La
noción de un territorio señalado como fin de toda búsqueda.
La misión del viaje como fuente de conocimientos. Las visiones
de señales premonitorias del propio destino. Tópicos
que no son ajenos a la poesía de Elvira Hernández. Porque,
para entender su obra, debemos cuestionar la identidad, el patrimonio
histórico y cultural de una lengua apta para la versificación.
Hija del descontento, tal como muchos habitantes de la Gran Urbe,
escribe desde el desamparo, la soledad y la marginación.
Elvira Hernández ha publicado: “¡Arre! Hailey ¡Arre!”
(1986), “Carta de viaje” (1989), “La bandera de Chile” (1991) y su
reciente “Santiago Waria” (Editorial Cuarto Propio, 1992). Este último,
resume y comenta los anteriores, a partir de algunas claves personales
que necesariamente nos dejan fuera de contexto. Pero, debemos señalar
en su descargo, la total coherencia de estilo y tono en tan diversos
registros. ¿Pues, qué tienen de común, el símbolo
patrio, un fenómeno meteorológico, los viajes literarios,
con la presencia/ ausencia de la hablante en todos ellos? ...
La respuesta habría que deducirla de esa búsqueda imperiosa
de una expresión propia. Cuando dice: “No se cumple la ley
con la Bandera de Chile/ No tiene tierra para su pie/ Tan sólo
altura” (La bandera de Chile, pág. 23), allí está
señalando una falta por reparar. Luego, al situarse en su propio
oficio poético: “La página no es pasamano ni pasatiempo/
Ni baranda para niños/ La página del vacío aparente
viene escrita/ Sólo hay que tactar.” (Carta de viaje, pág.
13). Poemas para desandar todos los argumentos de la frágil
memoria y sus nefastas consecuencias colectivas.
“Santiago Waria” (1992) amplifica los mecanismos verbales antes utilizados
por Elvira Hernández, al sensibilizarse por lo cotidiano, o
bien, destilar ironía despiadada ante lo vernacular falsario.
Así la propia biografía aparece surcada de paradojas
y desacato lingüístico. Indicándonos el mestizaje
entre dos mundos -bajo la tutela de Pessoa y Pezoa Véliz- recorridos
con la lucidez más descarnada y más privada, de que
es capaz.
“... Los buldozer madrugan/ la ciudad se levanta y se derrumba se
levanta y/ se derrumba se levanta y se derrumba se levanta y/ se derrumba,
parece mar/ tierra embaldosada, hueso roído por hormigas/ container
funerario parece/ una gran maternidad de basura”. (Santiago Waria
pág. 36). En este libro, la autora no pierde conexión
con el pasado (remoto y exacto), ni con el futuro (próximo
e imposible), al reflexionar sobre el propio discurrir autorreflexivo
de quien se sabe autor y lector de su(s) propia(s) historia(s).
Elvira Hernández ha llegado a puerto, preparada para zarpar
en cualquier momento. No la engañan las falsas seguridades
de la tierra firme. La hospitalidad acomodaticia de los que lo han
perdido todo la impulsa a nuevas travesias. Náufraga en su
propia tierra de nadie, la poetisa no va a dejar de cantar, porque
su raíz viajera está unida a las palabras. De su estadía
en los infiernos cotidianos de la marginalidad y la redención
inalcanzable, nos obsequia un vocabulario babélico para internarnos
por sus ciudades más odiadas
Marcelo Novoa
El Mercurio de Valparaíso
25 de Noviembre de 1992
* * * *** * * *
RADIOGRAFÍA
DE LA CIUDAD
Editorial Cuarto
Propio lanzó segunda edición de “Santiago Waria”
Editorial Cuarto Propio presentó en el Goethe Institut
la segunda edición del libro “Santiago Waria” de la poetisa
Elvira Hernández. La escritora Guadalupe Santa Cruz y la poetisa
cubana Damaris Calderón presentaron la obra.
Radiografiar la ciudad aparece como un imperativo para interrogar
la conciencia urbana, la subjetividad que ello implica es el lugar
donde se configura la conciencia del hablante de “Santiago Waria”.
“Santiago Waria” reordena la letra que grafica en la cadena alfabética
el desorden ciudadano que data la historia (1541 hasta nuestros días).
El texto refunda la ciudad en la dualidad de fechas, nombres, lenguajes
que prescriben su destino cultural, mostrando el origen de su l historia
mestiza, impura-como el nombre y la historia de la propia hablante
que ha construido su autoría en esta dualidad. La escritura
propone el alfabeto para renombrarse en el recinto cercado por su
origen de conquista.
El sujeto de “Santiago Waria” se explicita así como el hablante
desprotegido de orígenes perdidos, sin padre; abrumada por
una referencialidad espacial, idiomática, genealógica
que no le sirve porque en su condensada red de influencias, no le
otorga ninguna identidad.
Es así como los espacios mencionados en el texto van estrechando
el cerco, el acoso a esta viajera que busca conocer los laberintos
urbanos para encontrarse con ellos, en ellos, en sí misma.
Éstos la determinan como hablante ensimismada, que busca su
ubicación en la multiplicidad de los espacios de la escritura.
He aquí que el texto no sólo ha querido cartografiar
la urbe enajenada y exiliada, sino además simbolizar en la
escritura de una hablante mestiza su propia conciencia escindida como
habitante rezagada de una ciudad que ha sido impropia, “corral ajeno”:
el del
conquistador, del blanco, del varón; Waria -poblado-, guarida
de aquellos que han construido una historia que siempre ocultó
otra.
en Las Ultimas Noticias
martes 8 de octubre de 1996
* * * *** * * *
OTRA CARTA DE ELVIRA HERNANDEZ
(presentación a la primera edición
de Santiago Waria)
Jorge Guzmán
Elvira Hernández ha publicado un nuevo libro.
Es el tercero en cuatro años. Pero podría decirse que
el conjunto forma un todo, una suerte de diario de lírica irritada.
Un diario de viaje que se llama Carta de viaje. Un diario de
reflexiones poéticas sobre Chile y sus emblemas, titulado La
bandera de Chile. Y éste que nos junta hoy día,
Santiago Waria.
En todos, prevalece un aire de naufragio que aún
se llora, o de terremoto entre cuyas demoliciones camina la hablante,
tratando de hacerse cargo de la nueva configuración álgida
de las cosas. El modo de hacerse cargo es la ironía violenta
o un cierto cinismo o el enjuiciamiento directo y condenatorio. La
hablante de los textos se mueve por el mundo o por los sentidos de
las cosas chilenas o por la ciudad de Santiago con el pequeño
tesoro doloroso de sus recuerdos de un tiempo mejor. El perfil de
este tiempo mejor jamás aparece. La lectura lo tiene como telón
de fondo de los textos. Antes del ahora en que la voz nos dice su
dolorosa habitación nueva, tuvo unas esperanzas, un acomodo
en el mundo, una orientación, que en el presente, en la "ciudad/
Robótica y Mendicante", son una pura ausencia.
Santiago Waria está dicho por una voz de mujer.
Sin embargo, los predicados habituales de la palabra "mujer"
no se le aplican a la hablante. No hay ternura en los poemas. Carece
de casi todo lo que constituye el texto "mujer" en la cultura
burguesa. Ni siquiera la soledad está dicha en el habitual
código femenino. Este despojamiento de todos los auxilios y
límites que significa a las mujeres en general su voluntaria
o forzada adscripción al texto "mujer", es quizá
lo más lírico de los poemas. Hay una desolación
pudorosa y emocionante en ese reconocerse como mujer, pero sin recurso
a las ayudas que ellas tienen para vivir su femineidad en el mundo
de recuerdos de lo derruido y de construcciones nuevas y repulsivas
que recorre la hablante. Ni siquiera el feminismo le queda a esta
solitaria.
El poemario consta de 29 poemas, correspondientes a las
letras del alfabeto. Esta elección, la de escribir un texto
que empiece por cada una de las letras castellanas, es significativa.
Tiene que ver con la extrañeza de la hablante frente al mundo
traspasado de violencia y sinsentido por donde deambula sin aferrarse
a nada, casi sin tener una habitación. Es como un avanzar al
puro tacto, un movimiento propiamente literario, una búsqueda
que encuentra un orden para sus tanteos en la materia misma con que
se construye la literatura, en las letras. Es una elección
arbitraria, ciertamente, pero al mismo tiempo, bastante orgullosa:
nada menos que las letras del alfabeto están a disposición
de la autora para su tarea de enjuiciamiento y observación.
Es un sujeto perteneciente a la historia de Chile la "autora"
de los textos. Empieza a serlo desde que el lector se encuentra con
el título del poemario, que da dos fechas, la de la fundación
de Santiago y la del año de los textos (1541-1991), y luego
lo refrendan, al pie de la misma página, cuatro líneas:
así como Atenas fue astu para los
griegos y Roma urbs para los romanos
Santiago fue waria para los mapuches
como cualquier otro poblado
Dos efectos producen estas líneas. Uno es extender el tiempo
de los textos hasta hacerlo coincidir con toda la historia de Chile,
y no sólo el presente de la ciudad. Otro efecto es introducir
en la lectura, expresamente, un elemento que estaría apenas
presente si no fuera por eso: el indio. Y con ello, el libro obliga
a sus lectores a hacerse cargo de lo que pone en los textos esa palabra
mapuche que los titula (waria). Los obliga a hacerse cargo de una
violencia de 450 años. Violencia del conquistador sobre el
conquistado; y violencia que en el caso de una mujer, es violación.
En uno de los poemas, la hablante sufre precisamente un asalto sexual.
Está en uno de los mejores poemas del libro; en "Hueviche
súmmum". "Hueviche" tiene resonancias múltiples
para el ojo y el oído chilenos. Se parece a "seviche",
y por ahí, alude a la palabra "sevicia", que designa
el grado máximo de la crueldad. Pero el comienzo de la palabra,
evoca "huevo" y mayormente el aumentativo insultante "huevón".
Leamos el texto completo:
Cero claridad. Durmiendo el día y despertando de noche. La
ampolleta apagó la luz en la mitad de la escalera. Cayó
sobre mí una montaña ardiendo, una ruma de piedras caldeadas
o me tragué un pan muy picante. Crucificada en los escalones
yo sólo hubiera querido echar lava por la boca. Después
estaba en cueros, sucia, goteando, como salida de un terremoto pero
intacta, y mi corazón parado de un solo campanazo.
Cero claridad. Ya he contado el veintiocho, el treinta y cinco, el
cincuenta y seis y el setenta y cinco sin ver sangre. Sin ver el sol,
sin ver nada. Sólo los perejiles que me pongo, y creo que alguien
las verá verde.
El texto está lleno de marcas lingüísticas. La
hablante es una prisionera. Lo dice la frase "sin ver el sol",
pues "estar a la sombra" es un eufemismo popular por "estar
en una cárcel". Además, la hablante es una mujer
muy pobre: se pone "perejiles", lo que en el lenguaje popular
de hace unos años equivalía a "estar harapiento";
o lo está por pobre o porque le han roto la ropa; en ambos
casos, la vestidura apunta a lo mismo: una situación de pobreza.
Pero este "perejil" va más allá. Hay otro
predicado pobre y popular para esta palabra: el perejil es un abortivo.
Este poema confirma la lectura del título que proponíamos:
la hablante representada en este poema ocupa en la historia de Chile
el lugar de los indios, de los pobres (que entre nosotros, como en
el resto de América Latina son mayormente no blancos) y es
paciente de la misma violencia con que el invasor europeo afligió
a la mujer mapuche.
Hay un juego con los componentes textuales que tiene que ver con
lo que venimos diciendo sobre la historicidad de los poemas. El primero,
el que corresponde a la A, termina con el siguiente verso:
Anda Sola Teresa vieja...
Estos libros de Elvira Hernández tienen algo de anónimo.
Ellos han fabricado a su autora, a esa escritora que no ha querido
cambiarse el nombre, ponerse uno más llamativo, más
sonoro. Podría haber escogido llamarse, por ejemplo, Teresa
Adriasola, y parece que en este primer poema, Elvira Hernández
empieza a firmar con un nombre que se aproxima a ése, a Teresa
Adriasola, mucho más atractivo y prestante que el suyo propio,
tan deslavado, tan parecido al de un hombre que se llamara, por ejemplo,
Juan Pérez. Parece que Elvira empieza en este libro a pensar
en crear a esa otra autora, a Teresa Adriasola. Y en verdad, la frase
"Anda Sola Teresa", tiene mayúsculas, como buen nombre
propio, y el lector, que sabe lo que sabe, entiende que le están
hablando de una soledad que se llama Teresa y lleva adelante su apellido
"Anda Sola".
Esto altera la relación habitual entre los autores históricos
y los textos que firman. Normalmente, se puede decir que el origen
histórico de los textos va indicado por la firma. Al punto
que algunos autores cambian su nombre y dejan de llamarse, por ejemplo,
Lucila Godoy o Neftalí Reyes (designaciones tan grises como
Elvira Hernández) y pasan a nombrarse Gabriela Mistral o Pablo
Neruda, incluso ante la oficina real del Registro Civil. Para presidir
sus textos, y adornarlos con un origen especial, estos autores escogen
llamarse ellos mismos, en su realidad civil, con nombres tales que
ilustren los textos que producen mediante la sonoridad de la nueva
designación. Aquí, el juego de las nominaciones (jamás
inocente o poco importante) es una evanescencia, una indeterminación.
Se diría que con esto, al no poder decidir quién es
quién, ha aparecido en los textos un grado adicional de desrealización,
un incremento de lo ficticio que siempre se les ha atribuido a los
textos llamados literarios. Pero ocurre a la inversa. Estas dos instancias
textuales, Elvira Hernández y Teresa Adriasola, en su mutua
indeterminación, hacen a los poemas mucho más relativos
a la realidad.
¿Elvira Hernández ha puesto a su alter ego el
nombre "Anda Sola Teresa"? ¿o a la inversa? De no
poder decidirlo, el lector tiene que atender a un componente nuevo
en estos poemas. Señalan su origen, lo subrayan, pero sin decidirlo.
Eso le da una poderosa situación al sujeto de los poemas. Pertenece
más a lo real, está más lleno de historicidad
que los autores corrientes con nombres decidibles. Es un grado más
de anonimidad del que tienen los autores (algún poeta, algún
filósofo) que según lo que escriban cambian de firma.
Aquí no hay la firmante como origen, pero eso la hace más
de lo real que otros juegos nominales. Más de lo real justamente
porque se trata de un puro juego textual. En ese juego y por ese mismo
juego, entra todo el texto de la vida histórica de la escritora.
Y con ella, la de su comunidad, representada en este poemario por
esa ciudad textual, Santiago Waria.
Con esto, queremos señalar otra característica que
apreciamos mucho en estos poemas. De tal modo pertenecen a la estructura
del Tercer Mundo, y de tal modo lo asumen, que acogen al indio como
parte de la lectura, y hacen a la autora y a la hablante representada
indistinguibles del texto mismo. Pero a la vez, al llamar la atención
sobre su origen, sobre la que escribió, van contra toda esa
posmodernidad postiza que estamos importando porque a algunos les
interesa que seamos indistinguibles de los escritores y pensadores
del desarrollo, desde donde algunos otros pregonan que se acabó
la historia, que ya no hay utopías que seguir, ergo, tampoco
hay estructuras sociales que cambiar ni discursos contestatarios que
tengan ninguna importancia.
No he querido entrar en consideraciones sobre las virtudes propiamente
poéticas de los textos de Santiago Waria. Me he quedado con
uno solo de los componentes del conjunto: su relación con lo
real de la ciudad que deploran. Pienso que lo otro, la presentación
de la calidad poética, es innecesario. Se presentarán
solos. Los poemas de Carta de Viaje y La bandera de Chile eran promisores,
hasta algunos de ellos producían sorpresas poéticas
muy gratas. Los de Santiago Waria, son claras muestras de una evolución
sorprendente; ha aparecido en ellos un manejo del lenguaje que tiene
valor por sí mismo. "Con palabras se escribe" dijo,
lo mismo que otros, Vallejo. Elvira Hernández o Anda Sola Teresa,
ostenta en este libro que ha empezado a trabajar seriamente el lenguaje.
La poesía, a diferencia de otros ajetreos lingüísticos,
no es más que eso.