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            Ramón Díaz 
            Eterovic y la Novela Negra
 
 En 
            una sociedad donde la traición se instauró como requisito de la 
            sobrevivencia, la 
            novelística de Ramón Díaz tematiza la resistencia a la traición, 
            movilizando tres núcleos de fidelidades, de lealtades: al género, al 
            sujeto, a la ciudad.
 
        
          Una ciudad 
          devastada por la dictadura y luego una ciudad acosada hasta el 
          cansancio por hegemonías sin contrapeso. Distintos afanes, similares 
          productos, a saber: sepultar el pasado, borrar las huellas, permitir 
          que el presente se afirme solo en un consumo vertiginoso, un ahora de 
          competitividad y deuda, la  infinitizada y agobiante traslapación de deseo y 
          satisfacción. Buscar la ciudad globalizada, hacer que toda ella sea un 
          no-lugar, tensionada por una globalización que lo único que distribuye 
          mejor son los límites, unas fronteras cada vez más perfectas para 
          regular la circulación de sus habitantes. Ese es el espacio habitado 
          por Heredia, el protagonista de la serie de novelas negras escritas 
          por Ramón Díaz Eterovic. Heredia marcha a contrapelo, su itinerancia 
          por la ciudad está signada por un desajuste, una inadecuación respecto 
          del movimiento general. Víctima de una memoria pertinaz, Heredia 
          parece marchar en sentido contrario. En una sociedad 
          donde la traición se instauró como requisito de la sobrevivencia, 
          llevándola a niveles insospechados de desarrollo: desde la gran 
          traición efectuada a nivel macro por la necesidad de alcanzar el poder 
          político, Pinochet como modelo sin par o todo el aparato estatal 
          democrático movilizándose para lograr su liberación, hasta la pequeña 
          felonía que se ha convertido en parte de nuestro cotidiano, se rehuye 
          el diálogo franco para dar paso al comentario solapado, el gran modo 
          de ejercer la crítica en Chile, en este ambiente marcado a sangre y a 
          fuego por la traición, la novelística de Ramón Díaz tematiza la 
          resistencia a la traición, movilizando tres núcleos de fidelidades, de 
          lealtades: al género, al sujeto, a la ciudad.  El género es 
          policial negro, siguiendo a la ya sabida diferenciación entre la 
          novela policial de enigma y el giro que sufre esta en manos de la 
          Norteamérica de la depresión, la novela policial negra. La novela de 
          enigma, nacida de las manos de Edgar Allan Poe, posibilita lo que 
          Ricardo Piglia llamó el fetiche de la inteligencia pura que “valoraba 
          sobre todo la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible de 
          los personajes encargados de proteger la vida burguesa”. Si la razón 
          ha sido la verdadera protagonista de la novela policial de enigma, 
          este rol es desviado o queda pospuesto en la novela policial negra. La 
          lógica ya no será el único medio para descubrir al criminal, porque la 
          serie negra se ubicará ya no en la gran esfera del conocimiento, sino 
          en la microesfera de las prácticas sociales. Hammet y Chandler 
          conservarán el crimen, pero su solución ya no operará como una 
          revelación que espera al final del libro. El mundo en su infinita 
          capacidad de corrupción tomará el lugar central, ese mundo será 
          recorrido por un detective (que trabaja por dinero, no por probar que 
          su inteligencia es superior) incorruptible, pero cuya apariencia y 
          métodos lo separan del mundo de lo políticamente correcto. Díaz 
          Eterovic realiza una apropiación que manteniendo las identidades 
          formales y estéticas de la novela negra, tensiona su organización 
          interna desde lo político-ideológico. De ahí la posibilidad de 
          definirlo como un neo-policial. Frédic Jameson, analizando a Chandler, 
          plantea una doble percepción de la sociedad norteamericana. Una a 
          nivel local y otra a nivel de la nación como un todo. Allí ocurre, 
          según Jameson, una disociación, ya que solo a nivel local el 
          norteamericano es capaz de observar las lacras de su sociedad, 
          manteniendo “un optimismo sin límites en lo que se refiere a la 
          grandeza de la nación”. La novela negra se moverá dentro del ámbito de 
          lo local. Lo neo-policial se explica en tanto la imposibilidad de una 
          discursividad latinoamericana de confianza en el poder nacional, es 
          este quizás el ámbito menos indicado donde centrar cualquier tipo de 
          esperanza. Es precisamente el poder estatal quien se nos aparece como 
          paradigma de las corrupciones: así el neopolicial en la forma de Díaz 
          Eterovic, hunde su desesperanza más allá de todo límite posible: 
          ningún paradigma, ningún refugio en la macro, nada que esperar que 
          venga de arriba, ningún agente federal que no dé la ilusión de un 
          orden reconstituido.  Pero el problema 
          genérico va también un poco más allá de las evidentes filiaciones 
          entre los textos de Díaz Eterovic y la novela negra. Porque al asumir 
          sus códigos ha corrido el riesgo del encasillamiento en el ámbito de 
          las producciones devenidas de la cultura de masas y que para nuestra 
          historiografía, a pesar de nombres como Alberto Edwards, Luis enrique 
          Délano, René Vergara, no contaba con figuras destacadas para el 
          academicismo. La supuesta bastardía o condición de género menor, ha 
          envuelto a la narrativa policial en Chile. Sin embargo hoy, en una 
          época de caos, fragmentación, caída y cuestionamiento de paradigmas, 
          el género se instala con real fuerza. Sobretodo al considerar, como 
          dijo Borges: “que le género policial, como todos lo géneros, vive de 
          la continua infracción de sus leyes” o lo mismo, dicho en palabras de 
          Derridá: “el género desclasifica lo que permite clasificar”. Así 
          pensadas las cosas, no sería extraño establecer otro tipo de vínculos. 
          Se puede plantear que el neo-policial ocupa hoy un espacio análogo al 
          que ocupó el llamado realismo social. Los narradores de la Generación 
          del ’38, se desvinculan de la concepción criollista de lo nacional, un 
          entorno eminentemente geográfico y costumbrista. La literatura como 
          testimonio había construido una estampa de chilenidad y de 
          marginalidad determinista y estática. Los escritores del ’38 
          subvierten esta perspectiva y se dedican a denunciar la condición del 
          desposeído urbano y, además, estremecer conciencias. Este intento, de 
          radical importancia en el proceso de constitución de la identidad 
          social chilena permitió, una nueva presencialización del otro 
          marginal. Ciertamente, hoy los intentos de revertir y resistir el 
          orden hegemónico adquiere un cariz mucho más individual, ya no hay 
          héroe colectivo. Aun así, el tematizar las contradicciones de un 
          cuerpo social sofocante, nos permite plantear que el neo-policial 
          chileno funciona como la novela social de fin de siglo, marcado por un 
          signo inverso: si la novela del ’38 estaba tensionada hacia un futuro 
          de redención, de utopía, en el neo-policial ocurre lo contrario: es el 
          pasado lo que hay que recuperar, es el reencuentro lo que importa. 
          Como ya hemos visto, lo genérico no es solo la clausura, sino también 
          su posibilidad de apertura. De ahí que estos textos emerjan como 
          dispositivos hibridizados de alta y baja cultura. Lo cual tiene como 
          primer efecto resituar la utopía asumiendo la imposibilidad de 
          representación de la totalidad, y buscando la eficacia de un género 
          determinado, la novela negra, en tanto estrategia de contención o 
          resistencia: ¿dónde están hoy las grandes ideas, los modelos 
          desestabilizadores, los grandes cuestionamientos?.  Por otra parte, 
          podemos observar, que la conformación del sujeto está estrechamente 
          ligada a la recuperación de la memoria como una forma de resistencia y 
          de constitución de la identidad personal. Una identidad siempre en 
          riesgo de desaparecer no por agotamiento, sí por la violencia ejercida 
          contra el sujeto por el sistema. El “desaparecido” es la figura que 
          más caracteriza la herencia de la dictadura y la imposibilidad, 
          indolencia o conveniencia en dar respuesta a esto, es la marca que más 
          íntimamente resquebraja el aparataje ético de la democracia. Ramón 
          Díaz Eterovic ha sido tenaz en sus textos al privilegiar el tema de la 
          desaparición. Ahora bien, la desaparición puede y debe ser combatida 
          con la memoria. De ahí, que en el devenir de Heredia se desdibujen los 
          rasgos policiales de su función detectivesca en privilegio de una 
          dimensión dantesca: la capacidad para sumergirse en el infierno, en el 
          horror de infinitas redes de complicidades que ponen en funcionamiento 
          innumerables prácticas del olvido.  Jean Baudrillard 
          plantea la transformación de la lógica de la escena a la lógica de la 
          pantalla. La escena con sus múltiples niveles de profundidad, fue 
          siempre un imaginario cargado de sentido. Hoy toda profundidad, todos 
          lo distintos niveles que conformaban lo real en capas superpuestas, 
          habría cedido a ser nada más que una superficie plana. No hay 
          trasfondo, no hay interpretación, hay un continuo de información. El 
          sujeto construido por la escritura de Díaz Eterovic, se rebela frente 
          a su posible fractalización, su dispersión en una multitud de egos 
          miniaturizados. Incómodamente, mantiene una inestable unidad en sus 
          rencores y en sus recuerdos. Ejemplo claro del sujeto moderno, Heredia 
          está condenado a no poder olvidar, a cargar con ese trasfondo que lo 
          liga a una historia que no pretende dejar de lado. Heredia es el 
          escenario de una resistencia.  El sujeto así 
          construido, habita uno de los márgenes del centro de Santiago. 
          Paradójicamente y en contra de tanto discurso despreciador, Heredia 
          ama a la ciudad, conoce sus transformaciones y devastaciones. Según 
          Walter Benjamín ya Baudelaire había propiciado la unión entre la 
          figura del detective con la del flaneur; aquel que recorre la ciudad 
          en un vagabundeo, en un paseo ocioso, pero cuya indolencia es solo 
          aparente. Así se ven unidas según Benjamín, “sagacidad criminalística 
          y la amable negligencia del flaneur”. Por esto es que Heredia 
          pareciera relacionarse en un dramático doble vínculo con la ciudad de 
          Santiago: receloso, la ciudad es la fuente de todas sus sospechas, 
          siempre en guardia frente a cualquier posible ataque, pero también 
          dejándose llevar por un habitar, permitiéndose el ocio necesario, solo 
          interrumpido por los trabajos mínimos que aseguren la sobrevivencia. 
          La escritura de Ramón Díaz Eterovic refunda a Santiago, lo exorciza de 
          ser un mero objeto de cambio, una escenografía transitoria en la 
          cadena de producción. Heredia le roba un lugar a la gran urbe y aunque 
          como marginal o viviendo en el exilio interno, logra reeditar 
          oscuramente el larismo de Jorge Teillier.  Los últimos años 
          de la narrativa nacional, no han sido precisamente pródigos en la 
          producción de textos que impliquen algún tipo de resistencia. Más bien 
          cero riesgo como pauta general, la reedición de órdenes establecidos, 
          la reproducción de prejuicios caracteriza a una narrativa que tiende 
          cada vez más a una reinstalación del conservadurismo; más bien 
          neo-conservadores con toda la carga de liberal que eso trae. El 
          mercado ha resituado a la literatura en ámbitos cada vez más 
          obedientes a los modelos por él privilegiados. La obra de Ramón Díaz 
          Eterovic marca el pliegue necesario, la contramano, a una 
          discursividad oficial cada vez más totalizadora.    * * * 
          * *   
            
            
              |   Novela NegraEl arte del misterio en la narrativa
 Jueves, 15 de Mayo de 2003
 PRO - NEXIS
 
 
 
                  
 Siempre hay un personaje oscuro. También un 
                  secreto. Pero la magia no funciona si no existe un lector 
                  sumergido en el misterio. No hay dos discursos: para escribir 
                  una novela negra hay que ser definitivamente un genio. 
                  Extrañamente la novela negra, que hasta mediados del siglo XX 
                  se conocía como género policial, tenía mala fama entre los 
                  círculos académicos, porque era considerada "banal". Jorge 
                  Luis Borges tuvo que salir en defensa de esta forma de 
                  comunicación y lanzó dos sentencias sobre la mesa: "No existe 
                  un escritor de novela policíaca que no sea muy culto", reza la 
                  primera; "quienes desconozcan los méritos de este género están 
                  lejos de entender la literatura".
 El 
                  escritor chileno Ramón Díaz Eterovic, uno de los pocos 
                  que vive en nuestro país y domina la ficción oscura, comentaba 
                  una vez durante una conversación de café: "Si el escritor de 
                  novela negra es talentoso, entonces sabrá mantener dos cosas 
                  para que el lector no se le escape: la unidad de acción y 
                  argumentos que no se dilaten en el tiempo ni en el espacio". 
                   Cuestión 
                  difícil. Incluso el propio Borges, autor de intelecto y 
                  erudición, reconocía las complicaciones de escribir un buen 
                  argumento policial. Lo que ocurre es que los lectores 
                  exigentes tienen claro que aquel personaje oscuro que 
                  nombrábamos al principio no puede ser siempre un mayordomo, ni 
                  el secreto una joya perdida. En lengua 
                  materna En 1945 
                  los escritores argentinos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis 
                  Borges fundaron la colección El Séptimo Círculo. Fue la 
                  primera colección de "literatura policial" de habla hispana. 
                  Gracias a la exquisita selección de ambos genios nuestro 
                  continente pudo conocer las obras de Raymond Chandler, James 
                  M. Cain o Nicholas Blake. Hasta ese momento estos autores eran 
                  desconocidos en castellano. La editorial Emecé cobijó al 
                  Séptimo Círculo a mediados del siglo XX y ahora los 
                  publica de nuevo. En estos momentos podemos contar con aquella 
                  colección de lujo. Sin 
                  embargo, para encontrar más joyas hay que escarbar entre los 
                  misterios. Con la idea de facilitar las cosas conversamos con 
                  un experto, el escritor Ramón Díaz Eterovic: "Mis autores 
                  favoritos son Georges Simenon, Osvaldo Soriano y Raymond 
                  Chandler. De Chandler aprendí el sentido ético de la novela 
                  policial; de Soriano la posibilidad de transgredir los códigos 
                  del género para hacer literatura policíaca con acento y sabor 
                  latinoamericano; y de Simenon aprendí que la esencia de la 
                  novela policial no está en el enigma sino en crear personajes 
                  convincentes y en evocar ambientes que den color local y 
                  verosimilitud a las historias. De Simenon puedo recomendar su 
                  novela de la serie Maigret "Cecile ha muerto" y una 
                  extraordinaria novela que se llama "Carta a mi juez", que no 
                  esta protagonizada por Maigret. De Chandler recomiendo "El 
                  largo adiós" y de Osvaldo Soriano: "No habrá penas ni olvido" 
                  y "Cuarteles de Invierno". Pero, también quisiera decir que 
                  tengo mis autores favoritos dentro de lo que llamamos el 
                  neopolicial latinoamericano. Entre estos autores, me gustan 
                  Juan Sasturain ("Manual de Perdedores"), Mempo Giardinelli 
                  ("Qué sólo se quedan los muertos"), Luis Sepúlveda ("Nombre de 
                  torero"), Leonardo Padura ("Pasado Perfecto), Ricardo Piglia 
                  ("Plata Quemada"), Daniel Chavarría ("Allá Ellos"), Fernando 
                  López ("El mejor enemigo"), Santiago Gamboa ("Perder es 
                  cuestión de método"). Y desde luego, no puedo dejar de 
                  mencionar a tres escritores españoles que son esenciales en la 
                  narrativa policial en lengua hispana: Manuel Vásquez 
                  Montalbán, Juan Madrid y Andreu Martín". El propio 
                  Díaz Eterovic creó al detective Heredia, que desde los 
                  arrabales santiaguinos resuelve casos político-sociales. Las 
                  obras de este escritor comenzaron con "La ciudad está triste", 
                  pero también destacamos "Solo en la oscuridad", "Nadie sabe 
                  más que los muertos", "Angeles y solitarios" y "Los siete 
                  hijos de Simenon", todos con Heredia como protagonista. Este 
                  año se publicará la novena historia de la serie, que se llama 
                  "El color de la piel".  
 
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