HOMENAJE
Palabras sobre Enrique Volpe:
"MI CENIZA NO HA SIDO
PROFANADA"
Por
Lorenzo Peirano
Artes y Letras, El Mercurio, 24
de octubre de 2004.
Una visión sobre la obra literaria de Volpe
que abarcó diversos ámbitos
¿Qué recordaremos de un poeta italiano avecindado en
Chile desde los doce años de edad? ¿Qué diremos
de Enrique Volpe? Tenemos, por el momento, dos versiones (entrecruzadas)
de su persona. La primera corresponde a su "quehacer poético",
a su vocación épica, inconmensurable. La segunda se
refiere (lo intenta) a lo que pervive en nuestra memoria de su trato,
de sus gestos, de su voz caudalosa. Determinados objetos caen al suelo:
una cortapluma Victorinox, un llavero colgante, una pistola Beretta.
Determinadas historias, narradas entre incontables cigarrillos y tazas
de café, ya no se escuchan. Enrique Volpe murió en Santiago,
a las diez de la mañana del 9 de mayo de 2002; había
nacido el 27 de octubre de 1938, en Vercelli (Piamonte).
Un libro notable
Los datos de su muerte, exactos, tristes y fríos,
nos causan asombro (todavía nos causan asombro). Aquel 9 de
mayo Volpe se disponía a visitar a su amigo "compatriota",
el
escritor Gianni Migliano. No pudo ser. Luego, en el crematorio, veríamos
a sus pares en la despedida final: Mardoqueo Cáceres, Fernando
Quilodrán, Roberto Araya Gallegos… La muerte de Volpe fue sorpresiva,
increíble, como también fue increíble su vida,
repartida -al igual que la vida de Encina- entre el campo y "la
actividad literaria". ¡Y qué actividad literaria!
Enrique Volpe escribió un poema épico sobre el descubrimiento
de Chile; esa fue, sin duda, una forma de demostrarnos cómo
sentía a nuestro país (aunque, por supuesto, no es la
única lectura del libro). La "Crónica del Adelantado"
llegó a la imprenta en 1990, en un tiraje de 500 ejemplares.
Volpe esperaba el Premio Municipal; sólo recibió una
mención honrosa. El dictamen le dolió. Nos dijo en aquel
tiempo que su poema no había sido valorado. Un año más
tarde sería declarado "material didáctico de consulta
para la educación chilena" y, en 1994, Editorial Universitaria
lo reeditaría precedido de una carta abierta del poeta Armando
Uribe.
Enemigo de la antipoesía, a la que veía como un despeñadero
de frustración, Enrique Volpe escribió, antes y después
de la "Crónica del Adelantado", otros libros. El
primero, "Cabaña entre las Rosas", apareció
en 1960. Fue allí donde el poeta itálico enfrentó
la mayor dificultad: utilizar un idioma ajeno para su expresión.
Volpe rescató de ese primer intento la fuerza metafórica
y la potencia verbal, entendiendo que sus resultados no podían
compararse con las obras de los poetas de su generación. Empezaría,entonces,
necesariamente, un distanciamiento del ambiente literario, "tan
lleno de miserias humanas", según sus propias palabras.
Conversaciones
Los precedentes literarios que tuvo en cuenta Enrique
Volpe para tratar la empresa de Diego de Almagro -quien en abril de
1536 llegara al valle de Copiapó-fueron "La Araucana"
de Alonso de Ercilla (nuestra Eneida, como escribiera Andrés
Bello), y "Arauco Domado", de Pedro de Oña. No obstante,
la imagiación primó en este singular poema. Tras sortear
múltiples problemas técnicos, donde "la parte narrativa
era la trampa mortal", Volpe llegó a un resultado sorprendente:
más de dos mil versos teñidos de pumas y espejos, en
los cuales el mismo Diego de Almagro nos habla de su infortunio. Y
es que nuestro poeta consideraba al Adelantado español "un
personaje injustamente
olvidado por la historia, un antihéroe de 63 años con
llagas en el cuerpo; un hombre que avanzó por terrenos desconocidos
a filo de espada". Alguien propuso que en la Crónica había
una especie de "invasión a las razas indígenas",
cosa que indignó a Volpe, y que a notosotros nos parece irrelevante.
Basta una atenta lectura del libro para comprender que éste
apunta a la chilenidad en su esencia. No en vano encontramos a Gonzalo
Calvo de Barrientos: "El primer español llegado a Chile
y el primer padre de la mestiza raza chilena".
Los influjos de otros poetas que coexisten en la poesía de
Volpe (aquí también aludimos a los libros "Viernes
Santo", "Tierra Padana" e "Imperfecto Exilio")
son variados. Hallamos, por ejemplo, aquel "golpear de sangre
exaltada" de Dino Campana, así como la "rica sequedad"
de Eugenio Montale. La presencia de Antonio de Undurraga de igual
manera es evidente ("un diálogo invisible"). A esto
sumemos otros elementos: su relación con payadores, ex bandidos
o antiguos patriarcas campesinos como Luis Pastén, quien "representaba
lo hidalgo con ojotas y hasta con harapos". Porque Volpe anhelaba
, perseguía lo chileno, aquello que lo podía unir a
nuestra patria: "Chile, como gota de rocío en el cuenco
de una piedra:/Chile es el nombre indiano de esta tierra larga/ que
cabe en el trino helado de un pájaro salvaje"… Y es que
en su epopeya el poeta también se prolongó; su amor
por las armas de fuego, transformado en un "dócil cuerpo
de greda de una mujer india"; o aquel
felino "que los indios llaman puma", y que para Volpe significaba
"el alma bravía e indomable de la cordillera".
Alejándonos ahora de este tal vez somero análisis, la
presencia de Enrique Volpe regresa con su excelente humor, con su
inclinación a la buena mesa, y con sus recuerdos de Italia
(de una Italia que suponía ya muy cambiada). Durante la guerra,
en la infancia, solía recoger manzanillas con su bisabuela,
Guiseppina Alessio; le conmovía escuchar "Las Muchachas
de Trieste"; amaba, por sobre todo, a su madre; y practicaba
ese ya casi perdido "culto a la amistad".
Con nostalgia recordamos aquellos miércoles lejanos; tardes
en las que compartía con el poeta Jorge Teillier; tardes en
las que se evocaban nombres malditos: Boris Calderón, Carlos
de Rokha, Enrique Rebolledo Sánchez (alias "El Chilenito").
Horas en las que se revivían los viejos tiempos, en las que
se hablaba realmente de poesía, y en las que Volpe transmitía
los saludos enviados por Efraín Barquero desde Francia. Cuántas
conversaciones retenemos en la memoria: los poetas crepúsculares:
Sergio Corazzini ("O mia piccola dolce casa"), Guido Gozzano
("La belleza del giorno/e tutta nel mattino"). Ambiente
alucinado, brumoso debido al humo de los cigarrillos (humo que formaba
rostros ausentes). Historias transcurridas en el campo, entre las
quebradas, al anochecer: apariciones, experiencias sobrenaturales;
maleficios causados por brujos chilenos (según Volpe, los más
poderosos de América). Muchas veces nos recalcaba el privilegio
de ser los habitantes de un territorio casi virgen del planeta, aunque
reconocía un mejor pasado. Lamentaba que la corrupción
hubiese llegado a las grandes ciudades; pero repetía con fuerza
(citando a Mariano
Latorre) que Chile, afortunadamente, es un país de rincones.
Con intensidad trataba de explicar sus procesos poéticos (escribió
también narrativa). Nos dijo que en la Crónica lo había
dejado todo. Sus ojos azules de dilataban cuando hablaba de "la
mecánica mágica", o de "una épica sin
tiempo, para así llegar al tiempo nuestro". Expresaba
sus ideas de manera original: "la corriente interna", "el
tiempo operístico". Quizás lo obsesionaba un poco
la unidad y la esperanza en "los lectores del futuro" (Charles
Cros). Su formación autodidacta lo había enriquecido
con múltiples lecturas. Le gustaba compartir sus conocimientos;
pero con cierta timidez, a pesar de su marcado acento italiano con
las erres del norte. "Yo estudié en una escuela agrícola
mediocre de Linares", comentaba sonriente. Dividido entre las
labores del campo y su deambular por la ciudad (parte de su "quehacer
poético"), Enrique Volpe alentó una atmósfera
que echamos de menos. Sentimos que hablar de su persona siempre será
una deuda y un abrazo imposible. La inocencia y la generosidad primaron
en él. Se fueron las conversaciones; se alejó el
aroma de las castañas asadas en invierno. Un hombre alto y
corpulento ya no pronuncia el nombre de sus amigos, ni comenta los
sucesos de la vida con una mezcla de ímpetu y respeto.