Mujer,
Frontera y Delito
El crimen
pasional cometido por mujeres ha recobrado actualidad con la
publicación de un libro y de programas de televisión sobre el caso Ema
Pinto; y recientemente la directora Jacqueline Roumeau ha anunciado un
nuevo montaje teatral inspirado en los caos de Gabriela Lehman, María
Carolina Geel y la misma Ema Pinto. En este ensayo, la autora analiza
el texto publicado en 1956 por Geel, "Cárcel de Mujeres"
por Diamela
Eltit
La pasión, como uno de los
territorios en los que se confrontan los límites humanos, constituye
una constante tras la que se articulan los materiales privilegiados
del arte y particularmente de la literatura. La escritura que narra el
drama sentimental inexplicable, artero, incontrolable ha sido
magistralmente abordada en las obras principales que conforman el
trazado de la literatura occidental. Ya con Edipo Rey y su
irreversible sino trágico nos recorre la amplia gama de transgresiones
familiares pensables y posibles, y desde allí se puede registrar la
emergencia del sujeto en crisis -siempre ajeno y culpable a la vez-
que se configuró como un espacio extremo al que podía arribar el
relato literario.
... Precisamente por el poder
simbólico que porta la literatura es que la última transgresión
posible, como es la acción criminal, ha podido traspasar la barrera
del legítimo horror que provoca una determinada realidad sin
mediaciones, para reponerse en otra vertiente de legibilidad que
otorga la ficción literaria, porque nos permite atisbar la parte
dramática en la que se articula una determinada poética de las
emociones.
... El sujeto femenino
históricamente signado y consignado por la cultura como el sujeto de
la pasión por excelencia, debido a la distancia con que la misma
cultura la separó del pensamiento científico y de la conciencia
racionalista del mundo, ha sido protagonista de innumerables
secuencias pasionales, ligadas mayoritariamente al suicidio. Por otra
parte, un número considerable de obras narrativas escritas por mujeres
ha optado por hacer de su centro narrativo la sentimentalidad y allí
el destino fatal de un amor imposibilitado de
consolidarse.
...
Quiero detenerme en un libro que se
cierra sobre un único universo: mujer y delito. Cárcel de
mujeres, publicado en 1956 por Editorial Zig-Zag en Santiago, es
una obra de género incierto. A medio camino entre el testimonio, la
autobiografía y la ficción, recoge la experiencia carcelaria de María
Carolina Geel, escritora, mientras purga su condena por haber
asesinado a su amante en el salón de té de un lujoso hotel santiaguino
de la época. Este crimen pasó a formar parte de la historia de la
crónica roja chilena por la espectacularidad pública con que se llevó
a cabo y, muy especialmente, porque incriminaba a una renombrada
escritora nacional. Con la publicación de Cárcel de mujeres,
el delito cometido por María Carolina Geel alcanzó un nuevo formato y
puso a su autora en el espacio mediador de la literatura, vale decir,
el crimen se resguardó tras el prestigio editorial que le otorgaba el
objeto libro, publicado por la editorial de mayor prestigio de su
tiempo.
Un
prólogo peculiar
Se trata, sin
lugar a dudas, de un libro particular en varios sentidos. En primer
término, habría que detenerse en el prólogo realizado por un
influyente crítico chileno que ejerciera su labor desde el diario más
poderoso y conservador del país, El Mercurio. Hernán Díaz
Arrieta -Alone- alcanzó un enorme poder cultural desde la tribuna de
El Mercurio, ya canonizando o desautorizando obras
literarias, hasta transformarse en un juicio imprescindible a la hora
de establecer jerarquías y valoraciones en el transcurrir de la
literatura nacinal. Este es el mismo crítico que se encarga de
prologar el libro Cárcel de mujeres y su gesto excede el mero trabajo
de presentación para establecerse, en cierto modo, como protector o
defensor no sólo de los materiales que el libro va a contener, sino
especialmente avalando a su autora María Carolina Geel para reponerla
en el estatuto de escritora, volviendo ambiguo y ficcional su acto
criminal.
... Una lectura atenta a este
prólogo, escrito en la década de 1950, por un crítico filiado al
pensamiento conservador, va revelando la fascinación que a éste le
produce la conexión entre crimen, escritura y cárcel. Subliminando el
espacio carcelario, Alone vislumbra la reclusión como el sitio idílico
para la producción literaria, cuando compara la situación de Geel con
la de Oscar Wilde o Cervantes. Desde estas referencias, el crítico
incita a la narradora reclusa a escribir, amparándose en ejemplos
extraídos de la alta cultura europea: "Escriba, cuente, diga
simplemente cuanto sepa; porque, aunque se trate de usted misma, usted
no lo sabe todo".
María
Carolina Geel |
... Apelando a un tono no exento de dramatismo,
Alone se hace parte de la épica de María Carolina Geel en la cárcel y
a su vez su propia épica radica en que esta escritora reclusa produzca
un texto que recoja el "privilegio" de escribir en la cárcel,
privilegio que corresponde al espacio ensoñado por Alone, así como su
deseo de impulsar una obra carcelaria. De hecho, según el prólogo de
Alone, él es el receptor primero de las páginas informes que luego van
a dar origen al libro, libro dictado por el deseo de Aone o bien el
libro como resultado de un pacto cultural entre el crítico y la
escritora, para soslayar así la sanción social que provocara la
transgresión misma del crimen.
... A
medio camino entre la disquisición filosófica y la disposición de
conceptos provenientes de la sicología, la presentación de Alone se
empeña en aludir a la pluralidad que porta el sujeto, a ese remanente
fatal e imprevisible que se aloja en uno de sus resquicios y que lo
vuelve irresponsable de sus actos. En ese lugar de irresponsabilidad y
de misterio ontológico ubica Alone a María Carolina Geel.
... Alone alude a un cierto "sonambulismo" (como
lo tenue, lo ensoñado) que atraviesa al texto y a la vez,
paradójicamente, le otorga al libro Cárcel de mujeres una
lógica que estaría reñida con el caos de la locura criminal. Este
prólogo excede la presentación tradicional en la medida que el crítico
se pone en varios lugares a la vez. Desde la filosofía llega a la
sicología hasta erigirse como el propulsor del texto mismo, un libro
híbrido, escrito por el pedido epistolar de Alone, quien "convence" a
la autora de la necesariedad de redimirse y así redimir el crimen por
la escritura.
... Insiste el escritor
del prólogo en que María Carolina Geel al asesinar al amante, en
realidad se ocasionó su propia muerte, pues se retrotrajo hacia un
lugar indeterminado de "senderos irreales, desprendida, entre calle y
casas de fantasmagorías". Y entonces es a él a quien le corresponde
actuar porque "los que permanecen vivos tienen esa obligación de
tender la mano a quienes van hundiéndose, sin ánimo ya ni deseo de
remontar el aire para respirar". Pero por la posición del prólogo que
forma parte concretamente del libro, el crítico es un participante de
la cárcel de mujeres, se introduce en el espacio del delito y de lo
convencional femenino, ya como poder masculino o bien como una palabra
sentimentalizada que lo transforma, en el interior del libro, en un
femenino más.
El poder de la escritura
... Luego, aparece la voz híbrida de la
naradora, una voz que rehúsa darse un nombre y que se va a abocar a
dos tareas: por una parte a describir a las mujeres internas de la
cárcel y, por otra, en una aguda tarea diferenciadora, a ubicarse a sí
misma como aquella atrapada desde siempre en el interior de la cárcel
de su propia mente.
... El libro no pasa
por el espacio previsible de la confesión y el arrepentimiento para
llegar al perdón por su falta. De hecho el texto evade de manera
sistemática la palabra "asesinato". Se trata más bien de instalar el
poder de la escritura como arma y estrategia para obtener un
determinado salvamento social.
... La
voz de la protagonista del relato va a revelar su carácter letrado en
el interior de uno de los espacios más frecuentados por el sujeto
subordinado, como es el espacio carcelario que congrega a las
delincuentes comunes. Contra la arreflexividad con la que
convencionalmente se define lo lumpen, en cuanto a zona de pulsiones y
de rencores, surge esta voz dotada de saberes, de éticas y estéticas,
para organizar así una interioridad violentamente diversa a los seres
que pueblan su entorno.
... La
diferencia, desde luego, radica en la escritura, en el poder total que
le otorga el construir un sujeto que se dota de una subjetividad
plena, mientras escribe a las otras desde una mirada externa y
premeditadamente superficial. Así, la protagonista se organiza
dualmente no sólo en cuanto narradora del relato, sino además por la
distancia conceptual que la separa del resto de las asiladas: un
microespacio recorrido por rateras, prostitutas, alcohólicas, cuyo
hacer o mal hacer es idéntico a su ser, puesto que de cada personaje
se extrae una identidad burda y tosca que la va ratificando en un
lugar social fijo y subordinado.
La ficción del convento
Pero más allá de
las estrategias textuales, la cárcel constituye un lugar de iniciación
para la narradora. Iniciación múltiple y compleja, pues la
protagonista, escindida, experimenta la cárcel como material de
escritura, a partir de su observación de las demás, y por su posición
social -ella está en una sección especial del reclusorio, el
pensionado- puede escoger, a su vez, la autoexclusión que le permite
aislarse de la convivecia diaria con las otras prisioneras. Habita así
en una especie de cárcel dentro de la cárcel y este juego de
reclusiones le permite una ficción del encierro que resulta más afín a
la experiencia conventual que a la relidad carcelaria.
... No obstante, es a partir de esta ficción del
convento donde se permuta la cárcel por el claustro. Un claustro desde
donde atisba el mundo degradado de las mujeres de la cárcel. Una
degradación que pasa a formar parte de su propio proceso de expiación,
que consiste en la obligación a observar este universo impuro e
imperfecto que le recuerda la dimensión del delito que la lleva a esta
experiencia.
... No es la reclusión el
síntoma que provoca más angustia en la narradora, sino tener que
coexistir, aun en la distancia, con las otras desde sí misma, las
delincuentes que, anecdotizadas y caricaturizadas por la narradora, se
vuelven figuras monstruosas no en tanto representantes del "mal", en
el sentido más sagrado del término, sino por el carácter de
inferioridad psíquica y social que la escritura va
demarcando.
... De esta manera se
establece con fuerza la óptica burguesa centrada en el clasismo y en
la calidad de una determinada interioridad. El femenino que la obra
construye radica en la sensibilidad extrema, en la extrema discreción
y aun en la inteligencia de ir asumiendo el nuevo contexto
precisamente para construir la integridad del propio texto. La cuota
de horror que le provocan los nuevos saberes que la cárcel va
entregando es vivida con serenidad y hasta comprensión de los nuevos
hábitos. Una fina ironía recorre la escritura cuando describe a las
otras, donde la gran paradoja parece ser el drama de enfrentarse, aun
en su oblicuidad, a seres dotados de una moral rudimentaria. La gran
épica que atraviesa el libro es entonces el castigo de permanecer
junto a lo más excedencial que convoca el sujeto femenino.
... El alter ego de la narradora lo va a
constituir la figura de la monja, pues el reclusorio es manejado por
la congregación religiosa del Buen Pastor. Las monjas son descritas
como "mujeres que deben acorazar sus pudores y la finura de sus
costumbres, de raigambre aristocrática, frente a las otras, para cuya
gran mayoría no hay más ley que la violencia,ni más principio que el
deseo".
... Dentro de este grupo de
religiosas, la narradora encuentra su paridad en la madre Anunciación,
quien intenta introducir a la protagonista en el amor a Cristo. Pero,
más allá de la imposibilidad de un encuentro con Dios, porque es
agnóstica, la protagonista ve en la monja un "espíritu" semejante al
suyo en tanto víctima de las otras mujeres de la cárcel. La
protagonista se detiene en el sacrificio de la monja -donde lo
sacrificado es el halo aristocrático- para donarlo al servicio "sin
tregua con seres que la vida situó exactamente en el cabo opuesto de
los mandatos morales".
... De esta
manera, se configura una alianza entre la reclusa y la monja. La monja
en la cárcel tiene una doble función: se presenta como la redentora
moral a través del catolicismo, pero también es la encargada de que se
cumplan las leyes penitenciarias. Desde un doble poder sagrado y
civil, la monja encarna la ley de Dios y los códigos de justicia
cuando se convierte en la carcelera. Así la monja, subordinada al
poder masculino, se hace la representante de ese poder ante el
universo de mujeres que caen bajo su estricta vigilancia. La
protagonista se alía a esa figura subordinada a los poderes centrales,
pero que aun en su subordinación se erige en la figura dominante del
espacio de la cárcel.
... De esta
manera, la protagonista se territorializa junto a la monja y esta
ubicación no está conectada con la religiosidad, puesto que no es
creyente, sino más bien se trata de una idéntica relación con el poder
que es el de la clase. En ese sentido, su formación dentro de la más
estricta cultura burguesa le permite organizarse detrás de una actitud
que bordea el misticismo cuando opta por aislarse en su propio
claustro del pensamiento. Pero esta mísica que atraviesa el libro -su
doble retiro de la cárcel a la ficción del claustro- mantiene fuertes
nexos con lo profano.
Un panóptico
La protagonista,
doble o triplemente aislada, conserva sin embargo una visión
controladora sobre los sujetos femeninos que pueblan la cárcel. Su
mirada se transforma en un panóptico (siguiendo el pensamiento de
Michel Foucault en su obra Vigilar y castigar) cuando su mirada
se hace un foco poderoso y omnipotente que observa los cuerpos
prisioneros incesantemente sin que a su vez sea vista por nadie. Una
visión que controla, clasifica y captura los cuerpos de las mujeres
para repenalizarlos en un juicio permanente que se produce dentro del
recinto.
... La simetría de la mirada le
permite lo que la ley no le permite: juzgar sin ser juzgada. Su cuerpo
no circula, se confina como haría una novicia, para observar como si
estuviese detrás de una tupida reja las formas que caracterizan a la
mujer de la cárcel. Esta mujer carcelaria va a transformarse en su
material de escritura, en el texto que legitima la penuria de la
cárcel. Quebrando el estatuto tradicional, no es la carcelera la
figura estigmatizada a lo largo del relato, sino la de sus compañeras
delincuentes, no por la dimensión de sus delitos, sino por la
degradación psíquica y moral que las recorre de acuerdo con la mirada
censora y persecutoria de la narradora.
Pudor y
represión
...
Desde luego, esta degradación está ligada a la sexualidad, una
sexualidad que constituye la real iniciación de la protagonista en la
cárcel. La homosexualidad recorre los cuerpos de las prisioneras y
sumerge a la protagonista en la angustia de este nuevo saber. A pesar
de que entiende el lesbianismo no como una opción, sino en tanto
perversión que otorga una especie de sobrevivencia afectiva frente a
la realidad carcelaria, la narradora establece un sello moral, como
cuando después de escuchar una conversación erótica entre dos reclusas
reflexiona: "Oprimí con violecia mis manos contra mis oídos... Por qué
en el mundo hay sujetos que se ponen a sufrir por lo que a otros les
es connatural".
... No quiere oír pero
escucha, no quiere ver pero se estructura en la mirada. Más allá de lo
que el texto explicita, existe en la protagonista una aguda
curiosidad, un afán por enterarse de todo lo que ocurre en el penal,
siempre resguardada de la mirada de las otras. Pero los nuevos saberes
corresponden mayoritariamente a la esfera de la transgresión sexual
con los modelos dominantes. Una sexualidad que a la protagonista la
hiere por descarnada y que se transforma en el terror a la sexualidad
propia : "... de súbito me llegó el golpe que me hirío a lo largo de
toda mi vida: la mujer relataba un hecho sexual".
... Pudor y represión se funden en el relato para
dar origen a la conjetura acerca de la homosexualidad latente de la
protagonista. Efectivamente, cuando atisba, escucha, supone palabras o
actos sexuales, la protagonista, de manera evasiva, muestra el
recorrido de su propio deseo escondido detrás de su deseo manifiesto
de "timidez, huida de la vulgaridad, temor del hombre, anhelo de un
aticismo que no hallé jamás. Soledad".
... Es el temor al hombre y a la vulgaridad (la
del hombre) lo que la lleva a refugiarse en el terreno pagano de la
cárcel de mujeres, como si para llegar al espacio puramente femenino
hubiera requerido del crimen como corte radical. Una cárcel signada y
consignada por la evidencia explícita de la pulsión lésbica que al
escribirse, al darle un nombre, se constituye en una forma de
consumación. Pero darle nombre y forma implica a su vez degradar su
propio deseo, dejar fluir la materia lésbica a partir del cuerpo otro
de sí misma, a esa parte suya que el crítico, Alone, señala
sabiamente: "aunque se trate de usted misma, usted no lo sabe
todo".
... La homosexualidad va a ser la
licencia que la cárcel permite una vez que las normativas sociales ya
están transgredidas. Desde el centro mismo de la práctica homosexual,
la narradora evoca al hombre que la llevó hasta el crimen. De manera
reiterada, la protagonista insiste en la necesidad de aislamiento con
la vida cotidiana que requirió a lo largo de su vida, y cómo el amante
era el único nexo que le permitía una comunicación con el afuera. Pero
la necesidad de aislarse no se debe a la timidez o al misticismo, sino
que radica en que el afuera o la realidad es vista como un mundo
mediocre, una realidad apenas soportada porque su transcurso carece de
elegancia y de profundidad. El amante entonces forma parte de esa
mediocridad, se hace el representante del afuera, se constituye en el
hilo conector con la vida y de esa manera ella se sostiene en él, con
la franja de mensoprecio que rodea a lo que se considera débil: "... y
yo, sin percatarme, puse ilusión en la legitimidad de la ilusión de
él, es decir, de esa inferioridad suya que en cierta forma lo hacía
superior al mundo demoniáco de la inteligencia".
Un móvil
difuso
... La
inferioridad del amante, no inteligente, posiblemente no de clase, es
tolerada mientras se respete el pacto que los convoca. Pero el pacto
se rompe, cuando el amante, casado, queda viudo y, según la narradora,
la solicita en matrimonio al que ella se niega, una vez más movilizada
por "la espantosa miseria moral que el matrimonio logra infiltrar en
los seres". A pesar de reconocer que el amante se iba a casar con una
mujer joven, hecho que según la protagonista ignoraba, su relato
descarta como movil este crucial acontecimiento, como si la pasión y
los celos formaran parte de la indignidad del mundo al cual se rehúsa
a sumarse.
... Cuando se niega a
reconocer los celos como motivación del crimen -porque se vería
envuelta en la órbita del conocido y común crimen pasional- las
razones se vuelven ambiguas, difusas. Y en el interior de esta
ambigüedad se teje la posibilidad de la fatalidad del destino, de un
algo ya predeterminado y del cual los dos serían participantes.
Entonces, el crimen se trataría de un acto compartido entre víctima y
victimario, ya presagiado desde el encuentro cuando él la acompaña a
comprar una pistola, hecho que marca el inicio de la relación entre
ambos.
... La pistola triangula la
relación; él elige acompañarla en su búsqueda para comprar un arma
entre 400 hombres que trabajan con ella. Este hecho augural, teñido de
elementos mágicos, va a formar parte del convencimiento de que el
amante es el agente de su propia muerte, que ella no hace sino
obedecer su deseo y en ese sentido es que se invierten los papeles,
pues la frágil barrera entre víctima y victimarios se vuelve
intercambiable. Pese a que no se concreta la primera compra, aunque en
esa primera salida no se cumple el objetivo de la pistola, si da
origen a una relación amorosa entre ellos en donde la pistola va a ser
diferida para otro momento, cuando, sin razones aparentes, más que una
vaga, buscada ruptura, se precipita el instante del disparo y junto
con el disparo se concretiza el deseo antiguo de reclusión de la
protagonista, ese deseo de pasar inadvertida.
... Pero para hacerlo, paradójicamente, necesita
del escándalo y de la publicidad, requiere enfrentarse al juicio que
le resulta siempre mediocre de los demás, para escribir en la cárcel
el texto de la otra reclusa, de aquella movilizada por pasiones
descontroladas y así borrar el descontrol propio, su propia pulsión
criminal, esa masa de sentimientos humanos que no es capaz de
reconocer que la habitan, ni menos de integrarlos balanceadamente a su
estructura.
... Entonces, Cárcel de
mujeres es el resultado de una experiencia radical, pero es
también una operación desinada a escamotear las aristas que la
narradora decide sortear. Sin embargo, la escritura como una práctica
que se caracteriza por la ambigüedad que portan sus signos deja
entrever, con relativa facilidad, las fragilidades en la construcción
del relato que emprende. Allí se filtra la dirección de un ojo
voyerista que, en el centro de la descalificación, deja transcurrir la
dimensión del deseo del encuentro con esa mujer que le resulta
despreciable porque, quizás, es su propio deseo homosexual lo que
desprecia y por eso se encarniza no en la legitimidad de la
diferencia, sino en el relato de una obstinada desigualdad. Esta
política -digamos- reacconaria de la mirada se hace análoga a un
determinado manejo de la memoria. Una memoria que está imposibilitada
de reconocerse en el abandono y los celos como causa del crimen para
politizar estas causas en tanto causa histórica femenina y develarlas
como productos de una tecnología sabia y monotonamente inoculada por
los sistemas dominantes. En cambio, la narradora más bien utiliza una
vaga filosofía para enaltecerse y evadirse así del estallido de la
pasión a la que la conduce su historizado, histerizado crimen
pasional.
Del libro "Emergencias:
escritos, sobre literatura, arte y política". Planeta/Ariel, 2000.
María Carolina Geel es el seudónimo de Georgina Silva Jiménez, autora
además de "Huida", 1961, "José o el Pequeño Arquitecto", (1956);
"Soñaba y Amaba el Adolescente Perces" (1949). "Cárcel de Mujeres" ha
sido recientemente reeditado por Editorial Cuarto Propio. La autora
cita en el texto la tercera edición de Zig-Zag, de 1956.
en Artes y Letras de El Mercurio
9 de julio 2000.