Tres recursos de emergencia: las
rebeldías populares, el desorden somático y la palabra extrema
Un excelente ensayo sobre la última
novela de Diamela Eltit, Mano de obra (Planeta, Santiago,
2002), una exploración crítica y estética de los mecanismos
capitalistas que elige al supermercado como escenario emblemático y
revelador. La novela es una denuncia del libre mercado, la
desechabilidad de los objetos que han perdido el "aura" en el mundo de
la tecnología y la falta de valores humanistas en un universo de
competencia y sobrevivencia, terreno fértil para el crecimiento de un
fascismo popular.
por
Nelly Richards
..... Fondo y trasfondo: la
maquinaria figurativa de acumulación y saturación capitalistas, que
reproduce el orden de la serie hasta el paroxismo de la repetición. El
escenario de la novela (Diamela Eltit, Mano de
obra)1 en que el tic capitalista exhibe su
frenesí de compraventa es el "súper". Con sus homogeneizantes cadenas
de venta en serie, el supermercado representa lo superlativo del
mercado, del libre acceso -vía autoservicio- a todo género de
artículos. En la novela, el supermercado es aludido por un diminutivo
cuyo guiño coloquial reduce el tamaño del hipermercado capitalista a
la escala doméstica y popular de una de sus versiones de barrio. Al
ser superlativo y diminutivo a la vez, el "súper" reúne el infinito de
lo global (el capitalismo mundial) y lo universal concreto de su
miniaturización periférica. El súper es la unidad de lugar y tiempo
que elige esta novela para hacer desfilar la mercancía en los
estantes, el alíneamento de los productos que esperan ser favorecidos
por el tacto, el contacto, la promoción, el saldo o la liquidación,
hasta culminar de una forma u otra en el éxtasis de la compra.
..... El "súper" de la novela, anclado
en el barrio, exhibe el bastardo decorado postmodernista de falsas
ceremonias como aquella del pesebre cuando, para Navidad, sustitutos y
disfraces de mal gusto llegan a alcanzar su "climax de pacotilla" en
la figura de un "insignificante Dios de plástico" (67). Este paisaje
icónico e irónico del súper -ese "climax de pacotilla", degradado por
alegorizaciones navideñas de cuarta categoría- luce materiales
sintéticos e imágenes fluorescentes. En el mercado de la cultura
postindustrial, el culto publicitario de las falsas texturas adelgazó
el sentido hasta borrar de las exultantes superficies de los
productos, el recuerdo sudado del proceso de producción. Es así como
el fetichismo de la mercancía transmuta y conmuta la fuerza y
la sustancia humanas en valor, en valor del valor, en el
goce de plusvalía que premia la lógica neutral de abstracción de los
signos que impone el capital. La novela "Mano de obra" opone un primer
recurso de emergencia contra este universo devastado por la
indiferencia de las mercancías que sólo logran conmoverse con el flujo
monetario de "los billetes, las tarjetas, las monedas y los cheques",
(105). Ese primer recurso de emergencia consiste en hacer un llamado a
la historia, a la historia popular, que evocan los titulares de sus
primeros capítulos. "Autonomía y solidaridad" (Santiago, 1924), "El
Proletario" (Tocopilla, 1904), "Nueva Era" (Valparaíso, 1925), "Acción
Directa" (Santiago, 1920), "El Obrero Gráfico" (Valparaíso, 1926), son
algunos de los titulares de periódicos que despliegan su elocuencia
panfletaria para celebrar "El despertar de los trabajadores" (Iquique,
1911). Estos titulares de una prensa combatiente enmarcan el
vaciamento semántico del "súper" -su hoy deshistorizado.- con el
fervoroso recuerdo de un ayer obrerista, sindicalista. La novela dejar
caer las vibraciones de ese ayer en la atmósfera vacía, vaciada, del
"súper", para estremecerlo con el peso heroico de tiempos en que la
fuerza de trabajo, de la "mano de obra", todavía producía, además de
mercancías, revueltas e insurrecciones. La afiebrada retórica de lo
popular que titula los primeros capítulos de la novela en clave
-agitativa- de luchas proletarias, deja en pasmosa evidencia al
conformista tiempo de la simple reproductividad del orden,
impasiblemente fijo, con que el "súper" controla la eficiencia y
gestiona el cálculo, adiestrando los cuerpos para que cumplan
ciegamente las tareas de servicio desde el obsesivo temor al
desempleo, desde el pánico hipotecario de la deuda exacerbado por el
vicio consumista, desde el perverso círculo de reproducción del poder
con que el mundo laboral del "súper" internaliza jerarquías y
segregaciones (los buenos y los malos clientes, el "negro y chico" y
el de la piel blanca, etc.) con que la autoridad humilla y
descalifica.
..... Pasamos del pasado
de rebeldías e insurrecciones populares que evocan los titulares de la
prensa obrera y sindicalista a un presente de obediencias y
servilismos que lleva el mundo salarial a comportarse como una simple
extensión resignada de la prepotencia del capital. La gesta proletaria
que enmarca los capítulos de la novela arma una relación de alto
contraste entre las tramas épicas del ayer y las mezquinas
parodias de sobrevivencia que acompañan la desobrerización del mundo
laboral del "súper". El trance desesperado entre un mundo y otro (de
la mano de obra a la abstracción del valor, de la lucha social al
conformismo de mercado) adquiere un filo seco y cortante por el
procedimiento técnico del collage que usa la novela en sus
títulos. Es la brusquedad del corte y de la yuxtaposición, sin otra
narratividad que la de la cisura, la que define la pérdida histórica
como irremediablemente acontecida.
.....
Pero no sólo la fiebre revolucionaria del ayer sacude -como fantasma-
la metódica disposición del "súper". Está también la sombra
violentista de los saqueos que exponen los productos a vivir un
orgiástico destino : "Nadie conoce a fondo la fiesta final de la
mercadería y su imperturbable deseo de asalto" (57) . Las imágenes de
los recientes saqueos en Venezuela o Argentina, cuando la turba
deviene bestia feroz e insaciable, difunden la fuerza impura
(desconocida y también inconmensurable) de un nuevo sujeto
multitudinario que emerge con el reviente de los aparatos
jurídico-políticos que debían contender a la ciudadanía popular.
Sumado al friso reivindicativo de los titulares de la prensa obrera,
las imágenes de protestas y saqueos que -en filigrana- violan "la
impenetrable linealidad de los estantes" (27) hacen que el mundo
aparentemente inconmovible del súper se vea sacudido por dos
expresiones de la revuelta: el recuerdo histórico de las viejas
militancias y de los sindicalismos políticos, las imágenes de
actualidad de estos neoanarquismos contestatarios que usan la calle y
el barrio para anunciar el explosivo surgimiento de un sujeto
antipolítico o post-político.
..... El
primer recurso de emergencia que interpone la novela para que el fin
de la historia programado por el capitalismo neoliberal no sea tal
consiste, entonces, en sacudir la pasividad de las esclavizantes
rutinas laborales, de las serializadas ofertas del consumo, con el eco
de las protestas, las rebeliones, las insubordinaciones y las
revoluciones que, aunque sea virtualmente, no dejan nunca de
interrumpir el monólogo del poder o del dinero con las fugas utópicas
de imaginarios revueltos o desintegrados.
..... Hay un segundo recurso de emergencia que
interpone la novela para resistirse a la lógica de desmaterialización
capitalista, oponiendo a su abstracción y depuración del valor las
gruesas partículas físicas de un cuerpo obstinadamente visceral.
..... La novela se sumerge en los
abismos de una memoria presimbólica del cuerpo depositada en células
quizás milenarias y en todo caso infinitesimales; células de vida y
muerte cuya biología traza un hundimiento, una caída lenta y en
profundidad, que hace bascular la fría economía de mercado del súper
en los cataclismos del dolor y del placer agudos: "Me desplazo a lo
largo de los corredores con un doloroso aguijón plateado que se me
incrusta en el costado más precario de la encía" (5), "Me hiere y me
perfora la palabra abriendo un boquete en mi riñón" (11), "Ay, montado
en mi pulmón hasta provocar un grumo de sensualidad en mi copiosa
saliva" (36), "el fluir de su sangre (impura/humana/inadmisible)" (95)
.
..... Si la máquina capitalista opera
distanciando, produciendo modos separados de existencia en los
que el producto queda cortado de su historia de sudor y lágrimas, aquí
los avatares corporales traen a escena una memoria física de órganos y
vísceras, de flujos, que infectan y contagian -con sus líquidos
turbios, sus humores acuosos- la nítida perfección del orden seriado.
El sistema translúcido que ordena la visibilidad de las imágenes del
mercado, no admite máculas. La orina, la sangre menstrual, el
excremento, son los desechos que polucionan el orden y sus fronteras
entre nitidez y opacidad, quietud y turbulencia, regularidad y caos.
Materias abyectas que sólo admiten el rito, la fiesta, el sacrificio,
el carnaval, la orgía o el tabú, salvo cuando el cuerpo revuelto las
larga como una señal renuente a dejarse purificar por la esquemática
blancura del orden visual. Secreciones y coágulos, viscosidades y
mucosidades, son la funesta interioridad a la que no tiene acceso el
ojo panorámico de la vigilancia que controla el perímetro funcional
del "súper". La novela recalca una y otra vez el predominio de la
visión, del ojo inquisidor, de la mirada hipertecnificada que captura
la escena: "se esconde el plan voraz de empujarme a la mirada absoluta
del supervisor, a la mirada más que especializada de la cámara" (19).
Si hay algo que se esconde a la mirada vigilante y punitiva del
supervisor que lo observa todo (cita foucaultiana del ojo
burocrático), es la revuelta fisiológica de las entrañas que se
debaten en la subyacente corporalidad de un yo anárquico; un yo cuya
descomposición húmeda transgrede la sequedad hipertecnológica de las
pantallas. Los cuerpos que prefiere la novela son los cuerpos de la
vejez y la enfermedad como cuerpos que ya conocen el tenebroso síntoma
del fracaso anatómico, la humillación de los huesos quebrados, la
insidia del tumor y la degenerescencia. El infame desfile de las
sordas patologías, el pérfido reviente de abcesos y tumores, desafían
una y otra vez la voluntad higienista, sanitaria, del trazado social
que impone la asepsia de un modelo de conductas y apariencias
supuestamente inalterables que recomienda el "súper". Las excreciones
corporales que manchan la desinfectada arquitectura del "súper", nos
trae de vuelta a la arcaicidad de pulsiones que urden sus intrigas de
la carne en fondos no auscultables, en misteriosas cavidades
orgánicas. El flujo y la secreción convergen aquí en una caótica zona
sensorial, pulsional y visceral, de la que -por supuesto- abominan las
técnicas postmodernas de modelaje del cuerpo (la gimnasia, el
maquillaje, la cirugía, la moda, etc.) contra las que conspira el
reviente orgánico. Las impúdicas cloacas del yo subterráneo, la
obscena tópica de lo bajo que delata las inmoralidades de la carne, se
juntan, en la novela, con la repentina elevación mística de una
sacralidad cuyo infinito -Dios- también remata en exabruptos
corporales y sexuales: "Dios está en todas partes. A lo largo y a lo
ancho de mi cuerpo. Y se radica con una intensidad (que ni te digo) en
mis órganos para que retumben en su honor. .. El insuperable fuego de
Dios se aproxima para palparme y recorrerme y obligarme al refinado
oficio de su puta preferida (62/63)". El exabrupto sexual que injuria
la solemnidad de la fe (aunque la escritura de la novela también se
vuela con el ardor de lo sagrado) se suma a otro recurso
demistificador: la cita realista del habla popular que, en la segunda
parte de la novela -titulada, no por nada, "Puro Chile"-, multiplica
groserías e imprecaciones verbales. La ordinariez es, por supuesto, el
atrevido modo que tiene lo popular de darle forma creativa a su
resentida marginalidad, violando los protocolos hablados de la cultura
oficial y sus grandes emblemas de la familia y la nación. "Vamos a
cagar a estos maricones que nos miran como si nosotros no fuéramos
chilenos. Sí, como si no fuéramos chilenos al igual que todos los
demás culiados chuchas de su madre" (176). "Puro Chile" señala esta
bastardía sexual de los imaginarios de la calle que verbalizan pactos
clandestinos, juntas ilícitas, al margen de los abusivos símbolos de
falsa integración familiar y nacional que sólo los humilla y los
castiga con la grandilocuencia de sus múltiples imposturas, A estos
símbolos dominantes, sólo queda desearles el mal, decirlos mal,
mal-decirlos, con una palabra soez.
..... La desvuerguenza del garabato, de la
palabra sucia, hace que el neutro punto de reunión del "súper"
recupere la memoria callejera de lo que eran la plaza pública, la
feria y el mercado, antes de que sus revoltijos de lenguas sueltas se
hubiesen visto reemplazados por la reglamentada señalización de las
marcas en los centros comerciales. La procacidad del garabato
-extremada como recurso en la segunda parte de la novela- reintroduce
el desorden cotidiano-popular en el mundo aseptizado del súper y nos
recuerda la violencia barrial de las jergas, la sucia corrupción de
las mezclas y sus impertinentes salpicaduras; todos los desates
verbales que dejó fuera de competencia la lengua uniformada del
comercio transnacional de los logotipos y estereotipos.
..... Pero el garabato cumple además otra función
en esta novela que escenifica las operaciones de sustitución del
mercado: la de obstaculizar el liso cumplimiento de una traducción
idiomática que, en tiempos de globalización, busca uniformar signos y
comprensiones para que la diversidad sea universalmente convertible,
mundialmente traducible. ¿Cómo traducir al inglés "maricones culiados
chuchas de su madre"? La oralidad popular del garabato chileno, sus
adherencias callejeras, nunca van a entrar en exacta correspondencia
de sub-estratos con la lengua transcodificadora de la globalización.
El garabato es la tozuda arma dialectal de una periferia cultural que
desafía el mercado global de las traducciones con su habla disonante.
El garabato chileno ("Puro Chile") lleva lo popular de la calle a
oponerse, entonces, al principio de conmutatividad y sustitutividad de
los signos de la traducción capitalista que no admite la aspereza
de la diferencia.
..... Del
garabato como palabra extrema -en su tosquedad antiglobalizadora- al
refinamiento de otra palabra extrema: la palabra literaria, la palabra
hipertextual que se deshace y se rehace gracias a las maquinarias
figurativas que dotan al lenguaje de intensidad significante. Dice el
texto: "Su reconocida indigencia camuflada en estilo, estalla en la
profusión asombrosa de brillantes jirones estilizados" (32). Lucir
estos "brillantes jirones estilizados" es una estrategia que
sólo puede diseñar la literatura, para oponerse a las tecnologías
comunicacionales de la sociedad mediática. Matéricamente signada por
la artesanalidad de su factura, la palabra literaria -cualquiera sea
su pose en la novela: obscena, sublime, procaz, mística, sexual,
libresca, etc-, esta palabra literaria gestualiza una negativa a que
el mundo funcional y utilitario de las cosas, el mundo cuantitativo de
los productos y de las mercancías, el mundo alineado y alienado del
"súper", anule la vibración expresiva del decir suntuoso que se talla
ritualísticamente en la literatura, ajeno a las consignas de
operatividad y rendimiento que transmite la "enfermedad horaria" (48)
del mundo laboral.
..... Recapitulemos:
el mundo del "súper" replica la lógica del capital cuya sistematicidad
del intercambio (producción y reproducción, traducción y apropiación,
condensación y acumulación) desmaterializa el valor en el tiempo
sin cualidad de la abstracción numeraria del dinero. Mercancías
y fetichismo, alienación y explotación, son los términos que pone en
escena el "súper" (maqueta del capital a escala de barrio) para
insistir en que la separación forma-sustancia niega lo corpóreo, tal
como el giro postmoderno estetiza las superficies a costa de
deshistorizar los volúmenes. Ese mundo del capital crea la imagen de
una totalización abstracta -enajenante, reificante- que gira en
torno al equivalente general del dinero para que todas las operaciones
humanas sean cuantificables y mensurables. Domina así la universalidad
de un sistema de equivalencias (la mismidad, la serie y la
repetición) que borra toda ambivalencia (la contradicción, el
secreto y la opacidad). Contra todo eso, la novela "Mano de obra" teje
sus recursos de emergencia: la fiebre agitativa de lo popular y su
contingencia que contraponen la historia como peligrosidad (como
asunto de vida o muerte) al tiempo "vacío y homogéneo" (Benjamín) del
fin de la historia; la virulencia del síntoma orgánico que delata la
falla corporal; lo recóndito del cuerpo arcaico del que reniega la
hipervisibilidad postmoderna; la deslenguada vitalidad callejera del
garabato chileno que no se amolda a la traducción estandarizada de lo
global; la palabra literaria -como artificio y ceremonia de una
palabra lenta, inservible, por ajena a la rentabilidad numeraria de la
superproducción.
..... En cada uno de
estos recursos, sobresale la exhibición de un rastro material de
producción (histórico, orgánico, lingüístico) que se resiste a la
tendencia del mercado capitalista de querer disolver la heterogeneidad
del accidente singular a favor de una traducción universal, sin
restos. Al éxtasis de las mercancías como "coágulos homogéneos de
trabajo" (Marx) que saturan de indiferencia el mundo programatizado
del "súper", la novela opone tiempos y modos de una subjetividad
resistente, de una resistencia de la subjetividad (torcida, delirante,
filuda o pasional) que se zafa de la ganancia capitalista de la
productividad de mercado.
NOTAS
1 Diamela Eltit, Mano de obra,
Planeta, Santiago, 2002.