Diamela Eltit


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Tragedia y Caricatura:

"Los trabajadores de la muerte"

Diamela Eltit
Planeta, 1998.

Por Patricia Espinoza

..........La indeterminación zigzaguea por la totalidad de la reciente narración de Diamela Eltit: Los trabajadores de la muerte. ¿Hasta dónde es posible llegar?, señala uno de sus personajes. Tentativamente, podría responder que tal pregunta alude a un vacío o desconcierto o tal vez una añoranza por el límite. Sin embargo, no es por esto que el texto se niega al sitio habitual de la novela, sino por acontecer como un simulacro que constantemente nos hace creer que está formado por partes diferenciables: capítulos, actos, entrada y final. Lo que ocurre más bien es que se traza un rayado, se sitia una zona, un necesario y ligero acordonamiento, el cual jamás traspasa su precariedad, no alcanza a instalarse totalmente, porque continuamente se autosobrepasa, redimensionándose en la alternancia de los murmullos y las voces crispadas. Ahí, la desesperación instala su ritmo-trayectoria, oculta y apenas devela, tartamudea, quiebra los gestos. Ruta, desplazamiento en el punto de origen y llegada pierde peso o se desmaterializa. ¿Cómo acceder a leer flujos, desligados tanto de un origen como de un término? ¿Comienza o termina el texto en algún sitio? ¿Instaura un antes respecto a un después o sectoriza entre marginales/no marginales, lo alto y lo bajo o, por último, entre el bien y el mal? Lo que sí está claro, es que la novela establece una feroz resistencia al lector-estructurador que identifica, arma e interpreta. Aun así, no puede dejar de intentar configurar un cierto mapa delirante, saturado de cajas chinas, mise en abyme, vasos que comunican sin cesar en todas las direcciones, armando y desarmando atroces alianzas entre cuerpos, palabras, historias, lugares, deseos.

..........Entonces, quizás lo primero sea dejarse llevar por las voces. Los gemidos de la mujer-madre: paradigma de angustia, inaugurado ya en anteriores textos de Eltit. Es el agobio en pleno, el imposible escape de la palabra atenazada por sí misma y también por la vida, el hombre-pareja o sus hijos: las guaguas-hombres. Masculinos que contaminan su intimidad, convirtiéndose en llagas al interior de la propia conciencia de la sujeto que habla. Y nuevamente surge la pregunta: ¿desde donde procede la agresión? Tal vez desde su propio discurso, quizás desde los otros. Sin embargo, es el padre quien más asume este negativo privilegio, porque de él surge la primera traición. La infidelidad y luego el abandono provocan iras. Así, la mujer invoca a los Dioses que darán forma a su deseo de venganza. La lógica de las compensaciones impondrá la intensificación y dispersión del mal. Pareciera ser que sólo mediante la exacerbación de lo perverso-abyecto pudiera restablecerse el orden. Pero, ¿hubo alguna vez un orden?. Mas bien sucede como si una degradación sin origen signara a todos los personajes. El hijo, ya adulto, tiene la misión de cumplir los designios, siendo arrastrado del melodrama a la tragedia y de la tragedia al carnaval. Conoce a una muchacha, hija del padre infiel. Los medio hermanos copulan y permiten que la falta se reproduzca o metamorfosee. La muchacha decide cortar la relación, en nombre del padre. Pero nuevamente los celos, la infidelidad y la posible expiación por medio del mal. Es él, esta vez en nombre de la madre, quien cumplirá la maldición impuesta por los dioses.

..........Diamela Eltit se aproxima a la tragedia griega, al teatro de la crueldad, al neorrealismo o al expresionismo, sólo espectros, huellas borrosas, vestigios dispersos que podrían ser leídos como signos de catástrofe o saturación. El último segmento, instaura una ampliación de la mirada, pero el espacio mayor no resulta liberador, su amplitud ni siquiera neutraliza lo acontecido. Más bien, ocurre como si se abrieran infinitos nuevos focos y en todos la posibilidad de reiteración trágica y caricaturesca de lo ya narrado. El comercio ambulante copa las calles de la ciudad, tráfico y tráfago de objetos y carencias, observados por el supremo lente policial. El cuadro inclina el texto hacia la mimesis, pero por su propia hiperbolización se desrealiza, insinuando una atroz profecía. La metrópoli es una zona tomada atiborrada, una feria perpetua. ¿Santiago, siguiendo a Baudrillard, "después de la orgía"? "Los trabajadores de la muerte" de Diamela Eltit, quien ocupa hoy un sitio único en nuestro medio por la contundencia de su obra, es un texto de resistencia que se ubica en el espesor del lenguaje, en sus huecos y opacidades intransables.

 

Rocinante noviembre 1998

 

 


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