No puedo evitar una mirada nostálgica a las décadas
del cincuenta y del sesenta, cuando Alone tenía el contrapeso
de Latcham, Silva Castro y Juan de Luigi, mientras
se iban consolidando críticos jóvenes como Sánchez
Latorre, Calderón o Lastra.
Hoy que Valente inicia su retiro, no se ve un equipo de recambio.
Por el contrario: en nombre de una mayor "especialización"
y de un inmanentismo que se supone superación del impresionismo,
emergen acá y allá críticos y profesores de literatura
que más bien operan como sepultureros de la sensibilidad y
la alegría de leer.
Para darme un orden enumeraré primero (I) algunos de los excesos
que me parecen más visibles; luego (II) explicitaré
los que en mi opinión constituyen atributos indispensables
de la buena crítica; finalmente (III), me permitiré
una conclusión general.
I. EXCESOS ACTUALES
1) El semioticismo snob (estructuralista o postestructuralista),
que imita o más bien remeda a Barthes, Kristeva, Lacan y Derrida,
haciendo gárgaras con "el placer del texto" como
consigna, pero invocándolo en una prosa frígida, que
confunde aquel placer con este goce autista de sentirse a sí
mismo capaz de comentarios "brillantes". En suma, onanismo
y exhibicionismo verbales que no rozan la piel de la literatura (mucho
menos de la poesía).
2) El historicismo reduccionista, que ve la obra como un documento
epocal, en que se habría impreso por reflejo el espíritu
de la época, puesto que se asume al autor como un medium ultrasensible
a los signos de los tiempos (si no un signo más de ellos).
3) El psicologismo más o menos freudiano, que confunde la obra
con un tragaluz desde el cual cabría espiar la psique del autor
(transformándolo así en algo más "apasionante"
que la obra y degradando el oficio de crítico al de simple
voyeur).
4) El positivismo ingenuo, carente de imaginación y obsesionado
con la identificación de fuentes, influencias y filiaciones.
Hay catedráticos francamente poseídos por la manía
clasificatoria, empeñados en trasladar mecánicamente
los precedimientos de la investigación científica al
campo del estudio literario y cuyos alumnos deben elaborar trabajos
y proyectos de tesis con "marco teórico" e "hipótesis
de trabajo". Esta cruzada castradora es en el fondo defensiva:
una exigencia de rigor que procura ocultar la anorgasmia lectora y
una aridez carencial, propia de la falta de dedos para el piano.
5) La estilística de minucias, a veces focalizadas con sensibilidad,
pero a menudo olvidando la relación con la globalidad de la
obra y del género en su momento internacional.
6) El gacetillerismo deportivo o publicitario, más atento a
la fotogenia o a la telegenia del autor que al valor real del texto.
Para este tipo de crítica (en la que incurren incluso personas
inteligentes), su labor equivaldría a arbitrar ese campeonato
de rugby o de levantamiento de pesas bibliográficas a que se
suele reducir la escena literaria.
II.ALGUNOS CRITERIOS METACRÍTICOS
Después de un diagnóstico tan sombrío, estoy
obligado a explicar cuándo me parece confiable la crítica.
1) Cuando está respaldada por cierta estabilidad humana (emocional,
ideológica, sexual y hasta económica), de modo que garantice
integridad, una relativa ausencia de sectarismos o de apasionamiento,
capricho, cálculo, celo intergeneracional, amiguismo, intercambio
de favores no siempre confesables, etc.
2) Tiendo a dar más crédito a los críticos cuya
prosa muestra de por sí cierto talento expresivo, aparte de
agudeza, amplitud del gusto, franqueza en la explicitación
de los méritos y deméritos de la obra comentada.
3) Me parece también muy deseable que el crítico tenga
desarrolladas la capacidad de análisis fino y de síntesis
panorámica, la mirada detenida y el vistazo comparativo, la
lucidez y la sensibilidad.
4) Un buen crítico se reprocha a sí mismo la insinceridad,
la ambigüedad, la astucia, y en cambio se arriesga señalando
sin rodeos sus preferencias, de modo tal que en su conjunto sus juicios
operan como una antología virtual reconocible, dinámicamente
estable, de la cual él se hace responsable y que, por lo tanto,
reexamina de buen grado cada cierto tiempo.
5) Si la claridad es la cortesía del filósofo y la amenidad
la cortesía del historiador, la cortesía del crítico
es... la autocrítica. Es un deber ético cuyo cumplimiento
da mayor credibilidad al crítico y equivale a un pulmón
verde en medio del smog cultural.
III. CASI CONCLUSIÓN
La consolidación de un equipo permanente y plural de críticos
depende de muchas variables. Pero la literatura sigue su curso, pues
ella siempre se escribe contra la corriente, no en su favor. Así
que no cabe lamentarse: al fin y al cabo, los jurados estúpidos
o corruptos, los antólogos miopes o perezosos, los funcionarios
o los colegas que confunden la nombradía con la fama y la fama
con el mérito, constituyen un mal necesario. Nada de ello debiera
disuadir al escritor genuino, quien prescindirá de todo criterio
que no lo dicte su conciencia creadora.
Pero, para compensar los riesgos de un retraimiento individualista,
el escritor auténtico también se siente inclinado a
aportar lo suyo (cuando puede) en materia de crítica. Así,
por solidaridad y por cierto instinto gregario y ecológico,
hará lo posible por identificar y promover el talento ajeno
(y no la mera admiración mutua). De ese modo, "por amor
al arte", se va tejiendo una red invisible de gestos fraternales
que protegen a la cultura del poder erosionador y depredador de la
mediocridad y el oportunismo, esos cómplices eternos.
Eduardo Llanos Melussa (11/11/1993)
NOTA: Este artículo fue hecho a solicitud de
la revista santiaguina Piel de leopardo, cuyo director fijó
un límite de dos carillas, pues la idea era hacerlo dialogar
junto a otros textos similares en un dossier sobre la crítica
literaria en el Chile actual. El dossier apareció en el Nº
4 de dicha revista (1994), pp. 28-29.
Últimamente, apareció también en El duende,
Año III, Nº 21, S. S. de Jujuy, República Argentina,
p. 26. Entre ambas publicaciones hay otra, producto de la participación
en un encuentro sobre la crítica literaria chilena, convocado
por el Departamento de Español de la Universidad de Concepción.
Sus organizadores -Gilberto Triviños, María Nieves Alonso
y Mario Rodríguez- fueron también los editores de un
volumen con las ponencias. En mi caso inicié la exposición
leyendo el texto que sigue, pero prosiguió además con
una improvisación oral que lo complementaba y ampliaba considerablemente.
Pese a la paciencia de los anfitriones y editores, nunca tuve tiempo
ni ánimo suficientes para dejar por escrito el resto de la
ponencia; sin embargo, estuve de acuerdo en que se publicara esta
parte, porque veía en ella la expresión de un malestar
legítimo y la explicitación de una cierta propuesta,
esta última -lo reconozco- más utópica que práctica.
Se reproduce en Proyecto Patrimonio con la autorización
del autor.