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Bibliografía moliniana por Jorge Teillier,
miembro correspondiente de la ADEM

[En Las Últimas Noticias, Stgo., 29 de mayo de 1977, p. 4]


Cuando escribo "Hipócrita lector" no quiero referirme -por supuesto- a ninguno de mis presuntos e improbables lectores, sino a una hermosa y heroica revista de poesía que al amparo de esa baudeleriana expresión aparece en "Lima, la horrible". En el número 5 de Hipócrita lector leo con
alegría "In Memoríam", poema de Eduardo Molina Ventura, dedicado a Rosamel del Valle. Así, pues, Molina publica pese a todo lo que sostengan sus detractores. Hipócrita lector tiene entre sus directores a Hildebrando Pérez, poeta joven aún, tan admirador de nuestra poesía y de nuestro país del cual es asiduo visitante, que desea que sus biógrafos futuros señalen que nació en Valparaíso y no en la ciudad del Rímac, como sostiene la poca imaginativa inscripción del Registro Civil. Hildebrando epistolarmente ha manifestado su deseo de incorporarse a la ADEM (Asociación de Amigos de Molina) como también lo han hecho, entre otros. Pierre de Place, en París y Jorge Edwards, en Barcelona, con lo cual la recién nacida Asociación ya alcanza extensión internacional.

Corrientemente se sostiene que Molina es un poeta y escritor totalmente inédito y aun en la revista peruana se le denomina "el decano de los poetas inéditos chilenos". En realidad tras la aparente despreocupación moliniana por dar a conocer su obra, ya en 1930 -recuérdese que nuestro poeta contaba 17 años de edad-, Molina daba a conocer en un ensayo aparecido en Gong -órgano literario de Valparaíso dirigido por Oreste Plath- sus opiniones sobre la metáfora renovadora en Huidobro y Neruda. Lanzado al terreno de presentar en sociedad a los autores noveles en 1935 bajo el título de "Hay un llamado", escribe un prólogo a Hombres de máquinas, novela de Laurencio Gallardo, profesor primario que abandonó las aulas por el llamado del mar y no volvió nunca más a nuestra República. Se supone que actualmente reside en Panamá. Otro de sus prologados fue Efraín Barquero, de quien fue "gurú" en los tiempos en que el autor de La compañera era el poeta residente de la ínsula de Lo Gallardo, Molina es el autor de la introducción de El viento de los reinos y de la autobiografía de Barquero Arte de vida. En dos antologías poéticas encontramos el nombre de Molina. La primera Madre España (1937), donde Gerardo Seguel reúne a los poetas que rinden homenaje al pueblo español. Molina Ventura se encuentra allí junto a los Tres grandes de nuestra poesía y lo más granado del Parnaso de la época, desde Ángel Cruchaga y Julio Barrenechea hasta el adolescente Carlos de Rokha. En su poema antologado, nuestro portaliras dice proféticamente que "ha recorrido los peores cafés-cantantes del Viejo Mundo" en circunstancias de que por esa época, según muchos de sus biógrafos, no había llegado más allá de Melipilla. En 1942 la Universidad de Chile cumple su centenario y el aún estudiante Andrés Sabella reúne a los poetas de la universidad en una antología publicada en Hoy, la "revista para la gente que piensa". Molina figura allí con su texto "Narrador sin familia" (dedicado a Braulio Arenas). Por esos años, Molina firmaba como "Diógenes Linterna", aun cuando Enrique Lafourcade señala que en la revista infantil Semanita su rúbrica era la de "Marquesita Pompadour". El anonimato amparó la publicación de La mano ensangrentada, que emocionaba y aterrorizaba a los lectores del folletinesco Don Fausto.

A mi juicio, Molina no es inédito. He escuchado en diversos círculos, capillas y parroquias el deseo de que Molina debe seguir siendo un mito y de que su obra -existente o no- no debe someterse a los rigores de las prensas por el temor de que sus amigos y admiradores sientan una desilusión frente a ella. Confían ya más en el Molina hablado que en el escrito, piensan que la conversación de Molina vale más que muchos libros de muchos autores, como lo estampaban hace treinta años Sabella y Baeza Flores en Multitud. Invito a los amigos del poeta a leer su obra edita para empezar a disipar esos temores.

Nos gustaría ver en los escaparates las obras molinianas. Por ejemplo, una reedición de la novela El fondo del vino, sobre la cual Luis Oyarzún hiciera un agudo análisis en Pro Arte y la cual ni siquiera hemos hallado en el catálogo de la Biblioteca Nacional. O -a no ser que Eduardo siga manteniendo que "la novela es la poesía de los tontos"- su obra El gran taimado, que alcanzaba ya en 1950 las 700 páginas. O en sus ensayos sobre Bachelard o su goethiano Viaje a Italia, algunas de cuyas páginas hemos escuchado leer al propio poeta. O su colección de poemas Órficas, donde planea el espíritu de Rilke. Y un último dato, en el "Otoño de las dunas", de Lo Gallardo, el vate en estos momentos termina "Los días de nuestros años", sus memorias, las cuales -según sus propias palabras- "les sacarán roncha a todos los pilintrucos de las letras chilenas".

 

 


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Eduardo Molina Ventura: Bibliografía moliniana por Jorge Teillier, miembro correspondiente de la ADEM.
por Jorge Teillier,
en Las Últimas Noticias,
Santiago 29 de mayo de 1977.