EL HOMBRE QUE
PREGUNTA... SIN EXIGIR RESPUESTAS
Por:
Marco Antonio Coloma.
(Publicado en la Revista "El
Periodista". Año 2, Nº 25.
Lunes 25 de noviembre de
2002.)
.......... Nadie que maneje algunos
datos mínimos sobre literatura chilena, digamos, de los últimos diez
años, puede negar el lugar destacado que hoy ocupa la
narrativa de Ramón Díaz Eterovic. Con una crítica que constantemente
acude al cajón de los elogios para referirse a su obra, y de la mano
de un personaje que aspira a convertirse en un clásico -el detective
Heredia-, Díaz Eterovic no ha hecho otra cosa en estos años que
aquella a la que todo escritor honesto aspira: escribir bien con una
mezcla sensata de corazón y cabeza. Su última novela, El hombre que
pregunta (LOM) -octava en la saga de Heredia- no es la
excepción.
.......... Esta vez la
aventura de Heredia tiene un escenario conocido y público, aunque no
exento de una trastienda más o menos oscura: el ambiente literario de
un pequeño país llamado Chile. El suceso que desencadena la historia
es la rara y sospechosa muerte de un crítico literario. Y a diferencia
de una novela que se emparenta con ésta (me refiero a Nocturno de
Chile de Roberto Bolaño), los personajes no tienen aquí referentes
inteligibles en la realidad. Aunque cierto aire contaminado y sazonado
de chismes y descalificaciones mutuas sin duda sonará
conocido.
.......... Las pistas,
como siempre, son pocas para el ánimo desencantado de Heredia. La
tesis de que el destacado crítico, Francisco Ritter, se ha suicidado
lanzándose desde la terraza de su departamento parece la más
convincente. Sin embargo, la vecina y vieja amante de Ritter, dudará
de la versión de la policía, y por intermedio del abogado Razzeti,
viejo amigo de Heredia y cómplice en otras aventuras, contratará los
servicios del detective. La madeja se irá desenredando por sus dos
puntas. Por un lado, Heredia irá reconstituyendo la velada en la que
Ritter participó, junto a otros escritores, horas antes de su muerte:
algo así como una versión de la última cena entre literatos. Resolver
el enigma aquí es encontrar a Judas. Las entrevistas de Heredia con
cada uno de los comensales irán aportando las piezas que, puestas en
la cabeza del detective, terminarán por armar el puzzle. Por otro
lado, el supuesto asesinato de un joven poeta a manos de unos simples
asaltantes será la otra punta de la madeja. Claudio Román además de
poeta, es también un escritor fantasma. Esa condición, y su amistad
con el crítico, despertarán en Heredia la sospecha de que ambos
sucesos están relacionados.
Además de un asesino y una víctima,
todo crimen tiene un móvil. A diferencia de otras novelas de Díaz
Eterovic, la arquitectura de El hombre que pregunta permite al
lector ganar la apuesta respecto a cuál es la razón que mueve al
asesino. La lectura de las primeras páginas sumada a un dato
impertinente deslizado en la contratapa del libro son los datos que
alimentan la sospecha: el móvil no puede ser otro que el de borrar las
huellas poco decorosas de una escritura por encargo. Pero sospechar
del móvil -aunque éste sea más o menos evidente- no es encontrar al
asesino. En esa búsqueda, y cómplice del olfato de Heredia, el lector
se sumerge en las vidas del resto de los personajes: escritores y
escritoras con más o menos sentido de la autocomplacencia y el
fracaso, editores que sólo apuestan por la fortuna a cualquier costo.
El enigma, a fin de cuentas, no se resolverá completo antes del
capítulo final.
.......... Alguien
ha dicho que las novelas de Ramón Díaz Eterovic son la mejor
sociología crítica del Chile contemporáneo. Creo que es cierto: nos
hemos acostumbrado a que la mirada triste y desencantada de Heredia
muestre la mugre que el país oculta debajo de la alfombra del éxito
económico. Su ojo crítico, es nuestro ojo bizco. A los chilenos nos
cae bien Heredia, sobre todo porque -en la soledad de la lectura- el
personaje no exige respuestas. El pudor pasa inadvertido cuando
Heredia nos habla de Chile, y nadie nos mira la
cara.