.......... "No hay perdón para quien deja morir a sus héroes", susurra 
          Heredia en la primera página de El Hombre que Pregunta, la 
          última entrega de sus aventuras detectivescas. El detective creado por 
          Ramón Díaz Eterovic (1956) lo dice de manera sentida mientras lee 
          -como correlato a su propia odisea- la novela donde Alejandro Dumas 
          mata y entierra a sus mosqueteros. No es una mala idea pero el 
          espíritu del texto de Díaz es, obviamente, el contrario: demostrar que 
          Heredia -viejo, sentimental, derrotado y achacoso- sigue 
          vivo.
          ..... 
          El argumento lo dice todo: el detective debe investigar la muerte de 
          un crítico literario. Heredia, que sabe tanto de libros como de bares, 
          recorre la variopinta fauna literaria nacional para meterse de lleno 
          en una hoguera de vanidades tan triste como desoladora. La intriga de 
          El Hombre que Pregunta asegura con esto una novela calmada 
          cuyas fintas y pistas falsas conducen a una reflexión más literaria 
          que policial. Escritores, autores, críticos y mecenas desfilan ante el 
          investigador que, por supuesto, prefiere a su biblioteca privada y los 
          viejos amigos (su gato y Campbell, el periodista) antes que a los 
          autores de moda con los que se cruza.
          ..... 
          Así, el último policial de Heredia es tal vez la más esperanzada de 
          sus peripecias.  A pesar de 
          la descripción demoledora de un Santiago que se extingue, el héroe 
          parece haberse calmado y haber solucionado, aunque sea por un momento, 
          sus problemas con la memoria del país. Parece que Ramón Díaz, después 
          de El Ojo del Alma ha bajado la velocidad de su héroe. Acá no 
          hay ninguna balacera sangrienta sino una reflexión sobre el hecho de 
          escribir ficción en Chile. Heredia busca la verdad sobre el crítico 
          con la intensidad de quien lee una novela y sabe que por un rato 
          (donde se aleja de las picadas de mala muerte, el ambiente 
          prostibulario, los ex miembros de la DINA y la melancolía artificial 
          de amantes desgarradas por la noche) va a divertirse.
A pesar de 
          la descripción demoledora de un Santiago que se extingue, el héroe 
          parece haberse calmado y haber solucionado, aunque sea por un momento, 
          sus problemas con la memoria del país. Parece que Ramón Díaz, después 
          de El Ojo del Alma ha bajado la velocidad de su héroe. Acá no 
          hay ninguna balacera sangrienta sino una reflexión sobre el hecho de 
          escribir ficción en Chile. Heredia busca la verdad sobre el crítico 
          con la intensidad de quien lee una novela y sabe que por un rato 
          (donde se aleja de las picadas de mala muerte, el ambiente 
          prostibulario, los ex miembros de la DINA y la melancolía artificial 
          de amantes desgarradas por la noche) va a divertirse.
          ..... Y 
          ese goce se traspasa al lector. El Hombre que Pregunta es 
          entretenida y confirma a Díaz como el mejor exponente del género negro 
          en Chile. De hecho, su aparente -y nueva- suavidad temática dota a 
          Heredia de una calidad ubicua, casi reflexiva, que no poseía hasta 
          ahora, enfrascado como estaba en su propia guerra con la historia. Por 
          el contrario, la presente novela opera como una tregua, un 
          divertimento que por supuesto, no deja de esgrimir un costado afilado 
          al desnudar solapadamente, más que a la sociedad chilena, a los 
          relatos que consume. Hay así, de modo sutil, una crítica a los 
          escritores como gremio. Heredia, en vez de leer a sus investigados, se 
          adentra en la lectura de los clásicos. El puñado de autores 
          investigados no tiene nada que decirle. Para Díaz/Heredia, estos 
          novelistas (extrañamente parecidos a la Nueva Narrativa) y sus obras 
          son a lo mejor sospechosos, o peor aún, criminales. 
          
en La 
          Tercera
Noviembre de 
      2002