Entrevista
a Eduardo Milán
"Estoy hablando de
esperanza"
Por Felipe Cussen
Revista de Libros de El Mercurio. Viernes
14 de octubre de 2005
Radicado en México, el
notable poeta y crítico uruguayo viene al encuentro que se
inicia el martes, organizado por Chilepoesía.
Son pocos los que se atreven a escribir hoy la palabra
compromiso, y menos aún los capaces de convertir esa palabra
en una aventura radical del lenguaje. Eduardo Milán
(Uruguay, 1952) lleva años abriendo este camino, en su condición
de poeta, crítico, antologador y traductor, con una trayectoria
ligada a figuras fundamentales de las últimas décadas,
como Haroldo de Campos, Octavio Paz, José Ángel Valente
y Juan Gelman. En España y México (país donde
reside) se han editado la mayoría de sus títulos, entre
los que destacan Manto (su
poesía reunida hasta 1999) y la recopilación de ensayos
Resistir (segunda edición de 2004), ambos editados por
Fondo de Cultura Económica. Uno de los principales invitados
al Festival Mundial de Poesía "Compartir el Mundo",
en pocos días más podremos disfrutar la voz de quien
también se ha atrevido a escribir la palabra alegría.
- Tus libros hablan de resistencia y coraje: ¿contra qué
escribes?
- Empecé escribiendo contra la adversidad. En realidad,
publicando contra la adversidad. En 1973 mi padre fue a la cárcel.
En 1973 publico mi primer libro. Eso es la adversidad personal pero
también histórica. Escribir no contra, sino como respuesta.
No temo la negatividad, sobre todo si es dialéctica. Pero se
trata, en mi caso, de escritura como respuesta. El terreno biográfico
ya se desplegaba así desde la muerte de mi madre, cuando tenía
yo un año y medio. Claro que no podía escribir a esa
edad. Menos publicar. Pero empieza, desde ahí, el imaginario
a elaborar sus figuras de consuelo y de sustitución. Respondiendo
a esas dos adversidades se organiza la escritura, como un buceo en
la nada que hace emerger la escritura ("Faray un vers" de
Guillaume de Poitiers, "Un coup de dés" de Mallarmé,
la "Conferencia en Juilliard" de John Cage, para dar tres
ejemplos). Esta fascinación se refrenda con la circunstancia
biográfica, con aquella "ausencia que se vuelve presencia
alucinante", como dice Lacan. La escritura poética está
desde siempre como latencia con carácter de lleno. Esa latencia
empieza a tomar forma en la adolescencia, el momento de libertad para
mí, pausa entre dos catástrofes, y aparece en público
poco después que mi padre está preso, lo cual no deja
de mostrarse como contradicción: algo llena una ausencia de
presencia, por lo tanto ocupa su lugar. Y por lo tanto genera, a la
vez que un referente, un punto de apoyo, una culpa.
- Frente a esa latencia de la nada, tu escritura se despliega
en distintas ondulaciones de sentido, desde afirmaciones rotundas
hasta derivaciones sonoras. ¿De qué modo crees que esta
respuesta del lenguaje consigue crear una nueva presencia en el espacio
del poema?
- Un poema es un acto de una cierta arbitrariedad en la resolución
aunque el motivo de su creación, su idea o su necesidad hayan
sido precisas. A mí me gusta seguir lo que escribo. Por eso
alguna vez escribí que un poema "se sigue". El seguimiento
de lo hecho por uno mismo implica una no predeterminación aunque
el poema tenga una o varias historias retóricas y el lenguaje
tienda a producirse según un cierto orden, una cierta lógica
o un cierto canon. A mí me gusta la idea de que un poema sea
más que un poema e incluso que un poema no sea un poema. Pero
la paradoja seguiría en el gusto por el poema: para que el
poema me interesara, produjera algo en mí, ese poema que no
es poema tendría que remitir a una concepción de lo
que es poema; sucede obviamente con los antipoemas de Parra. Yo he
jugado con eso, pero no me queda claro, y si me quedara, no me correspondería
a mí quebrar una lanza por mis logros. Lo que puedo hacer es
defender una postura. Y es ésa: la consideración, la
mayoría de las veces, del lenguaje poético como campo
a explorar.
- También hay momentos en que el lenguaje se vuelve sobre
el mismo poema y lo cuestiona, con reflexiones que se acercan mucho
a las de tus ensayos. ¿De qué manera se relacionan ambos
tipos de escritura?
- Es difícil para mí un poema que no contenga una
pizca de autocuestionamiento como lenguaje. Es un reconocimiento histórico
del estado del poema, del estado en el que está y del proceso
por el que llegó donde está. El autocuestionamiento
es una marca en el poema de su propia historia, no es una marca "de
afuera": es un recurso interno. Escribí mucho sobre eso
en mis ensayos, temática y escrituralmente, esto es, como motivo
de escritura y como escritura misma. En Resistir se ve eso a lo que
aludo como práctica. La relación entre escritura del
poema y escritura del ensayo es una relación casi obvia hoy
en día o al menos para mí. El poema es un ensayo. Y
el lenguaje ensayístico que no tenga una cierta "temperatura
estética", como diría Roman Jakobson, se vuelve
a mi modo de ver muy difícil de leer. No tiene fuerza de atracción
material su escritura, es puro plano de la idea o del pensamiento
más o menos activo, más o menos fuerte. Leer a Charles
Olson, a John Cage, a Augusto de Campos - que hizo ensayo versificado-
es un placer que va más allá de la imposición
de "lo que se quiere hablar".
- A pesar de la conciencia crítica del lenguaje, pareciera
también que la esperanza en las posibilidades de la poesía
es más fuerte ("He visto poemas salvar vidas / sin que
lo supieran / ni los poemas / ni las vidas."). ¿De qué
manera crees que es posible seguir sosteniendo, hoy, esa esperanza?
- Que un poema salve vidas no implica que no pueda cuestionarse
a sí mismo como lenguaje. Hay una esperanza poética
en salvar vidas. Pero la esperanza ya no creo que pueda ser un acto
de inocencia sino un acto de sobrevivencia, de conciencia activa y
jugada ahí. La confianza que hay ahí es una conciencia
en el acto poético, no en la aparente inocencia del acto que
ponen en juego los practicantes de escritura y lectura. En términos
propositivos y en un ámbito más amplio: que la conciencia
no anule la esperanza ni que la esperanza anule la conciencia. Estoy
hablando de esperanza, no de fe. El poema es una entidad posible cuya
escritura es un imposible que se traduce en posible. Es el límite
de mi mitificación, el alcance de una mitopoética personal,
en mi caso. "Salvar vidas" puede parecer lenguaje metafórico.
A mí la poesía me salvó del desastre en ocasión
del encarcelamiento de mi padre durante la dictadura militar en Uruguay.
Poesía
de Eduardo Milán
Acción que en un momento creí
gracia
Barcelona: Ediciones
Igitur, 2005
El poema nace de la nada
pero el amor lo llena.
Al concepto de peso
lo fecunda el hecho frágil.
A la moldura de hierro,
completamente ausente en sí misma,
la derrumba el roce de un revoloteo.
Alto, clara, ala
de nuevo vence a la dureza.
Puestos en blanco los ojos,
puestos en una imagen que atraviesa
este estar aquí lleno de cosas -papeles, sobre todo-,
su travesura inmaterial. Ese alimento:
el de poner los ojos en blanco
-blanco es un decir para no ver-
cuesta trabajo conseguirlo.
Ese blanco no es el éxtasis de los ojos blancos
en el momento clave del amor que abre hacia
adentro
la puerta de perderse. Es ver sin ver,
mirar sin mar,
mar sin mar pero con peces.
No se oye nada.
Un pájaro no se oye.
Una mujer no se oye.
Un niño no se oye.
Hay imágenes, ojos,
una mujer que levanta un niño en brazos
está mirando en esta dirección.
Tal vez un pájaro también está mirando
en esta dirección y no lo siento
porque no tiene pie de foto, posado
para un dios que está mirando, firme
sobre la rama tensa.
Pie de foto que dice: "Otra madre con su hijo,
hay hambre". Y ninguna mano se le tiende.
¿Cómo hay palabras si no se oye nada?
Quiero quebrar una lanza
por los que no pudieron,
por los que perdieron la partida,
no partieron. Quiero quebrar una rama
como antes se hacía una canción
sin espantar al pájaro.
Quiero hacer una canción
por los que no pudieron,
por los que perdieron la partida
-se les quebró, partida en dos.
Quiero inventar, para que todo quede,
no irse, un arte de estarse
un rato quieto entre las piedritas,
en la espuma, en la orilla otro momento.
Por los que no partieron porque nada tenían que partir
-estaba todo partido de antemano:
la mano antes repartida en pocas manos,
pocos dedos realmente tocan.
Quiero hacer una canción que diga eso:
desde antes, desde mucho antes.
Quiero hacer, tengo el deseo, lo sostengo:
un deseo que sea como sos.
Estoy donde debo estar
tentativamente en una arena
donde el dedo evoca un eco
de algo gritado entre algas:
sobre la arena cierro un círculo
que el dedo desconoce, fuera.
El garabato cumple conmigo, garabatea
sobre la arena húmeda, gira.
Cumple también con el garabato,
cumple con el cumplir, saluda
al saludo, alcanza una cumbre: "Nos vemos"
-así el albatros.
Estoy donde debo estar
- no sé en que otro podría
donde la palabra puede estar.
Ostras de coraje.
México: filodecaballos,
2003.
Dicen que la poesía ayuda en tiempos de crisis
cuando el plomo de los pies bajó el alma
a ras del suelo como un niño afgano
casi anciano sin entender por qué
no florece porque no florece.
Como un padre caído.
Como otras imágenes que ahora no vienen:
el siempre presente, el sempiterno, de serpiente
nudo en la garganta de la soga interior
que ata el llanto y nadie ve, nadie
notaría el ahogo. Anciano es un decir
para un promedio de vida de cuarenta años.
Caído es un decir: la verdad es derribado.
Pero si ayuda, si en realidad ayuda
que lo desdiga, que lo levante todo.
He visto poemas salvar vidas
sin que lo supieran
ni los poemas
ni las vidas.
No digo prolongar vidas:
salvarlas,
sacarlas de allí de la tiniebla inminente.
Los he visto hacer lo que no sabían que sabían
o al menos eso creo: que no sabían que sabían
salvar vidas.
Y vi esas vidas sin saber que se salvaban.
Y las he visto sin que me vieran.
No entres en el grito del otro.
Dale una mano en su dolor,
alívialo, pasa
tu mano por su fente, ahí
tu mano es como un la.
Estáte con él con tu pañuelo,
consíguete un pañuelo para él,
saca tus mejores lágrimas que esas son tus galas,
tus mejores.
Nadie entiende de dolor.
Pero no entre en el grito
del otro -o trata de no entrar.
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