Bienvenidos al club de
la pelea
.
por Patricia
Espinosa*
en Libros & Lectores
Nº2 Abril - Junio de 2003
La pregunta por el
estado de la crítica en Chile resulta cada vez más inoficiosa, pero no
por lo mismo inevitable de
reiterar de cuando en cuando en este pequeño mundillo literario
conformado, en su mayoría, por individuos que apestan a resentimiento
y que solo quieren oír-leer que son geniales, mientras despotrican
contra sus pares acusándolos de gays o alcohólicos. En tal ambiente no
existe el mínimo interés por entrar en diálogo intelectual, en debatir
o contrastar perspectivas. Solo queda el silencio y el pelambre bajo,
soterrado. Los escritores quieren ser, ni más ni menos, los
protagonistas de la fama, eternamente prosternados ante la pantalla
mercurial. Aun así, es necesario reiterar algo que ya suena a simple
slogan: si no existiera la crítica todo parecería normal; la crítica
es el quiebre necesario en el flujo aparentemente lógico que existe
entre productor y consumidor. Ni a las editoriales ni a los escritores
les conviene leer cuestionamientos a sus productos; es por ello que se
rechaza el rol de una crítica seria, analítica, desligada de
impresionismo y relaciones "humanas" con los autores o influyentes
editores. Por lo general, se premedita la acción de un "mandado", que
bien puede hasta no darse cuenta de que es utilizado. Es decir, el
comentario literario se realiza por encargo o, por último, bajo el
signo de una complicidad que pueda agradar a algún influyente. Se
trata, en definitiva, de la moda del comentario literario que rechaza
cualquier presupuesto teórico o diálogo con discursos críticos que
crucen el ambiente social e ideológico del país. Estamos nuevamente
cuasi entregados al impresionismo de más viejo cuño y a la condena
más histérica de todo lo que no sea 'puramente' literario,
'genuinamente' estético. Los corruptos resultan ser siempre los más
conservadores, siempre dispuestos a levantar las viejas banderas de la
autonomía de la obra literaria, para ocultar la basura de una crítica
llena de compromisos ominosos, donde lo único que se salva es el
estatus del crítico.
Pero observemos como está el campo crítico
en la actualidad. Si hablamos de crítica hay que hacer la distinción
entre académica y mediática. La primera, amurallada en la academia y
aggiornada por los estudios culturales. Sobre la segunda,
habría que decir que aún respira, acosada por los lineamientos de
mercado derechistas que hegemonizan hoy a los consorcios
periodísticos. También, pisoteada por los señores y señoras que
ganaron status de críticos en dictadura y que hoy solo viven de tales
rentas, quienes se cuidan vociferando, como supongo que lo harán en
esta misma publicación con la boca espumeante, que en este paisito no
hay crítica, que todo pasado fue mejor y dale que dale. El
cassette sobre la degradación actual ya lo sabemos demasiado bien.
Sin embargo, creo que resulta fácil señalar lacras sin asumir el
hacer, sin dar pequeñas peleas aunque sea desde medios de circulación
restringida, único lugar posible en términos de independencia crítica
hoy en día. La crítica universitaria subsiste y subsistirá ligada a la
teoría estructuralista o rizomática o post-rizomática o neo o trans,
da lo mismo. El acopio de investigación para beneficio de la propia
comunidad académica no me parece despreciable. Lo que sí resulta cada
vez más necesario es que paralelamente aquellas cabezas pensantes se
den tiempo para intervenir en discusiones en torno a temas políticos,
sociales, mediáticos. Se hace cada vez más urgente escuchar opiniones
inteligentes sobre la postura del gobierno en torno a la guerra, el
nuevo enjuiciamiento a Contreras, los reality shows, la cruzada
homofóbica que pretende encabezar el neo fascista Villegas o los
mensajes políticos de Los Prisioneros. En términos críticos estamos
apenas en pañales respecto al cruce de discursos. Hay poco riesgo
analítico y escasas ganas de opinar sobre lo contingente en nuestros
ilustrados académicos. La crítica en medios, por su parte, existe en
una situación mucho más conflictiva y en continuo riesgo de
desaparición. Los pocos críticos, ya que cunden los mediadores
literarios, han adoptado firmemente la autocensura que rige al
periodismo nacional desde la era Pinochet. Las miradas en torno a lo
literario tienden a lo políticamente correcto -desideologizados en
apariencias ya que así se conserva la pega- y además proclives a la
literatura anglo. Quienes intentaron dedicarse a la crítica durante la
vuelta democrática tuvieron como sino el que nadie apostara por ellos.
El desencanto generalizado se adhirió rápidamente a las expectativas
de renovación crítica.
A pesar de esto, creo que sería injusto
afirmar que seguimos en el mismo estado que hace dos años. En varios
artículos he señalado que el campo crítico se hallaba configurado por
el segmento académico y el de los medios de prensa masivos, ambos en
estado de total fosilización. Ahora, hay que señalar que numéricamente
se ha incrementado el espectro de figuras críticas. En medios masivos,
parece que la crítica —a pesar todavía de sus obvias deficiencias
teóricas- se está renovando, incluso más que la propia literatura. Ha
emergido un pequeño grupo de críticos. Todos con formación
universitaria, ligados al periodismo o la literatura; algunos ofician
además como narradores o poetas y han vuelto a reencarnarse
paulatinamente con la literatura chilena. ¿Desde hace cuánto que no
sucedía?. Esta nueva oleada de críticos literarios, que escriben tanto
desde publicaciones alternativas como para grandes consorcios, a los
que vale la pena empezar a mirar con mayor detenimiento son: Alvaro
Bisama, Alejandro Zambra, Gonzalo Rojas, Roberto Contreras, Rene
Olivares, Iván Quezada, Marco Antonio Coloma, Jaime Pinos, Marcelo
Montecinos, Cristian Gómez, Constanza Ceresa, Francisca Lange, Rodrigo
Hidalgo, Natalia Figueroa, Luis Valenzuela, Alejandra Rossi, Eduardo
Montalbán, Mabel Vargas.
Sin lectores no hay texto y la
crítica es un lector privilegiado que, insisto, al mercado le interesa
neutralizar en tanto la mejor circulación de sus productos. Para
revertir lo anterior, lo primero es este vernos las caras, y luego
abrir debates de ideas, de proyectos estéticos que logren sacarnos de
la amenaza la descalificación personal gratuita o el amiguismo
conciliador. Sin olvidar jamás la valoración textual, darse el tiempo
para, desde nuestro pequeño rincón, que más puede pedir la crítica,
desacralizar mitos literarios, visibilizar editoriales alternativas,
autores jóvenes, denunciar mafias de fundaciones, fondos librescos,
jurados profesionales y vitalicios, concursos falaces, talleres como
'casa estudio', 'movidas' o censuras editoriales. Hay que mirar a
estos críticos, analizar desde dónde escriben, para saber si en
realidad será posible hablar de la rearticulación del campo, apostando
porque no abandonen la teoría por el banalismo mediático, no
desprecien al público lector no académico, no se bajen cuando el
editor "sugiera" la valoración de un texto, no se alucinen cuando una
editorial les llene la mochila de libros (ya te pasarán la cuenta) o
un amigo te pida le comentes su último y querido texto o te inviten a
esos tediosos lanzamientos en los cuales podrás compartir un vinito
pack con el alternativo de turno. Desde mi pequeño rincón, quiero
apostar porque no se entrampen en estas pequeñas pero siempre posibles
corrupciones, solo con eso será más que suficiente.
*
Académica de la Universidad Católica y crítica literaria. Publica en
las revistas Rocinante y Libros & Lectores.