Abyecta de Elizabeth Neira (1973) pertenece a una rara
clase de libros de poesía: aquellos que se leen rápido
y no entusiasman demasiado, pero que sin embargo, querámoslo
o no, soportan al menos
una lectura de conclusión atractiva. Abyecta no se disfruta
(en el sentido clásico que la teoría del arte otorga
al placer estético), pero deja sonando una cuerda de tono militante
que, más allá de la literatura, convoca una reflexión
de nivel discursivo.
Con un estilo narrativo y un lenguaje coloquial, en extremo antilírico,
Abyecta ofrece en su superficie un terreno llano y sin mucha
experimentación formal. No obstante, concluida su lectura es
imposible negar la incomodidad que produce cierto gesto transgresor
de calculada provocación y de majadera presencia en estos poemas.
Ese gesto se articula simultáneamente en dos niveles. Primero,
a nivel del lenguaje: para decirlo con elegancia, Abyecta recoge
el habla vulgar, mezcla de hipérbole y garabato, propia del
imaginario sexual más genitalizado. Y segundo, a nivel del
contenido: subvierte la relación de género otorgando
al papel de lo femenino un perfil agresivo, libertino y jactancioso.
Basten un par de citas: "Esta noche tengo la concha hirviendo./
Podría freír un huevo en ella./ Podría hasta
hornear una pizza./ Pero prefiero hundir mis dedos/ siempre diligentes"
(Los poetas y el reciclaje); "Me he acostado con tu padre,
tu hermano y tu/ hijo, por no nombrar a tu tío y a todos tus
amigos" (Abyecta)
Abyecta dialoga con el desenfado beat y con una versión
exageradamente procaz de la antipoesía parriana. El lugar de
enunciación es un cuerpo femenino sujeto y agente de violencia,
impúdico y desinhibido, que hace de la palabra destemplada
su principal argumento. El libro se lee con una rapidez monótona:
no hay más sorpresas que las que puede otorgar un palabrerío
de baño público que azota hasta el cansancio los significantes
populares de la sexualidad.
Acusados los ingredientes, Abyecta parece funcionar mejor
como discurso de resistencia ideológica que como propuesta
poética. No resulta extraño, entonces, que el texto
devenga como objeto tremendamente atractivo para un análisis
desde la perspectiva de género, y no es casualidad que Diamela
Eltit lo prologue, revelando con especial concentración a "un
sujeto femenino que emprende una abierta batalla lingüística,
una carcajada política, parapetada justo en los confines más
censurados por los discursos oficiales". Y es que no podía
ser de otra forma, es la condición marginal de la coprolalia
que sustancia el lenguaje de Abyecta y la particular resemantización
de lo femenino, los elementos que –evaluados desde el lugar en que
se sitúa Eltit– llaman la atención. El ejercicio teórico
tiene aquí un terreno claro de predefinición: saca provecho
de un libro de poesía que funciona bien como texto de resistencia
militante, y copa de paso el horizonte de lecturas. Y no es pecado,
ese y no otro es el quid del libro. Eltit escribe un prólogo
inobjetable en este sentido, abriendo y cerrando la lectura política
que Abyecta porta y supone.
Puesta la observación en otro ángulo, Abyecta
pierde en originalidad. Ni el pretendido antilirismo (que en este
caso no abandona los giros metafóricos, aunque éstos
resulten de una naturaleza híbrida muy singular: "En la
cartera de charol negro llevaba la muerte /comprimida en un zip"),
ni la mecánica de la provocación como fin en sí
mismo, son hoy garantías de originalidad en literatura. La
provocación deviene fácilmente en un remedo radicalizado
de estéticas probadas; los antecedentes de Abyecta emergen
a la luz de la literatura chilena de las últimas dos décadas:
el tratamiento del cuerpo en la narrativa de la misma Diamela Eltit,
el femenino furioso de la poesía de Malú Urriola, el
habla callejera de Redolés. Abyecta es la suma de todos
éstos, con uno que otro aderezo puesto ahí en función
de la lengua suelta con que está escrito.