Mientras Pablo Neruda
y Nicanor Parra copan la agenda poética, la obra de Lihn se mantiene
aun fuera de los focos oficiales, pero las nuevas generaciones adhieren
a él espiritualmente tal como en los años '80 se aglutinaron en torno
a su iconoclasta personalidad.
Hacia fines de los años ’70, el
poeta Enrique Lihn reveló su ojo crítico en Estados Unidos.
De visita en Iowa, se reunió con un profesor chileno de la universidad
de dicha ciudad, un amigo de la juventud con quien compartía inquietudes
literarias. Se alojó en su casa
y al llegar la noche, el académico le pidió que leyera y evaluara
una serie de poemas que había escrito durante su vida. A la mañana
siguiente, Lihn tenía ordenados los manuscritos asegurando que ahí
había un libro. Oscar Hahn publicó en 1977 tales versos bajo el nombre
de ‘El Arte de Morir’, su primer volumen y uno de los más importantes
de su carrera.
Mientras los focos oficiales han desplegado su atención en levantar
por el cielo la figura de Pablo Neruda en el centenario de su natalicio,
por estos días los 90 años de Nicanor Parra colman la agenda cultural
de una historia de trasgresión literaria e ironía. Menos humorístico
pero también mordaz y crítico, Lihn habría cumplido hoy 75 años. Su
figura, en todo caso no ha motivado homenajes oficiales y al parecer
tampoco ninguno que supere el ámbito de lo privado.
Sin embargo la poesía chilena no sólo encuentra en Lihn uno de sus
más grandes exponentes, sino que le debe el descubrimiento y promoción
de buena parte de los poetas más interesantes de las últimas décadas
del siglo XX: Juan Luis Martínez, Diego Maquieira, Rodrigo Lira, Claudio
Bertoni e incluso Bruno Vidal, entre otros que lo frecuentaron. Efectivamente,
el autor del clásico poema ‘Porque escribí’ tuvo una fuerte presencia
en la escena literaria de los ’80, en la que se relacionó de igual
a igual con la nueva generación, pero con un background cultural
que se remontaba a 30 años atrás.
Entre la lucidez y la independencia
Nacido el 3 de septiembre de 1929,
fue compañero de generación de Jorge Teillier, Miguel Arteche, Armando
Uribe, entre otros, y publicó su primer libro de poemas en 1949, ‘Nada
de Escurre’, desarrollando desde ahí una extensa producción que no
sólo se adscribió a la poesía; por el contrario, ejerció la narrativa
a través del cuento y la novela y se abocó a la crítica literaria
y de las artes visuales, además de incluso realizar un par de happenig.
Desde todos los géneros, mantuvo una lucidez intelectual ajena a las
conveniencias estéticas o políticas del momento.
En ese sentido, el poeta Eduardo Llanos Mellusa, amigo y estudioso
de la obra del poeta, cuenta en una conversación coloquial que “Lihn
advertía con claridad los riesgos de la superficialidad. Tenía una
lucidez especial y una franqueza que le permitía decir rápidamente
lo que estaba pensando, ganándose
por supuesto una cantidad enorme de enemigos, que incluso siguen operando
póstumamente”.
Otro poeta y amigo de Lihn, Roberto Merino, coincide con Llanos Mellusa
al plantear “que era una persona de una independencia intelectual
inclaudicable y eso lo transformaba en un ser poco clasificable, poco
enrolable”. De hecho, se cuenta que al boom de la novela latinoamericana
le faltaba un poeta. Un acuerdo tácito indicaba que el vate elegido
sería Lihn, pero en una conferencia de la escena narrativa latina
realizada en Chile a principios de los ’70, el escritor realizó un
crítica exposición en torno a la obra de Mario Vargas Llosa. Quedó
fuera.
La polinización de Lihn
Después del golpe de Estado, Lihn
intentó dejar Chile y radicarse en Europa; estuvo cerca de asentarse
en España, pero razones familiares finalmente lo dejaron aquí. A parte
de seguir activo literariamente, el escritor se convirtió en un suerte
de poeta mayor. En su generación había trabajado con Nicanor Parra
–en el proyecto Quebrantahuesos, junto a Alejandro Jodoroswky-, vivido
en Cuba al alero de Casa de las Américas, en Estados Unidos por una
beca Guggenheim y en París. Por lo demás, durante los 70 su obra se
asentaría como una de las más relevantes del panorama latinoamericano,
especialmente por esa constante duda que recorre toda su poesía en
torno al acto mismo de escribir.
Tal como impulsó la carrera de Oscar Hahn, Lihn hacia fines de los
70 en Chile también estaba rastreando talentos. De hecho, fue uno
de los primeros en leer
“La Nueva Novela”, de Juan Luis Martínez, y junto a Pedro Lastra editaron
el ensayo sobre el libro objeto, “Señales de Ruta” a mediados de los
’80. Antes, el escritor tenía en su campo de acción a Diego Maquieira
y en el ‘84 alababa su volumen "La Tirana" en la revista Apsi. El
mismo año que prologara la primera edición –Minga- de "Proyecto de
Obras Completas" del suicida Rodrigo Lira . Paralelamente destacaba
el valor de la fotografía y de la poesía de Claudio Bertoni con quien
mantenía una relación de amistad intermitente.
Según Merino, durante los ‘80 Lihn estableció una suerte de “polinización”
a través de un diálogo constante con las generaciones jóvenes, donde
nunca hubo consejos ni intenciones de dictar cátedras. Eduardo Llanos
complementa señalando que nunca estableció algún tipo de “clientelismo,
como se suele estilar hoy día, ni mucho menos de adoctrinamiento poético
ni de proselitismo estético. El tipo de poetas que se vincularon con
él, muestra claramente que no hubo nada parecido a una escuela, sino
sólo una cofradía”.
A la vez, y bajo la represión militar, Lihn exploraría una lenguaje
mucho más violento y que se distanciaba de su clásico verso. Una estilo
que recién este año ha salido a la luz con la publicación de parte
de la Universidad Diego Portales de “El Paseo Ahumada”, que junto
a “La Aparición de la Virgen –aun inédita o sólo publicada en forma
artesanal por el mismo autor- dan cuenta, según su amigo Germán Marín,
“de un poesía mucho más desatada, mucho menos sintáctica que la anterior.
En esos dos libros se advierte un viraje muy fuerte”.
El 10 de julio de 1988 Enrique Lihn muere de cáncer en Santiago. Un
año después, su amiga Adriana Valdés y Pedro Lastra publican “Diario
de muerte”, los poemas que escribió hasta que literalmente se le cayó
el lápiz de la mano.
Presencia hoy
Aunque la figura del poeta logra
un ecuánime respeto, su influencia literaria en las generaciones actuales
para Eduardo Llanos es relativa y mejor podría plantearse como una
“adhesión espiritual”. En la misma línea, Marín señala que el poeta
no “gesta una retórica” que se exprese en “dicipuloides” como en el
caso de Neruda o Parra, sino que más bien “crea nuevos modos de leer
la poesía”.
Descartando huellas directas, Roberto Merino plantea que el trabajo
de Lihn logró abrir una libertad que permite obras como la de Bruno
Vidal y también de otros como Germán Carrasco.
El problema, sin embargo, para Germán Marín es que con Lihn hay una
"deuda editorial". Es así que actualmente a su poesía sólo es posible
acceder a través de antologías parciales y a su narrativa casi imposible.
Para pagar una parte de la deuda, desde Random House, Marín piensa
editar el proximo año una antología de todos de relatos del escritor
que titulará 'Huacho Pochocha', el nombre de uno de sus cuentos.
Esta semana, en tanto, fue publicada por Ril “La zona muda: una aproximación
filosófica a la poesía de Enrique Lihn” de Jorge Polanco, y Adriana
Valdés continúa trabajando en la edición de un texto recopilatorio
de las críticas sobre disciplinas plásticas que escribió en vida el
autor. Comienza así a salir a la luz toda la gama de facetas que ejerció
Lihn, uno de los poetas chilenos que con mayor fuerza y coherencia
quitó inocencia al lenguaje.