GABRIELA EMAR - SAN AGUSTIN
DE TANGO
AYER
(texto escogido)
Los Jerónimos broncinos anunciaron el mediodía.
..... Sentimos hambre.
..... Nos dirigimos al restorán de la Basílica, el
más inmediato, y nos sentamos a la mesa.
..... Mi mujer pidió:
..... Pato
escabechado.
..... Cazuela de
cordero.
..... Prietas con puré.
..... Lúcumas a la crema.
..... Yo pedí:
..... Arrollado de
chancho.
..... Caldillo de
congrio.
..... Cochayuyo con
cebolla.
..... Picarones en
chancaca.
..... Luego ambos coincidimos en
el café.
..... -¿Pagaste?
-preguntó.
..... -Pagué
-respondí.
..... -¿Nos vamos,
entonces?
..... -Nos vamos.
..... Y nos fuimos.
..... Las nubes que hace algunas horas se habían
abierto un tanto para hacer cantar a los cinocéfalos, a mi mujer y a mí;
que luego se habían cerrado para hacernos callar; que después se habían
transparentado para dar una luz clara, aunque tamizada, a la feroz
refriega; que por fin se habían retirado durante el almuerzo para
ayudarnos a englutir nuestro menú al son de dorados rayos; ahora se
habían nuevamente apesantado y oscurecido y destilaban una niebla
confusa que hacía de San Agustín de Tango una urbe inhospitalaria,
pegajosa y azul.
..... Marchábamos
dificultosamente asustándonos con las siluetas de los faroles. ¿A donde
ir? Seguíamos por momentos a algún transeúnte cualquiera hasta que un
autobús o un tranvía ponía, al detenernos, demasiada niebla entre
nosotros y él, y lo perdíamos. Doblábamos después alternativamente a
derecha e izquierda tras algo, tras cualquier cosa. Pero nada. ¿Adónde
ir?
..... Cuando, de pronto, una idea: ir
al taller de nuestro amigo el pintor Rubén de Loa, calle de la
Inmaculada Concepción.
..... Allá nos
encaminamos.
..... El taller de Rubén de
Loa se halla en el segundo patio, piso bajo, de un edificio más bien
sombrío. Su gran ventanal recibe la luz colada por enredaderas de hojas
constantemente movedizas. Las hojas hacen verde la luz. Los cristales
esmerilados hacen acuario el verde.
.....
Allí nos metimos.
..... Rubén de Loa
pintaba. Por lo demás, hace 24 años que Rubén de Loa pinta sin cesar. Al
vernos por encima de su tela, vino hacia nosotros. Nosotros, por
cortesia, avanzamos hacia él. Y los tres ejecutamos movimientos
natatorios, elevándonos suavemente del suelo y volviendo a él al
ralentí.
..... Nos ofreció asiento. El se
sentó ahí; mi mujer aquí; yo al frente, entre ambos. Le dije:
..... -Tu taller es demasiado verde, Rubén de
Loa.
..... -Verdoso- corrigió.
..... -Acuático- subrayó mi esposa.
..... Callamos fumando los tres.
..... Entonces, por entre las volutas de humo, me
puse a examinar al viejo y querido amigo.
..... Su gran cabellera negra se veía, a causa del
reflejo de las enredaderas, como pasto otoñal poco regado. Conservaba
intactas sus facciones de jaguar. Su cutis seguía terso. Cierto que es
joven aún. Tiene 31 años, puesto que hace 24 que pinta y que pinta desde
los 7. Su mirada era en un 90% para adentro. El 10% restante, al
desparramarse, era algo hueco y muy bondadoso. Fumaba pipa como conviene
a un pintor. No estornudaba ni tosía. Sólo cada cuarto de hora
decía:
..... -Vaya, vaya, vaya.
..... A lo que yo respondía:
..... -Sí señor.
..... Y mi mujer:
..... -Así es la cosa.
.....
Al cabo de una hora, Rubén de Loa púsose a mirar a la que es mi
mitad. Lo imité. Veíase ella transparente como un pequeño sepulcro. Su
cabellera castaña -en las calles de San Agustín de Tango- al mezclarse
aquí en lo verdoso, estuvo a punto de producirme náuseas. Mas no así al
viejo y querido amigo que la miraba siempre y la codiciaba.
..... Me puse entonces a mirar mis manos para ver
algo vivo también de mi persona en el taller. Sufrían a su vez la
influencia del ventanal, lo que me indujo a sumirme en la más honda
meditación sobre la muerte.
..... Mi meditación no era cortada
más que, muy de tarde en tarde, por los "Vaya, vaya, vaya" del amigo y
por los "Así es la cosa" de mi mujer. Hasta que volviendo en parte a la
vida, me pregunté:
..... -¿Qué cosa es
así?
..... Pensé que no podía ser otra
cosa más que la pecaminosa codicia de Rubén de Loa. Juzgué entonces
oportuno cambiar de tema. Ataqué directamente el arte de bien pintar,
diciéndole a mi amigo:
..... - Vas por mal
camino, Rubén de Loa. (Al hablar así, ni un instante, ni aún dentro de
mí mismo, me referí a su codicia pecaminosa. Fué una frase sincera y
dirigida directamente a su arte, mejor dicho a la atmósfera en que se
desenvolvía, pues, a decir verdad, nada todavía nos había mostrado de su
obra y la última tela suya que había visto databa de cinco años.
Hablábale, pues, de la atmósfera, quede ello en claro).
..... -Vas por mal camino, Rubén de Loa, pues vives
y laboras en una atmósfera artificial. No puede llevar a buen fin lo que
se haga exclusivamente bajo la influencia del color verde. Si esto, más
que un taller, es el interior de una selva, ¡más aún!, es como nos
imaginamos, sobre todo de niños, el interior de una selva. He pasado
sorprendido toda esta larga hora con el silencio de aquí dentro, pues a
cada momento esperaba oír el canto de los guacamayos, el ladrido de la
comadreja overa y los silbidos del oso hormiguero. ¿Puede hacerse
pintura de este modo?
..... No hay
peligro- respondió Rubén de Loa-. Desde luego, esto no es verde y nada
tiene que ver con la selva. Esto es de un verde grisáceo, mejor dicho de
un gris verdoso y de selva no tiene más allá que el tono del eucalipto
nuevo, verde apenas, apenas. Y este tono, en su ponderación, tiene
tantos derechos a la vida como el bronce de los días asoledos o el
violeta de las tempestades.
.....
-Transijamos, amigo mío- proseguí-. Tu gris verdoso, no puedo aceptarlo.
Transijamos con un verde grisáceo, advirtiéndote que la última palabra
sobre el particular, me la reservo. Pero, en fin, he transigido. ¿Por
qué no transiges tú también un poco?
...
..-¿De qué modo?- me preguntó con indiferencia.
..... -Cortando las hojas de la enredadera que se
transparentan a través del ventanal.
.....
Rubén de Loa lanzó una risa despectiva y me preguntó:
..... -¿Qué te has vuelto loco?
..... Esperó un minuto y luego, con tono
confidencial, nos dijo, mirando alternativamente a mi mujer y a
mí:
..... Yo soy un solitario. No tengo
esposa ni hijos ni parientes ni amigos. No tengo vicios. Si fumo, es por
costumbre, pero no por placer. No voy a los teatros ni a los cines. No
tengo amores ni con mujeres ni con hombres ni con bestias ni con
objetos. Y trabajar me es duro, trabajar me hace sufrir. Así, pues, no
conozco el placer. Exagero. No conozco más que uno solo, uno solo y nada
más. Y éste me lo proporcionan justamente esas hojas transparentes que
tú me pides cortar. Ponte aquí. (Luego a mi mujer). Señora, póngase
usted aquí. (Luego a ambos). Miremos las hojas. Verán ustedes que sus
formas y sus sombras al moverse con la brisa, dejan de ser hojas para
ser variadísimas clases de peces nadando silenciosamente en un vasto y
verde acuario. Vean ustedes cómo pasan, se acercan, se alejan, vuelven,
se pegan a los cristales, giran, desaparecen, reaparecen. Entonces,
siento cómo el agua del acuario se filtra por el ventanal e, inundándolo
todo, me inunda a mí. Y soy a mi vez un pez. Nado muellemente por esta
atmósfera, enredándome en el humo de mi pipa. Es mi único placer.
Olvidan ustedes que yo no soy un homre feliz.
..... -Rubén de Loa- le dije estrechándole
cariñosamente las manos-, te presentamos nuestras excusas. En verdad,
nosotros somos felices, tenemos parientes y amigos, bajo nuestras
sábanas se anidan muchos goces. Mi mujer frecuenta los cines; yo, los
campos deportivos. Rubénde Loa, en nuestro nombre y desde el fondo del
corazón, te pedimos que jamás cortes ni una hoja d aquéllas y te
deleites siempre nadando por los aire de tu taller.
..... El buen amigo nos abrazó entonces enternecido
y, cogiéndonos por las manos, nos hizo ejecutar una lenta, lenta, lenta
pirueta acuática que nos cortó un tanto la respiración y que nos llenó
de placer al sentir cómo nuestros pies volvían a tomar contacto, poco a
poco, con el entablado del taller.
Edicion:2ª, Año: 1998 N° de Páginas: 106
Editorial: LOM Colección: Colección Entre Mares
(La portada del libro lleva un
collage realizado por Juan Emar)