Ediciones Ercilla
Santiago de Chile
1937
C H U C H E Z U M
A
(texto
escogido)
..... Una tarde invernal del año
1932 recibí un telefonazo de Luis Vargas Rosas invitándome a su taller
por la noche. Quería mostrarme su última tela, en aquel momento no
bautizada aún, pero que ahora llamo yo "Chuchezuma" sin saber si tal
nombre concuerda con la opinión de su autor. Por lo demás, hoy la tela
es mía lo que me da ciertos derechos para bautizar a mi antojo. Esto no
es todo: creo que la tela era ya en parte mía antes de ser ejecutada,
sólo que yo no sé pintar y Vargas Rosas sabe y sólo que, al ser
ejecutada no había aun Chuchezuma actuando en mi vida aunque ya todas
las líneas de su destino, como las mías también, se dirigían hacia un
punto inevitable de encuentro.
..... Comí
aquella noche en el pequeño restaurante "Au petit chez soi", bulevar
Pasteur. Después del café me dirigí a la rue Belloni donde habita mi
amigo. Vi sobre los techos bajos del edificio el rectángulo iluminado de
la claraboya de su taller. Muchas tardes y noches de hastío -del hastío
parisiense diferente al de todas las demás ciudades del mundo- he
colocado parte de mi destino, al menos del destino de varias horas que
con el hastío -parisiense- pesa como el destino de varios meses. Su luz
me indica la presencia del amigo, es decir salvar la noche; su sombra,
su ausencia, es decir arrastrarse por las calles con la vaga esperanza
que algo suceda. Ahora brilla. Un amigo, una tela, una copa de coñac y
tabaco.
..... La lógica de mis reacciones
debió haberme hecho no pensar en aquel momento en esa posibilidad de que
algo sucediera ya que la claraboya estaba iluminada. Sin embargo, junto
con ver su luz anaranjada entre cenizas, algo presentí y atravesé la
calle pausadamente para dar tiempo a que mi mente precisara tal
presentimiento. Atravesé. Al hallarme frente a su puerta pasó una mujer.
Silueta fina de andar suelto, rostro oculto por el frío. Pasó rápida. La
seguí.
..... Se encaminaba hacia la rue
Falguière. Cuando llegó a ésta, dobló a su izquierda. Me apresuré
entonces para alcanzarla bajo un farol y verla. La vi. Sonrió. Era ella,
¡Chuchezuma!
..... La tomé del brazo y
empezamos a andar con lentitud. Después de algunas frases triviales la
rogué por décima o vigésima vez. Y esta vez, con cierto estupor de mi
parte, aceptó. Nuestro diálogo fué así:
..... -¿Aceptas?
..... -Si
.....
-¿Cuando?
..... -Ahora mismo. Si no es
ahora mismo, no será nunca.
..... -¿Por
qué?
..... -Una tontería o un
presentimiento, como quieras llamarlo.
..... -Cuenta.
.....
-Salí de casa pensando que algo me sucedería. Casi creo que pensaba que
esta noche o nunca sería de alguien. Apareciste tu. No hay más que
hablar.
..... Todo estupor se fué de mí.
Lo dicho por Chuchezuma me pareció de una lógica fatal. Sólo recordé, en
silencio, el presentimiento mío frente a la claraboya iluminada. Fué
todo. Y aquí creo que conviene decir la biografía de
Chuchezuma.
..... Dice ella que desciende
directamente de Moctezuma. ¿Verdad o no? Tal vez le gusta jugar con la
igualdad de las dos últimas sílabas. Le decimos todos:
..... -Pelo castaño claro, tez blanca, ojos verdes.
No mientas.
..... Ella sonríe y
responde:
..... -A lo largo de mi linaje
han venido a salpicar sobre él muchos hombres rubios del norte, a
salpicar sobre la larga, larga hilera de madre color aceituna y ojos de
noche cálidas. Hasta que nací yo.
.....
-Tú vienes de tus padres nada más.
.....
Mi rostro; mi cuerpo, no. Viene de los olivos y su contacto pondrá en
todo goce muchas nostalgias.
..... Sonríe
siempre.
..... -¿Y qué haces?
..... -Amo México, amo Escandinavia y amo
Francia.
..... -¿Es todo?
..... -Es bastante para una mujer y... a mi
edad.
..... -Ciertamente- contestamos
todos.
..... Tiene diez y siete
años.
..... Esta es la biografía de
Chuchezuma.
..... Seguimos del brazo. Momentos después le propuse un pequeño hotel
de barrio.Me respondió:
..... -No. Vamos a
ir a otro. Yo te llevaré.
..... Que
Chuchezuma supiese de hoteluchos dudosos me alcanzó a inquietar sólo un
instante. Era ello un dato que no entraba en su biografía. Además era
invierno.
..... Seguimos del brazo por la
rue Falguière siempre en dirección a las fortifs. Después de
algunos minutos doblamos a la derecha por una callejuela ignorada por
mí. Sea dicho de paso, yo poco conozco ese barrio. Esta callejuela era
tranquila, casi me atrevería a decir dulce. Luego volvimos a doblar,
esta vez a la izquierda, por un angostísimo impasse. Igual
tranquilidad, igual dulzura. Parecía todo aquello pertenecer a una
ciudad inhabitada. Sin embargo se sabía de un vago calor a través de los
muros apretados. Luego un portón viejo y austero. Entramos por él. Ahora
llevaba yo a Chuchezuma cogida por el talle. Con gran sorpresa vi que
este portón no comunicaba con un patio sino con una serie de nuevas
callejuelas extremadamente angostas y tortuosas. Apenas una que otra
luz. Siempre la dulzura. Arriba, por entre los techos difícilmente
perceptibles, vi una estrella. Es todo respecto al decorado. Mi
sensación: ya formándose de rato atrás cierta voluptuosidad no sólo por
la presencia de Chuchezuma sino por la conformación de las calles y el
tono ligeramente azul de la noche. Luego, después de cruzado el portón,
aumento súbito de esta voluptuosidad. Chuchezuma toma siempre en él una
parte secundaria. Es decir que la parte sexual de la voluptuosidad es
mínima. Su esencia es otra que podría definir: "la irresponsabilidad".
La irreponsabilidad se presentaba del siguiente modo: sentir
profundamente dentro de sí mismo -y al decir dentro me refiero e insisto
en el pecho y la garganta- que puede uno hacer cualquier acto,
especialmente los contrarios a cualquier moral y a cualquier ley, sin
que se produzca sanción alguna ni proveniente de fuera, es decir de los
demás hombres, ni creciendo de la propia conciencia. Es la libertad
total. La libertad, por ejemplo, de penetrar en cualquier casa, violar,
asesinar y la cuenta se saldará fuera, lejos, sin parte de uno. Libertad
mayor aún: la de lanzarse por un balcón, caer y no estropearse, la de
abrirse con una daga el vientre, mirar lo que hay dentro y seguir por la
vida igual; la de extender ambas manos por entre las llamas de los
faroles y, sin experimentar dolor alguno, soñar dulcemente en que uno
puede hacerlo y los demás hombres no. Apreté intensamente el talle de
Chuchezuma.
..... Ejecutar cualquiera de
tales actos habría sido innecesario. La sensación y certeza de su
posibilidad era suficiente para penetrar el cuerpo entero y golpear
pecho y garganta. Tal vez la prolongación de este estado habría llevado
al fin a la necesidad de un acto, por ejemplo: un asesinato o la caída
desde el balcón, un balcón muy alto y, al caer, abrir los brazos,
voltear hacia atrás la cabeza para que mucho aire golpeara pecho y
garganta. Pero por el momento estoy en lo innecesario y en él quedé. Un
hecho ajeno se produjo y todas mis sensaciones cambiaron por otra, por
una: miedo.
..... Se produjo lo siguiente:
súbitamente por entre los pilares de un pequeño portal aparecieron
varios perrillos ladrando con estrépito. Los perrillos mismos, por
cierto, no lograban intimidarme, pues eran del tamaño de un zapato, pero
sus ladridos, me dije, podrían atraer a algún perro grande que nos
acometiera sin piedad. Yo me hallaba totalmente indefenso y aunque, ante
la vista del animal me hubiese puesto a gritar: Au chien, au
chien!! creo que habría podido despedazarme sin más. Chuchezuma me
dijo con cierta malicia:
..... -Por estos
lados no hay perros grandes.
..... Yo no
había pronunciado palabra alguna. Pero Chuchezuma adivina tal como el
amigo de Edgar Poe, Auguste Dupin.
.....
Crei conveniente defenderme:
.....
-Ningún perro, por grande que sea, me atemoriza.
..... Chuchezuma sonrió. Me dijo:
..... -Los perros grandes de noche te evocan, muy
adentro de ti mismo, tan adentro que no logras darte cuenta de ello, te
evocan, lo sé, al lobo-garú. Y al lobo-garú, no me lo niegues, le temes
como al mismo Satanás.