por Daniel Noemi
... Hay ciertas referencias ineludibles: "Con los
oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema
opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre,
espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere
echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye
venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa
despierta, tiene al tigre encima." José Martí.
... Mi lectura de y a partir de Mano de obra, la
mas reciente novela de Diamela Eltit, pretende, simplemente, mostrar
como en ella el tigre muestra sus zarpas y cómo la novela nos revela
(y ojala nos rebele) que el tigre está encima de
nosotros.
... Propongo, entonces,
leer y articular algunas relaciones entre mercado y literatura.
Relaciones, por cierto, complejas: no se trata sólo de la cantidad de
ventas de un determinado libro: ni de una simple referencia temática
en la literatura a elementos que se suelen relacionar con el mercado;
en fin, toda literatura habla del mercado, es conformada por este y
al mismo tiempo le da forma. En cierta medida, como plantea
Grüner, siguiendo a Adorno y Horkheimer, "ya no se trata de que con la
consolidación del capitalismo toda obra de cultura puede
potencialmente ser transformada en mercancía (éste es un proceso,
después de todo, que viene desarrollándose desde los inicios mismos de
la modernidad), sino que ahora es directamente y desde el origen
concebida y producida bajo la lógica de la mercancía".(1) (Quizás.) Es por ello que prefiero hablar, en lugar
de mercado a secas, de mercado alegórico: el conjunto de sus
representaciones y visualizaciones. Aquellas simulaciones del mercado
que son el mercado mismo, el reconocer que todas las relaciones son,
finalmente, relaciones de mercado: esto es, el mercado está tanto en
la bolsa de valores como en una novela, porque no es posible fijarlo
ni delimitarlo de una vez por todas. Alegoría: alla-agoreúei,
hablar de otras cosas para hablar de aquello. En cierta medida,
el mercado alegórico es también una serie de fantasmas -posee una
invisible visibilidad- que en y durante la literatura adquieren
nuevas versiones y formas, una luminosidad diversa. Así, determinadas
escrituras permiten lecturas desde los márgenes, desde los
intersticios que, inevitablemente, posee también el mercado. Son
textos que develan y revelan la otra cara del fulgor del mercado,
alegorías que dan cuenta de la marginación y la exclusión que aquel
fulgor implica. La carencia se constituye, entonces, en un
posicionamiento desde el cual los sitios no están alumbrados por el
esplendor triunfalista de la globalización. En otras palabras, este
aparente distanciamiento del mercado alegórico (su otra cara, lo que
podríamos denominar una lectura desde la pobreza) es el que mejor
permite acceder a su cabal comprensión. Reitero: estas ausencias,
exclusiones v fisuras se han constituido en las bases mas solidas del
mismo mercado que las ignora.
... Y
es en este mundo, en este velocidad donde y cuando el papel de la
literatura, su capacidad re-volvedora y re-volucionaria ha quedado en
entredicho. Así, la pregunta de cuál es su función ante la
modificación radical de las relaciones entre literatura y política es,
en el fondo, la pregunta última que quiero hacer. Anticipo, por
supuesto, que yo no tengo una respuesta. Veamos, entonces, abiertas y
pendientes estas interrogantes, para observar si mediante el
acercamiento a Mano de obra se nos abren algunas ventanas,
algunas intuiciones...
...
La primera
parte de la novela se construye como un mosaico formado por ocho
fragmentos. Cada uno de estos se propone, en primer lugar, como una
crónica o artículo periodístico, que lleva por título el nombre de un
periódico ( El Proletario, El Obrero Gráfico, Verba Roja,
etc.), especificando el lugar y el año de su publicación. Opción
estratégica clara: establecer un correlato entre un tipo de discurso
moderno y modernizante representado por la prensa escrita, el
periodismo, y el movimiento social obrero, otra de las instancias
claves de una de las aristas de la modernidad. En especial, es
precisamente en ese punto donde yace una de las promesas no cumplidas
del proyecto ilustrado que se fundaba en la noción de un desarrollo
para todos los seres humanos. Así, es este diálogo entre una ausencia
y exclusión, una falla «ctónica» -como diría Carpentier- constitutiva
de la modernidad, y el naciente flujo de un determinado tipo de
información que busca develar aquellos espacios silenciados por los
flujos informativos provenientes del poder: la unión de dos carencias,
el fracaso de la modernidad y el silenciamiento de aquel fracaso,
crea, entonces, la primera línea de entrada a la novela.
...
Ahora bien, estos títulos presentan, como señalábamos, fechas y
lugares, que al denotar un dato histórico concreto, permiten
presuponer la situación de tiempo y espacio del acontecer en el
apartado antecedido por cada uno de ellos. Sin embargo, ocurre
justamente lo contrario: es la indeterminación tempo-espacial la que
caracteriza a cada una de estas escenas. En ninguna de éstas hay
elemento textual alguno que permita determinar el momento o el lugar.
Todas ellas transcurren en un supermercado, un súper, que es uno y
cualquiera a la vez: "La naturaleza del súper es el magistral
escenario que auspicia la mordida. Oh, sí, los pasillos y su huella
laberíntica, la irritación que provoca el exceso (de mercaderías, por
supuesto), los incontables árboles (artificiales pues) con sus luces
inocuas. La música emblemática y serial".(2)
Muchos de los elementos de este súper indican, así, repetición: el
laberinto, el exceso de mercaderías, los árboles incontables y la
música serial: v esta reiteración es la que provoca la imposibilidad
de diferenciar un súper de otro. A lo anterior se añade la noción de
artificialidad: aspecto clave de este topos holotópico v
a-tópico, cuyas consecuencias son múltiples. De hecho, podemos
establecer una modificación en la relación con la realidad que
se sostiene en el texto: el simulacro -los árboles artificiales, la
música serial, el "insignificante Dios de plástico" y "estos horribles
animales sintéticos" (67)- es característica fundamental de este
mundo. El enfrentamiento -la agonía- del narrador y del lector,
entonces, es con esta realidad artificial. Pero ¿artificial
respecto a qué? Una posibilidad es postular, siguiendo a Baudrillard,
que es precisamente el simulacro lo único existente y que, por tanto,
no hay ningún referente al cual apelar. En este sentido, la
indeterminación espacial y la artificialidad de las que estamos
hablando constituirían el único espacio posible. No obstante, es justo
este carácter fantasmagórico el que es puesto en entredicho y
criticado, desde la narración que se realiza, en efecto, "desde" el
mismo súper, pero por una voz -individual en la primera parte,
colectiva en la segunda- que se encuentra al mismo tiempo excluida de
esa artificialidad y del simulacro: creándose, de este modo, una
tensión que, por cierto, al permanecer irresuelta muestra un
intersticio crítico, una falla originaria -ursprung- en el
poder.
... La
noción de indeterminación, como decíamos antes, se constituye tanto
espacial como temporalmente. El tiempo de la modernidad es
caracterizado, siguiendo la línea de su contradicción
intrínseca, desde la negación de la idea de progreso como
desarrollo a través del tiempo; esto es, el tiempo no avanza hacia un
futuro, sino que es "aleatorio" (etimológicamente dado al azar, a la
suerte, propio del juego de dados) y por tanto no predecible, pero a
la vez el tiempo también se "temporaliza" como no moderno, remitiendo
más a un tiempo cíclico, ritual e incluso mítico que a uno de progreso
lineal (la construcción a base de mosaicos de esta primera parte
sumado a que los subcapítulos no están ordenados cronológicamente,
apunta también en este sentido). Así, lo que queda descartado es la
posibilidad del progreso: nuevamente el fin del sueño moderno o, al
menos, de una cierta modernidad. No se trata del "fin de la historia",
sino, muy por el contrario, de una nueva constitución del tiempo y,
por ende, de un nuevo devenir y "hacerse" de la historia. La
indeterminación otorga al supermercado una supervelocidad o velocidad
absoluta al convertir en instantáneo el traspaso de un espacio-tiempo
a otro (como todo flujo de información y capital). Pero esta velocidad
absoluta,nos revela la novela, está conformada también por su
contraparte: la lentitud y las marcas determinadas y determinantes
propias de una (nueva) pobreza -la velocidad dela pobreza o
dromopenia- cuya representabilidad -como se observa
particularmente en la segunda parte de la novela- es el eje del
cuestionamiento a la política del súper.
...
Este supermercado (estos supermercados), reitero, no pretende(n)
ser un determinado súper. Por el contrario, es su carácter
ambiguo, el devenir y mostrar -siguiendo la terminología de Bazin para
referirse al neorrealismo- una realidad ambicionada, donde ya se ha
perdido la intencionalidad de la representación (directa), lo que
termina (atraviesa y concluye) caracterizándolo. En este sentido, en
especial la primera parte de la novela sostiene su indeterminación en
la secuencia de planos altamente "visuales", construidos desde la
perspectiva de un narrador protagónico en primera persona. Este es
quien ordena las secuencias que se entregarán al lector: "Y ordeno el
ojo. Pongo en marcha el ojo. Este ojo mío, dispuesto como un gran
angular, sigue el orden de las luces" (16). Perspectiva que resulta,
por cierto, un remedo triste de la "otra visión", del otro ojo
omnípodo: "la presencia omnipotente de la cámara" (51), que posee
claras reminiscencias del panóptico benthamiano. Accedemos, como "se
ve", no a la visualidad de la cámara, sino a la marginal del narrador,
cuyos planosvisuales presentarán, en consecuencia, un posicionamiento
alternativo. No se limitan a los aspectos externos, sino que también
son utilizados como proyección de sensaciones "internas", creándose de
este modo distintos niveles de "realidades" visuales: "Como un
inamovible enfermo terminal permanezco conectado artificialmente a mi
horario. Quizás demasiado pálido, posiblemente en algo tembloroso,
pero ¡vamos! atento, cordial, empecinado en la sonrisa para cubrir las
horas que me restan" (73).
... La
importancia del "ver" trasciende no solo la superficie visible
convirtiéndose en el centro de las figuras retóricas que expresan
sensaciones, sino que llega a develar lo que yace escondido: el
narrador visualiza lo oculto y lo microscópico: "Yo sé cómo, allí
mismo, debajo de la materia contaminante del plástico, los alimentos
están entregados a un desatado proceso bacteriano. (Los lácteos se
destruyen a una velocidad que jamás me hubiera imaginado si no lo
hubiese visto transcurrir delante de mis ojos)" (54). Esta mirada de
lo "micro" complementa la visión más general, o "macro", que describe
el súper como un todo. Estos saltos de enfoque visual son otro modo
más de hacer advertir la complejidad de la realidad que se intenta
representar: funciona, en ese sentido, como símil de la existencia
social y personal, en tanto explícita las complejas relaciones que hay
en la constitución de aquellos ámbitos. Es significativo, además, que
en lo microscópico se destaque la velocidad de la destrucción,
producto del "desatado proceso bacteriano": lo cual apunta hacia una
putrefacción mayor: la de lo "macro", o sea, la del súper como un
todo, metáfora evidente de una sociedad que es, en definitiva, un
mercado. Así, desde lo más minúsculo se postula una suerte de falla
genésica que es el fundamento del modo en que el supermercado funciona
( la leche, no está de más recordarlo, es el primer alimento que
consumimos).(3)
... Los
personajes que circulan en estas escenas aumentan la indeterminación
general: corresponden siempre a grupos genéricos con sus divisiones y
subdivisiones, tales como "los clientes", "los buenos clientes", "los
clientes (los malos)", "los niños", "los supervisores", "el supervisor
de turno", "los viejos del súper". Todos los cuales se confunden en
ciertos momentos en "la multitud. La muchedumbre". Esta es descrita
como "la multitud enfebrecida (indescriptible la terrible calentura)
por la próxima fiesta se disputa, claro está, la mercadería" (70);
"actúo silencioso en los pasillos resistiendo a la multitud desaforada
que escarba y busca megalómana completar su próximo festín en una
oferta. La fiera se inclina a la ebriedad para olvidar la dimensión de
su barbarie y se vuelca a la botella [...] la multitud parece
enceguecida (por su dependencia oral a los productos" (74). No se
trata aquí, por cierto, de la "multitud" propuesta por Virno y
presentada por Hardt y Negri como "nuevo sujeto político para la
ruptura y el cambio contra el statu quo", (4) aunque sí comparte con ella ciertos rasgos tales
como una posible "posnacionalidad" (es igual o semejante en todas
partes) y la ausencia de una aspiración a convertirse en partido o
poder estructurado. La multitud es en la novela esencialmente
consumidora: es decir, en el mismo acto de consumir se constituye y
define como tal, posee una "dependencia oral a los productos", es "una
fiera" que solo mediante "la ebriedad" es capaz de olvidar "la
dimensión de su barbarie". Vemos, así, cómo la comunidad imaginada que
postulaba Benedict Anderson como constitutiva del estado-nación se
modifica radicalmente (y con ello, por supuesto, la noción misma de
estado-nación). En palabras de García Canclini: "Las sociedades
civiles aparecen cada vez menos como comunidades nacionales,
entendidas como unidades territoriales, lingüísticas y políticas. Se
manifiestan más bien como comunidades interpretativas de
consumidores."(5) Y es, de hecho, este sujeto
seudo-colectivo (o seudo-sujeto colectivo) el que circula en el súper.
Pero, al mismo tiempo, al ser ella consumidora de bienes, la multitud
son los posibles lectores: los consumidores del texto, que leen
(leemos) desde la (nuestra) barbarie. En este sentido, la
especularidad de la imagen pretende caracterizar como un todo informe
v bárbaro a la gran masa (la multitud) que accede -o teórica/
económicamente podría acceder- al texto. (Y será solo desde el
posicionamiento extemo a ella -la multitud- desde donde sería posible
adoptar una postura crítica que, como señala Gareth Williams, sea
capaz de desplazar el funcionamiento hegemónico del sistema de signos,
elaborando un "otro lado" constitutivo de un pensamiento
post-hegemónico.) Visión tal vez elitista (o «eltista») que se
fundamenta en una "política de la escritura", como la misma escritora
ha manifestado en varias ocasiones, en un texto que busca articularse
como "escritura subversiva".
...En
la segunda parte, los subcapítulos dejan de tener referencias
tempo-espaciales, los personajes que protagonizan la historia sí
tienen nombres propios, en claro contraste con lo que sucedía en la
primera parte. Es significativo notar, además, que solamente quienes
constituyen la "mano de obra", quienes no consumen sino trabajan (son
explotados) para "pervivir", tienen un apelativo que los distingue: el
resto mantiene la generalidad que ya se observaba antes, clientes y
supervisores, principalmente. Esta "nominalización" es doble, en tanto
los personajes que trabajan en el supermercado no solo reciben un
nombre en la narración sino que ademas en su trabajo deben portar esos
mismos nombres para ser identificados por los clientes: "Agotados
vencidos por la identificación prendida en el delantal. Ofendidos por
el oprobio de exhibir nuestros nombres" (111). El narrador, si bien
forma parte del universo narrativo, también habla siempre desde un
"nosotros" y nunca se identifica a sí mismo. Una voz colectiva a la
cual se le van "restando" los personajes que se nominalizan. Ademas,
la construcción del tiempo-espacio, consumado el rasgo de
indiferencialidad que ya hemos discutido, mantiene, junto con una
cronología progresiva, la acción entre dos espacios que, desde su
posibilidad hermenéutica de metamorfosearse en otros (ser metáfora del
país, de un sistema, etc.), son los mismos durante toda la narración:
el supermercado y la casa, suerte de comunidad, donde viven los
protagonistas de esta segunda parte. Esto último, la noción de
comunidad al margen que se crea en esta parte es, sin duda,
central. Es una micro-sociedad que funciona con reglas propias que
remedan trágica y paródicamente tanto las de esa sociedad más amplia
que es el supermercado como las de esa otra sociedad, en vías de
extinción, que es la nación -el "Puro Chile", palabras iniciales del
himno nacional. En esta casa, señala el narrador, "nosotros no
permitíamos cesantes. Ni enfermos" (91). Se anticipa la falta de
solidaridad, inestabilidad en la misma pertenencia al grupo, similar a
la precariedad laboral en el supermercado, donde "el papel de despido
lo teníamos que firmar cuando nos contrataban" (90). Dicha inseguridad
provoca que la traición y múltiple, sea uno de los ejes de la acción.
Para no extenderme en demasía, no referiré en detalle todos los
ejemplos de traiciones y delaciones que suceden en esta parte. Las
traiciones iniciales son ejecutadas por Gloria, la única que no
trabaja en el súper, sino que realiza "sus labores" -como dirián en
España-, el personaje más marginal de la comunidad: quien se encuentra
más desposeido, en inferior condición. Ahora bien, la traición final,
la gran traición, no viene de Gloria, sino de quien está ubicado, en
el contexto de este grupo, en el extremo opuesto, el líder: Enrique.
"Más alto que cualquiera de nosotros. Su piel era mucho más blanca"
(102). Su traición, más dolorosa por provenir de la figura paterna,
desmantela esta (micro)sociedad: "Sí, porque había sido nuestro
Enrique (ahora convertido, después de un ascenso inédito, en el nuevo
supervisor de turno) quien nos borró de las nóminas y nos empujó hasta
una extinción dolorosamente dilatada" (174-175). Esto provoca una
relectura, una reescritura de la historia, de todo lo acontecido hasta
el momento: "Nosotros, los últimos sobrevivientes, sólo habíamos
servido a Enrique como un campo humano para una cruel experimentación,
apenas unas cuantas ratas apresadas para ser utilizadas en una
experiencia clandestina" (171). Se desarticula la comunidad, se inicia
el éxodo-exilio (bíblico-político) a través de las calles, en busca de
una nueva organización, bajo el mando de un nuevo mesías, Gabriel, el
joven empaquetador, quien "era (ahora lo notábamos gracias a la luz
natural) un poquito más blanco que todos nosotros"(175).
... Los
paralelos que se pueden establecer entre la historia de esta comunidad
y la otra historia, la de ese "Puro Chile (Santiago. 1970)". se
hacen evidentes: el surgimiento de la nueva sociedad, el intento por
buscar una nueva organización, está fundado, tiene como núcleo una
traición. En Mano de obra, no obstante, esta traición no se
plantea ex nihilo, sino que surge desde un funcionamiento ya
condicionado, esto es, de un accionar social no solidario, donde la
tradición de la traición se encuentra normalizada. El golpe de estado,
la figura de Pinochet, la sociedad chilena que "resulta" de la mas
grande de las traiciones ( Pinochet ha jurado lealtad a Allende y
respetar la constitución), se articulan como correlatos en la novela.
Sin embargo, me interesa más ahondar en la relación, protunda y
equívoca, que se establece entre la traición y el supermercado: esto
es, el modo en que el texto propone como axis del (super)mercado la
traición. Y cómo esta traición es ejercida/recibida desde la pobreza y
la precariedad e inestabilidad (laborales y afectivas) que recorren a
todos los personajes.
...
Hablemos, entonces, de la traición: al confrontar los dos narradores
existentes en la novela -el protagónico de la primera parte y el
colectivo de la segunda- observamos que ambos, como ya ha quedado
claro, pertenecen a ese espacio-tiempo del mundo narrado que se
encuentra marginado de la actividad acumulativa propia del
(super)mercado. Ambos, no obstante, se hallan insertos en él, pues se
emplean en el súper, constituyendo su mano de obra y, por tanto,
permitiendo tanto que el sistema del súper continúe ejerciéndose como
la pervivencia de ellos y de sus pares. (Estos últimos aparecen, como
vimos, con mayor nitidez en la segunda parte.) Podemos postular, por
una parte, una marginación creciente del narrador respecto al
supermercado, esto porque en la segunda parte ha perdido la capacidad
de enfrentársele como sujeto. Paradojalmente, en principio, el afán
colectivista buscaría constituirse como una respuesta, un locus de
resistencia, al poder de ese sistema que absorbe a sus víctimas
(trabajadores). No obstante, ya vimos que esa colectividad se
caracteriza por la carencia de actitudes solidarias sólidas y termina
por deshacerse. Así, la novela como totalidad da cuenta del éxito de
un ideal desarrollista: el del supermercado, o sea, del sistema de
mercado. ( El súper es una clara alegoría del mercado globalizado.) En
este sentido, la desaparición de fechas y locaciones en los subtítulos
que se advierte en la segunda parte, también connota una
transformación significativa: tanto el tiempo como el espacio se
tornan indistintos, indiferentes: rige una nueva velocidad que anula
aquellas diferencias reduciéndola a cero. El súper de la segunda parte
es ubicuo e instantáneo. Ambos narradores presentan, así. una
velocidad divergente al hablar desde un borde (un afuera-adentro) del
súper. Esta dromopenia, como ya señalamos, tiende hacia la
"lentitud", en el sentido de que busca la posibilidad de diferenciar
tiempos y espacios; y, más importante aún, busca establecer un afuera
desde el cual enfrentarse-resistir a ese ámbito omnívoro. Ante el
proyecto fáustico del súper que aniquila todo lo que se imponga a su
desarrollo -una "mano de obra" solidaria (sindicalizada, por ejemplo),
un trabajador que no acepta el ritmo "despiadado", la noción misma de
una "clase trabajadora": todos, en breve, los que cumplen el papel de
los ancianos Filemón y Baucis en la tragedia de Goethe y, al igual que
ellos, deben desaparecer-, ante esto, ambos narradores pretenden crear
una (imposible) oposición: ni la primera persona singular ni la plural
logran invertir o, siquiera, atenuar aquel desarrollo, se limitan,
como se reitera en la novela, a la pervivencía. Pero culpar
exclusivamente al sistema del súper de este devenir histórico es como
culpar a Fausto por ser... Fausto. En este punto, para intentar
comprender mejor las relaciones siempre dialógicas que la literatura
establece con ese exterior-interior político, observamos el
surgimiento en todo su esplendor de la problemática de la traición, no
sólo como elemento temático que se reitera, sino también como noción
que articula esa relación, nodo crítico que relativiza las fronteras
entre el "bien" y el "mal": incluso más: la traición como punto de
fuga y punto terminal clave del mercado y sus alegorías y como
estructurante de una estética de la pobreza.
... La
traición ha constituido desde los inicios de la cultura, en todos sus
ámbitos, un elemento fundamental. Desde la genésica traición bíblica
hasta la que provoca la resolución de la conquista en México: desde
las que fundan la mitología griega (y occidental) hasta las que
permiten instaurar los gobiernos militares en la América Latina: desde
el evangélico beso de Judas que permite el surgimiento de una nueva
historia a los revolucionarios de los 60 sentados hoy en cómodas
sillas gerenciales ( pregonadores del fin de la historia); en todo
caso, siempre condenada, recluida al último, al noveno, de los
círculos infernales, al peor de todos los castigos. No resulta
sorprendente, entonces, que sea un motivo recurrente en literatura.
Así, en Mano de obra observábamos la doble traición de Gloria
-quien sigue la línea de Eva y la Malinche- y la traición final y
definitiva de Enrique, por la cual todos los miembros de la comunidad
que trabajaban en el supermercado pierden sus empleos. La articulación
de estas traiciones debe ser notada: son ejecutadas, en un primer
nivel, por quienes se hayan, en distintos grados, fuera del circuito
de consumo del mercado -tanto Gloria como Enrique son "mano de obra"-,
y se dirigen a miembros de su mismo grupo: no se realiza para
subvertir el orden establecido: muy por el contrario, la traición
funciona para reforzarlo. El acto de cometer la traición -el momento
mismo del beso de Judas-, es el instante en que mayor cercanía y
comprensión existen entre los dos ámbitos. El supervisor "le cree" a
Gloria cuando ella acusa a Alberto de querer formar un sindicato, no
requiere de otras pruebas: similarmente, a Enrique también le creen su
implícita argumentación respecto a la necesidad deexonerar a sus
compañeros. La traición anula, por momentos, la distancia entre los
miembros de los distintos tiempo-espacios. Ahora bien, de modo
significativo, es la traición mas radical, la que afecta a la
"totalidad", la que produce el cierre de la novela. El texto, la
historia misma, no puede continuar después de la traición de Enrique,
es necesario dar "vuelta a la pagina" -últimas palabras de la novela-,
pero al realizar ese gesto nos encontramos con un vacío ( ya no hay
nada, pues el texto ha desaparecido) y sólo queda la imagen
triunfadora del supermercado. En cierta medida desde un determinado
posicionamiento crítico e histórico, después de esa última traición ya
no hay nada posible.
... Se
produce, entonces, la siguiente paradoja: mientras. Por una parte,
desde la articulación discursiva que proviene de la multiplicidad que
es el mercado y sus alegorías, en el nuevo mundo del esplendor
neoliberal la traición ya no es posible (no se puede traicionar a
quien ha desaparecido); al mismo tiempo, desde los bordes de ese
mercado, desde quienes luchan, desde su exclusión, por no desaparecer,
es la traición y no la solidaridad la única resistencia posible. Esta
(parcial pero significativa) desaparición de la traición del escenario
post-ideológico marca una gran diferencia con las literaturas y los
proyectos precedentes. En el reino absoluto del mercado la traición
queda excluida (reitero: ella queda como recurso de resistencia, pero
¿es, en definitiva, articulable? En otras palabras, ¿logra ser una
autentica traición, y, por ende, modificar el curso de la historia?).
En términos mas expresivos: no es la ausencia de solidaridad lo que
torna al sistema en aparentemente invencible sino la imposibilidad de
que una vez establecido a plenitud pueda llevarse a cabo una verdadera
traición.
...
Para observar cómo se produce este cambio, recordemos la lectura que
Ángel Rama hacía hace unos años de un cuento de Roa Bastos, "El
sonambulo". Sin entrar en mayores detalles de su análisis, lo que
interesa es la "oposición estructurante del cuento" que el establece:
"traidor/intelectual/extranjero encarnada por el escribano y las
clases letradas [,] y la de patriota/inculto/nacional encarnada por el
dictador y el pueblo de la que es ventrílocuo"(6). Luego, a partir del
texto se establece una serie de traiciones especulares (fundadas,
principalmente, en la traducción de elementos de la cultura oral a la
escrita), donde todos caen en ella: Roa Bastos ("también el traidor,
también él sentado sobre la media verdad, sobre el medio filo del
sable") y el propio Rama.(7) Entonces, como se
pregunta Spitta en su lectura de Rama, "¿estamos todos dentro de una
lógica, legado de la colonización, donde la traición subyace todo
nuestro pensamiento y todas nuestras relaciones sociales?" , agregando
a reglón seguido: "Dentro de esta lógica, asumir cualquier postura
política sería vista como una traición".(8) Lógica
que, a su vez, nos otorga el primer paso, el primer escalón en el
camino hacia la desaparición de la traición: si toda postura
política pasa a constituirse en una traición, ¿qué rasgos la hacen
distintiva?, ¿no pierde, acaso, todo su capacidad de, valga la
redundancia, traicionar?
... Pues
bien, hacia ¿dónde apunto?: a partir de una literatura inmersa en lo
que he denominado mercado alegórico, la labor del escritor v del
crítico pierden la capacidad traidora, que los caracterizaba
anteriormente. Y esto porque con el fin de la traición se cierra un
capítulo de la literatura latinoamericana: y es una traición,
probablemente la mas grande de todas, la que lo hace concluir. En
otras palabras: solamente la traición posibilitaba la revolución.
Esto, por cierto, no es unívoco y esta atravesado por una serie de
(constantes) paradojas (ya mencionábamos que la traición se podría
constituir como eje de resistencia).
...
Entonces, si una estética de la pobreza muestra la cara perdedora del
mercado alegórico, cabe preguntarse -en la línea de la argumentación
anterior- ¿qué papel puede cumplir el crítico/intelectual y el
escritor insertos y absorbidos por ese mercado si partimos de la
suposición de que existe un intento de transformación de las
condiciones políticas y literarias en y desde la rearticulación
entre política y literatura? La opción que toma Eltit en la novela que
hemos estado tratando, y la que se genera a partir del constructo
teórico en torno a ella, son paradigmáticas de una posible línea
crítica a seguir. Mostrando y revelando la podredumbre oculta, Mano
de obra cuestiona y articula el problema de la literatura y el
mercado de un modo directo; al enfrentarlo, como vimos, desde sus
voces marginales a través de una política de la escritura ética y
estética a la vez. De ahí surge una crítica furibunda a un modelo
deshumanizador y macabro. Ante la interrogante de cómo revertir esta
situación de explotación globalizada, Mano de obra presenta una
herramienta epistemológica crítica posible. Pero sabemos que es
suficiente. (Volvemos, entonces, a preguntarnos ¿qué papel cumple hoy
la literatura?) Como dije antes, yo no tengo la respuesta. Solo
intuyo, a partir de esta novela, que la tarea es colectiva: de
artistas, lectores, críticos (y también de no artistas, no lctores y
no críticos). Es una labor difícil, que a ratos parece imposible
(quizá porque a veces lo sea). Pero para eso estamos aquí. Pues
sabemos, como escrbiera alguien en esta ciudad en que el hielo es una
reminiscencia y las estrellas se mecen al compás que no existe del
agua amanecida, que "sólo lo difícil es estimulante".
NOTAS
* Agradezco a Luz Horne
por la inteligencia de su lectura y la certeza de sus críticas al leer
los borradores de este trabajo. La ayuda que sus sugerencias
implicaron es mucho mayor de lo que puedo, aquí
expresar.
(1) Eduardo Grüner: El fin de las
pequeñas historias: De los estudios culturales al retorno (imposible)
de lo trágico, Buenos Aires, 2002.
(2) Diamela Eltit: Mano
de obra, Santiago de Chile, 2002, p. 72. En lo adelante, la
referencia a las páginas citadas aparecerá entre paréntesis.
(3) La
primera acción de arte del CADA -grupo al que pertenecía Eltit-
consiste también en traer fugazmente a la memoria ese detalle del
pasado -repartir leche en bolsas que llevaban escrito las palabras
"medio litro"- que hace estallar a la historia toda: el quiebre de un
proyecto, la transformación radical de la sociedad.
(4) Nicolás
Casullo: "Sobre Paolo Virno: ¿Qué es lo que políticamente nos está
sucediendo?", Revista de Crítica Cultural, Nº. 24,junio de
2002, p. 16.
(5) Néstor García Canclini: Consumidores y
ciudadanos: conflictos multiculturales de la globalización,
México, D.F., 1995. p. 196.
(6) Silvia Spitta: "Traición y
transculturación: los desgarramientos del pensamiento
latinoamericano", Mabel Moraña (ed.): Ángel Rama y los estudios
latinoamericanos, Pittsburgh, 1997. p. 178.
(7) Ibid.,
p. 179 y 184, respectivamente.
(8) Ibid., p. 184.
en
Revista Casa de las Américas, enero- marzo de
2003