Uno de los logros de esta recuperada
gema que es "El Paseo Ahumada" es la articulación de la experiencia
de un espacio por entonces recién estrenado que se alza como símbolo
de la decadencia "moderna" en que se encontraba sumido el individuo
común y corriente.
El año 2003 fue próspero en el ámbito de la poesía chilena (reediciones
de Maquieira, Rodrigo Lira y Teillier; los "Poemas del Otro", de J.L.
Martínez, por nombrar algunos hitos), coronado a mediados de diciembre
con la aparición, en una cuidada edición a cargo de Alejandro Zambra,
de una
de las obras fundamentales de Enrique Lihn, "El Paseo Ahumada".
Uno de los principales logros de esta recuperada gema que es "El Paseo
Ahumada" es la articulación de la experiencia de un espacio por entonces
recién estrenado - el Paseo Ahumada- que se alza como símbolo de la
decadencia "moderna" en que se encontraba sumido el individuo común
y corriente, aquel que no tiene posibilidad de participar en la encrucijada
histórica, tan sólo como parte de las turbas que aletean como animales
moribundos y dejan constancia, a grito pelado, de su oposición acérrima
a la dictadura, una constancia que no tenía valor alguno para los
dueños del poder, los mismos que creaban este paseo para darle circo
al pueblo.
El Paseo Ahumada opera como el cauce de un río humano, un espacio
particular por donde vagan almas estancadas, que creen estar en tránsito,
pero que están, en realidad, condenados a esparcirse sin rumbo por
este supuesto oasis, espejismo de un país en "desarrollo", que a poco
andar fue invadido por baratijas de plástico, predicadores y los infaltables
mendigos y artistas improvisados. Una horda de bufones, cantores y
pedigüeños de toda clase rondan los rincones del paseo intendando
captar la atención del transeúnte con sus particulares "servicios",
a cambio de una limosna. La declamación pública que realizó Lihn de
este libro en lugar que lo inspiró y su posterior interrupción por
parte de las fuerzas policiales, es el broche que sella la identificación
que Lihn hace entre el poeta y "El Pingüino", un mendigo deficiente
mental que se dedicaba a percutir tarros con un par de improvisadas
baquetas mientras entonaba consignas para persuadir a los transeúntes
a entregar una limosna: "su limosna es mi sueldo, Dios se lo pague",
era el lema de este mendigo, en quien - señala Lihn- confluyen todos
los de su especie. Como ya lo hizo Baudelaire, Lihn también se identifica
con estos desposeídos que se congregan en el Paseo, los mendigos y
predicadores que van cantando su deriva espiritual y sus miserias
a cambio de lo que la voluntad de su improvisada y volátil audiencia
considere justo entregarles. Recordemos la sentencia de Flaubert:
"(Los escritores) somos obreros de lujo, pero resulta que nadie es
lo suficientemente rico para pagarnos". Nivelación de dos supuestos
extremos - si seguimos la lógica de Flaubert- sería lo que pretende
Lihn: los "obreros de lujo" hermanados con los "residuos de la raza"
en torno al enemigo común: el libremercadismo capitalista, y la indiferencia
estética de éste con sus "artistas". De igual forma Baudelaire emparenta,
en un pacto literal y fraterno, a los "gladiadores" (para utilizar
la imagen baudelaireana) de la urbe - los desheredados que salen a
librar su batalla de superviviencia a la calle- con el poeta. "El
Paseo Ahumada", es una reafirmación de la vocación de poeta-callejero
de Lihn, el flaneur que actúa como un testigo-participante, aquel
que eleva su voz pidiendo la atención del Pingüino y de sus hermanos
subacuáticos, los residuos de la raza, que están atrapados en un paseo
que no conduce a ningún lugar, que sólo da la apariencia de tránsito.
Lihn le habla a estos personajes mediante su interpelación al Pingüino
e identifica la labor de ambos: "Tocamos el tambor a cuatro manos":
el residuo de la raza es tanto el mendigo bufonesco como el poeta,
ambos son ornamentos excéntricos que sólo decoran, una anécdota en
el paraíso libremercadista que intentan vendernos, personajes que
se "pasean" por la vida, sin llegar jamás a tener alguna injerencia
en aquello que llamamos sociedad, pero que hacen de la multitud su
hogar. Lihn es, junto a Parra, el poeta por antonomasia de la modernidad,
pero la modernidad que examina Lihn, apropiándose de la jerga callejera
y la estética del Vivac, del campamento militar, es una modernidad
trasnochada, falseada, de maqueta, una modernidad "Made in Taiwan",
un mal hecho remedo de los hallazgos y vicios del progreso primermundista.
El Pingüino no es un personaje antojadizo, pues no sólo es el desheredado,
que le sirve al poeta como encarnación de la decadencia, del desvarío
y el extravío en una urbe sitiada; es también una especie de "fantasma
de las navidades futuras", una proyección de cómo puede dejarnos el
libre mercado: unos bufones deformados que sólo tocamos el tambor
pidiendo limosna y cantando letanías huecas para convencer al público
de que merecemos un sueldo, por miserable que éste sea. "El Paseo
Ahumada" es una obra magnífica, de múltiples lecturas; sin embargo,
a pesar de las apariencias, no debe ser vista como una obra de crítica
social disfrazada de poema, sino como un magistral poema disfrazado
de crítica social y política. Lihn llega más allá que cualquier tratado
o ensayo antropológico que hubiese tenido la voluntad de examinar
la sociedad a la "sombra" del Paseo Ahumada, su obra es el "canto
general" a la modernidad y al "despegue" económico de un país pequeño
controlado por los militares.
La cantidad de referencias e intertextualidades presentes en el texto
lo hacen ser un objeto de alto valor antropológico, pero su principal
virtud está en esta comunión que logra el poeta con la masa anónima
que se pasea por este antiguo espacio transmutado en uno nuevo (de
Calle Ahumada femenino a Paseo Ahumada masculino-).
Lihn no es aquí el poeta citoyen a lo Víctor Hugo, que pretende erigirse
como el vocero y guía de los desposeídos, aquel que los conducirá,
con la elocuencia de su verbo, hacia un estado mejor; por el contrario,
es cronista y participante de su caída en desgracia, quien escribe
el epitafio de sus sueños, en definitiva, es el portador de las malas
noticias. Porque el Pingüino y sus hermanos de armas no sólo no tienen
cabida en los salones o las "clínicas particulares", están tan perdidos
que ni siquiera importaría si la tuvieran: "Quizá basten tres días
para que el gran elenco de esos médicos / sus equipos galáxicos /
y una eficiente masa de enfermeras te dejen como nuevo / sólo por
unos cien mil pesos / Supongamos que ahorras veinte pesos al día cinco
mil días bastarán para cancelar esa deuda / más cinco o seis mil días
de reajuste / en el supuesto de que admitan la prórroga / con unos
25 años de mendicidad / volverías a tu punto inicial".
En definitiva, "El Paseo Ahumada" es mucho más que la radiografía
poética de un espacio determinado, es la transfiguración poética de
este espacio y de sus habitantes, aquellos que están estancados en
sus aguas adoquinadas, para que se eleve como metáfora de una modernidad
falseada. Ahora podemos constatar el carácter visionario de los versos
de Lihn, pues el Paseo todavía es el monumento a la inacción, una
apariencia de flujo, o avenida del flujo inerte del individuo, que
parece haber sido galvanizado por décadas, detenido a pesar de los
maquillajes que ha sufrido a lo largo de los años, un lugar fuera
del tiempo, donde a cada paso se respira "l'ennui", el fastidio baudelaireano.
Así como el Paseo Ahumada iba a ser "la fiesta para el despegue económico,
un espacio para la descongestión urbana", el libro homónimo es un
monumento análogo ante el fracaso de esta fiesta, la música para confortar
a los que sobran, a aquellos que no fueron invitados, los que siempre
estarán afuera, un canto potente y elocuente para los "subempleados
y mendigos del paseo, sus semajantes, sus hermanos", en este Gran
Teatro de la crueldad nacional y popular, el centro del centro, el
sucio ombligo del país.
Enrique Lihn
El Paseo Ahumada
Ediciones Universidad Diego Portales 2003.