PREMIO
CERVANTES 2006
La
poesía incandescente de Antonio Gamoneda
Por
Felipe Cussen
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 10 de diciembre
de 2006
La continua reescritura a la que
somete sus textos, incluidos los ya editados, pone en evidencia la fidelidad a
toda prueba que el poeta español mantiene con su oficio.
No
sorprende que en un medio poético tan pobre (por autorreferente y conservador)
como el español tuvieran que pasar varias décadas para que una voz
original y potente como la de Antonio Gamoneda (1931) comenzara a ser escuchada.
Fue sólo tras Edad (1987), recopilación de su poesía
editada en Cátedra gracias a los buenos oficios de Miguel Casado, que su
obra poética comenzó a obtener el reconocimiento merecido y alcanzó
una mejor distribución con
Libro del frío (Siruela, 1992), Arden las pérdidas
(Tusquets, 2003) y una nueva compilación, en Galaxia Gutenberg, Esta
luz (2004). Tampoco sorprende que tras haber recibido hace meses el premio
Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y ahora el Cervantes, haya
críticos peninsulares alegando que éste le fue otorgado sólo
por ser coterráneo del leonés Zapatero. Y sorprende todavía
menos que aquí en Chile casi no se encuentren sus libros, y que ni siquiera
nos interese leerlo (menos aún a Francisco Pino, Juan Eduardo Cirlot, Carlos
Edmundo de Ory, Eduardo Scala, José-Miguel Ullán, Olvido García
y otros ilustres también desconocidos por la mayoría de los lectores
ibéricos), pues ya nos bastan como lectura las fructíferas discusiones
de tal o cual blog local en que todos postean orgullosos sus críticas a
los libros que no han leído.
Esta dificultad de recepción,
sin embargo, no nace exclusivamente de la desidia e ignorancia que habitualmente
campean a uno y otro lado del charco cuando de poesía se trata. Tiene sus
raíces, además, en las exigencias autoimpuestas por Gamoneda en
virtud de una fidelidad a toda prueba con su oficio, que se evidencia notablemente
en la continua reescritura a la que somete sus textos, incluidos los ya editados,
como si nunca terminaran de decir lo que quiere decir. Pero la inasibilidad del
significado no sólo es un efecto final, sino la condición propia
de su creación, tal cual declara: "Yo no poseo mi pensamiento hasta
que no me lo hace sensible/inteligible mi propia escritura, o, dicho de otra manera;
sólo sé lo que digo cuando ya está dicho". Ese proceso
sólo surge tras lentas incubaciones, y responde, siguiendo al propio Gamoneda,
a un impulso musical que va conduciendo a las palabras en una monodia (como la
llama Ildefonso Rodríguez) que lenta y sentenciosamente devela sus espacios
de aridez.
Desde un comienzo habían sido notorias las diferencias
de propósitos con sus coetáneos de la generación del 50,
empeñados en una poesía de tinte social y comunicación directa
con los lectores, y más aún con la llamada "poesía de
la experiencia", que desde los 80 ha acaparado el panorama español
con fáciles clichés de sentimentalidad y cotidianidad. Para Gamoneda,
esta última no rebasa los calificativos de banal o redundante al valerse
del lenguaje en un plano simplemente informativo, que se queda corto a la hora
de afrontar la descripción de una realidad más compleja, en la que
lo visible se mezcla con la mentira y el olvido. Su lenguaje, en consecuencia,
es producto del tejido entre pasado y presente, sensorialidad y abstracción,
mediante emociones que encarnan atributos materiales ("El error pesa en nuestros
párpados", "En dos alambres puse mi esperanza"). Miguel
Casado lo considera el resultado de una fusión entre el plano interior
y exterior: "por un lado, el mundo no parece existir ya sino detrás
de los ojos; por otro, ese turbulento dinamismo interno se experimenta como alienación,
como extrañamiento de sí, lo que somete sin posible resistencia".
Sabemos
que esta confusión es propia de aquellos instantes de mayor concentración
del sentido, cuando, según Bataille, el pensamiento es derrotado por el
éxtasis y se descubre que "el sinsentido tiene más sentido
que el sentido". En esa dirección ha guiado Gamoneda su trayectoria,
que define simplemente como el relato de su tránsito hacia la muerte, intentando
sostener el lenguaje hasta el punto de tensión en que se abandona al fuego
y da paso a un nuevo tipo de conocimiento: "todo lenguaje, al alcanzar el
estado de incandescencia, se revela como un cuerpo ininteligible", afirma
Octavio Paz, y estos versos de Gamoneda parecerían corroborarlo: "Queda
un placer: ardemos// en palabras incomprensibles". Esa lucidez enceguecedora
a la que somos invitados se convierte en una experiencia muy similar a la que
provoca "El lamento de las imágenes", la instalación de
Alfredo Jaar en la que tras caminar por pasillos oscuros el espectador se enfrenta
a una enorme pantalla de luz que amenaza con borrar sus pensamientos. Creo, entonces,
que no podemos achacar la dificultad de esta poesía a un capricho, sino
a la búsqueda de una participación más intensa, en la que
el lector comparta el mismo anonadamiento del autor. Y una vez desaparecidos tras
el umbral, las huellas de ambos se confundirán en un mismo testimonio desdibujado
en la arena: "Este relato incomprensible es lo que queda de nosotros".
Aquí
se presenta una breve selección de poemas provenientes de distintos libros
de Antonio Gamoneda, de acuerdo a las últimas versiones publicadas en Esta
luz. Poesía reunida (1947-2004) (Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo
de Lectores, 2004).
de Descripción
de la mentira
El óxido se posó en mi lengua como el
sabor de una desaparición.
El olvido entró en mi lengua y
no tuve otra conducta que el olvido,
y no acepté otro valor que
la imposibilidad.
Como un barco calcificado en un país del que se
ha retirado el mar,
escuché la rendición de mis huesos depositándose
en el descanso;
escuché la huida de los insectos y la retracción
de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí;
escuché
hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu.
y
no pude resistir la perfección del silencio.
de Lápidas
Todos los animales se reúnen
en un gran gemido. Oigo silbar a la vejez.
Tú acaso piensas en desapariciones.
Háblame
para que conozca la pureza de las palabras inútiles.
de Libro del frío
Amé las desapariciones
y ahora el último rostro ha salido de mí.
He atravesado las
cortinas blancas:
ya sólo hay luz dentro de mis ojos.
de Arden las pérdidas
He atravesado las creencias.
Durante mucho tiempo
nevó sin esperanza.
Había madres
que enloquecían al amanecer: oigo sus gritos amarillos.
Aún
nieva. Creo en la desaparición.
Creo en la ira.