EL
ESCENARIO DEL BURDEL EN LA NOVELA CHILENA: ESPACIOS REALES,
ESPACIOS
FANTASMÁTICOS
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El
prostíbulo es un escenario de revelador significado en algunas de las
principales novelas chilenas del siglo XX. Entre ellas, en Por la
patria (1986), la segunda novela de Diamela Eltit, una indagación
sobre la identidad femenina y lo popular en tiempos de la dictadura.
Por Rodrigo Cánovas
.......... En este texto pasaremos revista a las principales novelas
chilenas del siglo XX donde se
privilegia el prostíbulo, incluidas las más recientes que recrean la
identidad femenina y lo popular en tiempos de dictadura (como es el
caso de la novela Por la patria, de Diamela Eltit) y de
posterior transición a la democracia.
Juana Lucero
(1902), escrita por un hijo natural o bastardo (que adoptó un
seudónimo, D'Halmar, vinculado a un pariente por linaje paterno),
dispone un burdel elegante, a imagen y semejanza de la casa acomodada
santiaguina, siendo su cita casi literal (pues no hay que olvidar que
esta guachita es violada en el interior de una casa acomodada
por el mismo padre de familia y luego forzada a asilarse). El burdel
es el emblema de una nación que excluye a lo tierno y recién nacido
(las capas medias, sin visibilidad social), un orden social hipócrita
que sanciona la bastardía; a pesar de causarla. El prostíbulo es un
lugar vicioso, sólo iluminado por Juana.
El roto (1920),
escrito por alguien de abolengo (Edwards Bello) presenta un prostíbulo
maloliente donde sólo cabe lo sucio, deforme y que degenera, con la
sola excepción de Clorinda (de origen español puro), quien vive en una
casa contigua, aunque comunicada por el interior con aquél. El autor
pone aquí a la escoria de la sociedad, representada por un amplio
espectro que abarca la ralea que vive en los aledaños de la Estación
Central de Ferrocarriles en Santiago. El pueblo (obreros, cocheros,
vendedores ambulantes, lavanderas, delincuentes) es asimilado al
lumpen, siendo definido bajo el rótulo de roto. Es el espacio
de la anti-nación, generado por la oligarquía criolla, casta corrupta
que no ha sido capaz de llevar a cabo el proceso de modernización.
Marcado por la herencia (hijo de padre indígena y madre hispana,
mezcla recesiva) y por el medio social (ignorancia y pobreza), el roto
aparece como un animal al cual habría que amaestrar para evitar así su
amenaza.
.......... De la visión de
Edwards Bello nos interesa resaltar su visión negativa de los pobres:
son feos y degenerados (marcados por la raza), no pueden formar un
hogar con valores (la casa de Clorinda es una continuación del
prostíbulo, una pieza más, de descanso o lavandería) y no tienen
destino propio (salvo el que les pueda otorgar las élites, por lo
demás corruptas).
......... Esta
visión desde arriba del pueblo debe ser contratada con la de
Oscar Castro en La vida simplemente (1951). Escrita en primera
persona, según el esquema de una novela de aprendizaje, un ciudadano
(pensamos, un escritor o profesor) nos relata su infancia en un pueblo
cercano a unas minas: sus continuas correrías desde su casa hasta un
lenocinio cercano del mismo barrio marginal y más adelante, su
experiencia de colegial en el centro de la ciudad. El burdel aparece
presentado desde la mirada tolerante de un adulto, que rescata el
mundo afectivo del burdel, aunque señalándolo como un espacio caído,
con reglas de aprendizaje negativas (el amor animal, el matonaje, el
rechazo a los libros). Es la otra familia, la que quedó atrás, sin
educación ni contactos, al margen de la vida. A diferencia de El
roto, la casa del niño y el lenocinio aparecen despegados,
otorgándose la posibilidad de una cuna familiar digna para el pobre.
......... Este hogar, que nos evoca los
versos recitados en la escuela pública del "mantelito blanco / de la
humilde mesa / en que compartimos / el pan familiar …", está sostenido
sólo por mujeres. La madre lava (como Clorinda) y la hermana es
costurera (como La Lucero); por su parte, tanto el padre como el
hermano son alegres vagabundos, de trabajo ocasional, siempre ausentes
de casa. Es un hogar pobre definido por su dignidad, cualidad que en
casa de Clorinda se trocaba por rencor, resentimiento e instinto
asesino. La dignidad conlleva las primeras letras (el niño encuentra
algunos libros en un baúl de su hermana), siendo el gusto por la
lectura lo que otorga un vuelco a la trama y hace que abandone a la
pandilla (y al burdel, por definición iletrado). Ahora bien, su
entrada a la educación formal es a través de figuras paternas: un
afectuoso bibliotecario (aliado de clase social), un tío avaro
comerciante (un capital inicial duramente ganado) y los profesores
(ralea dispar). Al llegar al colegio, pasa del arrabal al centro, y
sólo recién en ese momento, el narrador nos dice su nombre, Roberto,
como si antes no hubiera gozado de identidad social.
......... Este roto educado logró parte de
su aprendizaje de la vida del burdel, rescatando de él una conciencia
de la marginalidad, que le permitirá enfrentar con decisión a los más
aventajados a nivel social.
..........
En muchos relatos chilenos el tren es signo de modernidad (por muchas
décadas Ferrocarriles fue conocida sólo como la Empresa, como
si fuera la única palanca pública del progreso). Edwards Bello sitúa
su novela en torno a la Estación Central, distinguiendo las dos caras
de la modernidad: el bienestar y la lacra social. Oscar Castro sitúa
la anédota en un ramal de trenes, dispuesto para transportar a los
hombres de ese pueblo a unas minas cercanas; por supuesto, la línea
pasa junto al arrabal, llevándose la energía o devolviéndola en forma
de hollín y destemplados pitazos. En El lugar sin límites
(1966), de José Donoso, el pueblo en ruinas fue alguna vez también un
ramal, la Estación El Olivo; pero ahora las líneas del progreso tienen
otro trazado, lo cual implica que ni siquiera cuentan con
electricidad, privando al desfondado burdel de un wurlitzer (no hay
luz, ni música celestial). Sus habitantes sueñan con Talca, ciudad
moderna, aunque intuyen que nunca podrán radicarse allí.
......... El burdel donosiano se dispone como un
espejo donde aparece la casa patronal de modo invertido.
Siniestramente es una sola casa, cuyas reglas generan dos pisos o
círculos: arriba, el poder y abajo, la sumisión, ambos concatenados.
Lejos del verismo, este espacio social se revela también como un
espacio demoníaco (estamos en el infierno), que tiene una dimensión
síquica: es un escenario para la actuación de lo reprimido. El
prostíbulo conlleva la posibilidad de la transgresión de las reglas
que rigen una comunidad estática, cual tumba. Aquí el sujeto excluido
no es la guacha, ni el roto (entes marcados por el linaje, la raza y
la posición social); sino un travesti, que desafía el machismo con su
vocación de muerte y violencia, volviéndolo a despertar con su baile
de gitanilla. Más allá de las clases sociales y de la etnia, este
burdel señala los límites de una comarca ética, redefiniendo los
límites del bien y el mal y, de paso, poniendo entre paréntesis la
familia ejemplar chilena.
......... Así
como hay prostíbulos realistas y míticos, los hay también en
ausencia, en el sentido de que para entender las relaciones entre
los actores en un lugar acotado debemos acudir a imágenes y conceptos
provenientes del burdel. Esto ocurre en la novela Por la patria
(1986), de Diamela Eltit, donde la dictadura chilena aparece actuada
en las relaciones de abuso y sumisión en la pareja, dentro de un
espacio cerrado. Vamos a la trama. Desde un lenguaje artificioso --no
natural, no austero, ni funcional--, se nos presenta un escenario
expresionista donde se superponen tres imágenes: una casa situada en
un barrio marginal de Santiago, un bar de ese barrio y una celda en la
cárcel de mujeres en otro sector de la ciudad. Al modo de nuestros
sueños, el comedor de la casa es también la barra del bar y sus piezas
son equívocos espacios reducidos donde la mujer es abusada y
semiforzada placenteramente por su hombre; a su vez, el cuarto de
amancebamiento es una celda a la que ingresa un vigilante o protector
que extorsiona a las moradoras.
.......... Esta alegoría barroca de una nación
alterada por los códigos dictatoriales -sostenidos por la familia
chilena- es interpretada por nosotros desde la imagen ausentada del
burdel. No existe un prostíbulo, pero sus personajes se arrojan
literalmente sus roles estereotipados, vivos muestrarios de las
relaciones amo / esclavo que rigen una nación. Así, Juan -débil,
cobarde, traidor e, incluso, sin grandes dotes eróticos- es el
cafiche, y el corro de mujeres enclaustrado en la casa-celda, el
conjunto de prostitutas abusadas. El contrato social es el poder
sicológico que ejerce Juan sobre sus protegidas y la relación de
dependencia sadomasoquista que impone, la cual obrará ulteriormente en
su contra. Las asiladas se organizan como un cuerpo brutalmente
erótico, logrando expulsar a su protector. Sin embargo, es necesario
exorcisar también el dominio de quienes quieren erigirse en
protectoras o cabronas. Coya, líder política del grupo de mujeres,
cual nuevo Moisés, abre las puertas de la casa, privándose a sí misma
de techo y abrigo, pero recuperando la libertad, aun cuando sea al
precio del desamparo.
.......... El
gesto patriarcal de posesión, con la humilación que conlleva para la
nación (las tropas asaltando un barrio marginal, haciéndolo por la
patria, un favor sexual que la mujer no merece), es desafiado con
éxito por un poder femenino que se basta a sí mismo. Anotemos también
que si la mujer es aquí la actriz principal y única, cuya voluntad de
independencia está marcada por su pertenencia al lumpen (intransitivo
a cualquier prédica); también lo es la escritura, que corona a esta
reina dotándola de un lenguaje distinto al del folletín, el testimonio
o el realismo sicológico. En este sentido, vemos una relación de
continuidad entre el grotesco donosiano y este barroquismo, dibujando
ambos la nación como cárceles del cuerpo y del pensamiento.
......... Es sorprendente que justo cuando el
prostíbulo convencional desaparece del paisaje urbano, el teatro y la
literatura lo convoquen en los años noventa (de transición democrática
o postdictadura), para restituir lo popular en la imaginación
colectiva como un caro emblema. Es el caso, en el teatro, de las obras
La Negra Ester, El desquite y Nemesio Pelao, qué es
lo que te ha pasao, dirigidas por Andrés Pérez, y en la
literatura, de los relatos deslenguados (de prostitutas, mineros y
gentes pampinas) de Hernán Rivera Letelier. Indiquemos, de paso, que
la notoriedad de estas obras ha rebasado las fronteras nacionales, a
través de largas giras teatrales por el viejo continente y varias
ediciones y traducciones literarias. En todas ellas, sin excepción, el
burdel es un espacio ajeno al estigma, que ilumina la nación desde las
imágenes de violencia, rebeldía y afecto de sus protagonistas, gente
humilde y emprendedora.
.........
Comentemos brevemente La Negra Ester, representación teatral de
un librito de décimas escrito por el poeta popular Roberto Parra
(hermano de Nicanor), estrenada hacia fines de los años ochenta, que
transformó radicalmente la escena teatral y artística chilena. El
texto --un canto a lo humano escrito en décimas, en la tradición de la
lira popular criolla-- expone los amores de un borrachín (el mismo
poeta) con una prostituta (la Negra Ester) en un burdel del puerto de
San Antonio. Su éxito teatral se debió, en gran parte, a la novedosa
puesta en escena de esta narración o canto popular. La representación
incluía, entre otras figuraciones y lenguajes escénicos, la pantomima,
la máscara, gestos farsescos de opereta, banditas de circo pobre
ensayando ritmos de foxtrot; sin que se llegara a anular el
sustrato realista de la escena (un burdel pobre y la ralea de
personajes que gira en torno a él, con sus bailes y chascarros). Habrá
que recordar que el Director de esta pieza, Andrés Pérez, recurre a su
experiencia en el Teatre du Soleil --en la tradición vanguardista del
lenguaje corporal-- evitando así una representación típicamente
realista de estas décimas.
......... Si
en la literatura chilena el prostíbulo era abordado desde la
perspectiva de un espectador más bien indiferente o vergonzante, y
dispuesto como un artefacto para exhibir sujetos excluidos (guacha,
roto, travesti, lumpen femenino); en la primera novela de Rivera
Letelier el burdel adquiere una dimensión íntima y popular, que no
tiene contrapeso en otros espacios, actores y tiempos. En efecto,
gesticulando con medio cuerpo sumido en la cultura popular, aparece
histriónicamente La Reina Isabel cantaba rancheras (1994),
especie de álbum de la comunidad pampina chilena ligada a las antiguas
oficinas salitreras. Un minero aficionado a la poesía nos relata de un
modo nostálgico y picaresco las vidas que solían llevar las
prostitutas con los mineros, con quienes comparten su orfandad en sus
estrechos cuartos de las salitreras. Este cronista memorioso recupera
un mundo ya ido, enunciando los sobrenombres de las meretrices y de
sus compañeros --la Ambulancia, la Poto Malo, la Pan con Queso, el
Cabeza de Agua--, usando un lenguaje crapuloso; todo lo cual le
permite otorgar señas de identidad a las gentes marginadas de la
heroica gesta nacional.
......... En
esta obra la acción no ocurre exactamente en un prostíbulo, sino en
las piezas o camarotes de las oficinas salitreras que albergaban a los
solteros; compartimentos estrambóticos llamados buques, en
consonancia con los antiguos vapores que transportaban el salitre
hacia Europa en tiempos de bonanza. Cada uno de los buques semeja un
mercado persa en miniatura, por la gran cantidad de antiguallas que
los mineros coleccionan en ese habitat privado. Así, los buques
están cargados de nostalgia, siendo configurados como restos que no
queremos perder: el reloj Longines, la billetera de cuero legítimo, el
alka seltzer, la revista sexual Luz, Popeye. Cuando las
prostitutas visitan los buques, es como si navegaran en la ruta de
antaño, hacia los orígenes. En este viaje regresivo, mineros y
prostitutas semejan fetos flotantes que contienen la experiencia
afectiva de una comunidad. Así, la memoria de un país se reconstituye
desde las zonas abandonadas de la patria, iluminadas desde los gestos
solidarios de sus gentes y expresadas en un lenguaje conceptista y
popular. Del burdel vicioso a su configuración demoníaca, del
escenario real a su escenografía expresionista, del relato manifiesto
a su cuerpo latente; en fin, con Rivera Letelier emprendemos el
trayecto de vuelta desde el vicio hacia la virtud, en clave popular.
Casa en extinción en la realidad del fin de siglo, el prostíbulo se
nos devuelve en el relato literario como nostalgia memoriosa,
reinstalando la sensibilidad social como valor en el discurso ético de
los nuevos tiempos.
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