanto de estar en ellos como de ser monitor de otros jóvenes. A mi parecer en una primera etapa en un Taller aprendes lo esencial que te permite ser crítico con lo que escribes. En una segunda etapa, los talleres dejan de ser claves, lo son más las conversaciones y los intercambios de lecturas. Una vez le escuché a Gonzalo Rojas decir que la poesía no era una carrera de 100 metros, sino una maratón. Sin embargo, creo que en algún sentido escribir es como una carrera de velocidad. En un primer momento, gracias al entrenamiento bajas rápidamente tus marcas, al igual que en un taller mejoras prontamente tus primeros poemas. Sin embargo, llega un momento en que bajar las marcas es tremendamente difícil. Una centésima de segundo es un triunfo. Eso lo asimilo a la gran y pequeña diferencia entre escribir bien y realizar una Obra, algo que no se enseña en ningún taller literario.
- ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o fragmento...cuál?
- Para ser consistente, dejaré que el lector decida.
- ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
- He avanzado tan lentamente por algunas novelas de José Donoso que no he podido terminar ninguna de ellas. Tampoco pude nunca terminar la “In(sopor)table levedad del ser” de Kundera.
- ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
- Más que un libro, un autor que no ha tenido la vigencia que merece (aunque ganó el Premio Nacional de Literatura): Julio Barrenechea.
- ¿Cuál fue el último libro de poesía chilena que leíste?
- “Fuga” de Marcelo Pellegrini y “Relación personal” de Gonzalo Millán.
- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
- Soy bastante desordenado para leer. Combino poesía, ensayos, novelas. Actualmente tengo a medias “Moby Dick”, la “Obra Poética” de Gianuzzi, “La conjura de los necios” de Kennedy Toole, un volumen de los diarios de Anaïs Nin y “Prosas” de Teillier.
- ¿Cómo ves hoy por hoy la industria editorial? Como autor ¿qué soluciones le daría a este problema?
- Se produce una paradoja en temas de publicación. Parece ser relativamente accesible publicar un primer libro, a través de concursos, becas, etc. Sin embargo, una vez que dejas de ser inédito, aparecen los obstáculos. Curiosamente, publicar un segundo libro es bastante más difícil que publicar el primero. En cierto sentido, tiene algo de selección natural esta realidad, pero lo que no se entiende es que poetas con trayectoria, con cinco o seis libros publicados les sea tan difícil editar. La autoedición es la gran posibilidad de sacar tu trabajo a la luz. Y si uno quiere hacer un objeto relativamente de calidad, los costos se van a las nubes. En la línea de lo que hay, hace falta un fondo de apoyo exclusivamente dedicado a la publicación de libros de poetas en ejercicio (autores aún no considerados “patrimoniales” ni que sean inéditos). Una editorial estatal sería lo ideal, pero sabemos que eso no está en el diseño de la Concertación.
- ¿Qué piensas de los Premios literarios?
- Respecto a eso soy pragmático. Los premios literarios son bienvenidos siempre que no signifiquen un costo, ya sea en tu avance como escribir o en tu ética personal. Si ganas alguno, no hay que quedarse demasiado en ese lugar, porque te adormece. Si pierdes tampoco significa gran cosa.
- ¿Quién te gustaría que recibiera el Premio Nacional de Literatura?
- Creo que por su obra, quien está en el número uno en la lista para merecerlo es Efraín Barquero.
- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario? ¿Su política cultural para con la Poesía?
- Hay que entender que la política, el arte de gobernar, implica priorizar y distribuir los recursos que existen y proveer de nuevos. Yo no le pido al gobierno que cree las obras literarias, ni siquiera que cree las condiciones para que aparezcan, porque si algo se infiere de la historia del arte es que tales condiciones ideales no existen. Se han creado grandes obras en la más absoluta precariedad y en la abundancia más opulenta. Lo que le pido a la política cultural es: probidad en primer lugar, si hay un peso, que ese peso no sea robado por nadie; segundo, distribución de los recursos priorizando el talento y con parámetros de calidad (es un ideal porque conocemos la dificultad de juzgar la calidad de una obra literaria); tercero, seriedad en los planes, pensando en el largo plazo (menos tambores en las calles, más libros en las bibliotecas de aula, por decir algo al pasar); cuarto, apoyo a los jóvenes talentos, especialmente los regionales; quinto, rescate del patrimonio editorial, a través de reediciones y bibliotecas públicas bien equipadas; sexto: cuidado por la “bibliodiversidad” evitando dar apoyo sólo a lo que económicamente reditúa. Con esos puntos se cumple a mi juicio un piso en políticas públicas en relación con la Literatura. Lo demás es importante, pero en un segundo nivel de prioridades: apoyo a estudios críticos, encuentros internacionales, pasantías y residencias en el extranjero, incorporación de la literatura nacional a los planes educativos, alianzas estratégicas con el mundo privado para conseguir más recursos, etc.
- ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía,
alguien que ha decidido ser poeta?
- Es difícil decir algo que no vaya más allá de la propia experiencia, lo que en último término es algo que depende en gran parte del azar. Tal vez lo único que podría suscribir es que es un camino largo, para el cual no hay demasiadas reglas, pero en el cual hay que tomar riesgos cada cierto tiempo, sabiendo que es lo más probable perder que ganar.
- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- Preferiría reenfocar la pregunta como los 10 libros que han quedado más marcados en mis preferencias personales. Recomendar no me parece, porque hay muchos libros seguramente excelentes que no he leído y porque se recomienda en virtud de algún objetivo ¿10 libros para aprender a escribir? ¿10 libros representativos de la historia de la literatura? ¿10 libros que hay que llevarse a una isla desierta o rescatar del holocausto nuclear? Hecha la aclaración, mi elección:
En narrativa (el orden no indica preferencia)
- “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar. La sutileza de la Youcenar penetra en la intimidad de un personaje construido a fuerza de imaginación e investigación.
- Un volumen recopilatorio de cuentos de Raymond Carver. Cuentos que resuenan siempre más allá de la propia anécdota que muestran. Profundamente norteamericanos.
- Un volumen recopilatorio de cuentos de Jorge Luis Borges. La perfecta unión entre la imaginación desbordada y la inteligencia más aguda.
- “En busca del tiempo perdido” de Proust. Lenguaje y sensibilidad explotan en su máxima cota.
- “Cien años de soledad” de García Márquez. El colombiano logra el milagro de ser profundamente verdadero al narrar sucesos absolutamente inverosímiles.
- “La isla del tesoro” de Stevenson y “Los tres mosqueteros” de Dumas. Nostalgias de lecturas infantiles. Me sorprende cómo estos autores pueden crear héroes tan imperecederos.
- “La casa de las bellas durmientes” de Kawabata. Narración pura, lírica. Una maravilla que remece en cada párrafo.
- “Neuromante” de Gibson. Puro ritmo y atrevimiento. La imaginación del mundo se confunde con la del lenguaje tantas veces que es imposible decidir qué es qué.
- “Informe sobre ciegos” en “Sobre héroes y tumbas” de Sábato. Un relato de la paranoia tan bien logrado que es imposible salir después a la calle sin mirar atrás.
- “Los detectives salvajes” de Bolaño. Un relato triste, crudo, que evita el lirismo pero que logra emocionar de todos modos. Desolador.
En poesía (el orden no indica preferencia)
- El libro de Job, los Salmos y El cantar de los cantares: modelos permanentes de la poesía que vendría después y que sigue fluyendo.
- “Las flores del mal” de Baudelaire. Por todo lo que es. Por todo lo que vino tras él. Simplemente un maestro.
- Los Poemas canónicos de Kavafis: algo más de 150 miniaturas que son tan grandes como el país, la lengua y la historia que las hicieron posibles.
- Trilce de César Vallejo: Aún no entiendo los poemas y aún así sé que son extraordinarios.
- “Residencia en la tierra” de Neruda. El logro mayor del sincretismo entre surrealismo, la materia americana y la vitalidad de un hombre.
- Una buena antología de Fernando Pessoa. Me encandila su capacidad para el cambio, pero especialmente su consistencia dentro del personaje.
- “Poesía vertical” de Roberto Juarroz. Suscribo las palabras de Octavio Paz. “El lenguaje reducido a una gota de luz”
- “Venus en el pudridero” de Anguita. El triunfo de querer capturar el tiempo, la muerte y el amor en una imagen.
- Una selección de poemas de Gonzalo Rojas. Aún me sorprendo por la dislocación verbal de un poeta que es más que eso. Ritmo y más ritmo.
- “Altazor” de Huidobro: a pesar de lo que dice Huidobro, es un viaje sin paracaídas.
- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
- Más que referirme a las revistas o blogs, me gustaría responder un poco más en general.
Soy defensor de la tecnología. Creo que abre oportunidades de desarrollo y de contacto para autores y lectores. La tecnología eso sí debe ser aprovechada para conquistar espacios que aún no se tiene y no para replicar los ya presentes. Por ejemplo, un blog debe dar cuenta de la interactividad, de la inmediatez y no ser sólo un diario de vida. El intercambio epistolar a través de los correos electrónicos debe ser aprovechado al máximo en sus posibilidades de conectarnos con el otro lado del mundo en un solo clic y no ser un substituto de la conversación. Los libros electrónicos nos dan la posibilidad de democratizar la lectura de manera mucho más efectiva que toda la política cultural de los gobiernos, pero no sirven para tener la experiencia de la lectura íntima (tal vez ahora, con los dispositivos portátiles de lectura de archivos). Si publicamos en la web debe ser para aprovechar la interactividad y la multimedia, no para hacer un “libro” más barato. Si abrimos un wiki sobre poesía, entonces que sea para que lleguen nuevos nombres y obras, no para hacer proselitismo de nosotros mismos.
Por ejemplo, hace poco me regalaron una Palm. Y gracias a ella he podido leer muchísimos libros electrónicos que dormían en compact disc perdidos por ahí. Y a un costo cercano a cero. Gracias al dispositivo he leído más cantidad y mayor variedad en estos meses que en varios años. En ese sentido la tecnología nos abre muchas puertas y hay que saber aprovechar sus ventajas. Por ejemplo, googleando se puede llegar a saber que uno de tus poemas fue publicado en una revista boliviana o se puede organizar por correo electrónico un encuentro de poetas a bajos costos (imaginemos lo caro que es hacerlo por teléfono).
Sin embargo, no hay que ser ingenuo y hay que reconocer que nos traerá perjuicios. ¿Derechos de autor? Cada vez más se van a ver transformados en donaciones, al igual que los programas de código libre. ¿Transnacionales? harán lo posible por adueñarse del mercado. En ese sentido, si bien les reconozco un rol importante (desarrollar nuevas tecnologías, invertir para hacer llegar a otros sectores los avances, etc.), hay que evitar el monopolio. ¿Antologías? Será cada vez más difícil separar el grano de la paja.
Creo que la literatura puede sacar bastante provecho de la tecnología. No obstante, para ello requiere de creatividad e imaginación. Cualquier nueva iniciativa debe ser mejor idea que simplemente publicar un libro, tecnología que ya cumple 550 años de antigüedad.
- ¿Qué cosa últimamente te quita el sueño?
- Me quita el sueño ver tantos poemas y tantos poetas y tener el vértigo de no saber qué vale la pena y qué no (incluyéndome, por supuesto). Me inquieta la duda de si la poesía a veces no perdura más por lo que se arma en torno a ella, que por lo que esté inscrito en la página. Me quita el sueño leer un poema que pueda cambiar mi vida y pasarlo por alto. O gastar horas y horas en lecturas que no son sino más de lo mismo. Me intranquiliza la posibilidad de no darme cuenta cuando me enfrente a aquello que no merezca ser borrado.
- ¿Qué te escandaliza?
- Me escandalizan muchas cosas. Las más obvias son las que comparto con muchos: la desigualdad, la miseria, el dolor. Sin embargo, sería hipócrita de mi parte decir que me quitan el sueño, ya que, a decir verdad, poco hago directamente para solucionarlo. Eso es una deuda pendiente con mi ética personal.
- ¿Has incursionado en otro género literario?
- Sí. La verdad es que aunque mi foco principal de atención es la poesía he intentado escribir guiones de comic. La escritura de comic involucra desafíos bastantes diferentes a los que están implicados en la poesía, como manejar la tensión narrativa, imaginar la página y los planos de la imagen, trabajar el narrador y los diálogos, etc. En ese sentido, el comic es parecido al cine, aunque técnicamente es más sencillo y muchísimo más barato. Además, es un trabajo colectivo (en este caso una pareja creativa) a diferencia de la soledad de la poesía. Eso es muy interesante porque permite el diálogo, el considerar otras ideas y a veces el producto se ve mejorado con el intercambio. De alguna manera la industria del comic ha trabajado los personajes como las catedrales medievales: se van construyendo colectivamente, muchos autores dan una visión de, por ejemplo, Batman, lo que le da al personaje muchísimas vertientes que explotar y un resultado final, muchas veces, inesperado.
Con un buen amigo, David Villavicencio (Villa), un excelente dibujante de mucho talento, estamos trabajando en un conjunto de historias unidas por un universo común, cuyos resultados parciales me tienen muy contento. Como adelanto, una de las historias la publicamos en la sección “Visor” del número 6 de la página de Marcelo Novoa de ciencia ficción (www.puerto-de-escape.cl).
- Y por último ¿A qué le tienes miedo?
- A la muerte. Ni más ni menos.
* * *
Selección de poemas
de
Eduardo Jeria Garay
De Persona Natural (1999)
La Voz (fragmento)
IV
De pie,
en el borde de una circunferencia
donde la letra es un tornillo sin fin,
todo se vuelve incandescente
quemando la sien
es el siseo y los borrones
de la sangre tipografiada.
Léeme, estoy aquí
hombre que escribe su esqueleto,
somos algo nuevo en verdad
desde antes, mucho antes
que la carne repite, repitencia
esto no es aquello.
Como se alarga la Poesía
si es volver sobre
lo indecible
lo irreductible
lo irreparable.
Vulnerable
Quiéralo o no,
como sea que usted se ubique,
hay algo a su espalda,
un bulto enorme que se mueve
a grandes velocidades por vuestro lado.
Irreconocible acaricia
cuello y espalda
de vulnerable amante,
un naipe que batalla en su caída,
un paso más allá de los paisajes.
Estás desarmado por la ráfaga maldita
de un hombre que ha corrido hasta matarse
y esperas un salto
a una zona ajena a la miseria,
un réquiem musitado en labios heridos.
De un pez que ha caído a las piedras,
de una mujer con el ombligo abierto.
De una cuchillada a nuestras manos blancas.
Creer que estamos bien compuestos,
creer que manejamos
lo que en realidad se mueve solo.
De Jardín Japonés (2006)
Poética para sólo un libro
Como el tiempo escribe mi cara,
y borra
quisiera escribir este poema.
Escribir con la belleza de un ciruelo en yema
y también con la de los insectos que lo recorren.
Pues el árbol es árbol
y no la fuente del conocimiento de nosotros y el Padre;
la podredumbre al interior de la manzana
es sólo asco y no el bien y el mal entreverados;
el cielo no es más que la luz
que vemos curvándose sobre nuestras cabezas
y no una especie de residencia entre dos mundos.
Pues cada línea debe ser la soga del traidor
y la vara del salvado de las aguas,
la saliva que unió a los adolescentes
o el hilo con que la mujer salvó al héroe,
lo que el profeta dejó dibujado en la arena
o el rastro de sangre derramado por el propio emperador.
Que el signo se haga presencia
como la cruz que la madre dibuja en la frente del hijo
se vuelve caricia.
Mejor es
–como el agua–
hallar la mínima forma que transforma
hasta hacerse transparente.
No es necesario invocar más,
cuando el verso es un dedo cruzando un par de labios.
Colofón
Este libro no se terminó de imprimir jamás
y da vueltas entre los tipógrafos y los libreros.
Se escribe en la piel de 300 lectores esparcidos en la muerte
y sirve de pretexto para adolescentes que se citan en secreto.
Este libro no se terminó de leer nunca,
como una carta que llega
y que no sabemos replicar.
Fue el bajar de un verso
a otro,
nada más que un juego absurdo:
un papel quemado que en su ceniza sigue escrito.
Este libro no se terminó de escribir jamás
y este colofón queda como testimonio
de todo aquello que ha quedado fuera
despierto,
esperando,
latiendo.
Naciente
Reina en el susurro
cada vez que me veas junto a ti, herido.
Y escucha el rumor
de estos torsos trabados
como juncos en el agua, cimbrándose.
Mis dulzuras te doblan
como el bronce al bronce tañe, y vibra.
Y con la boca, con el límite de tus labios
corta de mí un beso
como hierba segada en verano
para que ese mismo aroma
vuelva a sembrarse en mi piel
como el cuerpo de los dos, naciente.
Mi última mirada al espejo
Trataría de ver bien sobre mi hombro
el miedo, la rabia, la esperanza
más allá de un límite visible.
Me asomaría al borde de mis ojos
tratando de encontrar una tristeza sin fondo que desborda.
Movería una mano tratando de llenarla del sentido
de despedirse de esta apariencia aún intacta.
La imagen y yo nos encendemos.
Acariciaría con ternura mis yemas en reflejo
con la extrañeza de tener dos cuerpos y descubrir a un semejante.
Estaría sólo frente a mí.
Trataría de vencerme la mirada.
Borra
Todo,
lo que fuimos en esta cita,
las cicatrices de crecer rápidamente,
aquello que nuestra madre sabía de nosotros,
los pequeños caprichos que nos hicieron deseables.
Los gestos en las fotografías arrugaron nuestro rostro
–señal del Tiempo que algo en nosotros habrá de reescribirse–
y el primer recuerdo, ese aroma que por años en casa permanece:
fuimos una flecha que apuntó tan lejos que llegó al centro mismo de la muerte.
Nuestro amor, nuestro dolor, quedaron pegados en los vértices del mundo
como marcas de dientes y sangre en quien nos ha dado la mejor leche.
Nuestras marchas fueron sólo bruma levantada en las veredas
perdimos los juguetes sucios de tanto ser acariciados
y el mismo polvo que cubrió nuestras habitaciones
fue serrín de nuestra propia piel: lo que fuimos
y aquello que íbamos a ser:
Todo.
Poemas inéditos
Y nos sorprendió la muerte en fin de ámbar, a punto de amar
pequeño relámpago en que confundimos lo frío y lo incandescente al tocarlo
Nos tomó como quien se acerca a una mujer vestida de gala
para besarla y hacerle el amor con torpeza
arrancándole el maquillaje, la audacia y la altanería
para dejarla sin más orgullo que su cuerpo sin vestido,
sin más final de fiesta que lo vulnerable de su alma descalza.
Es una trampa hecha en cierzo que con delicadeza susurra algo al oído
nos hiere como insectos que nacen al alba y al anochecer mueren
monedas gastadas sordamente en el suelo.
Susurro de un cuchillo entrando a la carne
herido levemente en la coraza nadie se percata
pequeña herida que no cicatriza y nos deja con años de agonía
pegándose cada vez más a nuestra carne y casi llegando al corazón.
Manchas de agua que un regador deja en el suelo
a medida que se desaguan las estrías transparentes y oscuras.
Sumergidos, a borbotones la respiración, la piel difusa entre hueso y alma
con el movimiento de un pétalo que cae a la tierra, abatido
el color que da la sangre que brota y derrama
pasiones acalladas finalmente, ondas de un estanque que señalan un centro al medio del agua.
Delgada línea que divide la luz de la sombra,
abismo que separa con el más fino escalpelo los sucios cueros y las carnes en despojos.
Oscuras fuerzas que recorren, que violentan, que cercan a la voz
que rodean el corazón magullado y espesando
que queda vibrando como la rama del árbol en que un pájaro ha posado.
¿Será el dolor la puerta por la que crucemos el umbral definitivo?
*********
Y despierten.
No es éste un morar en los sueños.
Hay que aceptar que seremos despertados.
Como quien trata de darse cuenta cuando se quedará dormido, se olvidarán los rostros más familiares
se mirarán con la extrañeza con que se ve una caligrafía musical
o miles de nombres en las guías telefónicas
o como cuando borrachos nos miramos al espejo y sabemos que el rostro sereno
es un engaño de lo que sucede por dentro.
Nos recogerán como al charco de agua que refresca el instante
o como a las piedrecillas en la playa,
tesoros que entretienen a los visitantes por un par de horas
y que lanzan apenas encuentran otras más hermosas o más extrañas.
(Como un ojo, un oído, como un corazón al que tuercen levemente
una piel en contacto otra piel que por las calles se desplace
sólo la corteza quemada, sólo una marca en el cuerpo de una fiera
como pueden leerse en la tierra las cenizas y las trazas de una gran masacre
como quien se cruza en la fotografía de extranjeros para salir en ella borroso
un gran ojo, un oído único
un corazón al que tuercen con ferocidad)
Pues ya oigo al sol, quemándose para nosotros
el círculo en llamas por el que habremos de pasar como bestias,
ansias del más tórrido elemento.
¿De qué astro, de qué milenio hemos sido coronados?
Cómo llegar a puerto si no acertamos en el centro
y vagamos en los límites de lo mudo y carmesí
si nos cerraron ya las rutas:
si en el umbral mismo del corazón divisamos ya la última cena miserable.
¿Daremos la sazón que se espera de nosotros?
La sal nuestra será sólo quemadura en los labios.
Oigo al sol extinguirse con nosotros
pues ya no hay más cuerpos para el holocausto.