La Elegida
Un coup de vent sur tes
yeux et
.....+...................
je ne te
verrais plus......
A. Breton
I. En
Santiago no llueve nunca, pero hoy sucede lo contrario: la mampara de
pavos reales está empañada, la casa oscura, un poco fría.
Salgo.
.....
Camino por ciertas calles que no tienen salida directa sino que dan
vueltas y vueltas, terminan en plazoletas y luego continúan. Me gusta
perderme y caminar sin rumbo bajo esta lluvia. Elijo esta calle y no
otra. A pesar de ser lunes no veo gente; no me inquieta, es más, me
gusta que sea así.
..... Al llegar a una
esquina hay una mujer joven. Está parada esperando cruzar. Avanzo
hacia ella, no sé por qué no cruza. No hay semáforo ni automóviles.
Sigo de largo; finjo comprar algo en un negocito de verduras. Desde
allí vuelvo a observarla, sigue donde mismo, balanceándose arriba de
la cuneta, las manos en los bolsillos. El olor del zapallo cortado es
agradable; el hombre que atiende me habla. Yo asiento mientras observo
las grandes pepas del zapallo calado, las hilachas. Al levantar la
vista, los bigotes cerdosos del hombre me molestan, podría sentir sus
púas clavándose en mi cara. Para acabar la conversación le compro un
paquete de cigarrillos y me despido de él para volver a mirarla. Está
donde siempre. Retrocedo, voy en su dirección. A unos tres metros me
detengo y no sé qué hacer. Parece no verme. De lejos, su abrigo
simulaba ser un simple impermeable; pero no, tiene botones dorados,
metálicos, grabados con motivos marineros. Me acerco cautelosa,
comprobando que el agua le corre por el pelo igual que a mí y que no
espera nada de este día imaginario. Ella me mira y apenas
sonríe.
..... No hablamos del tiempo ni
de sus arbitrariedades mientras avanzamos en la misma dirección. Ha
estado buscando trabajo desde hace horas y el desánimo le surge feroz
de sus ojos grises.
..... Yo también le
cuento una historia de abandonos y de calendarios inútiles. A ella no
le importa que el agua se le meta por el cuello.
..... -El mundo se va a acabar- me dice
serenamente- pero quedarán algunos, los elegidos, ¿me
entiénde?
..... Yo no respondo, la
invito a tomar un café, al lugar de Rosas.
..... Ella acepta y sonríe triste. Me gustan sus
ojeras y la tomo del brazo como si la conociera desde
siempre.
..... Hablamos durante horas y
la lluvia no declina. Con el cuerpo tibio salimos a la calle, espero
que se despida, retarda el momento, debe tener otras cosas que hacer,
seguir buscando trabajo, o tomar el bus de vuelta. Me pregunta: ¿vamos
al centro? Por primera vez, la hora no me preocupa. Le digo:
sí.
..... Caminamos lentamente por
calles que yo conozco demasiado, algunas veces ella se detiene a mirar
las vitrinas. Sin embargo ella no mira, sus ojos se pierden en un
camino recto, interminable, atraviesan los maniquíes, como si
quisieran ir más allá de todo. El viento me refresca cuando veo cómo
una anciana busca desesperada un taxi, con un pedazo de papel
protegiendo su cabeza.
..... Después de
una hora de peregrinación le propongo entrar a un hotel. No entiendo
mi propia invitación, por qué no a mi casa, allí estaríamos a solas,
sin interrupciones, además hace tiempo que ya no recibo visitas
inesperadas. Pero, ¿por qué este querer estar solas?, sé que ella
también lo siente, por eso nuevamente acepta, sin mirarme, aunque le
adivine su sonrisa de pecados secretos.
..... Es bella cuando se saca el abrigo de paño
negro y su cuerpo se refleja mohoso en el espejo. Mi cabeza se asoma
detrás de ella. La abrazo.
.....
Contemplamos esta escena por un tiempo suprimido. Ella no parece darse
cuenta de su protagonismo y mira asombrada cómo yo le retiro el pelo
húmedo de los hombros y lo ordeno hacia arriba, dejando libre su
cuello, soplando despacio para darle más calor a sus orejas frías.
Cierra los ojos y permite que le desabroche la blusa. Poco a poco va
girando hasta encontrarnos en pechos que se rozan. Quiero que sus
pezones aparezcan erectos y enormes. Los adorno de saliva. Sus pezones
brillan rosados, ínfimos, como semillas de granada. Ella gime a medida
que mi lengua baja hasta su ombligo. Se recuesta en la cama y abre sus
piernas. Mi lengua desciende, ella se arquea, las caderas oscilan, me
frena y susurra algo.
..... La beso. Me
busca los labios. Ciega cachorra. Oigo que cantan afuera, los hacen
callar, siguen haciéndolo hasta que los cantos se pierden, luego, a lo
lejos, oigo el ulular de una sirena.
..... Ella se deja ir como en un baile antiguo.
Me abraza y echa su cuerpo hacia atrás en un apuro que trato en vano
de retener, hasta que grita estremecida por sueños
desenfrenados.
..... La elegida grita
muriendo sobre mi. La elegida dormita con su cara pegada a mi
clavícula. La elegida no se da cuenta de que por la claraboya del
techo se descuelga la lluvia y que ya da igual este silencio de noche
clausurada. La abrazo tratando de buscar calor en toda su humedad y
espero que ella se despierte.
..... II.
Usted no quiso abrir sus ojos, y cuando lo hizo fue como despertar de
un mal sueño, algo nuevo, incómodo quizás.
..... ¿Habrá oído mis canciones? Sus manos buscan
a tientas el espacio que yo he invadido. Silenciosa se toca el cuerpo,
intentando reconocerse, se toca las piernas, el vellón triangular de
su pubis. Pero sus manos siguen buscando lo que añora, en una
nostalgia llena de casualidades.
.....
Ella me pregunta dónde estoy.
.....
Usted se refiere a un episodio de su vida, intenta contarme lo que ya
sé, un encuentro casual entre dos mujeres. Tartamudea, se arregla la
ropa, se alisa el pelo, se palpa las mejillas, sus palabras tropiezan
y caen.
..... ¿La volveré a ver? usted
se esconde frente al espejo para no responder. Su reflejo no puede
responder. Yo no la miro a usted, miro a una mujer de mejillas
sonrojadas que se alisa el pelo y lo ordena y que palidece y se enfría
y que palidece cada vez más, que mira fijamente el contorno de una
mujer que palidece frente a un espejo.
..... Ella no responde, intenta huir, desasirse
del calor fugaz que le recuerda arena en invierno.
..... Tengo miedo de que se vaya, que cruce mi
soledad por la mitad y se marche, caminando sin prisa, sin mirar hacia
atrás, despidiéndose apenas.
..... Usted
no sabe que el azar irrumpe sin que lo hayan llamado. Usted no sabe
cómo durmió sobre mí, que yo la acaricié, que silenciamos la lluvia,
la misma que ahora nos insulta, que yo le di calor, usted no sabe
porque durmió, cerró los ojos y estrechó mi cintura, se hundió en mí,
y soñó con un hombre joven. Ella me mira y en mí no quedan más que
prguntas. Abotona lentamente el abrigo de paño negro y es bella, más
bella que antes, toma su bolso, su pañuelo floreado, se desorienta,
busca en vano la puerta y, por última vez, mira a la mujer del espejo.
Por última vez le sonríe, gira hacia mí y sonríe.
..... ¿Cómo se llama? le pregunto a usted, usted
que sale y se macha hacia la calle, alejándose.
..... Usted no sabe que yo me quedo aquí y que
vuelvo al espejo. Antes de legar a él, un escalofrío recorre la
hendidura de mi espalda. Pero al fin llego y descubro. Me acerco hasta
rozar mi cuerpo con el vidrio opaco.Usted no sabe que se ha llevado mi
reflejo.
..... III. Su nombre es Miriam.
Dijo: Mi nombre es Miriam. No conoc{ia tan bien su voz como ahora, voz
que existe sólo en el recuerdo. Miriam. Nunca más volví a verla. Se
fue, tomó su bus o un taxi o caminó, desapareciendo. Quise seguirla,
acompañarla. Negó con la cabeza, puso su mano blanca en mi hombro para
detenerme. La puso y la sacó con la misma lentitud con que se arregló
el pelo, antes de partir, mucho antes, cuando me sonrió.
..... He vuelto a aquel lugar, he vuelto tantas
veces a mirar el pequeño letrero que sólo dice Hotel Andes, la vieja
puerta siempre cerrada, como si nadie entrara o saliera.
..... No ha llovido e Santiago. E sol se ha
quedado quieto, casi a punto de estallar. Siento nostalgia por usted,
Miriam, pero ya no la busco, sólo la sueño cuando me miro desnuda,
sentada en una slla frente a mi espejo, sólo la extraño cuando mi mano
descansa entremedio de los musos, tibia y húmeda, sólo la deseo y la
nombro en la sencillez d ste rito que cumplo, Miriam, por toda esta
nostalgia, acariciándome a la hora de las siesta interminable, por
usted, Miriam, beso mi propia sombra y la muerdo y la beso nuevamente,
lamiéndola, inventándole lujuria a sus pechos y a su sonrisa de museo,
recorriéndola, mi elegida sin memoria, hasta que las palomas que
anidan en el entretecho me despiertan, hasta que sus arrumacos me
trizan.
..... Ratas con alas.
..... Entonces, ahí la olvido.
..... Miriam.
en Cuento
chileno contemporáneo
breve antología
Poli Délano (compilador)
Coordinación de Difusión Cultural
Dirección de
Literatura / UNAM
México, 1996
Lilian Elphick nació en
Santiago en 1959. Ha publicado el volumen de cuentos La
última canción de Maggie Alcázar (Editorial Mosquito,
1990). Incluida en diversas antologías y muestras de cuentos
chilenos, ha sido finalista en importantes concursos de
cuentos como Querido Borges III (California) 1989, Juan Rulfo
1990 (París) y Diario La Época 1990. Estudió Literatura en la
Universidad de Chile e hizo cursos de especialización en
Estados Unidos, donde residió varios años. Dirige talleres y
es libretista de televisión.
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