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LA MANERA
DE ENRIQUE WINTER
Por Juan
Cristóbal Romero
Un nuevo libro de poemas se suma a un 2003 cargado de publicaciones.
Espero que con Atar las Naves se cierre de una vez el año.
¿Se puede seguir escribiendo poemas en Chile sabiendo que entre
Pezoa Véliz y la generación del '50 se escribió
-y siguen escribiendo los sobrevivientes-
prácticamente todo y más de lo que el buen juicio estimaría
conveniente? ¿Qué puede quedar tan de original como
para que valga la pena seguir escribiendo en verso?
En el marco de tales cuestionamientos, la crítica constata
a menudo el ambiente propicio para la aparición de las decadentes
vanguardias, donde el método y la manera en que el poeta desarrolla
su obra, sustituye como preocupación, a la espontaneidad creadora.
El instinto visionario parece acabado a la sombra de ésas como
cordilleras siempre presentes, pese a nuestro olvido, abrumándonos.
Se diría que con Neruda, De Rokha y la Mistral, por un buen
tiempo amanecerá más tarde.
Períodos manieristas, se les llama, donde sin embargo pareciera
no haber una manera homologada de escribir, sino maneras y maneras
que conviven no desprovistas de codazos.
Ahí está el grupo de los que defienden el automatismo
a brazo partido, allá los que celebran el verso ancho y libre
como se estila en las traducciones de Auden (y digo traducciones porque
al remitirse al original, lo que suponíamos libre se comprueba
metrado); siguen los de la poesía objetiva a la manera de Martínez,
los que a lo Rosamel del Valle impostan la voz; los que importan imágenes
de contrabando según se estila en Nueva York o París
revisitando las embajadas de Lihn. Y están también los
que miran aún más atrás y se reconocen dentro
de la familia del verso en sílabas contado, rimado a ratos,
fina reliquia de la tradición criolla, donde algún optimista
ha incluido a Pezoa Véliz, Pedro Prado, la Mistral, Julio Barrenechea,
y para mal de muchos, a Parra y al mismo Lihn.
En tal panorama, cuál es el método de Enrique Winter,
que dicho sea de paso, constituye una de las preocupaciones centrales
de su poesía. Hagamos algunas constataciones.
Winter escribe sin duda contando sílabas. Entre sus versos
se reconocen el ya sobajeado endecasílabo, eneasílabos,
heptasílabos, alejandrinos muy bien compuestos, algunas exploraciones
vanguardistas como versos de dieciocho sílabas con dos hemistiquios
de nueve: "Son delgadísimas sus trenzas y atan mis brazos
a sus hombros". Hay sonetos, haikúes, seguidillas, etc.
Y también hay verso del que se dice libre.
Una curiosidad. En las primeras versiones de algunos de los poemas
que componen Atar las Naves, el metro era totalmente irregular. Con
posterioridad el poeta fue normando el verso permitiendo imprimirle
el ritmo muy personal que resalta en la lectura.
La rima en cambio se escurre tímidamente. Algunas aliteraciones
espontáneas, asonancias, consonancias menos.
Los versos se dejan leer. La poca crítica confiable distingue
un buen poema de uno regular, cuando el texto gana con las relecturas.
"Hoy coso pilchas con tu risa urgente,
siempre cortada, tránsfuga y finita
como los hombros al pintarse olivo".
(De Quince (o dos) en la playa).
Ya hubiera querido componer Rosenmann-Taub este terceto.
Sin duda Winter ha aprendido muy joven, el oficio de la versificación,
con las mañas que tan sólo reconocerán sus pocos
pares, de esos que disfrutan ya no con la novedad falsificada, sino
con el giro ingenioso, la resonancia de una rima dura y difícil,
con el verso bien medido e inquietante:
"Y cada vez que empiezo un compromiso,
aunque me ofrezcan su mirada eterna,
no puedo sino ver en esos ojos
a dos liquidadores de una quiebra."
(De Diálogos).
Se diría preciosismos de salón, pero muy bien recibidos,
al menos por mí, cuando el resto de las maneras de hacer poesía,
con aquello del intertexto, intratexto, la cita gratuita y demás
academicismos, resultan por estos días muy de artículo
adulterado, de novedad navideña del Mall Estación.