por Rubi Carreño
y al la' ito 'e mi papá fui creciendo en
el trabajo. Con mi pura habilidad me las di de
carpintero, de estucador y albañil, de gásfiter y
tornero; ¡puchas! que sería bueno haber tenido
instrucción, porque de todo elemento el hombre es un
creador
Víctor Jara
Recién salí arrancando porque estaba el
supervisor. Yo me llamo Daniela y soy promotora de vinos, son
tres vinos los míos. Yo creo que todo es arte, promocionar tiene
su forma y para mí es arte. Mi trabajo y el de un artista se
parecen, yo tengo el papel de vendedora atenta que vende y un
artista también.
Entrevista realizada en un
Supermercado de Santiago
Si el texto se descentra hay que dejarlo
porque no es una producción industrial, es una producción
artesanal.
Diamela Eltit
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... ¿Qué significa trabajar y crear siendo parte
integrante de una sociedad de mercado?; ¿cómo se hace una novela
social después de la caída del Muro de Berlín y de la crisis del
realismo?; ¿cómo se recuperan la experiencia y la memoria del colectivo en una sociedad que
nos convierte en vendedores y clientes, los unos puestos contra los
otros?
Tal como señala Jorge Fornet en la introducción
del tabloide dedicado a Diamela Eltit con motivo de esta Semana de
Autor, y como han señalado otros expositores de este encuentro, uno de
los rasgos de su poética es la expresión política unida a la
exploración de lenguajes fragmentarios, antimiméticos, que hace que
las corrientes hegemónicas califiquen este proyecto de "difícil", e
incluso de ininteligible.
A través de elementos que podríamos llamar
minimalistas, como las reiteraciones, las acumulaciones, los clisés,
los improperios, los paréntesis (que, como en el escritor chileno
Manuel Rojas, es el lugar donde queda replegada la subjetividad del
narrador), cuya sutil disposición y variación va abriendo los sentidos
del texto, Mano de obra(1) enfrenta a la clase que lee a
Eltit, esto es, artistas e intelectuales fuertemente
cuestionados.
Si al reflexionar sobre el papel del artista en
las sociedades modernas, Benjamin, al leer a Baudelaire, lo despoja de
la aureola y lo deja a la vera de las calles citadinas, sorteando el
tráfico y transando como cualquier vagabundo o prostituta, Mano de
obra lo instala en el corazón, y esto es un decir, de las
sociedades hipercapitalistas: el supermercado.
Tal como ha ocurrido en las megaciudades, el
erial, el espacio no productivo, la no ciudad, diferente de la ruina,
del derrumbe, en cuanto se ha renunciado a la esperanza de la memoria
histórica o de la reconstrucción, el "peladero", como le decimos en
Chile, ha dado paso al supermercado. Pero si en la disposición de las
ciudades esto obedece a no dejar espacio sin producir ni ciudadano
libre del consumo, en la narrativa de Eltit el tránsito del erial al
"súper", mediatizado por el mercado popular de Los trabajadores de
la muerte, obedece, creo yo, a la constatación de que tanto la
mano empuñada como la que esgrimía una pluma de cisne son, en la
actualidad, manos asalariadas, automutiladas y, finalmente, las que
reponen con mas o menos diligencia las mercancías en los supermercados
de la cultura.
Este desplazamiento del espacio implica a su
vez un desplazamiento en la concepción de los sujetos y del lenguaje.
Hace veinte años Eltit eligió al lumpen y un lenguaje que la crítica
inicial calificó de neobarroco para desde allí espejear a su sociedad.
El erial, la plaza, los sujetos marginales y sus hablas (que no sólo
incluyen al coa sino también a la literatura clásica española y a los
distintos proyectos literarios antimiméticos que van desde Faulkner
hasta Sarduy) serían una pantalla ardiente que refractarían múltiples
espacios síquicos:
El lumpen es la metáfora mayor de todos
nosotros. Por ser excedentes máximos, tienen componentes de todos los
otros tipos sociales. Si los tomas a ellos, tomas mucho: las zonas
síquicas marginales del empleado de banco, de la muchacha de clase
alta reprimida, por ejemplo. // Es una gran metáfora de todo lo otro:
al hablar de estos marginados, del lumpen, cabe toda la sociedad.
(2)
Sin embargo, estos "desechos no productivos",
me refiero al lumpen y a la literatura no masiva, lo lumpérico, no
sólo funcionarían para espejear la cultura, sino que serían una
resistencia a los discursos monológicos y centrales. Es por eso que
los textos han sido leídos "como épicas de la marginalidad" y también
de las mujeres como metáforas de lo otro.
En Mano de obra se vuelve a pensar
esta poética del borde al narrar y representar a los sujetos desde
dentro de los límites omniabarcantes del mercado. A los narradores
heroicos como Coya/Coa (3) o la niña que sueña (4) se opone un
narrador enfermo y sin nombre que es "mujercita", sólo cuando se
siente absolutamente disponible. Por otro lado, el lenguaje plural de
la plaza y los eriales se viste con el delantal de empleado de
supermercado y su cortesía estereotipada que se mancha con el
improperio. Mientras el mercado reconoce y respeta las sutiles
diferencias y me ofrece desde un champú para mi pelo graso en la raíz
y seco en las puntas hasta literatura de mujeres y teorías críticas
que me permiten hablar desde mi subalternidad, hablarcomo subalterna,
este texto me obliga a pensarme plural, una más en la solidaridad, una
más en el estante.
... El título de
Mano de obra y su portada (5) introducen lo que a mi juicio
es uno de los proyectos del texto: volver sobre una antigua y compleja
sociedad, la de aquellos que se hacen en el hacer.
La novela puede leerse como la memoria
subjetiva de artistas e intelectuales en el siglo xx desde el
modernismo hasta el postmodernismo, desde la sociedad capitalista
hasta la de los mercados globales. Esta historia subjetiva se presenta
como el registro de la propia degradación. Los intelectuales no
iluminarían el camino de las masas hacia el progreso, como prefiguraba
el modelo del patriota ilustrado del siglo XXI; obreros y artistas no
concretarían el pacto revolucionario que imaginara Lenin, y el grito
de "adelante, adelante, obreros y estudiantes", de las marchas de la
Unidad Popular, sería efectivamente un avance, pero no hacia la
construcción de la Historia, sino hacia una gran "liquidación" en la
que la mano y la obra se han convenido en mercancías o
desechos.
A diferencia de los primeros textos de Diamela
Eltit, en los que la acción transcurre fundamentalmente en el
lenguaje, Mano de obra pareciera retomar la idea de que
novelar es narrar acciones que ocurren en el tiempo. El hecho de que
la primera y la segunda partes tengan títulos de diarios obreros con
fechas lineales y reconocibles ("El Despertar de los Trabajadores" [
Iquique 1911 ] v "Puro Chile" [ 1970 ] ); el cambio de
registro entre ambas partes, y el que existan personajes a los que les
suceden cosas, contribuyen a dar la sensación de que Eltit habría
cambiado su proyecto narrativo hacia otro un poco más
masivo.
Entendemos lo anterior como parte de la
simulación de la derrota. En Mano de obra, la degradación es
el motor de la H/historia, en la doble acepción del termino. Ella
alcanza a los sujetos, a los materiales narrativos, a lo sagrado, y a
la propia mercancía, cada vez más artificial, de mala calidad, y
despojada del aura que le daba a vitrina. Así en la primera parte
encontramos a un narrador vigilado, que es una temática que cruza la
obra de Eltit, la vigilancia como un universal que atraviesa la casa,
el barrio y lo que entendemos como ciudadanía. Sin embargo, a través
de la mirada de este narrador, de su ojo hipertrofiado, es que resulta
capaz de contestar, todavía, al panóptico que es el súper: "no sé qué
hacer con la consistencia de mi lengua que crece, se enrosca y me
ahoga como un anfibio desesperado ante una injusta reclusión. Me
muerdo la lengua. La controlo, la castigo hasta el límite de la
herida. Muerdo el dolor. Y ordeno el ojo"(16).
Se trata de un narrador enfermo por el trabajo
alienado, excesivo y en serie: "No estoy enfermo (en realidad) sino
que me encuentro inmerso en un viaje de salida de mí mismo. Ordeno una
a una las manzanas. Ordeno una a una las manzanas. Ordeno una a una
(las manzanas)" (55). Lo anterior, abordado por Marx para el ámbito
laboral y por Benjamín en el ámbito de lo artístico, no encuentra
salida ni en lo social ni en lo estético. El arte no presenta una
alternativa al trabajo alienado en tanto el artista repite y repite en
serie, como muestran las reiteraciones que aparecen en esta parte del
texto, y tampoco puede acceder a través de su cuerpo a su memoria. Si
en Baudelaire, como señalaba Benjamín, los sentidos producían la
memoria involuntaria, a este narrador los olores artificiales lo
lastiman, le atrofian la sensibilidad y dejan al sujeto con un cuerpo
amaestrado.
No me importa dilucidar cuál es el origen
(remoto) de los concentrados, es que sencillamente no tolero esos
olores comerciales v ante el ojo de quien me observe (me miran
permanentemente y no me refiero sólo a la presencia omnipotente de la
cámara) es imposible ocultar mi condición enferma. Lo digo, lo repito:
estoy enfermo. Estoy cansado (51).
El cuerpo enfermo como única salida a la
vigilancia y al disciplinamiento es un tópico kafkiano que Eltit
recrea. A este narrador enfermo se suma la promotora, que deja de ser
deseable: "Sin entender que si no engordaba rápido, si no sonreía, si
no se bañaba, si no se ponía esas medias tan bonitas que tenía y que
nos gustaban tanto, si no se pintaba el hocico de mierda nos íbamos a
ir definitivamente a la chucha, como le dijo con elegante serenidad
Enrique" (123). El erotismo no es un poder contra el poderoso como en
Por la patria, o como en Aguas abajo, de Marta
Brunet (1943), es una estrategia para seguir en el súper, y, por ende,
la promotora deja de "producirse", como se dice en Chile al arreglo
personal que vincula nuevamente al sujeto con la
mercancía.
Por otro lado, la trozadora de pollos, cuya
memoria es la niña manca de los trabajadores de la muerte, experta
artista faenadora, se automutila un dedo, inscribiendo en su cuerpo lo
que les sucede a los pollos, ser separados por presas y funciones y
que también aplica para los trabajadores del súper. Esta inscripción
en el cuerpo, no sólo cita a Kafka sino también al CADA y a sus
practicas de usar el cuerpo como instrumento artístico y político en
una dictadura que insistía en ocultarlo.
Por último, el alcoholismo y la drogadicción
citan dos caminos de protesta que pasan por el desmoronamiento del
propio cuerpo. Vino y coca, la droga más barata y la mas cara, en los
cuerpos de obreros y artistas, terminan desarticulando los cuerpos.
Sin embargo, Eltit muestra cómo este tópico del artista/obrero que se
enferma para no ser parte de la maquina no es más que otra forma de
entregar el cuerpo a esa misma máquina: "Aspirábamos (ahhhhh) (ahhhhh)
con los ojos completamente en blanco, como si nos hubiesen dado un
palo en la cabeza o una descarga eléctrica o nos sorprendieran con la
violencia de un manguerazo. Aspirábamos, sí, sí, para alegrarnos y,
por una vez, lograr conversar y reírnos con el afecto, la decencia y
la sinceridad que caracteriza a los seres humanos"
(167).
Este cuerpo enfermo o disciplinado, "demasiado
proclive a la paz y adicto a la corrección" (36), sólo parece
revelarse a través del tic: "Es que el ojo le late a este concha de su
madre porque todavía está vivo, respirando" (139). El doble del
cuerpo, el lenguaje, también presenta su disciplinamiento a través del
clisé del "cariño y del respeto" con que el narrador representa las
relaciones en el súper y en la casa de sus trabajadores. Si el
disciplinamiento corporal se desarma en el tic, el disciplinamiento
verbal se desarticula a través del improperio:
Estábamos en la mira. Cercados. Ya nos habían
bajado los sueldos. No contábamos con el menor beneficio. Por eso
Sonia se había venido a vivir con nosotros. De malas ganas. Pero,
finalmente, se había percatado de que estaba obligada a querernos.
Nosotros se lo habíamos exigido. Necesitábamos una cantidad
considerable de respeto y de cariño. Enrique lo expresó con toda
claridad: "O si no a esta mierda la echamos a la calle. En pelotas.
A poto pelado. Con una mano por delante y otra por detrás"
[108].
Como en otros textos, el lenguaje antinorma,
mestizo, delictual, vuelve a ser una instancia de rebeldía y aparece
replegado a su expresión más cruda, el improperio. En las lenguas
romances estos se refieren por lo general a una violencia sexual.
Clisé e improperio construyen de manera perfecta y mínima el doble
discurso, las dos caras de las transacciones de violencia y erotismo
mediatizadas por el dinero.
Es la violencia del capitalismo y su erótica de
consumo, que goza al ver al otro como mano, ano y afines, lo que
verdaderamente uniría el mundo del trabajo y de la casa y no "el
cariño ni el respeto" que el narrador y los personajes resemantizan
continuamente en sus opuestos. El ordenamiento del súper se instala en
la casa y con esto no tienen sentido ni el género, ni la familia, ni
los gremios, ni la pertenencia a una nación como dadores de
subjetividad e identidad. En la novela, ser hombre o ser mujer
significa cumplir roles laborales y sexuales coherentes con las
lógicas del mercado. Ser blanco o chileno no remite a una etnia o a
una nación sino a una cruda y vaciada categoría de poder. Blanco es el
país donde los otros quieren ir y tu nación será la de aquella que te
incluya entre sus listas de trabajadores: "Por eso, por el cariño y
por el respeto que nos inspiraba asentimos cuando nos dijo: vamos a
cagar a los maricones que nos miran como si nosotros no fuéramos
chilenos. Sí, como si no fuéramos chilenos igual que todos los demás
culiados chuchas de su madre."
La historia se construye en la cotidianidad, de
ahí que los títulos de los diarios sean no sólo una forma de reservar
la memoria de un tiempo en que sí hubo un colectivo organizado y
convocado por ideales, de una historia hecha diariamente. El último
título, "Puro Chile", último diario obrero de la Unidad
Popular y último diario obrero a secas, convoca subtítulos de acciones
individuales e intrascendentes. El colectivo se desglosa en nombres
sin apellidos. De ahí en adelante, coincidiendo con la brutal
dictadura y procesos de modernización, los títulos se vuelven banales:
"Ahora los vasos no sirven para nada". "Gloria va a dormir en la pieza
de atrás". "Alberto quería formar un sindicato". "A Enrique casi le
dio un ataque". Estos subtítulos, ademas de anunciar la nueva era
moderna, presagian la desintegración de los colectivos en nuestro
proceso de modernización a sangre y fuego.
Efectivamente, la novela avanza, pero hacia un
despeñadero, y con esto, de paso, se critica la noción teleológica de
la Historia. En el súper como en el Mall, se borran las marcas
regionales y temporales (6) y no hay mas proyecto que resistir las
horas demenciales de trabajo y luchar por no ser despedido. En el
texto, la concepción de la historia es que se repite, no la hacen los
pueblos, y los intentos de rebelarse sirven sólo para justificar los
despidos masivos. Las figuras históricas del rebelde -el joven, el
artista, las mujeres, el dirigente gremial- son vistas a través de la
mirada de un colectivo que percibe en ellos a los verdaderos enemigos
del pueblo:
"Este saco de huevas quiere que perdamos el
trabajo" dijo Enrique. "Culiado envidioso", añadió Gloria. Nosotros
asentimos. En la sucursal más importante acaban de borrar de las
nóminas a un grupo de pendencieros que conspiraban para poner en
marcha un sindicato.[...] En realidad habían despedido al turno
completo. Por eso nosotros no teníamos contrato. Para que jamás se
formara un sindicato. "Y se hacía el huevón esta mierda. Si hubiera
andado en la buena, debería habernos hablado del sindicato. No lo
hizo por una razón muy simple: quería cagarnos", dijo Isabel.
Nosotros, desde lo más profundo de nuestros corazones, pensamos que
ella tenía toda la razón [89j.
Eltit muestra cómo hay un cambio en la noción
de resistencia, de líder y de discurso político. La calle, lugar
histórico de las protestas ciudadanas, es percibida como un espacio
amenazante para los trabajadores y para el narrador, que dice que "La
oscuridad realista de la calle le resulta francamente perturbadora"
(36); un líder será simplemente quien pueda asegurar que el colectivo
que dirige no sea despedido, y el discurso político será cambiado por
el improperio, como señaló Raquel Olea en su ponencia. En suma, "las
grandes alamedas por donde pase el hombre libre, viva el pueblo, vivan
los trabajadores", queda en "ya pues huevones caminen. Caminemos.
Demos vuelta la página".
Al dar vuelta a la página queda un libro que es
un objeto de consumo, pero también un lector removido, más
autoconciente, desautomatizado en su percepción y con las ilusiones de
su papel y sus papeles, en la sociedad hechas
trizas.
El epígrafe de la novela ilumina la otra
concepción de la Historia que se maneja implícitamente en el texto:
"Algunas veces, por un instante, / la historia debería sentir
compasión / y alertarnos".
Este poema de la emergente escritora argentina
Sandra Cornejo, referido en su origen a una historia amorosa, es la
cifra del interés de Eltit por cruzar lo privado y lo público, por su
hacer de la solidaridad una política, una poética, y alumbra el papel
de la escritura en la novela. Esta se constituye en la otra historia,
la que despierta y alerta, la que sí tiene compasión.
NOTAS
(1) Diamela Eltit: Mano de obra,
Santiago de Chile, 2002. En lo adelante la referencia a las páginas
aparecerá entre paréntesis.
(2) Juan
Andrés Piña: "Diamela Eltit: escritos sobre un cuerpo".
Conversaciones con la narrativa chilena, Santiago de Chile, 1991, p.
242.
(3) Diamela Eltit: Por la patria, Santiago de Chile,
1986.
(4) Diamela Eltit: Los trabajadores de la muerte,
Santiago de Chile, 1998.
(5) La obra plástica de Lotty Rosenfeld
realizada con materiales de construcción que se vuelven una obra de
mano.
(6) Beatriz Sarlo: Una moderidad periférica, Buenos
Aires, 1988.
en
Revista Casa de las Américas, enero- marzo de
2003