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Rafael Rubio

Por Ernesto González Barnert

 

Rafael Rubio (1975, Los Angeles) no sólo es el nieto o hijo de. Es también ellos tres sosteniendo la caña de la poesía, a secas, en la intemperie, frente al mar embravecido o fríamente quieto por algunos días en la literatura castellana escrita en Chile. En definitiva, la escritura que no conoce la herida mortal, la que busca su gran bestia blanca, la que suavemente afloja o tira sílabas al papel con arte y en acuerdo a lo profundo y más verdadero del ser.

- ¿Cómo comenzaste a escribir? ¿Qué hecho detonó en particular la decisión de ser poeta como tu Padre y Abuelo?
- Recuerdo con mucha claridad el primer poema que escribí y las circunstancias que rodearon ese primer encuentro –forzado- con la poesía. Tenía nueve años, y cursaba quinto básico en el Patrocinio San José, colegio católico, apostólico, romano  y Salesiano, por añadidura, del que a pesar de las características antes señaladas, guardo el mejor de los recuerdos. Mi padre había estudiado ahí también, y por esa razón yo gozaba de una beca que me eximia del pago de la colegiatura. Un día, don Eduardo Benítez, vicerrector del colegio, poeta, y director de la escuela de teatro del establecimiento, se me acerca para contarme que mi padre, a los nueve años había escrito su primer poema. Entiendo que para él –que sentía un enorme cariño por mi padre- era un acto simbólico y hermoso el que yo escribiera mi primer poema a la misma edad en que el poeta Armando Rubio lo había hecho. Todavía ignoro el por qué don Eduardo Benítez me creyó capaz de escribir un poema. Yo jamás había escrito uno y la verdad es que la poesía (las estrofas y coplas rimadas que nos hacían memorizar) no me generaba la más mínima atracción . El poema que escribí –en letras redondas y pulcras- se llamaba “El mar” y hablaba del mar como un artista que tallaba las rocas para crear esculturas. El texto le gustó mucho a don Eduardo y lo hizo publicar en la revista del colegio.  Después de ese primer poema –celebrado unánimemente por la sagrada familia- vino  un  silencio de años, roto esporádicamente por la escritura de algunos poemas de los que no tengo mucha memoria; entre ellos algunas fábulas al estilo de Esopo y Samaniego. Recuerdo, eso sí,  algunas imágenes: mis visitas a la parcela de mi abuelo… él con una manta en las espaldas y una taza de té con limón, ritos inescrutables que rodeaban la escritura de sus poemas y relatos, los que leía luego en voz alta; nuestros paseos en bicicleta a la luz del crepúsculo, por las calles del pueblo de Isla de Maipo,  cosas que sin lugar a dudas me estimularon mucho, y que sospecho, tuvieron algo que ver con mi encuentro con la poesía. Importante fue también el apoyo de mi madre, que desde siempre estimuló mis inquietudes artísticas. Una adolescencia de perros, que me obligó a encerrarme en un espacio paralelo, determinó mi afición obsesiva y desesperada por la lectura, y por cierto, por la escritura, que ya por esos años se volvió una actividad seria y persistente. Me refiero a mis dieciséis y diecisiete años. Escribía más que nada relatos, muy en la onda de Macedonio Fernández y Juan Emar, narraciones que sin darme mucha cuenta de ello fueron haciéndose cada vez menos narrativas, en el sentido en que lo que me empujaba a escribir no era tanto el interés por contar una historia, sino más bien por explorar el lenguaje, experimentar con él. Ahí comenzó a seducirme la posibilidad de hacer bailar a las palabras, de hacer música con ellas. Pero de verdad no sé en qué momento mis relatos ya no fueron relatos sino poemas, ni tampoco recuerdo algún momento en que me haya dicho a mi mismo “quiero ser poeta”. Todo se dio con una naturalidad absoluta.  

- ¿Qué significan ellos en tu escritura?
- La verdad es que si no hubiera leído la poesía de mi abuelo es muy probable que jamás hubiera persistido en la escritura, o tal vez mi trabajo hubiera andado por rumbos harto inciertos.  Él fue –y sigue siéndolo- un maestro. Hubiera sido, tal vez, un influjo opresor para mí, en algún momento,  sino sintiera que más que una influencia, se trató de un diálogo sostenido entre abuelo y nieto, el compartir un lenguaje común, un habla familiar, una afinidad de oído y de mirada.  No creo en las voces huérfanas. Todo poeta es -necesariamente- el continuador de una línea ya trazada, ya sea por afirmación o negación. La  mía es una línea genealógica. No creo en las voces que nazcan por generación espontánea. Pretensión en la que incurren tantos poetas nuevos y novísimos.  Mi trabajo actual se aleja de la voz de mi abuelo, lo que me parece absolutamente necesario y natural. Los textos de Luz Rabiosa –mi libro próximo a publicar- se  encaminan hacia otras direcciones, pero la gratitud hacia la poesía de mi abuelo sigue intacta.

Con la poesía de Armando Rubio, en cambio,  no tengo mayores afinidades, aunque me parece, por cierto, un excelente poeta, un poeta que se sustenta por si solo, más allá de los mitos generados en torno a su persona. 

- ¿Qué es para ti la Poesía?
- La poesía es un trabajo con el lenguaje. Un oficio más. Como el trabajo del obrero, el zapatero, el mueblista, el artesano. La única diferencia con tales oficios es que la materia con la que se trabaja es el lenguaje, lo que obviamente le da una mayor complejidad, pero fundamentalmente el poeta es un manufacturador. No comulgo con la concepción idealista, burguesa y elitista de la poesía como una cosa trascendente, como una esencia flotante que preexiste al poema, y que se puede respirar o inspirar. Para mi la poesía está en el poema, es el poema, y el poema es un artefacto hecho con palabras, que, claro está, tiene la facultad de emocionar con una intensidad difícilmente alcanzable por otros medios, pero detrás del cual no hay ningún misterio. No comulgo con  el mito que concibe al poeta como un hombre DISTINTO, ESPECIAL, extraordinariamente SENSIBLE, que debe vivir de otra manera que el resto de los mortales. No creo que el poeta sea el guardián del mito. Concepción que aún persiste entre nosotros, pese a Parra y al (desen) canto general de los tiempos.

- ¿Para quién escribes?
- Cuando escribo pienso en alguien desconocido que, después de leerme, me quiera. Y ese alguien desconocido, alguna vez soy yo mismo, o bien, alguien demasiado parecido a mí. Escribo para encontrarme a mi mismo en el otro.

- ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu alrededor, alguna cosa, haces algo en particular, etc.?
-
Me gusta leer mientras escribo. Fumar, tomar café. Escuchar música.  Y por supuesto, escribir mientas escribo. 

- ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta concretar un poema?
-
Cada poema exige  su propia manera de escribirlo. Cada texto impone sus reglas de construcción, y esas reglas varían de un poema a otro. Hay veces en que los poemas se escriben de un solo aliento, de golpe, repentinamente. Pero son los menos. Otros poemas van armándose a partir de anotaciones dispersas en cuadernos, hojas sueltas, en un trabajo de ensamblaje.  Otras veces escribo directamente en el computador. Corrijo mucho, sobre todo durante el primer proceso de escritura, pero después de escrito sigo haciéndolo. Suelo corregir con el oído, es decir, muy atento al ritmo, a la sonoridad. Me considero un poeta auditivo: leo y escribo con la oreja. Suelo leer mucho mientras escribo,  como una manera de afinarme, de  lograr captar un ritmo básico que me estimule.

Necesito, por otro lado, que el lenguaje oponga resistencia. Solo así se pueden concentrar todas las fuerzas, dirigirlas hacia un centro bien delimitado. Para mí ahí radica la verdadera libertad: en la coerción formal y en la necesidad de romper –por dentro- esa coerción. Me gusta que el poema se resista a ser escrito. Ceñirme a estructuras métricas fijas me permite un grado de libertad infinitamente mayor que la que me permite el verso libre.  Me ha pasado que a veces escribo teniendo en mente un modelo, quiero decir; un poema que me dicta cierta pauta de escritura, aunque de ese poema (ideal, en sentido platónico) no aparezca ni una sola palabra en el poema (real) que escribo. En cualquier caso, la escritura es siempre gozosa; sino lo fuera no escribiría. Me hace sentir (por lo menos durante el tiempo que dura la escritura del poema) que la vida tiene sentido, que tengo un lugar en el mundo, y que de una u otra forma estoy haciendo lo único que lo justifica todo: escribir poesía. Cuando termino un poema alcanzo la experiencia más cercana a lo que me figuro que debe ser la felicidad.

- ¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Por supuesto que sí. Un escritor debe ser comprometido primeramente con su oficio. Compromiso no es –para mi-la ideología de la creación por encargo social, sino algo más profundo que eso. El escritor debe entender que la palabra es un instrumento de poder, y que todo discurso político hegemónico se realiza, en su microscopía, al interior del signo. La palabra no es inocente. Por tanto, debe situarse frente al lenguaje responsablemente. Purificar el lenguaje de la tribu para mantener la palabra a salvo de las perversiones del poder. Ese es el sentido político de toda escritura. El compromiso del escritor es, pues, siempre responsabilidad frente al oficio. En la medida en que haga bien su oficio, responsablemente, que es el arte de promover la palabra justa, ese sentido político se va a realizar con exactitud. Me molesta lo que acabo de decir, porque al hablar de compromiso se me viene a la cabeza una realidad irrefutable: un poema no le va a quitar a un niño el hambre, ni va a salvar de la miseria a nadie, ni hará que aparezcan los desaparecidos. Si uno fuera un hombre verdaderamente comprometido con la escandalosa  realidad social que nos ha tocado ser testigo, nos daríamos cuenta de que la poesía es el peor de los caminos, o al menos el camino equivocado para concretar una acción social efectiva. Y sin embargo,  optamos por escribir. Pero tal vez dejar testimonio de la realidad sea una forma de compromiso humano y fraterno con las personas que vendrán después de nosotros.

- ¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida? 
- En primer lugar, los poetas del siglo de Oro español. Sobre todo San Juan de la Cruz, Góngora, Garcilaso. César Vallejo me marcó mucho también: intenté ensayar, fallidamente,  algunas de sus técnicas, sobre todo su manera de cortar los versos, la audacia de sus adjetivaciones, el manejo del ritmo.  Creo que Vallejo fue fundamental para la gestación de la poesía de mi abuelo. Carlos German Belli me sedujo mucho también; su trabajo con las viejas estructuras métricas es de gran interés, en tanto logra insuflarles vida y sangre. Basta leer sus sextinas para constatar que se trata de un poeta mayor, dueño de un virtuosismo técnico que ningún otro poeta peruano ha logrado superar. David Rosenmann Taub es también un poeta  mayor, que he leído y releído con harto aprecio y entusiasmo.   Capital en mi formación fue mi cercanía con Raúl Zurita. Yo a él  le debo mucho; de verdad le tengo una gratitud enorme, un cariño infinito. Es el poeta más notable después de la generación de los cincuenta, muy superior a toda la poesía que se escribió después del golpe del 73, una realidad que les pesa a muchos.  Cómo no mencionar también a Floridor Pérez, poeta que respeto muchísimo y que me dio su espaldarazo cuando más lo necesitaba.

- ¿Qué me puedes decir del panorama poético actual?  ¿Qué autores destacas? ¿Qué me dices de tu promoción?
- Hay de todo y para todos.
Desde el concretismo mnimalista y objetivista de Andres Anwandter hasta el desborde retórico y desmedido de Javier Bello, pasando por el discurso autoreflexivo y critico de German Carrasco, que me parece uno de los más notables poetas de los últimos años. Creo, eso sí, que no hay ni un solo poeta que se pueda equiparar –remotamente- a los grandes autores de las generaciones precedentes, nadie que signifique lo que significó un Enrique Lihn para la generación del cincuenta o el mismo Zurita para la promoción de los setenta, aunque entiendo que no tiene por qué haberlos. Si tuviera que nombrar a los poetas que respeto, estos serian el ya mencionado German Carrasco, Armando Roa, Javier Bello, Jaime Huenún. Y pienso también en poetas de regiones: Cristian Formoso de Punta Arenas, Damsi Figueroa de Concepción, Jenny Díaz de Los Ángeles, César Cabello de Temuco.

- ¿Qué opinión te merecen los talleres literarios?
- La mejor de las opiniones, dependiendo, por cierto, de quien dirija el taller. Los talleres constituyen una valiosa instancia de aprendizaje, de camaradería, de amistad. En mi caso personal fueron muy útiles, sobre todo el taller de la fundación Neruda, que ha fundado ya una tradición. Una verdadera escuela de poetas. El ejercicio de leer los poemas propios a través de los ojos del otro es altamente productivo, en tanto permite afinar una mirada autocrítica siempre necesaria.

- ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o fragmento narrativo...cuál?
- Elegiría un verso de un poema que todavía no escribo, y que ya se me olvidó, porque es muy malo.

- ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
- La “Historia universal”  porque todavía no ha terminado de escribirse.
La Biblia, porque la edición que tengo tiene las letras muy chicas y me cansa la vista.  

- ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
- “Cortejo y epinicio” de Rosenmann Taub. El olvido en que se ha tenido durante tanto tiempo a Rosenmman es escandaloso y demuestra nuestra más profunda ignorancia.  

- ¿Cuál fue el último poemario que leíste?
- Poemas de José Martí. Un poeta absolutamente innovador, extraño, vigoroso,  genial.  Creo que en Versos libres, Martí marca la pauta de los que va a ser mas tarde el lenguaje  de Tala y Lagar.

- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
Leo literatura medieval española: El Cid, Los milagros de nuestra señora, Coplas a las muerte de su padre, y etc. Esto, por un curso que dicto en una universidad.

- ¿Cómo ves hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le daría a este problema?
- La industria editorial en el país de hoy es insuficiente. De eso no cabe dudas. Es triste que los buenos poetas tengan que costear sus ediciones, y escandaloso el hecho de que las editoriales con poder publiquen a poetas que no resistan la más mínima lectura.  Las comités editoriales del poder suelen ser sectarios, prejuciosos, y se rigen por las reglas de la moda y de las cúpulas. Por supuesto que hay excepciones. Respeto mucho el trabajo realizado por las ediciones de la Universidad Diego Portales o de los amigos de la Editorial del Temple.  Con respecto a tu segunda pregunta no sabría que decirte. No puedo solucionar mi vida, menos podré darle solución al problema de la industria editorial.

PD: acaba de nacer en la ciudad de Los Angeles (sur de Chile) una nueva editorial. Se llama El camino del ciego y la dirige el entrañable artista plástico Cristian Fuica. No me cabe la menor duda de que va a significar un importante estímulo a la creación poética del sur.

- ¿Qué piensas de los Premios literarios?
- Son limosnas. Sólo eso. Suben –engañosamente- la autoestima y nos hacen creer que somos poetas respetables: una gran mentira, porque no hay nada más relativo que  los premios literarios. Hay muchos factores en juego: el grado de amistad o parentesco entre los miembros del jurado y los postulantes, sus prejuicios y sus historias personales. Si vienen, vienen. Y si no vienen, no vienen.

- ¿Quién te gustaría que recibiera el Premio Nacional de Literatura?
- David Rosenmann Taub.

- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario? ¿Su política cultural para con la Poesía?
- Estoy muy poco informado al respecto. Sólo espero que todas estas promesas espléndidas sean algo más que palabras, palabras, palabras. Y que la política cultural para con la poesía sea lo menos política posible, que haya libertad verdadera, igualdad de oportunidades para todos los creadores, independientemente de sus posturas estéticas o políticas. Y que se deje de gastar dinero y tiempo en homenajear a nuestros ilustres poetas muertos, que cuando vivos fueran tan sistemáticamente ninguneados e ignorados: Mistral, Lihn y tantos otros.

- ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía o escritura, alguien que ha decidido ser poeta?
- Le diría que el oficio del poeta es un trabajo como cualquier otro, que ser poeta no significa nada más que ser un trabajador de la palabra, una labor que requiere dedicación y rigurosidad, que hay que quemarse las pestañas leyendo, que hay combatir la autocomplacencia, que si solo maneja el español evite leer poesía traducida de otros idiomas y que mame directamente de la fuente de nuestra lengua: los poetas fundacionales. Que lean y relean a Quevedo, Góngora, San Juan, Berceo, y Garcilaso. Que ensayen todas la formas métricas posibles: sonetos, romances, liras, sextinas, tercetos pareados, sin el temor a ser tachados de formalistas por cualquier novísimo de turno. Que cultiven el oído. Les aconsejaría  entender el poema como un artefacto y no como un discurso portador de la verdad. No temerle a los ensayos poéticos, a los ejercicios gimnásticos, aunque de ellos resulten textos deshechables que nunca merezcan publicarse. Y lo otro: que no le teman a la imitación, en tanto ésta puede llegar a ser un ejercicio de aprendizaje. ¿Qué más?. Que amen a concho, que observen obsesivamente la realidad, que estudien el movimiento de los árboles. Y sobre todo que amen la poesía, y que cuando dejen de amarla, lo mejor es guardar silencio para siempre.

- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- 1.-Fabula de Poilifemo y Galatea de Góngora.
2.-Cantico espiritual de San Juan de la Cruz.
3.-Tala de Gabriela Mistral.
4.-Cortejo y epinicio.
5.-Venus en el pudridero de Eduardo Anguita.
6.-Discurso del gran poder de Braulio Arenas.
7.-La greda vasija de Alberto rubio.
8.-Canto a su amor desaparecido de Raúl Zurita.  
9.-Trilce de Vallejo.
10.-El proceso de Kafka.

- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
- Me parecen absolutamente revolucionarias. Tan relevantes para nuestra época como lo fue en su tiempo la invención de la imprenta. Valoro mucho la profunda significación democrática de estas nuevas formas de difusión: todo escritor tiene el derecho a ser leído, independientemente de su legitimación como autor, de su pertenencia a un canon, de su relación con el poder, incluso de su calidad literaria.

- ¿Qué cosa últimamente te quita el sueño?
- El insomnio y el café.

- ¿Qué te escandaliza?
- El clacismo, el racismo, la acumulación de la riqueza en manos de una elite ignorante, la pedantería, la falta de amor y de humor.  

- Me gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta – que nadie más te ha hecho- y te la respondieras. Una que nadie ha tenido la gentileza de hacerla.
- Esa pregunta que nadie me ha hecho nunca es precisamente la que tú me estás haciendo y que no sabría responder. Pero hagamos el ejercicio que me propones. Creo que nunca me han preguntado a quemarropa ¿por qué escribes?. Y la respuesta es tan simple que me da vergüenza decirla: escribo para que me quieran.

- Y por último ¿A qué le tienes miedo Rafael Rubio?
- A la locura. Es lo que me aterra. Muchísimo más que la muerte y que el miedo a no escribir nunca más.

 

- POESÍA -

 

PRIMERA ELEGIA

Tanta muerte para una sola piedra
Tanto dolor para una mano sola
Tanta angustia por una sola hiedra

Tanta mudez de piedra que arrebola
una rabia más honda que la tierra
mordiendo las raíces que la asolan

Desmádrese el silencio contenido
Peñásquese la nada hasta los huesos
Enhuésese el peñasco, conmovido

entre las hiedras que escupimos, presos

tan ciego el arrebol hunde la boca
hasta tocar la noche con los huesos
bajo la tierra que el tañido invoca

bruñendo su poniente más rotundo
arrebolado sobre el valle inmundo

Tan muda la ceguez, tan ciega el habla
y tan peñasco el miedo de estar preso
tan piedra la mudez que nos entabla

hasta caer del cuerpo hacia los huesos
hasta morder la piedra sordamente
hasta parir la sombra más sombría

y hasta perder la voz en la simiente

no hay noche más peñasca que la fría
oscuridad que araña sus violines
ni muerte más mortal y más vacía

que el hueco que pulsé hasta los confines

Que no me digan que la piedra es dura
Y que la muerte es dura y que la vida
es más dura que el polvo y más oscura

que la voz de la más cerrada herida
Que no me digan que mi madre es piedra
ni que mi padre es piedra y que la hiedra

es mi madre también, sonoramente
hundida en la raíz hasta la frente.

Desmádrese la más rotunda piedra
Empiédrese la más rajada madre
Desrájese la más profunda hiedra

Y tórnese la sangre hacia su padre

Y así al entrar la voz en lo rotundo
el polvo aprieta el nudo. Y ya confeso
implora su peñasco más profundo

hasta la noche misma de los huesos
Y entre las piedras que mordimos, presos
escarbamos bajo la sombra fría

una rabia más honda que la tierra
y más ancha que el padre, todavía.
Y en lo más muerto de mi voz entierra

la espina de mi madre, vergonzosa
de atravesarse en mí. La noche emperra
una rabia de púas, numerosa.

Y en la afanosa grieta que se empoza
vuelve a zumbar mi voz, tu voz, la piedra
nace en tu sangre misma, presurosa
y encrespa su dolor en cada vena

el cuerpo habita el hueco donde grita
la voz que habita el cuerpo que devora
el hueco donde muere el que lo habita

y en medio de la polvareda, implora
su profundo peñasco avergonzado
de ser rotundo de preñez. Ahora

vuelve a nacer la mano que me llora

sin un poniente que pulsar, lejano
sin una piedra en que enterrar la piedra
sin una mano en que enterrar la mano

sin una hiedra en que enroscar la hiedra 

 

SEGUNDA ELEGIA

Qué profunda la sed que se te enrosca
como una mala madre. Y qué rotunda
la piedra que te habita de ser hosca

ensimismada sangre tan profunda
que en lo más vivo de la muerte, brota
hasta zumbar la llaga que te inunda

sobre la luz, sobre la piedra rota
sobre el polvo sin madre que te llora
sobre el dolor sin padre que te azota

Y en la pureza que la llaga implora
toda muda de sed se muerde entera
hasta parir la voz, derrochadora

de muerte que se piedra para afuera.

Tan angustia la llaga se arrebola
de ser semilla en la hendidura, presa
entre las hierbas que la sed asola

hasta volcar la voz sobre las piedras

sin una mano abierta, sin un brazo
sin una piedra en que apoyar la angustia
cuando la noche alarga su zarpazo

y al fin sobre la quemadura, mustia
en medio de la sed, afloja el lazo

sin una madre en que sangrar, lejano
sin una piedra en que enterrar la piedra
sin una mano en que enterrar la mano

sin una hiedra en que enroscar la hiedra.

Pero la noche muerde como perra
el corazón del polvo, despojado
sobre las piedras piedras que destierran

un dolor clavador, agujoneado
hasta los mismos huesos, tan vacíos
de morderse en la noche, arracimados

bajo las piedras rotas, bajo el frío
de tu padre sin voz. Sin una mano

sin una piedra en que enterrar la piedra
sin una piedra en que morir, lejano
sin una hiedra en que enroscar la hiedra:

sin un peñasco en que patear el llanto. 

 

 

TERCERA ELEGIA

Yo solo quiero que me den la piedra
como una madre amarga. Que me hundan
hasta la entraña de la luz profunda

Que no me den la llaga ni la hiedra
Que no la vida. No el peñasco oscuro
que de enroscarse en la raíz más honda
  
  vuelve a vibrar terriblemente puro
  en la penumbra de mi voz redonda.
 
Qué profundo mi padre. Qué profunda
  la madre tan terrible que me dieron
  Qué feroz la borraja que me inunda
 
  y qué tremendo el dios que me pusieron.
  Que no me escancien la borraja impura
  en la vasija que quebró la muerte
 
  ni me la trasvasijen mas oscura
  ni me la viertan sobre el gajo inerte

Que profunda la sed. Qué mudo el hosco
  dolor que nos taladra sordamente
  Qué escupida la hiedra en que me enrosco

  y qué enroscado el miedo, de repente.
  Pero el peñasco que escupimos presos
  sobre la voz sin voz de la simiente         

hundió su boca hasta tocar los huesos
  hasta palpar la noche con la frente
  hasta golpear la inmensidad del yeso

Y al azotar la oscuridad herida   
  vuelve a plañir la muerte, tan hundida
  en la herradura que el desgarro arroja
 
  hasta la entraña de la herrumbre roja.
 
  Pero el lagarto  que mordió la piedra
  hundió la rabia hasta humillar mi mano
  Y en el dolor que me enroscó la hiedra
 
 vuelve a zumbar mi padre, tan lejano
 que al volver se arrebola hasta la tierra.
 
  Que no me den la muerte de los muertos
Que no me den la sangre del lagarto
Que no me den la llaga del abierto

desgarro clavador del hondo esparto.

Que la piedra se apiade de la piedra
Que la mano se apiade de la mano
Que la hiedra se apiade de la hiedra

Que el peñasco se apiade, tan hermano
del peñasco que llora, amargamente
la muerte del peñasco, de repente.

Para que no me aúlle la pedrada
para que no me enrosquen las raíces
ni me comben el cielo como lápida

ni me hurguen la sangre con las crines.
Porque la noche raspa, sordamente.
Porque la noche araña los violines.

Porque la tierra insulta la simiente
y blasfema la espina que (encumbrada
sobre la piedra) punza hasta el relente.

Que no me digan que mi voz es llaga
Que no me digan nada. Que no quiero
mirar el hueco donde desgarrada

zumbó la avispa hasta roer el hueso.

No quiero ver al padre. No lo dejen
tendido ahí sobre la piedra oscura
que la hiedra con brazos entreteje.

Que me den una piedra, solamente.
Nada más que una piedra. Que no quiero
morir de solo hundido hasta la frente

sin una miserable piedra sola
sin un peñasco solo, solamente. 

 

 

EL ARTE DE LA ELEGIA

Todo consiste en llegar al justo término
y después, dar a luz la voz:  dejar
que se complete la muerte. Nadie va

a lamentar una metáfora imprecisa
ni un epíteto infeliz, cuando la muerte
está viva en el poema.
                                    Todo estriba
en simular que nos duele la muerte.
Sólo eso: hacer creer que nos aterra

morir o ver la muerte. Imprescindible
elegir una víctima que haga
las veces de un destinatario: el padre

o el abuelo o el que fuere, con tal
que su muerte haya sido lo bastante
ejemplarizadora como para

justificar una ira sin nombre. Impostarás
la voz hasta que se confunda con
el ciego bramido de una bestia. Así

infundirás piedad en tu lector.
Recomendable el terceto pareado si se quiere
seguir la tradición del abandono, leerás

la elegía de Hernández a Ramón Sijé
o la que don Francisco de Quevedo, maestro
en el arte de la infamia versificada

inmortalizara a fulano de tal.
                                             Debe ser
virtuoso el uso del encabalgamiento:

echar mano a aliteraciones de grueso calibre
para reproducir la onomatopeya del desamparo
que la elegía debe –aunque no pueda- sugerir.

El uso de la rima debe ser implacable:
el primero con el tercero, consonante
con perfecta –aunque engañosa- simetría.

(El segundo con el primero del terceto
siguiente, encadenados, como están

ayuntados los bueyes de la angustia
en los vastos potreros del poema)

Importa sobre todo, la verosimilitud de
tu desgarro y no el desgarro mismo:  
el dolor puede ser de utilidad

siempre y cuando no atente contra la
rigurosidad del edificio
el templo del poema debe estar

sostenido por los números. Sólo eso
será garantía de profundidad
si se quiere atraer la compasión
 
de un lector habituado al verso libre.
No  importa la belleza. La verdad
será requisito indispensable

a la hora de urdir una elegía 
que merezca el prestigio de la muerte
o la inclusión gozosa y dolorosa

en el canon de la nueva poesía española.                              
Deberás entender a fin de cuentas
que el poema no es mas que un ejercicio:

no va a hacer que se levanten los muertos
ni hará que tu padre retorne
del oscuro país de los dormidos

porque ya no habrá país del que volver
ni esperanza tampoco, ni poema.
 
Evitarás el troqueo, como quien
huye de si mismo.
                              El ritmo yámbico
será recomendable en estos casos
siempre cuando haya unidad de fondo y forma.

Repartirás los acentos de tal modo
de sugerir la solemnidad mas aplastante
el ritmo de una marcha funeraria
                 
o el réquiem de Mozart, por ejemplo:
tarea en extremo dificultosa
si se tiene el oído acostumbrado

al vicio del martillo o del tambor.               
El dolor es un lujo que muy pocos
pueden permitirse. Y si es así

que no sea sino un vulgar pretexto

para erigir el templo del poema: un
edificio cuyo lujo te avergüenza
ha de ocultar las ruinas sobre las que
                                     se sostiene:

palabras que desprecia el albañil.
                                                 El oficio
se ejerce en la oscuridad o en el abismo                 
o en una mesa de disección.                       
                            No habrá de ser
de otra manera la escritura, si se quiere     
ver la muerte morir en el poema.

Si hablas de tu padre será con rencor
y no con el barato lloriqueo
de los pobres de espíritu. Odiarás

con honda intensidad lo que te quede
de él en la memoria. No es
imprescindible que el mundo se entere

de tu ruina pringosa, pero si
el poema lo requiere así, confiésalo
pero que sea solo una vez:

de tu dolor da cuenta tu silencio.
Arrasarás con todo lo que obstruya
la lectura fluida del poema,

entenderás, al cabo, que el silencio
es la onomatopeya de la muerte,
has de darle lugar en la elegía. Así                                     

evitarás la asfixia de lector.

Has de expulsar los ripios, con un látigo:
no entrarán en el templo de tu padre
fariseos ni ciegos mercaderes

de la palabrería.
                             Barrerás
con todo lo que no contribuya
al despliegue lujoso de la retórica

y lo demás entrégalo a los perros.
Entenderás por fin que una elegía
es cosa de vida o muerte.
           O bien, al menos
te será un sustituto del suicidio.                 

En el arte del corte de los versos
es maestra la muerte.
                                    Deberás           
aprender de ella, si pretendes
que tu elegía sea ejemplar:

un asunto tan delicado como la muerte
requiere tal manejo del oficio
que sería necesario la inmortalidad

para aprenderlo con éxito o morir.
No podrás desasirte del peso de una larga
tradición familiar en el oficio

(Padre, espíritu santo, santo, santo
el hijo: ni un gargajo moribundo
del talento del abuelo. Ni un terceto
construido con el mínimo sentido
de la musicalidad: una vergüenza)

Ni de las taras impuestas por tus malas lecturas
de la poesía del siglo de oro español.

Si escribes de tu padre que sea con violencia:
lo matarás de nuevo en tu elegía
no de otro modo lograrás el beneplácito

de la palabra habituada al abandono.
Que no tendrás sosiego mientras dure
la escritura del poema. Así de grave
                                  
y cojonudo el arte de escribir
sobre la piel de un cadáver.
                                Sólo quien
ve la muerte de su padre, podrá dar
notable fin a una elegía.
                                        (como éste)
¡Un remate que haga remorderse de envidia
-en su tumba-
a Quevedo, a Fray Luis, a Garcilaso!

 

 

VILLANELA.

El cielo se despeña en un momento
y mientras miro el monte que enrojece
Mi amor –te digo- es como un ojo hambriento.

El arrebol se empotra sobre el viento
se nutre con la noche que le crece
Y el cielo se despeña en el momento.

Y al entrarse en la tierra, no contento
de  parirse a si mismo,  se enfurece
Mi amor –te dice- es como un ojo hambriento.

Arde el ocaso, al fin: un monumento
que tumban con los cuernos blancas  reses.
Y el cielo se despeña en un momento.

Se irrita sin motivo. Y en lamento
contra la muerte arroja sus rojeces
Mi amor- repite- es como un ojo hambriento.

¡Quedará  en el temblor de los cimientos
la ronca voz  de días, años, meses!
El cielo se enrojece en un momento:

Mi amor –te digo- es como un ojo hambriento.

 

 

EPILOGO:

EL VALLE ESTABA ARRIBA
EL CIELO ESTABA ABAJO.
Levitar era bajar del valle al cielo,
                           Padre puro:

adentro de lo oscuro hay una luz rabiosa.

Afuera están gritando que no hay dios.               

 

 

 

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