Las ciencias médicas y
criminológicas de finales del siglo XIX, que encontrarían en
Jean_Martín Charcot (1825-1893) y Cesare Lombroso (1835-1909) sus
máximos exponentes, necesitaron de otra ciencia, unos años más
antiguas, para llevar a cabo sus investigaciones en torno a los males
que acechaban a la sociedad moderna y así delimitar al
ciudadano ejemplar de los nuevos Estado-nación. La fotografía,
presentada en la Academia Europeas de Ciencia en 1839, permitía fijar
escenas para poder después observarlas al infinito, observar, para
clasificar, para documentar al mundo, para, eventualmente, construir
límites.(1) Ideal entonces esta nueva ciencia para
la investigación de los doctores médicos y
criminológicos. Atlas de l'homme
criminel,(2) publicado en 1878, no sólo
contenía imágenes de los criminales que Lombroso estudiaba, sino que,
fiel a su título, estaba compuesto en su totalidad por fotografías -y
algunos dibujos-, como si fuera posible, mediante esa colección de
rostros -de retratos fotográficos-, delimitar la geografía humana,
encontrarle sus límites. En esas caras -reproducidas fielmente con esa
nueva ciencia- se leían las explicaciones de los desvíos ciudadanos.
Los rostros se leían como mapas.(3) Entre 1876 y
1880, Bourneville y Régnard, asistentes de Charcot en su clínica,
publican los tres tomos de Iconographie photographique de la
Salpetriere,(4) que ya para 1889 había necesitado
de una segunda edición aumentada. La fotografía les permitía a estos
científicos una serie de operaciones: por un lado, exhibir aquello que
sólo ellos veían, justificando así sus hallazgos; por otro, observar,
en esas fotografías, detalles de aquellos cuerpos enfermos, detalles
que la óptica técnica podía mostrarles y que incluso a sus ojos -tan
adiestrados para ver- se les escapaban, para entonces poder así
diagnosticarlos, clasificarlos y eventualmente proponer curas para
ellos.
… Este ímpetu
por el diagnóstico, la cura, el encierro y la consecuente figuración
del sujeto ejemplar formaban parte en Latinoamérica del pensamiento
positivista desde mediados del siglo XIX, filosofía que marcó a la(s)
genera-ción(es) pos-independentista(s), a los ideólogos de las nuevas
patrias: Alberdi y Sarmiento (Argentina), Lagarrigue y Lastarria
(Chile), Mora, Aragón y Orozco (México), Texeira Barreto y Lemos
(Brasil); entre muchos otros. En 1893, Rubén darío escribe sobre Max
Nordau -discípulo de Lombroso, a quien el gran criminólogo le dedica
uno de sus estudios de antropología criminal(5)-
que "después de la diagnosis, la prognosis; después de la prognosis,
la terapia. Dada la enfermedad, el proceso de ella; luego la manera de
curarla. La primera indicación terapéutica es el alejamiento de
aquellas ideas que son causa de la enfermedad"(6),
reaccionando ya al quehacer positivista europeo en boga también en
Latinoamérica.
… La consigna
parecía ser documentar a los sujetos socialmente indeseables para así
con ellos poder construir las instituciones que formarían las bases de
los nuevos Estados: las prisiones modernas, los hospitales
siquiátricos, entre otras. La fotografía se convirtió, en el trabajo
de Lombroso y de Charcot, en la certeza de que sus teorías eran
verídicas, de que los males de aquellos sujetos se encontraban ya en
el cuerpo, volviéndolos a ambos en, simplemente, muy buenos
observadores. Todo lo que proponían podía saberse -parecían sugerir
mediante el uso de las fotografías-, si se observa al
otro.
… Los trabajos
de estas medicina y criminología decimonónicas intentaban clasificar y
ordenar al mundo dentro de tipos, en particular a aquellos sujetos que
por criminales o enfermos era necesario mantener al margen de la
comunidad nacional por temor al contagio, pero que, al mismo tiempo,
señalaban los límites de la nación. Así se producían -a través de la
exposición de sus cuerpos tanto en las fotografías que de ellos
sacaban, y que luego reproducían en sus publicaciones como en las
famosas "puestas en escena" frente a un público espectador(7)- cuerpos indeseables y abyectos(8) que, al mismo tiempo, construían la imagen del
cuerpo sano, señalado y delimitado por la diferencia. Como instrumento
ideal del positivismo, las fotografías construyeron un inventario
sistemático de la cultura material de los nuevos Estado-nación, para
así moldear los parámetros de la ciudadanía. En Latinoamérica, donde
la nueva ciencia llegó casi instantáneamente, la fotografía, ya en la
segunda mitad del siglo XIX, también se ocuparía de documentar a los
tipos sociales. Las imágenes que producían los fotógrafos
latinoamericanos a partir de 1850 -década en la cual se masifica el
uso de los primeros negativos, que permitían lo que los primeros
daguerrotipos, en 1839, aún no podían obtener: reproducir al infinito
las imágenes de la cámara fotográfica- documentaban tanto a las
figuras típicas como a aquellos que los nuevos Estado-nación querían
mantener a la distancia, en una condición de exterioridad.(9) Las guerras -internas y externas- que plagaron al
continente americano durante la segunda mitad del siglo XIX -la Guerra
del Paraguay, la Batalla de Canudos, las Campañas al desierto en
Argentina- fueron fotografiadas y después las imágenes de las
victorias exhibidas para que con aquellas figuras de los indeseados
-de los criminales, de los desertores, de los extranjeros- se pudieran
vislumbrar los límites y el poder del estado.
… Ni Lombroso ni
Charcot practicaron ellos mismos la fotografía pero sí elaboraron sus
respectivos aparatos discursivos junto a la nueva técnica de
representación, como parte de aquella ideología positivista. Y no
practicarla no impidió que Charcot escribiera sobre sí mismo que, "en
verdad, no soy absolutamente nada más que un fotógrafo, inscribo lo
que veo".(10)
… Casi
exactamente cien años después, en 1980, dos artistas chilenas, Diamela
Eltit y Lotty Rosenfeld, comienzan una investigación que podríamos
pensar como diametralmente opuesta, como el reverso absoluto, o como
el negativo -usando ahora la fotografía como metáfora- de aquellas
investigaciones decimonónicas llevadas a su máximo potencial en los
trabajos de Charcot y Lombroso, pero también practicado, de manera más
difusa y menos sistemática, por fotógrafos e ideólogos -muchas veces
médicos, hombres de ley y casi siempre políticos- latinoamericanos. No
sólo porque el habla del vagabundo recogido en El padre mío (1989)
comienza como una documentación visual -una grabación en video en
lugar de fotografías- sino también porque en la presentación que hace
a la transcripción del video, Eltit utiliza una metáfora fotográfica
para escribir sobre aquel hombre y sobre el espacio que habita de y en
una exterioridad citadina y social. "El movimiento vital de esas
zonas", escribe Eltit sobre los márgenes de la ciudad, se entiende
"como una suerte de negativo [como en el negativo fotográfico],
necesario para configurar un positivo [ el resto de la ciudad] a
través de una fuerte exclusión territorial"(11).
La puesta en escena de la ciudad, con sus zonas e instituciones de
inclusión y exclusión, está, desde finales del siglo XIX, íntimamente
atada al proceso y al material fotográficos, y es por eso, quisiera
sugerir, que cierta obra de Eltit trabajará y retomará ese material, y
así, en colaboración con la imagen fotográfica, problematizará el
referente, la referencialidad, la representación, la transparencia no
sólo de una fotografía, sino también del lenguaje y de las
instituciones estatales. Apenas unos años después, Eltit emprendería
otra colaboración con una artista visual, la fotógrafa Paz Errázuriz.
De esa segunda colaboración emerge, como la imagen que emerge o surge
poco a poco al revelar, en una cubeta, una representación fotográfica,
El infarto del alma, (12) libro cuyas imágenes
retratan a parejas de pacientes enamorados del hospital siquiátrico de
Putaendo y cuyos textos, a cargo de Eltit, transitan entre el
testimonio, el ensayo y la ficción. Pero si en el trabajo decimonónico
esos sujetos socialmente abyectos no eran más que el soporte material
de una nueva manera de ejercer el poder -a través del control
institucional-, en el trabajo de Eltit el vagabundo de El padre
mío y los enfermos residuales de El infarto del alma,
nos son presentados como aquellos que le permiten -quizás habría que
decir obligan- al lector escuchar aquel sonido del cual Giorgo Agamben
ha dicho que es el de la laguna, de la no lengua que caracteriza a
toda lengua(13) y es en esa insistencia sobre el
habla incomprensible que la exterioridad y la abyección de estas
figuras muestran más bien las fisuras de las instituciones y al mismo
tiempo la posibilidad de otras sociabilidades fuera de los parámetros
de la estricta ciudadanía del estado. La presencia ineludible de la
imagen cede su estatuto como documento y llama a escuchar el sonido
que emerge de aquella luz. El padre mío y los locos de Putaendo
escenifican, mediante la aporía del lenguaje, el quiebre en la
supuesta conexión esencial entre pueblo, lengua y
estado.
… Hay también,
junto con la fotografía, toda una serie de instituciones que surgen en
Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XIX como instrumentos
positivistas. Los hospitales siquiátricos, con sus procesos de
diagnóstico, reclusión y curación, serían uno de los más visibles
ejemplos de estas instituciones positivistas. Generar índices sobre
los tipos humanos -como habrían hecho José Ingenieros, Carlos Octavio
Bunge y Alcides Arguedas desde un espacio científico- para así
clasificar y poder delimitar entonces con absoluta precisión- los
contornos del cuerpo aceptable, del cuerpo ciudadano que podrá cobrar
visibilidad, y como reverso del mismo gesto esbozar otros cuerpos que
quedarán excluidos del espacio de lo social, cuerpos que llamaré
abyectos por ese lugar de exterioridad que ocuparán. Son éstos los
sujetos que compondrán la enfermedad y la imagen especular de la
nación.
… La obra de
Eltit, en particular El infarto del alma, El padre mío, el
guión para el video ¿Quién viene con Nelson Torres? (2001),
de Loty Rosenfeld, y Lumpérica, trabajará sobre instituciones
de este tipo. El hospital de El infarto del alma es el caso
más evidente y transparente. Pero es un hospital que, como el Estado
-nación, está llegando al final de su ciclo de vida en las últimas
décadas del siglo XX. Y podríamos también pensar la manera en que la
obra de Eltit trabaja el espacio citadino, el mapa urbano como una
institución en sí misma en, por ejemplo, el eriazo que habita el
vagabundo de El padre mío y también en la plaza pública que sirve de
escenario para Lumpérica, porque como explica el hombre
interrogado, "la plaza no es como otros lugares, es un espacio
circunscripto, reglamentado",(14) y una
institución es precisamente eso, un espacio reglamentado que delimita
ciertos comportamientos, cuerpos e identidades. Estos trabajos de
Eltit insisten en la fotografía pero nunca para mostrarnos con ellas
lo que pensamos que veremos. A pesar de pasar como documento -tanto en
El infarto del alma como en El padre mìo y
¿Quién viene con Nelson Torres?- en su registro visual, estos
trabajos minan la certeza que todo documento pretende dar. ¿Por qué,
entonces, la fotografía? ¿Qué relación tendrá la fotografía con el
lenguaje, el soporte material de esta -y toda/o-
escritora?
... Si a finales
del siglo XIX la función de las nuevas instituciones, así como también
de la fotografía, era delimitar quién pertenecía y quién no, y cuáles
serían los límites de la ciudadanía, el trabajo de Eltit retoma la
documentación, pero ahora para trabajar la fotografía desde el
negativo, desde aquel soporte material del cual no se ve, en esencia,
nada, sólo sombras, contornos, contrastes, y en lugar de darnos, para
seguir con la metáfora fotográfica, positivos de aquellos negativos,
nos devuelve esa no imagen para de allí comenzar no a ver sino a
escuchar. Eltit trabajará con el soporte fotográfico para establecer
una línea de fuga que va de imagen a sonido, de la visión al oído.
Precisamente retoma eses aparato fotográfico decimonónico para que, de
alguna manera, no miremos sino escuchemos.
... Desde las
primeras páginas de El infarto del alma, Eltit desarma toda
ilusión de transparencia que el lector del libro pueda querer asumir
al mirar las fotografías y leer el texto. Ni las imágenes ni los
textos podrán ser tomados como documentos, como lo habían sido, bajo
el mismo formato -fotografía y texto- en el trabajo de los
positivistas decimonónicos. "¿Qué sería describir con palabras la
visualidad muda de esas figuras?", pregunta Eltit una vez que se
encuentra con esos rostros de los pacientes del hospital de
Putaendo.
... La tarjeta
de identificación personal es un documento de finales del siglo XIX a
través del cual el nuevo Estado-nación puede catalogar y contabilizar
a sus ciudadanos. Inicialmente, la tarjeta de identificación llevaba
una fotografía del busto del individuo, y más tarde se incorporó, en
muchos casos, la impresión digital como un elemento más preciso y
particular del sujeto, imposible de falsificar. De este modo la
identificación ciudadana se construye desde el cuerpo que entonces
habrán de representar a ese cuerpo ante el Estado y sujetarlo a sus
leyes. Los enfermos residuales e indigentes del hospital psiquiátrico
de Putaendo no tienen esta tarjeta de identificación, no hay
reproducciones de ellos para el Estado -son, después de todo, N.N.-
con lo cual no tienen acceso a sus derechos. Pero por otro lado, el no
tener una tarjeta de identificación ciudadana significa también que no
hay de ellos una reproducción; existen suspendidos en un espacio que,
pareciera sugerir el texto de Eltit, permite la posibilidad de habitar
una alteridad no domesticada. Al no tener una identificación estatal
basada en la reproducción de sus cuerpos ellos serían -la fotografía,
la huella digital- pura individualidad imposible de serializar, de
categorizar. Serían, para insistir en la metáfora fotográfica, el
negativo del cual no existe su positivo, su reproducción, siendo así
imagen única cuya visualización necesita de una óptica diferente ya
que e el negativo fotográfico todo es exactamente su opuesto. El
espacio negativo de la abyección podría entonces pensarse como espacio
de pura individualidad y como el espacio de la agencia -sin negativo
no puede producirse un positivo, una fotografía, y el negativo, ahora,
les pertenece a ellos.
... Las imágenes
de El infarto del alma pueden leerse entonces, además de como
retratos de parejas y de este modo como pruebas de un amor tan
necesario para la sobre-vivencia, también como pruebas de
documentación de la existencia de esos sujetos, aunque no ya como
documento ciudadano del Estado. Con este nuevo tipo de documentación
fotográfica que no participa de los reglamentos estatales y que no es
una carta de identidad para el Estado, leemos una narración sobre la
disolución de un tipo de Estado a finales del siglo
XX.
... "¿Has visto
mi rostro en alguno de tus sueños?", pregunta la voz con la que abre
El infarto del alma. Y a la izquierda de esta frase vemos la
primera fotografía: un hombre y una mujer, de cuerpo entero, agarrados
del brazo, mirando fijamente la cámara. La nitidez de la imagen
sorprende por el detalle, vemos claramente las líneas en los rostros
de esta pareja, líneas del tiempo y del espacio que parecen decir algo
acerca de una vivencia -y quizás sobre-vivencia- difícil. Entonces al
leer la pregunta que abre el libro el impulso del lector quisiera
responder afirmativamente -el rostro es precisamente lo que se ve en
la página contigua-. Unas líneas más adelante la voz enuncia que "tú y
yo habitamos en una tierra difusa, con grietas tan profundas que
impiden el encuentro", apuntando hacia una distancia esencial, una
separación, una imposibilidad de verles el rostro a aquellos que se
pensaba, unas líneas antes y una página atrás, se estaba mirando y
disectando con la mirada sobra la fotografía. No, no vemos tu rostro,
insiste el texto de Eltit. Las fotografías no permiten eso que se
espera de la fotografía: una representación. En lo que se ve, no se
ve, a fin de cuentas, nada, o por lo menos, nada que permita
clasificar, conocer, disectar, estudiar. Eltit demanda suspender todo
intento de ver para conocer, y en lugar de ver, insiste en escuchar la
voz del otro, esa voz incomprensible -como el sonido que escucha al
ingresar en el recinto hospitalario- esa voz del que no tiene
lengua,(15) o de aquel cuya visualidad es "muda",
esa voz que está compuesta de muchas voces cuyo significado, al igual
que con las fotografías, está en constante fuga.
... Eltit
trabaja, quisiera sugerir, ese sonido difícil, esa voz sin lengua, esa
lengua muda a partir de otro relato del siglo XIX. A mediados de ese
siglo, en el imperio Austro-Húngaro comenzó una investigación que, ya
concluida, alguien llamaría "un asesinato contra el alma". Un siglo y
medio después, en Chile, Diamela Eltit publicaría un libro cuyo título
es, creo que evidentemente, una referencia a aquel dictamen europeo.
Aquel asesinato contra el alma es así el precursor a El infarto
del alma, en el paso de asesinato a infarto podemos trazar una
narrativa sobre el agenciamiento del pueblo y trazar también un
recorrido entre lengua y estado. Pero además de ser precursor a El
infarto del alma, aquel relato sobre la serie de eventos que
comenzarían en Nuremberg en 1828 en torno a la figura de un joven que
llamarían Kaspar Hauser es también precursor de otra colaboración de
Eltit, el guión de ¿Quién viene con Nelson Torres? La
problemática en torno a la lengua, la representación y la ciudadanía
que podemos leer en la narrativa del "asesinato contra el alma"
aparecerá también en El padre mío, y es aquella narrativa de
1828 una insistencia, un tropo y un nudo con el cual la obra de Eltit
dialoga.
... El guión de
Eltit para el video de Rosenfeld es una adaptación libre de la obra
teatral Kaspar, de Peter Handke, estrenada en mayo de 1968 en
Frankfurt. En los comentarios escénicos que preceden la obra. Handke
escribe que Kaspar "muestra lo que es posible hacer con
alguien. Muestra cómo se puede hacer hablar a alguien hablándole. La
obra podría también llamarse Investigación Verbal".(16) La obra de Handke está basada a su vez en el caso
del joven de dieciseís o diecisiete años que aparece en la ciudad de
Nuremberg en mayo de 1828 y que captura el interés no sólo de la ley
sino también de los círculos intelectuales y artísticos de Europa por
lo que el jurista alemán Anselm Ritter von Feuerbach llamó en ese
momento "un asesinato contra el alma". Constituido por el encierro
solitario del joven Kaspar en una pequeña habitación de techo muy bajo
y piso de tierra desde siempre y hasta que fue llevado, por el hombre
que lo mantenía en aquella situación carcelaria, a las afueras de la
ciudad de Nuremberg y allí abandonado, dicho crimen se convirtió en
metáfora de la condición humana y social a mediados del siglo XIX. El
joven había vivido sin contacto humano alguno y sin acceso al
lenguaje, aislado, fuera de toda comunidad, hasta que aquella mañana
de mayo de 1828 fue literalmente tragado por la comunidad,
especialmente por las voces y por el lenguaje de esa comunidad. Fue
asesinado en 1832, con apenas veinte años.
... ¿Quién era
aquel joven? ¿Qué lengua hablaba, cuál era su nombre, cuál su
historia, a qué comunidad pertenecía? ¿Era ciudadano del Imperio o
enemigo? El joven sin nombre fue, inicialmente, una amenaza al orden
social porque al no tener una identidad no podía ser catalogado.
Educadores, médicos, oficiales de la policía, abogados y jueces lo
interrogan sin llegar a comprender nada a causa del lenguaje casi
inexistente de Kaspar. La estrategia entonces cambia radicalmente: en
lugar de excluirlo de la sociedad, lo obligan a integrarse, sácandolo
de la cárcel y poniéndolo bajo la tutela de un maestro cuya meta será
darle acceso al lenguaje para así poder convertirse en sujeto familiar
que comparta, se espera, los códigos de comunicación y de
sociabilidad. Ahora, en lugar de excluir al otro, lo domestican para
borrar la amenaza que presenta.
... Y para que
deje de ser una amenaza es preciso que aprenda la lengua del Estado,
nombrarse, narrar una historia sobre sí mismo. La ausencia de la
lengua en Kaspar es índice de su exterioridad con respecto al orden -y
al progreso- estatal. Kaspar, señala Handke en las direcciones
escénicas, no parece un payaso, sino más bien un monstruo, como
Frankestein o King Kong. Un monstruo: un sujeto tan otro sobre el cual
se imprime una serie de fantasías de terror, la alteridad absoluta que
de la distancia y la brecha entre uno y el otro construye el espacio
para la crueldad, la dominación, la abyección de ese otro, la
expulsión del contrato social. Cómo trabajar sobre un cuerpo otro,
pareciera preguntarse la obra de Handke, hasta convertirlo en uno de
lo mismo; o sea, de monstruo a ciudadano, de exclusión a inclusión.
Por eso en la obra de Handke Kaspar dice: "Todo lo que puedo mencionar
por su nombre deja de ser inquietante: todo lo que deja de ser
inquietante me pertenece".(17) Era en estos mismos
años en que la fotografía llegaba a sus inicios, esa fotografía que
permitiría, unos cincuenta años después, nombrar con absoluta certeza
y veracidad los cuerpos enfermos de la nación. Controlar la
diferencia, la errancia, la deserción -lo que inquieta- con la mirada
y a partir de esa mirada -a través del lente fotográfico- que era ya
escritura -la escritura de la luz, "the pencil of nature" la llamó Fox
Talbot- escribir con la gramática del Estado.
... La primera
frase que pronuncia el Kaspar de Handke apunta hacia una distancia que
podríamos llamar ética: "Antes,cuando aún estaba lejos, no tenía nunca
tantos dolores en la cabeza y no me torturaban tanto como ahora, desde
que estoy aquí".(18) La violencia cometida por
aquella comunidad que supuestamente se adjudica la tarea de humanizar
a Kaspar es lo que estructura el antes y el ahora,
el lejos y el aquí de esa cita. Ahora y
aquí a Kaspar lo torturan esos hombres que pretenden
colaborar con él. La obra de Eltit que remite a este asesinato
contra el alma, de manera similar al trabajo suyo que remite a
los de documentación fotográfica de los científicos positivistas,
también, en cierto sentido, es una colaboración con aquellos sujetos
abyectos, pero Eltit ejerce su radicalidad precisamente alno darles
una lengua, al no hacerlos hablar con la lengua del Estado, al no dar
de ellos una representación, en quedarse en esa laguna habitada más
bien por la poesía: de documentación positivista a documentación
poética. Estos trabajos de colaboración de Eltit no tratan de
convertir esa no lengua en gramática, en un lenguaje, no tratan de
recodificar a aquellos sujetos abyectos, sujetos que habitan y
encarnan una pura exterioridad en identidades estatales, sino intentan
interrumpir esa apropiación, romper, como dice Agamben, el nexo entre
lenguaje, gramática, pueblo y Estado.(19)
... La consigna
con Kaspar tanto en 1828 como en la versión teatral de Handke de 1968,
fue la de hacer hablar a alguien hablándole. ¿Quién viene con
Nelson Torres?, en cambio, trabajará sobre una visibilidad muda.
¿Quién es Nelson Torres? El video no ofrece respuesta a esta pregunta,
como tampoco a la pregunta que titula el trabajo de Rosenfeld y Eltit.
Los personajes no tienen nombre y no sabremos de ellos más que retazos
de sus historias. Eltit podría estar repitiendo la pregunta que se
hace al cruzar el umbral y entrar en el recinto hospitalario de
Putaendo: ¿qué sería describir con palabras la visualidad muda de esas
figuras?. La propuesta de Rosenfeld y Eltit ofrece en las imágenes del
video una visualidad que rehúye de las palabras y de las frases y en
su lugar ofrece una sonoridad difícil, incómoda, inquietante. Miramos
imágenes que nos obligan no necesaria o principalmente a ver sino a
escuchar, a escuchar un sonido que no podemos descifrar. Y algo
similar ocurre en El padre mío y El infarto del
alma.
... Si el
trabajo de Lombroso y Charcot con la fotografía como posibilidad de
clasificación apunta también a esa íntima relación entre modernidad y
visión, el trabajo de Eltit interrumpe esa relación, la retoma para
cerrarla y llamar, en este fin de siglo, a otro sentido. Escuchar la
voz del desertor social, de aquel que el Estado ha excluido
sistemáticamente. Documentar, sí, pero no para fundar la institución y
el Estado. Documentar para dar testimonio, a partir de una visualidad
oscura y difícil, de una voz incomprensible que no se traduce al
sentido, y en ese titubeo y sin sentido fundar quizás la posibilidad
de la política y, al mismo tiempo, del
poema.(20)
NOTAS
(1) Cf. El trabajo de Geoffrey
Batchen para una excelente aproximación a los comienzos de la
fotografía. Geoffrey Batchen: Burning With Desire. The Conception
of Photography, Cambridge. 1997.
(2) Cf. Cesare Lombroso:
Atlas de l'homme criminel, París, 1878.
(3) Juego aquí con
esa tan conocida cita de Sylvia Molloy, "las culturas se leen como
cuerpos... los cuerpos se leen ( y se presentan para ser leídos) como
declaraciones culturales". Cf. Sylvia Molloy: "La política de la
pose", Josefina Ludmer (ed.): Las culturas de fin de siglo en
América Latina, Buenos Aires, 1994, p. 129.
(4) Cf. D.M.
Bourneville y Paul Régnard: Iconographie photographique de la
Salpetriere: Service de M. Charcot, 3 vols, París,
1876-1880.
(5) Lombroso escribe en la dedicatoria: "Max Nordau. To
you, as the ablest and best beloved of my brother in arms, I dedicate
this book." Cesare Lombroso: Crime, its Causes and Remedies,
traducción de Henry Horton, Boston. 1919. El texto fue publicado
originalemnte en 1906 en Turín.
(6) Rubén Darío: Los
raros, Buenos Aires, 1994, p. 250.
(7) Me refiero a las
lecciones de los martes del doctor Charcot, durante las cuales
diagnosticaba a un paciente nuevo, frente a un público espectador,
compuesto principalmente de otros médicos y miembros de la elite
social. Cf. Ulrich Baer: "Photography and Hysteria", Spectral
Evidence. The Photography of Trauma, Cambridge, 2002, pp. 25-60,
y Georges Didi-Huberman: Invention de l'hysterie: Charcot et
l'iconographie photographique de la Salpetriere, Paris, 1982,
para dos estudios sobre la relación entre el discurso sicoanalítico y
el trabajo fotográfico de Charcot.
(8) Trabajo aquí con el
acercamiento a la abyección que ofrece Judith Butler. Cf. su
Bodies That Matter. On the Discursive Limits of Sex, Nueva
York, 1993, p. 243.
(9) Robert M. Levine señala esta distancia:
"[P]hotographers manufactured more and more images of "typical" or
exotic figures from society-water carriers, "savage Indians", old men
and women,beggars, child prodigies. In a way the photographer was
simple performing the same function as the early nineteenth-century
costumbristas, recording interesting "types" as objects of
curiosity. Positivism's interest in this kind of scientific
inventory-taking made the transition from art to photography even
smoother. [...] Photography remained a rite for the affluent and a
vehicle by wich to hold at arm's distance the poor, the unfamiliar,
and the nonconforming. The most prevalent theme in the photographs
produced during the period from 1840s through the 1880s was "taming
the wilderness"; that is, they documented the ways in wich imported
technology and modern values were transforming the continent.Thousand
and perhaps tens of thousands of photographs were commissioned
ofrailroads, port facilities, urban construction, public utilities new
avenues and boulevards -explicit images to convey the message that
Latin America was joining the modern world". Cf. su estudio sobre el
carácter documental de la fotografía latinoamericana en los siglos XIX
y XX, Images of History. Nineteenth and Early Twentieth Century
Latin American Photographs as Document, Durham, 1989, p. 28. [
"Los fotografos hacían más y más las imágenes de "típicas" o exóticas
figuras de la sociedad -aguadores, "indios salvajes", ancianos y
mujeres, mendigos, niños prodigios-. De cierta forma, el fotógrafo
estaba cumpliendo la misma función que la de los costumbristas de
principios de siglo XIX, grabando interesantes "tipos" como objetos de
la curiosidad. El interés del positivismo en esta clase de invención
suavizó mucho más la transición del arte ala fotografía. [...] a
fotografía permaneció como un rito de la opulencia y un vehículo con
el cual atrapar a la distancia al pobre, al no familiar y al
inconforme. El tema que más prevaleció en la fotografía producida
durante el período entre 1840 y 1880 fue el de "domesticar al
salvaje"; esto es, ellos documentaron los modos en que la tecnología
importada y los valores modernos fueron transformando el Continente.
Centenares y quizás miles de cientos de fotógrafos fueron contratados
en ferrocarriles, puertos, construcciones urbanas, servicios públicos,
nuevas avenidas y bulevares -imágenes categóricas para transmitir el
mensaje de que la América latina se estaba integrando al mundo
moderno". (T. De la R.)]
(10) Jean-Martin Charcot: L'hysterie:
Textes choisis et présentés par E. Trillat, Toulouse, 1971, p.
121 "Mais, à la vérité, je ne suis absolument là que le photographe;
j`incris ce que je vois." ["Pero, en verdad, yo no soy absolutamente
quien la fotografía; yo inscribo lo que veo". (T. De la R.)]
(11)
Diamela Eltit: El padre mío, Santiago de Chile, 1989, p. 11.
De aquí en adelante todas las citas serán de esta edición.
(12)
Diamela Eltit y Paz Errázuriz: El infarto del alma, Santiago
de Chile, 1994. Este libro no tiene numeración.
(13) Giorgio
Agamben: Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo
Sacer III, traducción de Antonio Gimeno Cuspinero, Valencia,
1999. A pesar de que este trabajo de Agamben aborda la problemática
del testigo en la situación específica de los campos de concentración
durante la Alemania Nazi, el libro es también una poética del
lenguaje, y una exploración sobre sus límites. Al intentar esbozar
alguna figuración para el testigo y el testigo integral, Agamben
propone que "tampoco el superviviente pude testimoniar integralmente,
decir la propia laguna. Eso significa que el testimonio es el
encuentro entre dos imposibilidades de testimoniar; que la lengua, si
es que pretende testimoniar, debe ceder su lugar a una no lengua,
mostrar la imposibilidad de testimoniar. La lengua del testimonio es
una lengua que ya no significa, pero, en se su no significar, se
adentra en lo sin lengua hasta recoger otra insignificancia, la del
testigo integral, la del que no puede prestar testimonio. No basta,
pues, para testimoniar, llevar la lengua hasta el propio no sentido,
hasta la pura indeterminación de las letras (m-a-s-s-k-l-o,
m-a-t-i-s-k-l-o); es preciso que este sonido despojado de sentido
sea, a su vez, voz de algo o alguien que por razones muy diferentes no
puede testimoniar. O, por decirlo de otra manera, la imposibilidad de
testimoniar, la "laguna" que constituye la lengua humana, se desploma
sobre ella misma para dar paso a otra imposibilidad de testimoniar: la
del que no tiene lengua" (39). Esta reflexión acerca de la laguna dl
lenguaje y del que no tiene lengua es lo que me ha permitido pensar la
obra de Eltit que juega con el testimonio y el documento.
(14)
Diamela Eltit: Lumpérica, Santiago de Chile, 1983, p.
15.
(15) Giorgio Agamben: Means Without End. Notes on
Pilitics, traducción de Vicenzo Binetti y Cesare Casanino,
Minneapolis, 2000
(16) Peter Handke: Kaspar, traducción de
Gustavo Böhm, Buenos Aires, 1999, p. 15.
(17) Peter Handke: Op.
cit. (En n. 16), pp. 64-65.
(18) Ibid, p. 46.
(19) Cf.
Giorgio Agamben: Op. cit (en n. 15), en particular "What is a
People?", "What is a Camp?" y "Languages and Peoples".
(20) Al
analizar el trabajo de Shoshana Felman sobre el filme de Claude
Lanzman, Agamben observa que "explicar la paradoja del testimonio
mediante el deus ex machina del canto, equivale a estetizar
tal testimonio, algo que Lanzman se había guardado mucho de hacer. No
son el poema ni el canto los que pueden intervenir para salvar el
imposible testimonio; es al contrario, el testimonio lo que puede, si
acaso, fundar la posibilidad del poema". Cf. Giorgio Agamben: Op.
cit (en n. 15), p. 36.