APUNTES
SOBRE ENRIQUE LIHN Y POESÍA CHILENA
Andrés
Urzúa de la Sotta
Me han pedido que escriba algo sobre Enrique Lihn, quizá
uno de mis poetas favoritos, y con gusto lo hago. Debo decir, en todo
caso, que mi conocimiento con respecto a su obra no es óptimo,
pero que con esmero me he informado lo mejor que he podido para intentar
introducir a grandes rasgos a uno de los poetas más fascinantes
de Chile.
Sin embargo, creo que mi trabajo será en vano, por cuanto jamás
habrá mejor herramienta para comprender
a un poeta que su propia obra. En este sentido, vale decir que ella,
debido al talante experimental de Lihn, no se agotó en la poesía,
su arte por excelencia, sino que se emparentó también,
y tempranamente, con el dibujo y la pintura, llevándolo a los
12 años a la Escuela de Artes como estudiante libre. Además
desarrolló, aunque mucho más tarde, novelas experimentales,
cuentos, obras de teatro (como actor, director y guionista), videos,
e incluso cómics. Ahora bien, la poesía fue su mayor
arraigo, o tal vez su mejor condena, la que lo ha llevado, pese a
no haber recibido el Premio Nacional de Literatura (seguramente por
asuntos políticos), a ser considerado como uno de los diez
poetas mayores de Chile(1).
Nacido en Santiago el 3 de septiembre de 1929, formó parte
de la denominada generación del 50', junto a escritores como
Jorge Teillier, Efraín Barquero, Armando Uribe, Alejandro Jodorowsky,
José Donoso, Enrique Lafourcade y Jorge Edwards, entre otros.
Lejos de la rivalidad propia de los poetas inaugurales, como Huidobro,
Neruda y de Rokha, compartió un escenario literario pacífico
e incluso amistoso, generando lazos de amistad y compañerismo,
tanto con el tutelar Nicanor Parra, como con su coetáneo Alejandro
Jodorowsky. En la década del 60´ creó junto a
ellos el mítico Quebrantahuesos: un periódico mural
que instalaban en el centro de Santiago y que exhibía el absurdo
de la realidad mediante la descomposición de los contenidos
de la prensa escrita, los cuales reorganizaban de manera irónica
e irracional.
A sus veinte años, en 1949, publica su primer libro: "Nada
se escurre"; pero no será hasta "La pieza oscura"
(1963), el tercero de sus poemarios, donde aparecerá la voz
más potente y auténtica del poeta. El libro, seguido
por "Poesía de paso" (1966, Premio Casa de las Américas),
"Escrito en Cuba" (1969) y "La musiquilla de las pobres
esferas" (1969), significó el comienzo de la consolidación
de Lihn, quien a partir de allí suscitó una mayor consideración
extranacional.
El 10 de julio de 1988, producto de un cáncer pulmonar tardíamente
diagnosticado, muere después de tres meses de agonía,
dejando como última evidencia "Diario de muerte":
un libro que escribió postrado en cama, y como dicen sus amigos:
"con el lápiz amarrado a la mano".
Enrique Lihn y
poesía chilena
Quizá los poetas chilenos, y esto lo señalo de manera
muy personal, se dividen troncalmente en dos grupos: los poetas de
la sangre (de la pasión, de la sensibilidad) y los poetas del
intelecto (del pensamiento). En este sentido, podríamos señalar
que la poesía de Lihn se emparenta con la intelectualidad de
Huidobro y Parra, alejándose de la efervescencia sensorial
de Neruda o Gonzalo Rojas.
Así, su poesía viene a continuar la propuesta antipoética,
pues evidencia un lenguaje contrario a la solemnidad, conversacional
y deslenguado, que a ratos toma la forma de un discurso y de una prosa
poética.
Por otra parte, es posible advertir que Enrique Lihn fue un escritor
que hizo de la poesía su vida. A diferencia de los autores
que arrojan sus experiencias en el papel, quizá como Charles
Bukowski, o incluso como Hernán Rivera Letelier (para nombrar
alguno más cercano), el poeta chileno adoptó un oficio
que le otorgó significación a su eterno deambular, que
apareció como la justificación de su existencia. No
es fortuito que el último verso de uno de sus mayores poemas,
"Porque escribí", señale: "porque
escribí porque escribí estoy vivo".
Asimismo, el compromiso que adoptó con el oficio poético
es irrefutable, tanto así que aquella convicción lo
llevó a rechazar el uso de medicamentos anestésicos
una vez diagnosticado su cáncer terminal, puesto que con ellos
perdería lucidez.
Enrique Lihn,
su poesía
Seguramente el adjetivo "lúcido" es uno de los que
mejor define al poeta. Si bien su poesía no surge como una
eminente epifanía o revelación, sí aparece como
una especie de lihnterna que echa luz sobre las cosas que están
ahí, no muy enterradas, pero que por los vicios de la ceguera
somos incapaces de ver.
Su poema "La pieza oscura", por ejemplo, muestra la precocidad,
el instinto y la magnitud experiencial del descubrimiento de la sexualidad,
así como también la represión y la condena hacia
una vida despojada de ese majestuoso momento.
Sin embargo, pese al destierro de ese maravilloso instante imberbe,
Enrique Lihn no es un poeta melancólico, ni tampoco un poeta
que pretende, a través de la poesía, retornar al paraíso
perdido de la infancia, como los poetas de los lares, sino que simplemente
es un hombre resignado a la imposibilidad de la felicidad, el que
encuentra sentido a través de la poesía, y con ella
hace de su vida algo menos miserable. La primera estrofa del poema
"Porque escribí" quizá grafique mejor lo recién
señalado:
Ahora que quizás, en un año
de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.
Enrique Lihn, entonces, es capaz de desentrañar la cotidianeidad
a través de la agudeza de su pensamiento y observación,
la que seguramente, y contrario a lo que se puede esperar de un poeta,
es principalmente interna, más que externa. El poeta se sumerge
en sí mismo, extremando su individualidad, para luego, a partir
de lo subjetivo, tratar de construir un juicio colectivo y universal.
En este sentido, Lihn aparece como una luciérnaga en la oscuridad,
la que pese a comprender la profundidad de sus aciertos, sabe que
nunca son irrefutables, que más bien son relativos. Así,
confía en el escepticismo como forma de pensamiento, y en el
mismo momento en que es capaz de afirmar algo, puede llegar a refutarlo.
De esta manera, el poeta se hace paradójico, sobre todo porque
se nutre de la palabra siendo conciente de su inutilidad y de sus
ilimitadas limitaciones. Comprende, por ejemplo, que las palabras
en nada se relacionan con la vida, que no pueden llegar a cambiar
el curso de las cosas, que están viciadas, pero a pesar de
ello escribe. Quizá parte del poema "Nada tiene que ver
el dolor con el dolor", escrito por el poeta en su agonía,
puede ejemplificar este juicio:
Nada tiene que ver el dolor con el
dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están
viciadas
No hay nombres en la zona muda…
Pese a que él mismo señaló que sólo podía
"reiterar la poesía", su aporte fue más que
significativo. Sin duda fue un poeta que la reiteró y la complementó,
pero que además la refutó de manera magistral, poniendo
en duda la capacidad y estabilidad del lenguaje y de la misma poesía,
y desmenuzando una forma poética auténtica, audaz, y
al igual que gran parte de su generación, cada vez más
desterrada de la solemnidad y de la condición olímpica
que ya había remecido Parra.
Asimismo, el legado de Enrique Lihn aparece como una desgarradora
consolación ante el vacío existencial, por cuanto emerge
como una ola de veracidad lejos de toda zalamería barata, frasecita
cursi, o golpecito en los hombros, recordándonos que:
"nada se pierde con vivir, tenemos
todo el tiempo del tiempo por delante
para ser el vacío que somos en el fondo "…
NOTAS
(1)
"Diez poetas mayores de Chile", conferencia dictada por
la Fundación Pablo Neruda (2004): Carlos Pezoa Véliz,
Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Pablo Neruda,
Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Eduardo Anguita, Enrique Lihn y Jorge
Teillier.
(2) Extracto del poema "Monólogo
del padre con su hijo de meses", del libro "La pieza oscura".