Reedición de "En blanco y negro"
A propósito
de Elisa Serrana
Por
José Promis
Revista de Libros de
El Mercurio, Viernes 22 de Abril de 2005.
A partir de su obra, la imagen
literaria de la mujer acomodada cambió radicalmente
A fines de la década de 1950 se declaró en los periódicos
de Santiago una enconada polémica acerca del estado "moral"
y "literario" que exhibían los relatos de un grupo
de narradores jóvenes (en esos años), a quienes se los
identificaba con el nombre de "Generación del 50".
Cuando la observo desde la perspectiva de casi medio siglo transcurrido,
me convenzo de que fue la última gran polémica sobre
la literatura chilena. Después no se ha vuelto a desarrollar
otra discusión semejante que haya logrado acaparar el interés
público que se produjo en 1959. En ese entonces no
había televisión en Chile ni nadie se imaginaba que
algún día existiría toda la innumerable parafernalia
digital sin la cual no podemos sobrevivir hoy, y el internet era a
lo sumo asunto de la más desaforada fantasía en algunas
novelas de ficción científica. Pero sería injusto
suponer que la resonancia que tuvieron esas discusiones se debió
a que hace cinco decenios sólo podíamos entretenernos
con el cine, el fútbol o leyendo novelas. La razón era
más profunda: la polémica de 1959 fue la primera manifestación
pública del conflicto que se produce cada vez que las instituciones
se ven amenazadas por la duda y el escepticismo de quienes ya no creen
en ellas.
Los narradores que a mediados del siglo pasado despertaron las censuras,
algunas bastante furibundas, de algunos críticos tradicionales,
fueron los primeros en introducir en nuestra novela el recelo hacia
los modelos heredados de la realidad y, consecuentemente, la duda
ante las posibilidades técnicas con que hasta ese momento se
la había interpretado literariamente. Desconfiaban tanto de
las representaciones "criollistas" de nuestra realidad como
de su acomodamiento a rígidos esquemas ideológicos.
Su desacuerdo también afectaba al tipo de discurso, analíticamente
lineal, que exhibía la mayor parte de la novela chilena. En
otras palabras fueron lo que hoy llamaríamos nuestros primeros
narradores "posmodernos", porque dudaron de la efectividad
de los grandes "metarrelatos" que legalizaban el modo en
que hasta ese momento contemplábamos filosófica, literaria
y visceralmente la realidad.
Elisa Serrana hizo lo mismo en sus novelas, que comenzó
a publicar inmediatamente después que se habían apagado
los ecos de la polémica de 1959: dudó de la tradición,
alteró sus paradigmas y propuso nuevas verdades, pero lo hizo
con una maestría narrativa tal que los principales críticos
de esos años destacaron por lo general su interés hacia
el delicado análisis de la psicología femenina y las
innovaciones estilísticas de sus relatos, sin percatarse, al
parecer, de los verdaderos propósitos denunciativos, cuestionadores
y desacralizadores que los justificaban. Con la excepción de
A cuál de ellas quiere usted, mandandirumdirunda, publicada
en 1985, el resto de sus novelas marcaron el desarrollo de la década
de 1960: Las tres caras de un sello (1960), Chilena, casada,
sin profesión (1962), Una (1964) y En blanco
y negro (1968; Plaza & Janes, Santiago, 2004). Pero en su
conjunto estas cinco novelas marcaron algo más: el desarrollo
de un sostenido proyecto literario que pretendía horadar sistemáticamente
el prestigio y la inmovilidad de los discursos patriarcales con que
hasta entonces había sido representada la sociedad acomodada
chilena y la condición de la mujer en particular.
Todas las novelas de Elisa Serrana se enfocan sobre el tipo de mujer
que contemplado desde una mirada masculina sería definido como
ejemplo tradicional de opulencia, bienestar social y felicidad sentimental.
Sus protagonistas provienen de la clase terrateniente acomodada o
de una clase media cosmopolita y económicamente exitosa. Elisa
Serrana contempla sus conductas a medida que se desenvuelven dentro
de los espacios propios de la clase a que pertenecen, no siempre capaces
de avizorar los espacios antagónicos o contradictorios que
las rodean o que descubren sólo en la medida en que afectan
ciertas situaciones conflictivas por las que ellas atraviesan. Sin
embargo, la gran renovación que llevan a efecto las novelas
de Elisa Serrana es abandonar la mirada masculina con que tradicionalmente
se había contemplado a estas mujeres, para observarlas desde
la perspectiva de otra mujer, proveniente del mismo espacio que sus
personajes y que conoce, por ende, verdades que la mirada masculina
nunca ha sido capaz de percibir o que se ha obstinado en ignorar.
Desde la nueva perspectiva, la imagen literaria del mundo social de
la mujer acomodada cambia radicalmente. La solidez que la mirada masculina
otorga a la imagen de la familia, por ejemplo, descubre en las novelas
de Elisa Serrana su radical fragilidad. Sus relatos sacan a la luz
el carácter incompleto y precario de la estructura familiar
patriarcal. Las familias de Elisa Serrana son sociedades incompletas,
donde el padre o la madre pueden estar ausentes o no ser mencionados,
y donde los hijos deben batirse con sus propias fuerzas. Asimismo,
Elisa Serrana representa la institución del matrimonio como
el campo de encuentro entre dos voluntades más que como el
espacio de unión y entendimiento que ve en él la mirada
patriarcal. Al dar vuelta las cosas, sus novelas iluminan la verdadera
posición de la mujer: seres marginales adornados con el oropel
de una mentida centralidad.
Para comunicar sus nuevas verdades, Elisa Serrana reemplazó
el relato tradicional por el discurso polifónico, o ensayó
la narración desde perspectivas usuahnente desdeñadas
por el racionalismo, como, por ejemplo, el punto de vista de la ceguera
que privilegia En blanco y negro. Logró proponer asila
imagen alternativa y auténtica de la mujer de nuestra época,
cuya presencia era denunciada por su mismo silenciamiento; imagen
que la crítica de los años sesenta no descubrió
o rehusó mencionar, pero que en nuestros días recupera
indudable actualidad con la reedición de su novela En blanco
y negro.