por Eva
Klein
Al comenzar a reflexionar
sobre mi intervención en un Simposio dedicado a Diamela Eltit, lo que
más me vino a la mente fueron preguntas y dudas. Aprovecho entonces la
ocasión privilegiada de estas mesas de trabajo pequeñas que permiten
el diálogo, para compartir algunas con ustedes. Mis preguntas van en tres direcciones
diferentes. La primera tiene que ver con las relaciones de la
literatura con la política, y ello me obliga a preguntarme cómo leer
ahora, en los albores del siglo XXI, la fuerte intervención política
de la escritura de Diamela Eltit. ¿Como conectar la política y la
estética cuando cambian los contextos históricos? El segundo bloque de
preguntas se relaciona más directamente con mi trabajo y mis angustias
sobre cómo hablar de autobiografías en un momento histórico en que los
grandes relatos cayeron en desgracia y las personas que nos acercamos
a la literatura con lentes críticos ya no somos lectores ingenuos. En
estas circunstancias,¿qué fuerza de evidencia tiene una autobiografía,
y para quién? Finalmente, mi tercer bloque de dudas tiene que ver con
la iconografía. ¿Qué hacer con un texto que incorpora retratos e
imágenes? ¿Cómo se pueden leer estas intervenciones? Y, nuevamente,
¿qué autentifica un (auto) retrato, y para quién?
1. De las autobiografías canónicas a la
(auto) representación en ruinas
Durante gran parte del siglo XX se
problematizó poco la relación entre los discursos escritos y su
referente y, en lo que respecta a las autobiografías, siguiendo la
tradición decimonónica, se solía asumir que narraban la verdadera
historia de sus personajes. Sin embargo, el debate teórico de las
últimas décadas ha dislocado y enriquecido conceptos como "identidad"
y "representación" y ha descentrado y fragmentado la idea de sujeto
unitario. En consecuencia, la concepción de la autobiografía como
auténtica historia de vida se ve desplazada hacia una zona movediza,
donde se le comienza a leer como un acto de lenguaje; como un discurso
que juega a la verdad; como un discurso que mediante particulares
ejercicios retóricos y hábiles estrategias discursivas, se las arregla
para parecer fundado en una realidad. El importante ensayo de Paul de
Man, "Autobiography as De-Facement",(1) el cual
propone que la prosopopeya es la figura que rige la autobiografía,
resulta clave dentro de esta discusión que busca levantar el peso
referencial que se suponía inherente a toda autobiografía. Una vez
asumido que la relación entre los textos y la realidad es una puesta
en escena, es posible pensar el gesto autobiográfico como una
alineación que involucra a dos sujetos (lector y emisor) que se
determinan y se reflejan mutuamente. Este momento especular sería la
manifestación, a nivel de referente, de un estructura lingüística. Por
lo demás, esta estructura no es para nada exclusiva de las
autobiografías; por el contrario, es parte estructural de los actos de
entendimiento y subyace a toda cognición, y también, ¿por qué no?, al
conocimiento de uno mismo. Lo que sí resulta particular de las
autobiografías es que convierten en parte de su trama un ansiosa
negación de la relación problemática con el referente, marcan una
supuesta identidad entre el sujeto y el nombre propio de la firma del
texto y proponen utilizar la memoria voluntaria como si fuera un banco
de datos totalmente fiable. Sin embargo, toda esta estructuración no
hace más que intentar velar un problema central: la radical
irrepetibilidad de lo real.
... Por otro lado,
escribir y leer las autobiografías como discursos autorizados por el
saber de un autor que coincide con e protagonista implicaría, en
primer lugar, privilegiar la autonomía de la conciencia; en segundo
lugar, desconocer la inevitable diseminación que toda escritura
arrastra; y por último, velar la inevitable ubicación de toda
escritura en una cadena de significación. Jacques Derrida propone
cuestionar toda posible analogía entre vida y (auto)representación, y
parte de la base de que la escritura, en cuanto sistema de
representaciones, se ubica en un más allá de la individualidad. Desde
su perspectiva, considerar que la "voz de la conciencia" dicta la
autobiografía de una manera no mediatizada, implicaría el
encubrimiento de una estrategia o, en otras palabras, la confusión de
un efecto con una verdad; implicaría también una lectura desde la
perspectiva idealista que confía en una radical reflexividad -sin
pérdidas ni residuos- entre la vida y la escritura. (2)
... Ahora bien,
ante los problemas que me parece importante marcar como inherentes a
la estructuración del texto (auto)representativo no propongo relegar
las autobiografías a ningún limbo de discurso fracasado.
Contrariamente, creo interesante una aproximación crítica que las lea
como el establecimiento discursivo de una de las más exitosas
prácticas de autoinvención o como una fundamental "tecnología del yo",
al decir de Michel Foucalt. Creo que resulta productivo releer una
gran variedad de textos para señalar en ellos la puesta en práctica de
precisas y, en algunos casos, audaces estrategias discursivas que
construyen el "yo" y la identidad. La idea es aproximarse a las
autobiografías desconstruyendo el concepto humanista de que en ellas
se encuentra la presencia plena de una verdad o el fundamento
tranquilizador de un origen, con la finalidad de identificar gestos
autobiográficos en las más diversas modalidades de escritura. Como
consecuencia, se amplia el corpus de los textos que se canonizaron con
la marca del género para incorporar a su campo discursos complejos y
heterogéneos que proponen un efecto autobiográfico muchas veces
irónico, paródico o de trazos muy sueltos y rizomáticos; textos que,
en algunos casos, apenas distinguen representación de
autorrepresentación. En estas "autobiografías" diferentes -alejadas
del personaje ilustrado positivista-, que implican la presencia de
sujetos huidizos e inestables, se pueden leer las relaciones, a veces
muy incómodas, de la (auto)representación con las modalidades
autobiográficas tradicionalmente legitimadas.
... Pienso que en
nuestros días se vuelve necesario revisar cómo responden las
narraciones en primera persona al derrumbe de las verdades
hegemónicas, y cómo se apuesta a la (auto)representación cuando se da
por sentado que entre las estrategias discursivas y los juegos de
poder se traman pactos rigurosos. Por otro lado, se vuelve pertinente
preguntar qué valor se les puede dar a las (auto)representaciones
cuando ya no confiamos en las identidades normativas y sabemos que
toda lectura del pasado está atravesada por complejas políticas de la
memoria y cómplices técnicas de olvido.
... Para
reflexionar sobre estos temas, he escogido un texto que ensaya una
escritura de fuertes marcas neovanguardistas: Lumpérica, de
Diamela Eltit.(3) Esta "novela" representa una
práctica de escritura que, muy estratégicamente, ironiza sobre el
valor mismo de la representación y desarma al sujeto homogéneo. Al
mismo tiempo, a través de ciertos guiños se pueden identificar en el
texto oblicuos ejercicios de (auto)representación y originales
ficciones de identidad.
... Aunque mi
reflexión no intenta trazar la línea de un proceso histórico de las
tecnologías del yo, sí quiero sugerir que Lumpérica, por sus
ambivalencias enunciativas e incertidumbres representativas, marca
límites dentro de una genealogía del discurso (auto)representativo.
Límites que podrían llevar al callejón sin salida de un discurso
altamente experimental que hace equilibrios entre la carga simbólica y
el vacío de sentido.
2. Un retrato, una portada y una firma
"autobiográficos"
Más allá del discurso "autobiográfico" que
activa la desconstrucción de los valores culturales que sustentan una
representación estable, hay en Lumpérica tres elementos
precisos, marcadamente autobiográficos; un autorretrato, una portada
autorreferente y una firma. El capítulo 8, titulado "Ensayo general",
comienza intempestivamente con un retrato de Diamela Eltit. En esta
imagen -y a pesar de lo borroso de la reproducción- la relación con la
autora es inmediata: facciones del rostro, una particular mirada,
junto con el personal lunar encima de los labios, guían la
identificación. Es necesario leer esta "memoria visual" -para usar el
término de Susan Sontag- dentro del marco de un discurso que insiste
compulsivamente en la ambigüedad de su trama, en la multiplicidad de
sus sujetos y en la saturación del lenguaje comunicativo. En esta
particular ubicación, el (auto)retrato deja de tener la función
melancólica de objeto nostálgico que busca recuperar el espacio
familiar o la infancia perdida..., como suele darse en muchas
(auto)representaciones; contrariamente, se evidencia el montaje, se
desenmascara la pose.
... Esta fotografía
-"acto de presencia" o"desfiguración"- apunta simultáneamente hacia
dos direcciones: es un retrato de Diamela Eltit, pero también es una
simulación de identidad. (4) En Lumpérica
nunca se aclara si la que posa en la fotografía es o no Eltit, y, si
lo fuera, tampoco se aclara de cuál Eltit nos habla. ¿No podría,
acaso, esta narración tan descentrada proponer el juego de remitir más
bien a otra ficción de identidad, como la de L. Iluminada o algún otro
pálido de la plaza? La instituida ambigüedad textual niega la
posibilidad de verdades enfáticas. De todos modos, la fotografía
interpela al lector, su presencia incomoda, implica un corte ("porque
rompe con una superficie dada", p. 168), y, a la vez, invita a leer
una relación dialógica entre imagen e identidad. La dramática pose del
retrato: los brazos extendidos para enseñar las vendas y sugerir
heridas y sufrimiento, es una estrategia de provocación del
poseur para no ser desatendido.
... El retrato reta la mirada al libro; reta,
como el texto mismo lo señala, la costumbre que "seencarcela en una
lectura lineal", la lectura que no "profundiza o atenta": "el ojo que
recorre la fotografía se detiene ante el corte (su corte) y reforma la
mirada ante una molesta, impensada interrupción) (169). Esta
"interrupción" puede ser la del discurso narrativo -la imagen
interrumpe el flujo de la narración- o la de las heridas en los brazos
-las heridas en el cuerpo "interrumpen" la lisura de la piel-, o la de
Lumpérica misma, que "interrumpe" el canon literario. En cada
caso, son interrupciones molestas (o dolorosas) y desestabilizadoras.
Así, el retrato/herida/texto puede entenderse como una intromisión
violenta en diversas superficies que toman sentido al ser penetradas
por la mirada constructora.
... Paralelamente
al retrato, en otro guiño de referencia autográfica,
Lumpérica incorpora el nombre propio de la autora transcrito
con letras minúsculas("Su alma es no llamarse diamela eltit...", p.
97). La "desorganización" del lenguaje que practica el texto significa
una lucha con las instancias de poder que determinan el orden del
discurso; pero, por otro lado, significa también una "desorganización"
de los más arraigados ritos de la tradición literaria: los modelos de
(auto)representación, la ubicación precisa del narrador y la presencia
incuestionable del autor. Lumpérica incorpora al texto, con
minúsculas, el nombre de diamela eltit, para desestabilizar la figura
controladora del autor, opacar su individualización y, también, como
una estrategia más de (auto)representación problematizada. Al
nombrarse con minúsculas, Eltit elimina la ecuación "natural" de la
productividad del texto, aquella que supone una estrecha relación de
propiedad privada con un autor supuestamente consciente que controla a
la perfección sus contenidos. Asimismo, realiza su pequeño homenaje a
todas las otras voces que, inevitablemente, también intervienen en la
producción d cualquier escrito y de cualquier identidad. Las
minúsculas le eliminan al nombre propio la solemnidad de lo exclusivo,
rompen el ilusionismo de la gran historia personal, y despejan y
juegan un poco con ese aparataje de poder que hay tras la
identificación entre autor y obra. Puesto que el nombre propio implica
un lugar preciso en la sociedad y una pertenencia disciplinada a la
cultura y es, además, la marca significativa de la inscripción en la
ley del padre, su irrespeto, su transformación en nombre común,
infinitamente repetible y copiable, es la celebración del anonimato y
la posibilidad de perpetua transformación.
... Escribir
"diamela eltit" con minúsculas, reproducir el rostro de la escritora
en medio del discurso, o bien reproducirlo múltiples veces en la
portada del libro,(5) son intervenciones textuales
que se pueden leer como llamadas de atención sobre la multiplicidad
del sujeto: los tres son movimientos estratégicos que develan que la
palabra "obra" -y la unidad que dentro de cierta ideología ella
designa- es un elemento tan problemático como la "individualidad"
misma del autor. Lumpérica, muy hábilmente, desconstruye el
concepto de autenticidad y borra las líneas de oposición entrelo
posado y lo auténtico, lo construido y lo esencial. Con estas
torsiones a las tradiciones ideológico-literarias, el discurso se
muestra como un agenciamiento inatribuible, como una multiplicidad,
donde el nombre propio es una pura "rutina".(6)
3.- "Autobiografías" y
testimonios
... Finalmente, hay
una dimensión más que teje relaciones entre Lumpérica y las
diversas modalidades de (auto)representación: la cercanía de su
discurso, a la modalidad autobiográfica de los llamados
testimonios.(7) Lumpérica incorpora a su
discurso, de un modo similar a los testimonios de los años 70, la
crítica a la violencia autoritaria, a las estructuras de clase, al
comercialismo explotador y a los valores de la ideología del
patriarcado. A pesar de estas coincidencias, los alcances de ambas
modalidades de escritura son muy diferentes y, a la vez,
Lumpérica, con su ruptural estrategia discursiva y su puesta
en escena de la violencia, se podría leer como un texto que logra
superar "las contradicciones internas de los testimonios".(8) Si estos últimos buscaron dar voz a los subalternos
a través de su representación mediatizada en la figura del
"intelectual solidario", y para ello organizaron su discurso como un
yo estable que intentaba transmitir una verada, Lumpérica,
por el contrario, realiza un perfomance de los individuos
marginalizados, de sus acciones, de sus cuerpos lacerados y su
silencio, en un discurso donde la hiperestetización logra desarticular
los sistemas simbólicos autoritarios que producen las identidades
culturales. Si los testimonios se propusieron como programa abrir un
espacio discursivo para los silenciados, Lumpérica, en una
propuesta mucho más radical, les otorga, través de la ficción,
protagonismo. Mientras el testimonio intentó activar cambios y
reivindicaciones en lo "real" -denunciando injusticia social, racial,
económica-, Lumpérica actúa sobre la subjetividad simbólica
que rige la constitución de las identidades culturales y del yo.
Mientras los testimonios utilizaron como estrategia la austeridad
estética, para enfatizar la transparencia referencial de su mensaje,
Lumpérica apuesta por el desborde, por el exceso de lenguaje,
para exponer y representar las inconsistencias, la inestabilidad de la
identidad, del género, de las certezas y, también, para dejar ver y
leer lo abyecto. El cuerpo marginalizado, privado de techo, habla y
nombre, es el protagonista de Lumpérica: el nomadismo de su
identidad socava los conceptos esencialistas para, finalmente, ofrecer
un "testimonio" diferente, una (auto)representación
otra.
... Para finalizar,
quisiera proponer que Lumpérica, con su artificio y
estructura rizomática, con su mística audacia, o con su estética
"barrosa" -como le gusta llamarla Néstor Perlongher(9)-, permite pensar en una búsqueda que ensaya las
posibilidades de la (auto)representación d sujetos fragmentados e
identidades lesionadas que no callan sus incoherencias. Del romántico
proyecto de una autobiografía coherente y didáctica que narra una
historia de vida con pleno conocimiento y gran control... sólo quedan
las ruinas. Donde terminan los testimonios y las autobiografías que
respetan los pactos de verosimilitud, donde termina también la
solidaridad entendida como un "aparato emocional que activa nuestra
identificación con el otro".(10) irrumpe
Lumpérica como una narrativa resistente que desea intentar un
salto epistemológico hacia el conocimiento de uno mismo y del
otro.
... Ahora bien,
aunque tras la poética de Eltit hay una postura política progresista y
una interesante ética de (auto)representación una energía innovadora y
una fantasía de combate, su texto, exquisitamente elaborado, pasa a
ser emblema de la alta cultura latinoamericana que posiblemente sólo
puede circular en los más prestigiosos mercados culturales y en
restringidos círculos académicos. Tal vez nada podría describir mejor
Lumpérica que una célebre e irónica frase de Borges: "barroco
es aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus
posibilidades y que linda con su propia caricatura [...] Es barroca la
fase final de todo arte, cuando ella exhibe y dilapida sus
medios."(11) Y en este deliberado agotamiento se
centra la paradoja de la poética de la "autobiografía" de Diamela
Eltit.
NOTAS
(1) Paul de
Man: "Autobiography as De-Facement", Modern Language Notes,
Nº. 94, diciembre de 1979.
(2) Jacques Derrida se ocupa mucho de la
autobiografía. Cfr. En particular, The Ear of the Other,
Lincoln. 1985. Y Otobiographies: l'enseignement de Nietzsche,
París. 1984.
(3)
Diamela Eltit: Lumpérica. Santiago de Chile, 1983. En lo
adelente, la referencia a las páginas aparecerá entre
paréntesis.
(4) Roland Barthes cuestiona conceptos como
"autenticidad" o "espontaneidad" y propone pensar la identidad y la
fotografía dentro de la imposibilidad de la ausencia de pose;
convierte así la identidad en una especie de simulacro, en el cual el
sujeto, simplemente, no puede dejar de imitar y de imitarse a sí
mismo: "no one is ever anything but the copy of a copy" ["Nadie es
jamás otra cosa que la copia de una copia" (T. De la R.)]. Roland
Barthes: Camera Lucida. Nueva York, 1981, p. 102. Por su
parte, Paul Jay entiende la construcción de las identidades como un
juego dialéctico entre pose y complejas fuerzas culturales: "Identity,
then, is always the result of a complex interaction, but the line
between the two seems impossible to draw. There surely is a real sense
in which we choose or imagine our identities, but those choices are
always mediated by culturally conditioned possibilities that work to
circumscribe what we can imagine for ourselves and to question the
very categories of the chosen and the conditional" ["La identidad,
entonces, es siempre el resultado de una interacción compleja, pero la
línea entra las dos parece imposible de discernir. Existe,
seguramente, un sentido real dentro del cual escogemos o nos
imaginamos nuestra identidad, pero estas opciones siempre se deciden
por las posibilidades de las condiciones culturales que trabajan para
circunscribir aquello que imaginamos para nosotros mismos, y para
cuestionar las categorías de lo elegido y lo condicionado" (T. De la
R.). Paul Jay: "Posing: Autobiography and the Subject of Photography".
Kathleen Ashley y Leigh Gilmore et al. (Eds):
Autobiography and Postmodernism, Amherst, 1994, p. 209). Por
otro lado, Silvia Molloy: también señala que identidad, imagen y pose
están íntimamente ligados: "Exhibir no sólo es mostrar, es mostrar de
tal manera que aquello que se muestra se vuelva más visible, se
reconozca". Silvia Mohillo: "La política de la pose", Josefina Ludmer
(comp): Las culturas de fin de siglo en América Latina,
Buenos Aires, 1994, p. 130.
(5) Me refiero a la portada de la
primera edición de Lumpérica (Ornitorrinco, 1983) que
reproduce un trabajo fotográfico sobre el rostro de Eltit hecho por la
artista Lotty Rosenfeld.
(6) Estoy utilizando la terminología que
introducen Gilles deleuze y Felix Guattari: "Rizoma", Mil mesetas.
Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, 1994, p. 10.
(7) No
sólo en Lumpérica apuesta Eltit por una frágil relación de su
narrativa con los testimonios: en una obra posterior, El padre
mío (1989), esta relación se trabaja con mayor
evidencia.
(8)
Rebasa los intereses de este trabajo analizar las paradojas de los
testimonios pero, en líneas generales, el problema con que se enfrenta
este género narrativo es que sublima y suaviza las contradicciones de
su informante, en nombre de una "solidaridad" que puede entenderse
como alianza entre fuerzas populares e intelectuales progresistas
(Beverley), o como actitud "canibalesca", en el sentido de que "le
saca la vida a alguien" y realiza la ingestión de sus otros
(Montaigne). Además, pasa de una tradición oral a la escritura,
borrando totalmente las huellas de la multiculturalidad y, con esta
operación, disciplina y pacifica al testimoniante, que al final
resulta simpático y poco amenazador. Y, por último, los testimonios
mediatizados responden a los intereses de una racionalidad organizada,
similar a la de las ciencias sociales, nacidas y formuladas dentro del
pensamiento positivista de la modernidad, cuando estos saberes, en la
última década del siglo XX, han entrado en crisis por no lograr
responder a los fracasos de la razón analítica y de las
categorizaciones unívocas. Para una revisión polémica del tema. Cf.
Georg M.Gugelberger: The Real Thing: Testimonial Discourse and
Latin America, Durham, 1996.
(9) Néstor Perlongher: Prosa
plebeya, Ensayos 1980-1992, Buenos Aires, s/f., p. 115.
(10)
Alberto Moreiras: "The Aura of Testimonio", Georg M. Gugelberger(ed.):
Op. cit. (En n.9), p. 198.
(11) Jorge Luis Borges:
"Historia universal de la infamia". Obras Completas, t. 1.
Barcelona, p. 291.
En Revista
Casa de las Americas. enero-marzo de 2003