CRÓNICA URBANA DE CORTE
ABSURDO DESDE UN AUTOBÚS EN MOVIMIENTO
Por José Luis
Enciso
... Detiene sus pasos antes de
cruzar la calle y mira hacia ambos lados de la avenida. El viento
revuelve su cabello con terquedad. La mañana es fría, húmeda y también
un poco nublada, digamos un tanto más gris de lo normal.
... Sueño que despierto del sueño
y que escurre por mis piernas una sombra; repta, tibia y silente; se
disuelve al caer la luz matinal que ensaya un escrutinio minucioso en
cada pliegue de mis sábanas. Mi boca está semiabierta, seca, con esa
sensación infaltable que se anida en los labios cuando han besado con
intensidad por un tiempo prolongado. Intento reconocerme. Soy sin duda
otro ángel que acaba de caer.
... Cruza hacia el otro lado, corre sorteando la continua
circulación de autos con cláxones injuriosos, hasta que logra llegar a
un montón de tierra, referencia única de división entre los sentidos
sur y norte de la avenida Progreso. Sus zapatos chapalean entre los
charcos testigos de la visita nocturna de la lluvia y él, saltando
entre piedras, agua y lodo, mira con insistencia su
reloj.
... Hago el recuento de mí
aún tirado en la cama; cada una de mis partes está en su lugar. Cuelgo
mis alas del perchero y esparzo con mi aliento mis ansias de pecar.
Abro las cortinas y miro por la ventana. A través del cristal, tus
pupilas como dos gotas de asfalto que de pronto lo inundan todo, me
invitan a vagar. Me asalta entonces el impulso de recorrerte sin
dirección definida y destino a ninguna parte, con prisa por andar a
pasos de una prosa que más tarde quizá vendrá. Aún no comienzo pero ya
no puedo detenerme, como si una fuerza invisible y poderosa rompiera
la continuidad lógica del tiempo en este universo denso y
convencional. Así es como quiero recorrerte, pues creo conocer a la
perfección todos tus caminos; creo haberlos andado y desandado un
millón de veces, aspirando y hundiéndome en éste tu aroma de humo que
hoy inhalo.
... Va a una
entrevista de empleo y se angustia, pues toda primera impresión cuenta
demasiado en estas situaciones. No puede presentarse así, con los
zapatos sucios ni con el traje salpicado por las gotas de agua que
para cuando llegue serán ya manchas lodosas, aunque por otro lado, no
puede hacer nada más, sólo aguantarse; tampoco debe perder más tiempo
o llegará retrasado. En fin, eso le pasa por vivir en estos lugares,
siempre padeciendo inundaciones en épocas de lluvias; siempre llegando
tarde a sus antiguos empleos por la nula fluidez vial de estas
avenidas periféricas entre los suburbios y el resto de la
ciudad.
... Avanzo, retrocedo y
tu cuerpo se dilata en mis ojos. Mis tímpanos se han helado,
percibiendo primero el barullo en aumento de tus ecos y luego, la
claridad de tu voz franca que a veces gime y a veces grita. Escucho mi
resuello, tus jadeos y algunas palabras trashumantes que se cuelan por
debajo de la puerta y luego bajo tu falda, mientras te recorro sin
detenerme, aunque sólo sea con la mirada.
... Cruza la otra parte de la avenida, la de
norte a sur, con suma facilidad, pues de este lado el tráfico está
varado entre el desquiciante barullo de cláxones. Mira las franjas
verdes y rojas de los autobuses que van hacia el eje 92 sur. Luego de
intentar dos veces (sin éxito) subir a uno de esos armatostes, percibe
no sin sorpresa, la llegada de un autobús semi vacío que en menos de
tres minutos queda lleno a reventar. Él, por fortuna, pudo alcanzar un
asiento; eso exime a sus zapatos de llegar, además de enlodados, con
marcas de tacones y huellas de suelas ajenas.
... Mis ojos taconean por tus baches y tus
charcos; te miro desde mi cama a través del vidrio de la ventana;
martillo a taconazos visuales el eco sugerido de tu nombre, aún por
inventar.
... Estando en el
autobús, ya sentado, mira con soberbia a todos los que apenas suben
entre empellones, maldiciendo al de adelante por haberles ganado un
poco de espacio y arriscando la nariz por el mal aliento de quien va
al lado. Cree tener buena suerte, pues ha conseguido un asiento,
aunque él hubiera preferido el lugar inmediato a la ventanilla; ni
modo, peor sería viajar parado entre esa masa compacta de hedores con
pies y manos.
... Ve a través de la
ventana el cielo cargado, con ganas de volver a llover. Ahora sólo
espera que el tráfico se disuelva; vuelve a mirar su reloj y la
angustia amenaza con asaltarlo.
...
Escucha el chirrido de un teléfono celular que suena de forma
insistente; nadie lo contesta y la llamada se pierde; con seguridad,
el dueño del artefacto está atascado entre los demás pasajeros sin
poder moverse. Ese episodio lo hace pensar que la tecnología aún no
soluciona tanto como parece y decide que nada gana con pensar esas
tonterías; aunque si tan sólo alguien inventara un medio de transporte
distinto, un medio de locomoción más personalizado, menos incómodo y
tan barato como el aire mismo, todo sería distinto para él, se dice
como intentando consolarse; si tan sólo pudiese tele-transportarse a
través del pensamiento, o del simple deseo de hacerlo, sería feliz; no
duda que eso bastaría para arreglar muchos problemas y para evitar
tantas molestias, como las causadas por los hombres que mira, a través
del cristal verdoso de la ventanilla: ve cómo trabajan en las obras de
una nueva línea del Metro. Parecen eternas, murmura, y su ánimo se
optimiza al imaginar que cuando las terminen ya no viajará más en
estos autobuses con olores chocantes que le revuelven el estómago y
que lo ponen pálido y mareado, síntomas inequívocos de un vómito
seguro.
... Del bolsillo izquierdo de su
saco, extrae un librito que carga por una falsa alcurnia intelectual y
no por reales aficiones literarias; comienza a agitarlo frente a su
cara e intenta hacer un poco de aire para escapar de su bochorno. Mira
la cubierta borroneada del empastado y observa el título. Lee: "Ciudad
Aurora" y sigue leyendo:
...
"Sueño que despierto del sueño y que escurre por mis piernas una
sombra..."
... Intenta
abstraerse en su lectura, pero el chirrido del teléfono celular que
antes ya había escuchado, vuelve a sonar con terquedad y le niega la
concentración; cierra su libro, se molesta, levanta la mirada y ve de
pronto dos manos que jalan afanosamente la manija rota de la
ventanilla para abrirla. Mira al pasajero de al lado empeñarse en
recibir un poco de aire externo, pero el marco de la ventana está
atorado. Debe estar loco, con el frío que hace allá afuera, se dice
para sí, a la vez que atrapa a su atención la palidez del hombre, lo
lánguido de su rostro, su cabeza tambaleante, su frente aperlada y
recuerda ¡mierda!, que esos son síntomas inequívocos de un vómito
seguro.
... Sucumbe ante un débil
malestar primero y termina siendo presa de un pánico silente que
también lo hace sudar. "¡Y el tráfico no avanza!", se angustia.
Intenta improvisar un rezo surgido más de la desesperación que de su
vilipendiada fe. La vida entera le cruza por su mente y de pronto lo
perturba una visión aterradora. Imagina una basca mal oliente,
viscosa, y amarillenta, recorriéndole el cuerpo, con trozos de comida
aún sin digerir que imagina esparcidos por sus pantalones y por su
saco, impregnados de un desagradable aroma a brandy, pues el tipo de
al lado debe haber injerido grandes cantidades de alcohol la noche
anterior para cargarse esa resaca con vestigios procaces de una gran
borrachera.
... Y ante panorama tan
inicuo, se vislumbra acabado, sin empleo, sin ese nuevo trabajo tan
esperado el cual teme perder aún antes de tenerlo; día a día, siente
cómo la juventud se le escapa sigilosa entre las suelas del tiempo; él
ya no es un niño y las buenas oportunidades de trabajo en la ciudad,
no proliferan en igual número que los vendedores ambulantes, quienes
sí se multiplican como plagas bíblicas.
... Siente un tirón de pelos cuando el ebrio se
reclina sobre su lado izquierdo por el efecto de una curva. ¿Una
curva? ¡Dios!, se da cuenta entonces de que el autobús lleva más de 40
minutos de camino; la zona de tráfico ha quedado muy atrás.
... Todavía no llega la prosa,
la sigo esperando. Mientras, decido nombrarte sin limitantes ni tercas
acotaciones. Es entonces cuando te invento con una sola palabra que
designa tus formas de mujer, de ciudad, de tiempo y de espacio tan
efímeros como eternos; te descubro permanente, cíclica y necesaria,
vital y mortal. Digo tu nombre: Aurora, y entro.
... Como despertando de un mal sueño, se deshace
de las visiones aterradoras y percibe que está a punto de llegar al
sitio de su bajada. Se levanta con dificultad por la obstrucción de un
gordo que viaja de pie a su lado, y echa un último vistazo a su
ocasional verdugo. Lo mira intentar de nuevo, aunque de forma más
empeñosa, abrir la ventanilla para tomar un poco de aire exterior. Se
conduele y siente pena sincera por los demás pasajeros, pues piensa
que un grosero vómito ajeno sobre las ropas puede acabar con las
aspiraciones de un mejor futuro para cualquiera; él sabe que esa
ventanilla chueca y estrellada, no podrá abrirse en caso de
emergencia.
... Con codazos y reclamos,
se abre paso entre los demás pasajeros, se encamina a la puerta de
bajada, toca el timbre, el autobús se detiene y él, libre al fin,
bendice al aire matinal que araña su rostro.
... Tu entraña me recibe con un frío desmañanado
restregándose en mi cara. Comienzo a vagar por tus callejones trazados
sin dirección entre tus pies y tu cabeza; entre el día y la noche;
entre ese orden y su viceversa, siempre con la impresión de haber
hecho lo mismo tan sólo unos momentos antes, como en sueños.
... Ya abajo, espera en la
acera a que el autobús avance, pues él debe cruzar la calle. Mira
hacia arriba y advierte las manos del ebrio a través de la ventanilla,
aún tratando de abrirla. Busca rodear al autobús para atravesar más
rápido la avenida y, de pronto, el camión reinicia su ensordecedor
andar acompañado del ruido desgarra tímpanos de una arcada que
estremece a la ciudad entera, mientras una plasta viscosa, pestilente
y vaporosa, choca con su rostro y resbala por su cuello, por su camisa
y sus hombros, dejando en su piel tibios fragmentos de comida aún sin
digerir, con un inconfundible olor a brandy impregnándose en sus
ropas. Se queda petrificado mientras ve perderse entre los demás autos
las franjas rojas y verdes de ese autobús maldito, y como encarnando
una moraleja de alguna fábula absurda, sólo atina en aceptar que hasta
la ventana menos pensada siempre se puede abrir.
***
ESPECTROSCOPIA
PERIODÍSTICA CON CIERTO DALTONISMO*
Por José Luis Enciso
A Humberto Rivas
A
Jagger, mi perro
...
Llegué a casa 15 minutos después del marrón, color destinado a mis
regresos. Al querer entrar, encontré el pestillo de la puerta bien
corrido y decidí saltar la malla de la verja entre maldiciones grises.
Me pareció extraño; yo estaba aún en la calle, una calle muy ocre, y
en mi casa no había nadie además de Oris mi perro, por lo que no pude
explicarme en ese instante cómo se había asegurado la puerta.
... Mientras subía por la reja vi un trozo de
algodón negro pendiente de un alambre en la malla, como si alguien
hubiera dejado un banderín para testificar con orgullo que se había
atorado al cruzar también por ahí. Estiré un brazo para sujetarme
mejor de la argamasa y un detalle atrapó mi atención: a mi camisa le
faltaba un pedazo de tela, tal vez el mismo del banderín.
... No di importancia a ese hecho, me apuraba que
los vecinos, siempre tan guindas, o los vigilantes en rondín, fueran a
verme trepando y me confundieran con un ladrón muy azul. Ja, un ladrón
muy azul robándose a sí mismo; si todo lo mío es mío ¿qué habría yo de
robarme? En todo caso no habría cambio alguno de dueño y por tanto,
tampoco delito que castigar.
... Imaginé
los titulares de algunos noticiarios amarillos gritando: "Hampa sin
límites. Un hombre presuntamente muy azul fue sorprendido por la
policía mientras intentaba robarse a sí mismo." La situación me
pareció rosada. En fin, estando arriba de la malla no tenía tiempo
para pensar esas cosas tan rojas; di un salto y caí sobre las baldosas
del jardín. Desde el suelo confirmé que el pestillo estaba bien
corrido.
... Mientras me levantaba,
busqué en mis bolsillos la llave para cerrar el candado de la reja,
pero éste también estaba ya asegurado. Ante tal situación violeta,
decidí darme una vuelta por detrás de la casa.
Al avanzar por el
patio hacia la cocina no vi la iluminación del candil que siempre dejo
encendido por las mañanas cuando parto hacia la fábrica; de esa forma,
cuando regreso por la noche, puedo andar sin tropiezos hacia la
entrada del vestíbulo, entre las sombras de los árboles que obstruyen
la luz del farol de la calle.
... Miré
hacia el cuarto de arriba y ya estaba iluminado; alguien había
encendido ya el fanal del techo. La puerta de la cocina estaba
abierta, atrancada con un bastón de pino tallado hace años por la
destreza artesanal de mi abuelo; yo siempre la atoro así para dejarla
abierta durante las noches verdes, sobre todo por el calor que las
envuelve, pero en esa ocasión, al marcharme por la mañana, me aseguré
de cerrarla muy bien.
... Entré a la
cocina y la vi parda e intacta, al menos en apariencia; nada parecía
distinto, excepto la sospechosa ausencia de Oris. Él se queda dormido
con facilidad, es un perro viejo pero agradecido, digamos muy
anaranjado y noble, capaz de anteponer su vida por salvar a su dueño
ante cualquier situación aguamar. Pensando en su avanzada edad
disculpé de inmediato tal descuido.
...
Busqué el jarrón blanco que siempre lleno con leche para luego tomarla
mientras miro los noticiarios, y no hallé jarrón alguno, ni siquiera
el trozo de pan mordido que recordaba haber guardado en la gaveta de
las cucharas la noche anterior. Un rumor de voces venía de los cuartos
de arriba y provocó un erizamiento total de mi piel. Me sobresalté en
extremo. Tomé un cuchillo del desayunador y decidí subir.
... Al cruzar la sala comencé a sentir un
nerviosismo muy turquesa que corría por mi cuerpo; tal sensación me
azoraba más a cada uno de mis pasos; estaba convencido de que alguien
se había metido a robar.
... Subí la
escalera intentando callar un poco los latidos agitados de mi corazón.
La madera de los escalones comenzó a crujir con mi peso y supe que
algo andaba mal cuando Oris no llegó hasta mí como lo hacía siempre,
pues un mínimo ruido al subir bastaba para que se acercara a juguetear
conmigo.
... A través de la puerta de
mi recámara, vi a mi perro echado sobre el tapete de lana reservado
para su compañía mientras veo los noticiarios, antes de dormir. El
televisor estaba encendido, de ahí provenían las voces. Sobre una
mesita plegable pude ver el jarrón blanco y a su lado un vaso con
leche a medio llenar, rodeado por algunas moronas. Alguien tenía
puestas mis pantuflas, también mi bata de felpa y estaba sentado en mi
viejo sillón de palma.
... Me acerqué
un poco más, Oris se alertó y comenzó a gruñir. El tipo tornasol que
tenía mi bata se incorporó de inmediato, sobresaltado; no pude fijarme
bien en su rostro porque al verme con el cuchillo le ordenó al animal
que me atacara. Yo no quise averiguar nada más; intenté echarme sobre
el intruso, pero Oris comenzó a morderme y me derribó; desgarraba mis
brazos, me mordía la espalda, las piernas y las manos; estaba
convertido en una bestia rencorosa atacándome sin piedad, como si yo
fuese un extraño escarlata o como si él fuera otro Oris.
... Como pude, le encajé el cuchillo varias veces
para defenderme de sus colmillos y sólo herido dejó de morderme. Mi
brazo derecho quedó destrozado y me dolía todo el cuerpo, pero un
dolor más intenso y bermellón se me encajó cuando vi a Oris tirado,
moribundo, sin dejar de mirarme. Me teñí del color de la rabia y
reptando sobre el odio me arrastré hasta el maldito usurpador, quien
desprevenido, llamaba a la policía por teléfono. Le hundí el cuchillo
con todas mis fuerzas, no sé, intuyo que a la altura del estómago,
justo aquí, en donde me ha quedado esta gran cicatriz.
... Ahora estoy postrado y a merced de las
noticias que escucha en la radio una enfermera añil; una nota en
particular, habla de un hombre púrpura que mató a su perro anaranjado
cuando éste defendía a su amo de un suicidio muy café.
... La noticia atribuye el móvil a un auto robo,
quizá dorado, pues el dorado es un color cuyo destino está unido de
manera irremediable a la codicia. Lo más extraño de todo resulta la
imprecisión de la noticia amarilla; menciona mi nombre y mis
apellidos; afirma además que soy yo ese hombre púrpura; y en realidad
no lo soy. Yo soy un hombre sin ningún color y sólo quise defenderme
de aquel intruso, eso es todo; jamás intenté matarme y menos de forma
tan morada; ¿por qué habría de hacerlo?
* El pretendido carácter objetivo de las
espectroscopias periodísticas impide medir, a menudo, el nivel
infrarrojo de la información, pues como fue dado a conocer por
Herschel en 1800, las radiaciones infrarrojas son invisibles. Si
además se acepta que esas espectroscopias se basan en lecturas de
hechos producidos en un mundo real-espectral, y que están compuestas
en su mayoría por situaciones generadas no en los colores primarios,
secundarios o terciarios, sino en las radiaciones infrarrojas
imperceptibles a la visión, entonces podemos decir que dichas
"espectroscopias de carácter noticioso", en realidad no lo son. Su
valor radica sólo en relatar la existencia del suceso, no en su
explicación; deben valorarse entonces como simples espectrogramas y no
como espectroscopias reales. Si la luz (la visible) permite observar
el universo con el ojo humano por medio de extensiones como el
telescopio, los infrarrojos, debidamente captados por receptores
sensibles a ellos, aportarán una visión distinta del cosmos, revelando
detalles que con seguridad ayudarán a comprenderlo mejor. Por otro
lado, resultaría no sólo soberbio, sino hasta necio sostener que es en
el espectroscopio y no en el espectrólogo, en donde se encuentra el
impedimento central para hallar las repercusiones reales de los
infrarrojos; además, hasta hoy no se ha demostrado la existencia de un
solo espectroscopio daltónico.
***
Micro resumen biográfico de José Luis
Enciso
..... El autor nació en 1976. Es
mexicano. Ha publicado cuentos en los periódicos Siglo XXI y Excélsior
de la Ciudad de México. Obtuvo Mención de Honor por el relato "Retrato
del Diablo" en el Tercer Concurso Nacional Interuniversitario de
Cuento "Casa del Lago". En julio de 2000, participó en el encuentro de
jóvenes escritores "Narrativa Emergente", organizado por el Instituto
de Cultura de la Ciudad de México. Fue finalista en el certamen
internacional de relato breve Valle de Punilla (Argentina) con el
cuento "Indiferencia".
..... Es autor
del volumen "Freud en la nota roja" y actualmente colabora como
reseñista en el Fondo de Cultura Económica. Prepara además el volumen
de relatos "Los condenaditos".