Antes de la inundación que afectó Bahía Blanca, tuve el privilegio de adentrarme en el mundo literario de Nico Guglielmetti, un escritor y poeta cuya obra refleja la riqueza y complejidad de la realidad argentina. Nacido en Bahía Blanca en 1981, Guglielmetti ha sido una figura destacada en la consolidación de la poesía contemporánea del sur del país. Su trabajo, que abarca tanto la poesía como la narrativa, se caracteriza por su constante exploración de la identidad cultural argentina, los vínculos con el deporte, ética personal y política, y una mirada crítica sobre el presente social y político.
Con una extensa trayectoria que incluye títulos como Tres dedos, Bella Vista, Cruzar el desierto, Antes que el tiempo arrase con todo, Ha muerto Maradona, y El perro imaginario, Guglielmetti se destaca no solo como escritor, sino también como editor, activista cultural y curador del Festival de Narrativa de Bahía Blanca. Su participación en proyectos como Cultura Futbolera BB y su rol como fundador de Nexo Artes y Culturas, revista literaria en la que explora los cruces entre la literatura, el arte y el cine, dan cuenta de su compromiso con la difusión y el desarrollo cultural en su ciudad natal y más allá.
En esta entrevista, hemos reunido una serie de preguntas que abordan diversos aspectos de su quehacer literario: desde sus gustos literarios y el proceso de escritura, hasta su reflexión sobre la poesía argentina y el fútbol como fenómeno cultural. A través de sus respuestas, descubrimos las claves de una obra que ha sabido interpretar el pulso de su tiempo y, a la vez, mantenerse fiel a la experimentación poética.
A continuación, te invito a leer esta entrevista, que nace después de leer su poemario El perro imaginario, 2024, donde Guglielmetti explora con agudeza las tensiones sociales y políticas de la Argentina contemporánea. A través de un lenguaje crudo y mordaz, aborda temas como la guerra, la lucha ideológica, la falsedad de las realidades construidas y el vacío del poder. En poemas como La trinchera, el amor se ve interrumpido por el contexto de conflicto social y político, mientras que en El perro imaginario, critica las ideologías vacías y la desconexión entre la política oficial y la realidad. Guglielmetti también reflexiona sobre la poesía misma, cuestionando su función social y el rol del poeta en tiempos de crisis. Su obra destaca por la mezcla de ironía, desilusión y una crítica feroz al presente, invitando a una reflexión profunda sobre el sentido de la política, la historia y el arte en un mundo marcado por la fragmentación y la mentira.
—¿Cuáles son los primeros recuerdos literarios que tienes de tu infancia o adolescencia? ¿Qué libros o autores te marcaron en esa etapa? —Vengo de una familia de clase media trabajadora donde no había una gran biblioteca más que los libros de “Elige tu propia aventura” o la colección Billiken con “Clásicos de la literatura universal” como “Las mil y una noches” por nombrarte alguno, así que como de chico tuve una pulsión inexplicable que me acercaba a escribir poesía y mi abuelo Víctor que vino de Chile a probar suerte acá en la época de Perón, me hablaba de Neruda, arranqué por ahí: la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín, sacaba colecciones de autores clásicos a 5 pesos que llegaba cada sábado con cada uno de los libros de Neruda y el kiosquero Rubén (a quién hoy todavía le agradezco el gesto) me vendía los libros con el suple sin la obligación de comprar el diario lo cual era una ganga.
Así formé mi primer gran piso de lectura antes de ir a la carrera de Letras.
Luego ingresé a la carrera de Letras donde estaba Raimondi y otro grupo docente como Mario Ortiz o Claudio Dobal y descubrí a Sebald, Claudio Magris, Pound con toda la traducción de poesía oriental, Williams, Rimbaud, Baudelaire, Ginsberg, Stein, los cubistas, Parra, la poesía Beatnik y un poco mi cabeza explotó por esa sobreinformación de estéticas y siempre tuve claro que me interesaba tomar lo mejor de cada una y hacerlas propia para lo que yo quería decir.
También tuve la suerte de ingresar a una Beca que organizaba la editorial Vox donde Daniel García Helder(uno de los directores de la mítica publicación Diario de poesía) nos daba taller y conocí de primera mano toda la poesía de los 90 ya que Fabián Casas, Daniel Durand, Roberta Iannamico, Laura Wittner, Darío Rojo, Fernanda Laguna, José Villa, Desiderio, Martín Rodríguez, Cucurto, entre otros, visitaban la ciudad y tenían charlas con nosotros.
De toda esa experiencia de conocer gente sumado a las lecturas y la interacción con poetas que en ese momento me interesaban como Carolina Rack, Alfonsina Brión, Marina Yuszczuk, Nico Fernández Vicente, Nico Arias, Beila Palma, Julieta Gómez, Guillermina Esmoris, Fran Cantamutto entre otros fui armando mi propio mapa de lectura del que destaco a Ricardo Zelarayán, Ernesto Cardenal, Idea Vilariño, Pasolini, Gelman, Daniel Durand, Girondo, Charles Simic, Watanabe, Estela Figueroa, Elena Anníbali, Viel Temperley, Vicente Luy, Roberto Bolaño, Talata Rodríguez, Tilsa Otta, Montalbetti, Leonidas Lamborghini, Francisco Bitar, Ioshua, Litvinova, Anne Carson, Ellen Kennedy, Cristián Gómez Olivares, Ocean Voung, etc.
—¿Cómo definirías tu estilo poético en pocas palabras? ¿Cuáles son los rasgos que consideras más distintivos en tu escritura? —Mi poética se edifica sobre dos postulados fundamentales: oralidad, el trabajo con la lengua popular y la literatura situada, con un fuerte arraigo con lo territorial. Para mí se puede ver lo universal desde la esquina de mi barrio. En una clase de la universidad citaron a Bourdieu diciendo algo más o menos así como que hay que dedicarle la misma atención que ponemos en mirar a ciudades como Constantinopla en nuestros pequeños pueblos.
Cuando escuché eso me acuerdo que muchos poetas tenían pruritos con escribir sobre su tierra porque tenían miedo a ser tildados de “localistas” y que eso perdiera potencia en un lector de afuera, así que decidí ir por ahí y el camino largo. Decidí quedarme a escribir acá en lo que llaman “la tierra del diablo”, dar cuenta de sus problemáticas y lo que le pasa a un poeta que se queda escribiendo acá en el “desierto”. A todas las personas que he conocido, las he conocido y recibido en mi ciudad y puedo decir que son de los más diversos puntos del continente y eso me llena de orgullo. La sensibilidad de un poeta o la conciencia social no solo se demuestra en lo que dicen sus poemas sino en cómo uno pone a circular su obra y cuál es el rol que cumple un poeta en su sociedad y su sociedad empieza en la vereda de su casa.
Para mi modesta manera de ver la literatura, el contexto es lo que define a un texto. Si uno agarra una frase y le cambia el contexto eso se reconfigura. Esa es mi gran operación de escritura. Decir con lo mismo en diferentes contextos y dislocarle los sentidos.
Tomar de la oralidad lo que se perdería y no estaría incluida en la letra de molde de la historia oficial. Hay algo muy rico en nuestra lengua que solo está en el habla. Es como un compendio de palabras que solo existen por un tiempo entre los marginados de un sistema y luego se evaporan. Por eso me encanta trabajar la oralidad. Con el lenguaje efímero de los medios y las redes sociales me pasa igual. Hay mucha poesía entre tanto spam y el poeta es como cuando vas a un bar y te sentás a escuchar a los parroquianos.
Supongo que eso lo traigo de ahí, de militar en clubes y colectivos de gente y compartir momentos con ellos o de simplemente escucharlos. Ahí está lo rico de nuestro lenguaje y “la verdad de la milanesa” de nuestra época. No donde los jerarcas legitiman sino en la gente de a pie. En líneas generales mi poética se edifica en esas experiencias. Cuando
escribo un poema ya no escribo un poema sino pensando en un proyecto poético y siempre tengo presente estos aspectos y procedimientos.
Al “El perro imaginario” específicamente lo empecé a escribir luego de ver un video con un poema de “El hombre imaginario” de Nicanor Parra y estar leyendo unos poemas donde Leónidas Lamborghini se metía en el tejido de textos clásicos como el Himno Nacional Argentino o la marcha Peronista y los reescribía resignificándolos. En las noticias todos empezaban a burlarse de Javier Milei que decía conectarse con el espíritu de su perro muerto para dirimir la suerte del pueblo argentino y enseguida se me empezaron a armar circuitos de escritura en la cabeza. Se me vino Aullido de Ginsberg y pensé cómo sería dar cuenta del fracaso de mi generación con una gran y eterna subordinada y tomé otros textos que en su momento pensaron el Peronismo como la Escolástica de Carlos Godoy y empecé a pensar esos textos desde mi Bahía Blanca 2024 y lo que salió es un texto que está teniendo muy buenas devoluciones con los lectores. Percibo que hay un lector que se cansó un poco de leer poetas que le escriben versos a la ducha y están ávidos de una poesía más comprometida.
—Tu poesía ha transitado desde el formato plaqueta hasta libros de mayor extensión. ¿Cómo ha evolucionado tu forma de concebir la poesía a lo largo de los años? —La poesía mejor que ningún género encuentra en cada época sus propios modos de circulación y particularmente en nuestro país después de cada crisis surgieron proyectos sumamente novedosos como las editoriales cartoneras, las plaquetas, libros con sachets de leche, libros objetos, libros con latas de arvejas, poemas en cajas de fósforos, en cintas de casettes.
La poesía encuentra siempre la manera de resistir con ingenio, belleza y los materiales que les deja la época.
En lo personal, la poesía tiene el poder de seguir conectándome con aquel pibe que respiraba un aire donde todo estaba por hacerse. Un aire de libertad genuina, de sentimientos nobles y del cuerpo sometido a experiencias sensitivas antes que la vida me pasara un poco por encima. Amo la poesía y nunca pude explicar qué me ligó a ella a tan temprana edad, más allá de mi curiosidad de experimentar con el lenguaje sin ningún tipo de tapujos y verlo en relación a mi manera de pensar y sentir el mundo.
Lo único que a veces me aleja de la poesía son algunos personajes que intentan adueñarse de la poesía y hacen lobby o traccionan desde sus espacios de poder. Eso generalmente me da una mezcla de asco con vergüenza ajena y hace que me aleje un poco de frecuentar el ambiente limitándose solo a eventos puntuales. Antes vivía yendo a recitales de poesía. También supongo que uno se pone grande y pierde los filtros y tiene la suficiente espalda para decir lo que piensa sin esa necesidad que tiene muchos a pertenecer sin importar a qué costos.
En líneas generales lucho para que esas cosas un poco desagradables del ambiente no se metan en el medio de mi conexión con la poesía y me junto con gente que esté vinculada a la poesía de una manera más orgánica.
—¿Qué papel ocupa la experimentación formal en tu obra? ¿Hasta qué punto te interesa jugar con la forma del texto? —Ocupa un lugar muy importante desde siempre. El hecho de incluir a la oralidad como primer medida como disfrutaba mucho de Zelarayán o Girondo. Si te fijás en Cruzar el desierto hay un solo poema de casi 40 páginas como una locomotora avanzando sobre una época, en el libro Antes que Antes que el tiempo arrase con todo hay una serie que se llama “Manual para la pesca deportiva” donde cuento la muerte de mi padre a través una práctica que nos conectó desde siempre. Utilizar ahí procedimientos “objetivistas” para no hacer lacrimógeno el texto le dio un plus que lo potenció. Hace poco preparando mis talleres de escritura me puse a revisar una antología de poesía visual y terminé escribiendo y dibujando una inmensa cantidad de poemas y caligramas que algún día seguro verán la luz. También este año voy a publicar con la editorial Halley un poemario llamado “Piel Plebeya” que partiendo de una experiencia personal piensa las posibilidades reales que tienen los poemas de corte romántico en la sociedad de hoy en día con los vínculos actuales, lo que se convirtió todo un desafío de escritura. Para redondear la idea, la experimentación para mí es indisociable de cualquier disciplina artística y pensar y revitalizar formatos en apariencia caducos es algo que siempre está presente.
—La poesía argentina, con sus tradiciones y rupturas, ¿cómo crees que influye en tu escritura? ¿Qué elementos tomas de la tradición poética argentina y qué aspectos prefieres reinventar o cuestionar? —Al tener que reseñar y entrevistar escritores para Nexo u otras publicaciones especializadas como la Opcit que dirige un poeta emblemático de los 90 como José Villa, siempre escribo partiendo de un conocimiento y un respeto por la tradición. Trato de escribir conociendo los procedimientos y adecuarlos a lo que estoy queriendo transmitir hoy yo desde mi Bahía Blanca 2025. Para mí no se puede escribir sin leer y por añadidura no se puede producir desconociendo la tradición. En mi caso particular tengo una gran influencia de la Poesía de los 90 en mi país ya que marcó una nueva manera de pensar la literatura en relación a los objetos y lo cotidiano. Una poesía menos señorial y más desacartonada aunque los objetivistas llevaron la disolución del yo al extremo y yo no estoy tan seguro de querer disolverlo. Hay cosas de la poesía romántica, de la poesía de los riscos o las odas que a mí me ayudan mucho a nivel rítmico cuando pienso los poemas y eso el verso libre un poco te lo desarticula. También hay cosas de la poesía visual que me interesan al igual que lo que se llama ahora la narrativa poética. Me parece que la poesía de hoy exige ser versátiles. El arte en general va hacia la hibridez de géneros así que esos lineamientos considero deben ser aplicable a las cuestiones estéticas.
—En tus obras hay una constante presencia de la ciudad de Bahía Blanca. ¿Qué significa para ti este lugar en relación a tu producción poética? —Como ya veníamos diciendo el arraigo con lo territorial es determinante en mi obra. Tal vez porque tuve la suerte de nacer en una ciudad con una tradición fuerte con respecto a la poesía de nuestro país o es una ciudad tan compleja que uno puede ver el mundo en ella que me parece como que no me alcanzaría la vida para escribir de mil formas la ciudad.
Siempre tuve en claro cómo quería posicionarme con mi escritura sobre todo para diferenciarme de estéticas más elitistas que despreciaban una poesía de corte más popular. Después el tiempo un poco me demostró que no estaba equivocado con esas lecturas aunque en ese momento fueron decisiones importantes que incluían leer el campo cultural en relación al proyecto de escritura personal.
Edificar una obra de más de 15 libros desde los márgenes sin salir de la ciudad y que los libros hayan hecho el recorrido que tuvieron es algo que me llena de orgullo porque nunca necesité de subordinarme a la rosca profunda. Recuerdo cuando se comunicaron de Nápoles que querían traducir el poema de Maradona o cuando “Los desquiciados” fue presentado en la Feria del Libro de Frankfurt o recibir mensajes de lectores de Uruguay, Chile, España son como una palmada de aliento en el camino sinuoso. Creo mucho en el recorrido que hacen los libros por su cuenta.
—La poesía de Maradona, reflejada en tu libro Ha muerto Maradona, no solo es un homenaje a un ícono cultural, sino una reflexión sobre el deporte y la identidad argentina. ¿Cómo crees que el fútbol y la cultura popular en general influyen en la poesía? —Uno de los primeros libros que me marcó y compré en la fotocopia de Humanidades de la Universidad del Sur fue “Laspada” de Marcelo Diaz y da cuenta de un rústico zaguero que brilló en Olimpo cuando por entonces el equipo bahiense militaba en el torneo superior de Afa. La manera que estaba escrito me marcó porque además de hablar de Laspada, hablaba de los discursos del fútbol, la política y la vida. Simultáneamente percibía que grandes escritores como Fontanarrosa, Sacheri o Dolina eran mirado medio de costado por escribir sobre fútbol así que como buen porfiado que soy mi primer libro lo edifiqué sobre la figura de Ariel Ortega y Maradona. Ese libro salió en una Cartonera de Zaragoza España y el libro se llamaba “Tres dedo” que jugaba un poco con una forma de pegarle a la pelota con efecto. Acá en argentina pegarle “tres dedo” es en sí una jugada y tuve que explicarle varias veces a editores y biógrafos que no se trataba de una errata. La cosa es que de ahí en adelante el fútbol siempre estuvo presente al punto que mi novela más difundida fue sobre el mundial de 2014. Se llama ´´¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial? La editó en Buenos Aires Uoiea en el año 2022 y con la fiebre mundialista y el campeonato de La Escalonetta la novela llegó a muchísimos lectores. Cuenta la historia de ciencia ficción en la que se sospecha que el árbitro de la final con Alemania no era ni más ni menos que un robot.
Para cerrar, lo de Diego fue diferente porque cuando murió me invadió como a todo el país, una sensación de tristeza y llanto inexplicable así que no encontré otra forma de metabolizar el dolor que escribiendo ese texto que creo es uno de los que más orgullo siento. Antes de ser poeta fui pibe y jugador e intentábamos en vano imitar cada uno de sus movimientos. Era como un modelo de época y que haya muerto nuestro dios más terrenal de alguna manera anunciaba la muerte de una época. En algunas cosas que Maradona hacía dentro de la cancha existía más poesía que en espacios destinados a fecundarla.
—En tu proyecto Cultura Futbolera BB, el cruce entre literatura y fútbol parece ser central. ¿Qué ves de poético en el fútbol y cómo lo conectas con la escritura? —En una primera instancia lanzamos el certamen literario “El gol de tu vida” con la idea de realizar una antología de cuentos futboleros y, con el ganador, un corto a cargo de un gran documentalista de nuestra región llamado Raúl Papalardo cuyo documental sobre Maradona es altamente recomendable. La idea es explorar el fenómeno social del fútbol aproximándonos desde las disciplinas artísticas como la fotografía, la literatura, el cine, la música.
No encuentro algo más poético que la sensación que recorre el cuerpo de una persona cuando mete o festeja el gol de su equipo. En Sudamérica pero en Argentina concretamente el fútbol es casi una religión y explorar sus límites desde la mirada de los artistas, intelectuales, ex jugadores es un desafío enorme pero sumamente gratificante y que Bahía Blanca sea una de las puntas de lanza nos llena de orgullo tanto a mí como Diego García y el mismo Raúl que tuvimos la idea de poner a rodar este proyecto.
—En Zona de Influencia exploras relatos que tienen que ver con la realidad social de la Argentina. ¿Cómo percibes el papel de la literatura en la construcción de una mirada crítica sobre el presente del país? —En Zona de influencia hay casos femicidio o desaparición de personas en plena democracia, hay pescadores artesanales intentando sobrevivir en una ciudad donde las petroquímicas arrasaron con todo, hay amores perros, hay obreros que llegan de lugares remotos aplastados por enormes jaulas, ovnis, animales mutilados, asesinos seriales y alumnos que escapan de la gran urbe y regresan a sus lugares de origen con secretos que no pueden contar. Es un libro audaz donde toda esa información está ahí
pero en una segunda capa. Son historias breves que comencé a escribir en pandemia y poco a poco se fue conjugando en un corpus de textos que daban cuenta del “lado b” no solo de Bahía sino las ciudades y pueblos cercanos.
Me gusta trabajar con materiales que la historia oficial quiere guardar bajo la alfombra. Me reconforta como escritor tener un compromiso con la sociedad donde estoy produciendo mis textos. Hay historias que parten de informes periodísticos, otros que son leyendas urbanas y otras que son habladurías de los habitantes. Me gusta que mis historias un poco sean el resultado de ahondar en la memoria colectiva de sus habitantes. Escribir sobre la realidad social a veces te coloca en una posición incómoda porque obviamente a veces toca intereses, pero la literatura para mí es hacerse preguntas incómodas. No me gustan las historias estilo “Sex on the city” o la literatura basada en los problemas existenciales de gente sin problemas reales. Me interesa ver cómo viven y piensan y los problemas que tiene la clase popular
que es la franja más ancha de la sociedad argentina. Soy libriano y siento que un poco equilibro el cosmos dándole voz a los que no tienen voz.
—Como editor, ¿cómo eliges los textos con los que trabajas? ¿Qué valoras especialmente al momento de revisar la obra de otros autores?—Como soy un escritor que da libertad a sus editores porque los creo fundamentales, primero elijo a autores que entiendan el rol de un editor.
Después me tiene que gustar el texto, le tengo que creer. Más allá de los tecnicismos uno se da cuenta rápidamente cuando hay un escritor genuino
o un artificio mal logrado. El principal problema de esta época es que hay muchísima gente enamorada de la representación de lo que era un escritor famoso hace 50 años atrás, pero muy pocos son escritores. Muy poca gente
se inscribe en la escritura como un modo de vida. Apoya la cola en el asiento, fracasa,vive, escribe, rompe garabatos, toma notas, reescribe un cuento 10 veces desde la perspectiva de otros narradores. Casi nadie está dispuesto a someter el texto a preguntas potentes. El apuro por publicar, los likes y las frivolidades que tienen que ver con el circo de la escritura distraen de lo principal que es ver si lo que alguien quiere contar está logrado.
Si el registro utilizado es el correcto, si el corte de verso está bien, si las voces de los personajes fueron trabajadas con una composición casi actoral, en fin. Me gustan los escritores que les gusta trabajar cuerpo a cuerpo en el texto. Que defiendan lo que escribieron aunque eso lleve a un proceso más largo en el tiempo. Me gusta hacer con los escritores lo que buenos editores han hecho conmigo que es cuidarme y que no me arrepienta luego de lo que publiqué.
—En tus talleres de escritura creativa, ¿qué consejo les das a los escritores emergentes sobre la búsqueda de su propia voz poética? —Lo primero que hacemos durante meses es explorar diferentes estéticas y procedimientos, los cuales replicamos y apropiamos. A quienes escriben ciencia ficción, les hago escribir policiales; a quienes reniegan de la poesía, les hago escribir una oda. De este modo, los saco de su zona de confort para que, cuando avancen en la búsqueda de un estilo propio, al menos sepan por qué lo eligieron. Después, hacemos devoluciones colectivas que nos permiten detectar más fácilmente los errores en los textos ajenos, ya que no estamos ensimismados en el apego a lo propio.
Realizamos ejercicios de escritura creativa en clase para acostumbrarnos a romper la idea de la inspiración y el miedo a la hoja en blanco. Reversionamos clásicos, trayéndolos a nuestro contexto, o tomamos una historia y trabajamos todos en un final alternativo. También hacemos textos colectivos. Con todo esto en la cabeza, los participantes salen del taller con otra perspectiva de la literatura.
El problema principal es que la gente no lee lo que debería leer para escribir lo que quiere escribir… Pero esto se debe a que nadie se detiene a pensar qué quiere escribir. Leen a Cortázar y no conocen a Chuck Palahniuk, Welsh o Vonnegut, ni a escritores de su generación como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o Zambra, por mencionar algunos nombres. Dicen escribir ciencia ficción y no han leído a Philip K. Dick. Entonces, más que dar un consejo puntual, les proporciono un cúmulo de información que, con el tiempo, van procesando.
Lo fundamental es entender que los textos se construyen por capas, que debemos hacerles preguntas, que hay que leer más de lo que escribimos y que es clave elegir lecturas que sirvan para lo que queremos escribir. También enseñamos a hacer estudios de campo, a desarrollar perfiles de personajes y muchas otras herramientas.
Además, trabajamos en desarticular la noción de alta y baja literatura, que aún hoy sigue arraigada en los prejuicios de la gente. Los hago practicar ejercicios de diálogo para que sus personajes hablen como personas reales.
Entre todo este movimiento, inevitablemente surgen textos interesantes.
—¿Cuál es el libro o autor más reciente que te ha impactado y por qué? —Leí Kentukis de Samanta Schweblin y me impactó porque me hizo pensar y reflexionar sobre el poder que ejercen las grandes corporaciones con sus dispositivos adictivos sobre la psiquis de las personas. Me resonó mucho a la película Her donde Joaquín Phoenix se termina enamorando de una inteligencia artificial. La película es de 2013 así que se adelantó una década a toda esta nueva era de inteligencia artificial, fake news, aplicaciones de citas y perfiles de gente que ya no sabemos si existe. En Kentukis Schweblin da un paso más y plantea un mundo donde las personas compramos dispositivos que son mascotas pero cuando lo activas conectada remotamente hay otra persona que solo podrá ver pero no hablar. El amo tiene el poder de hablar y mostrarle su mundo pero la obligación de alimentarlo o cargarlo como un Tamagotchi y el “esclavo” detrás de la mascota tiene la ventaja del voyeurismo. Me parece una genialidad que en esa relación en ese texto esté mediada por las tecnologías. Alguien que puede ser un asesino serial en Estambul puede estar mirando como un matrimonio aburrido de Burdeos tiene sexo. La historia es fascinante pero no quiero spoilear más. Me pareció ingenioso, bien contado y desnuda muy bien las miserias humanas.
—En cuanto a los procesos de escritura, ¿trabajas de manera estructurada o prefieres dejar que el texto fluya sin muchas restricciones? —En las novelas y los cuentos trabajo sobre la composición de la voz narrativa. Pienso qué quiero contar primero y cuál sería el personaje indicado para hacerlo. Me gusta escribir en primera persona porque no tengo paciencia para un narrador testigo, además el narrador en primera me acerca a los acontecimientos. Me gusta que los personajes respiren las escenas que se están contando. Después, una vez que el texto comenzó a fluir, él mismo te pide cosas. Muchas veces arrancás con una planificación y la historia te pide desviarte del plan original pero prefiero saber a dónde quiero llegar o al menos tener una idea del conflicto que moviliza las acciones del relato.
Cuando empecé a escribir narrativa, era más de que el narrador fluyera, pero a veces eso hace que el narrador se termine enamorando de su propia voz por sobre la historia que cuenta y eso un poco debilita la estructura del texto.
En poesía escribo pensando mínimamente en un eje temático y teniendo presente la noción de unidad de sentido. De pibe escribía poemas sueltos
que luego me daban un trabajo enorme para agrupar cuando los editores me solicitaban material así que empecé a ser más ordenado en cuanto a eso.
Lo que sí hago desde siempre es sentir la necesidad de escribir. Cuando era más joven y vivía más, escribía casi todos los días… Hoy en día escribo poesía más esporádicamente pero cuando lo hago estuve mucho tiempo elaborando poemas o ideas en la cabeza.
Antes las pasaba al papel y capaz las olvidaba y no las trabajaba más. Ahora es todo lo contrario. Escribo cuando siento esa necesidad, avanzo bastante para sacarlo todo, me alejo un par de semanas hasta que me olvido lo que escribí y luego me esfuerzo en corregirlo y dejarlo presentable.
—¿Qué importancia le das a la edición en tu trabajo? ¿Cómo influye la intervención del editor en la obra final? —Si siento que el editor es bueno confío ciegamente en él. Me han tocado editores chantas que es mejor perder que encontrar pero hay editores con los que aprendí mucho. Matías Guillán de Uoiea Ediciones con el que edité “¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial?” me ayudó a mejorar mucho la mencionada novela ajustando un tiempo verbal. Me acuerdo que estábamos por terminar y me sugirió un ajuste que le vino mucho mejor al tono del relato y te das cuenta que esos detalles los tienen los buenos editores. Otros, para no perder tiempo en modificar, hubieran maquetado así nomás pero ahí te muestran un cuidado por el producto final.
Nicolás Fernández Vicente con el cual llevamos adelante la editorial Unidad de Sentido, también es una persona con la cual aprendí mucho. Es una persona
que además de conocer sobre poesía y narrativa, está en los detalles más integrales que relacionan al texto con su distribución en el libro. Los espacios de descanso, la importancia de lo visual, cómo se van a presentar los textos además de un cuidado minucioso hasta de la última coma, lo convierten en una de las personas que más respeto en este ambiente.
Un gran editor puede convertir un texto con grandes problemas estructurales en un buen libro, el problema es que el ego de los escritores en muchísimos casos no les deja moverse ni una coma de su orgullo. Te das cuenta de que un escritor es grande de verdad o entiende todo cuanto más flexible y predispuesto está a trabajar con un editor lo que no quiere decir subordinarse a él. Cuando uno va a publicar un texto tiene que entender que no va a una imprenta y aprieta un botón sino que su texto va a integrar un catálogo que apunta en un sentido y nuestro texto medianamente debe ajustarse a la dirección en que va ese catálogo. Ese es un detalle que no mucha gente tiene presente y que va en relación a la pregunta del principio.
—En tu obra narrativa, como en Los Desquiciados, hay una mirada desolada pero llena de detalles sobre la realidad. ¿De qué forma abordas la relación entre ficción y realidad en tus narraciones? —Parto de un dato real y lo voy deformando hasta que irrumpe la ciencia ficción. Eso es algo que me dio leer Matadero 5 de Kurt Vonnegut. El tipo está hablando del bombardeo a Dresde y de prisioneros nazis y en un momento la ciencia ficción irrumpe. Eso me parece lo más groso que tiene la literatura.
Poder crear nuevas dimensiones y densidades en la historia y en el lenguaje.
Cuando empecé a escribir la ciencia ficción era un recurso para cubrirme un poco las cosas pesadas que de alguna manera dejaba en evidencia mi literatura pero con el tiempo le fui agarrando el gustito hasta hacerla parte del adn de mi literatura. También lo utilizaba para descomprimir un poco de tanta opresión y abrirle un sentido más a los textos. Darle una posibilidad más fantástica entre tanto gore.
—¿Cómo te relacionas con la crítica literaria y las reseñas sobre tu trabajo? ¿Qué lugar ocupan en tu proceso creativo? —Al ser un escritor que escribe desde el interior de la provincia y no vivir en Buenos Aires es obvio que te cuesta un poco más pero no puedo quejarme de la visibilidad que tienen mis libros. Entiendo que la crítica tiene un rol importante para visibilizar el trabajo pero entiendo también que ahí se manejan otros tipos de intereses que están relacionados a los acuerdos que tienen las editoriales mainstreams con los casi extintos suplementos culturales. Es obvio que si en el suplemento cultural de Clarín o Página 12 pongámosle, tienen que reseñar uno de mis libros o el del último ganador del premio Anagrama o un escritor mainstream, van a reseñar mil veces lo otro y lo nuestro con suerte va a salir en un recuadro chiquito. Esa lógica existe y no podemos ser ingenuos en desconocerla, lo que me embola un poco es cuando la crítica funciona a veces con desmedida condescendencia o siempre sobre los mismos nombres sin posibilidad alguna a la difusión de nuevas voces o con una mirada muy acotada sobre Buenos Aires y desconociendo la producción del resto del país.
Creo que el verdadero problema en relación a la pregunta tiene sus respuestas en la precarización del sector. Tanto los periodistas que son freelancers en su mayoría, como la ausencia de la figura de un agente de prensa y agente literario que deberían hacer la tarea de que los libros lleguen a la prensa, hoy quedan en manos del pobre escritor pero eso abriría mil ventanas en la conversación...
Redondeando, a pesar de lo mencionado arriba también tuve la suerte de cruzarme con trabajadores de la cultura que desinteresadamente han difundido mis proyectos y libros con una vocación y compromiso que se agradece de corazón porque para un autor de editoriales independientes que los textos se difundan es vital.
—Has formado parte de proyectos editoriales como Urgencia&Necesidad y Unidad de Sentido. ¿Cómo describirías el panorama editorial independiente de Bahía Blanca y qué desafíos enfrenta hoy? —El desafío principal que afrontamos todos los argentinos y las editoriales es sobrevivir al gobierno de Milei que viene no solo a destruir la cultura sino a la educación pública, la salud, los jubilados y todo lo que esté en su camino que tenga una visión humana de la vida. En la Argentina de hoy el libro pasó a ser un lujo que pocos se pueden dar porque la mayoría de la gente, exceptuando un 25 por ciento del país, no cubre las necesidades básicas.
Por eso Urgencia y Necesidad tiene libros a 5ooo pesos que es un cuarto del valor de lo que sale un libro cualquiera. La Cooperativa editora nació de juntarnos con poetas en un momento desesperante y recordar cómo habían surgido las editoriales cartoneras y otros proyectos hijos de la crisis del 2001 en nuestro país. A partir de ahí y tras probar varios prototipos que incluían tapas con radiografías, latas de cerveza, aislantes térmicos y otros materiales reciclados decidimos tomar las enciclopédicas que la gente rechazada en las donaciones en las bibliotecas populares o abandonaba en contenedores y hacer las tapas de la editorial con eso lo cual fue un flash para los lectores.
Además los libros los armamos íntegramente los poetas y los libritos vienen con señaladores de papel de chocolates, stickers y demás sorpresas hechas con el amor y las ganas de los poetas.
Urgencia y Necesidad es también una forma de resistir a esos embates de la coyuntura de manera colectiva. Damos un porcentaje muy amplio al autor, ponemos a circular los textos en momentos que eso está complicado y luego de publicar a los integrantes de la coope tenemos como desafío dar a conocer autores emergentes.
En Unidad de Sentido estamos contentos porque este año vamos a publicar la nueva novela de Claudio Dobal que es un narrador que admiramos mucho, publica poco pero siempre con textos muy poderosos y esta novela tiene un componente coyuntural que como editores nos hace sentir muy orgullosos que esté en nuestro catálogo porque realmente su presencia lo hace crecer.
Así que ya estamos trabajando en eso que seguramente salga a la luz cerca de mitad de año si venimos bien con los tiempos.
—La poesía parece estar muy conectada con la urgencia en tu obra. ¿Cómo defines la relación entre la poesía y lo urgente, en un contexto tan cambiante como el actual? —Se que muchas veces los tiempos editoriales no van de la mano con los tiempos de producción de un escritor pero creo que la salida de mi tercer libro (Bella Vista, Vox) tras cinco años de espera y que mi novela de los robots saliera publicada siete años después que la escribiera me acomodó la cabeza de otra manera. Hoy trato de estar dos o tres libros adelantados por si surge algo. No sea cosa que nos llegue un editor y nos agarre con las manos vacías, jaja. En los veranos generalmente aprovecho dos meses para escribir algo que después veremos de qué forma madura y luego lo voy presentando a concursos o envío cuando alguna editorial me solicita o escribo cuando alguna editorial me interesa o público por mi parte cuando nadie me da bola. Tengo una tolerancia alta al rechazo y creo en mi literatura así que nada me detiene. Escribo y publico a medida que puedo y en los lugares que me siento cómodo. Después si los textos envejecen bien o mal es otro cantar. Creo que los textos coyunturales se bancan bastante bien el paso del tiempo y en ese sentido me gusta lo que hace Aira que hoy es mainstream y reconocido pero cuando yo empecé a escribir era desacreditado. Hay que escribir como si nos fuéramos a morir mañana y ser agradecidos con las personas que nos dan la oportunidad de publicar. El resto es cuestión de ver como el tiempo acomoda todo.
—Finalmente, ¿qué proyectos futuros tienes en mente y hacia dónde crees que se dirige tu poesía en los próximos años? —Este año sale en editorial Halley un poemario que escribí encerrado después del temporal que azotó Bahía en 2023, llamado “Piel plebeya”. Da cuenta de una separación, de la destrucción de la ciudad por la catástrofe y de la desaparición de un vínculo y fue como un modo de reconectarme con una poesía más sensitiva y creo que mi poesía en el futuro irá hacia ahí. A vincularme nuevamente con las pulsiones vitales y un lenguaje más emparentado con el lado humano como respuesta a un mundo tan despiadado. Muchas veces la desigualdad te hace escribir con bronca y la bronca nunca es buena consejera. Quiero de alguna forma, metabolizar eso en otras estructuras y otras texturas del lenguaje.
De Cruzar el desierto
Strawberry fields forever
Yo no vi
las 50 famosas sombras
del señor Grey. Bueno, eso
Por el ojo del choto lo veo todo roto
decía hace una década Durand.
Me pregunto sobre lo avanzado.
#estamos en guerra
A todos los que vinieron a ser convencidos de la verdad
se les va a devolver su dinero si conservan el ticket.
En estas vastas dotaciones no hace mucho tiempo atrás
en nombre de la civilización
se ha destripado niños y violado mujeres.
¿Qué festejamos?
¿Esa agente del orden
vestida para matar
puede tocarme el pito
por cruzar a media cuadra?
Poner la palabra petroquímica en un poema
no te convierte en un intelectual comprometido
con el espacio mismo
donde estás produciendo.
Los que conversan sobre lo inconveniente del término material
se someten a un clientelismo paracultural
que les tiñe los dientes de violeta.
¿Con qué diario envolvemos los huevos?
Una chica que acaba de leer
deja sus borcegos y talismanes en el baúl
de un k último modelo.
¿Habré asistido a la muerte del autor?
Las cenizas del volcán Calbuco
caen sobre la tumba
de Diana Julio de Massot.
Un sexagenario con voz acatarrada
retumba y equilibra la mañana con su columna diaria.
Enhebra con oficio un dato inexacto y estadístico
de algunos de los Juegos Olímpicos que ha cubierto,
le inserta alguna problemática actual
y remata con una moraleja acorde a su doctrina fascista.
Es un método eficaz
con el que roba desde hace décadas
pero para un pueblo
de provincia está bien.
Ana trabaja hace dos años como pasante para el Jardín municipal.
Cada seis meses un letrado le da un contrato que no lee y debe firmar.
Se le cayeron dos mechones de pelo.
Su jefa dice que es por stress y que no es nada.
Ver el lado contaminante del asunto habla de una perspectiva acotada
sin embargo hace una hora que una junta de oftalmólogos
me pregunta de dónde vengo
mientras fijan una luz en lo profundo en mis ojos.
Eso que ves ahí es el deseo.
Eso que ves y se fue
es la gloria, el éxito paupérrimo
de los peces que mueren
tratando de decir algo
junto a un balde.
Aprovechando el natalicio de Ernesto Rafael Guevara Lynch
en Garay y San Lorenzo diferentes agrupaciones de izquierda
se reúnen a pintar un mural en el mismo sitio en el que años atrás
Alfio Basile en pantalones cortos aseguraba haber visto
un objeto volador no identificado que lo hizo enjabonar todo.
Con fe, con esperanza,
con convicción
deberían ser las palabras
que repite mentalmente
un soberano frente
a su primera cita.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista a Nico Guglielmetti:
“Me gusta trabajar con materiales que la historia oficial
quiere guardar bajo la alfombra.”
Por Ernesto González Barnert