"El último Grumete de la Baquedano", de Francisco
Coloane (Quemchi, Chile, 1910-2002), es una obra que cayó
en mis manos con el peso misterioso de un libro bitácora, que
se salvó de un naufragio
después de haber navegado por alta mar, bajo el brazo de un
marino ansioso por narrar las aventuras que le tocó vivir a
bordo de un buque de guerra.
La obra está dividida en catorce capítulos y presenta
a lo largo del tratamiento del tema valores morales y estéticos
que, probablemente, lo convierten en uno de los relatos más
hermosos de la vida de los marinos que navegan viento en popa por
los canales australes de Chile, pues, a ratos, gracias a la magia
y la intensidad del relato, el lector tiene la sensación de
estar a bordo de la corbeta la "Baquedano", sujeto al timón
y mecido por las olas que se rompen contra la proa.
De este modo, Francisco Coloane, "escritor sencillo, pero sensible",
como solía considerarse, nos invita a dar un paseo imaginario
por la vasta geografía chilena, llevándonos a bordo
de la "Baquedano", que zarpa del puerto y navega por una
geografía que él frecuentó desde su infancia,
conviviendo con pobladores humildes y trabajadores que forjaron su
ser y estimularon su vocación literaria.
Para cualquiera que haya incursionado en el mundo narrativo de Coloane,
no será sorprendente descubrir en "El último grumete
de la Baquedano", a ese viejo marino acostumbrado a contarnos,
una y otra vez, historias cuyos cabos sueltos están también
presentes en sus novelas "Cabo de Hornos", "La
tierra del fuego" y en su libro de memorias "Los
pasos del hombre", donde el autor relata sus viajes y aventuras
transcurridas en la región austral de uno de los países
más largos y angostos de América.
"El último grumete de la Baquedano", escrito
con pasión y conocimiento de causa, es un libro que bien podría
servir como excelente manual de navegación para quienes se
embarcan en un puerto, con las esperanzas de saciar su sed de aventuras
y curiosidad
con los secretos escondidos en la vastedad del mar. El autor hace
gala de un estilo depurado y elegante, y desarrolla un argumento que
fluye con soltura a lo largo del relato, desde la caracterización
de los personajes, hasta el registro de giros idiomáticos y
expresiones propias de la jerga marina: "¡Veinte gados
a babor!", "¡Cierra la tarasca!", "¡Cazar
las escotas de estribor!", "¡Atrinca para la mar!",
"¡Prepararse para vivar por avante!"...
Francisco Coloane, en esta obra de profunda trascendencia humana,
sorprende con la sencillez y sensibilidad de los grandes narradores
de la literatura universal. No pocas veces, más por su temática
que por su estilo, fue comparado con Jack London y Joseph Conrad,
aunque a él no le agradaban ni desagradaban las comparaciones
con otros autores, cuyos temas también abordan las aventuras
de piratas y marinos. Coloane sabía, de algún modo,
que el mar no sólo es una inmensidad azul que se pierde en
el horizonte, sino un personaje con vida propia, una suerte de amante
que respira en sus flujos y reflujos. Tal vez por eso recordaba la
tarde en que doña Eliana Rojas le dijo: "El rumor del
mar es como los pasos de alguien que se acerca pero que nunca llega",
una imagen metafórica que lo llevó a sentir nostalgia
por el mar, y que fue confirmado por las palabras que su padre le
susurró antes de morir: "Volvamos al mar".
Leer "El último grumete de la Baquedano"
implica, sin lugar a dudas, hacerse cómplice del hilo argumental,
sobretodo si alguna vez se estuvo a bordo de un barco que avanza rumbo
al Sur, donde las ráfagas del viento ululan en las noches y
los témpanos de hielo flotan como osos polares en Tierra del
Fuego.
El protagonista principal de la obra, Alejandro Silva Cáceres,
era el segundo hijo de una madre viuda que, para solventar las necesidades
de su humilde hogar, lavaba y planchaba las ropas de dril y paño
de los marinos, cuyos oficiales lucían uniformes blancos y
camisas de cuello almidonado los días domingos.
Alejandro, hasta antes de embarcarse clandestinamente en la "Baquedano",
era alumno aplicado en la escuela primaria y el liceo. Estudió
con la obsesión de ingresar algún día a la Escuela
de Grumetes de la Armada. Quería ser marino a cualquier precio,
aun sabiendo que su padre murió en un naufragio, y que su hermano
mayor, Manuel, desapareció en Magallanes, a donde se marchó
con la ilusión de que en los mares del Sur se ganaba mucho
dinero cazando nutrias, lobos, zorros y otros animales de piel fina.
De los trescientos y un hombres que estaban a bordo de la "Baquedano",
el último tripulante era Alejandro Silva Cáceres, oriundo
de Talcahuano, quien, escondido en el peñol de la proa, inició
la mayor aventura de su vida, luego de haber tomado la decisión
de despedirse, por medio de una carta, de su madre y sus profesores
de liceo. Aunque tenía apenas quince años, como el capitán
de una de las novelas célebres de Julio Verne, poseía
el espíritu valiente y sagaz de un marino dispuesto a enfrentar
los avatares del destino. Al fin y al cabo, estaba consciente de que
este era el último viaje de la corbeta "Baquedano"
y la única oportunidad que tenía para convertirse en
uno más de los grumetes del glorioso buque de guerra, que levantó
los velámenes y zarpó rumbo a los canales del Sur, llevando
a bordo a trescientos y un hombres que se internaron en la inmensidad
del mar, con la proa en dirección al viento.
Alejandro, al cabo de ser descubierto en su escondite por el guadiamarina,
fue presentado al capitán y luego al comandante, quien, al
escuchar las explicaciones del muchacho, decidió que lo consideraran
el último grumete. A partir de entonces, Alejandro aprendió
a armar un "coy" con el colchón y las dos mantas
de reglamento, a levantarse al toque de la corneta y a subordinarse
al mando de sus superiores. Aprendió, asimismo, el nombre de
los instrumentos y compartimientos de una corbeta de guerra, y posteriormente
las maniobras de una navegación a vela.
Así, poco a poco, empezó a amar a la "Baquedano"
como a su propia madre, pues era una nave donde, además de
impartir las instrucciones correspondientes a la Escuela de la Armada,
se contaban historias de aparecidos y buques fantasmas, como ese cuento
de "El fantasma del Leonora", referido por un viejo sargento
que pasó su vida a bordo de la "Baquedano". En realidad,
el fantasma del "Leonora", velero rescatado de las rocas
del Estrecho de Magallanes, no era más que el mascarón
de proa; tenía aspecto de sirena, "los brazos abiertos
como queriendo abrazar al mar y las aletas plegadas a los bordes,
igual que una aparición, blanca como el mármol".
El sargento contó que, mientras los tripulantes dormían
en el camarote, se les aparecía esta figura femenina, de cara
hermosa y túnica blanca. Los tomaba del brazo y los conducía
a través del velero, con la intención de arrojarlos
por la borda y desaparecerlos sin dejar rastro alguno.
Francisco Coloane, aferrado a su pluma de narrador innato, cuenta
las peripecias de su joven protagonista, con la experiencia de quien
ha recorrido muchos mares y ha visto muchos sitios. Está claro
que el autor, por su ascendencia natural, revivía su niñez
en medio de la naturaleza agreste y accidentada de Chiloé.
Además, se debe recordar que Coloane navegó desde su
infancia por los canales del Sur, que vivió desde su adolescencia
en Puerto Montt y Punta Arenas, que era hijo de un capitán
de barco ballenero que hacía su travesía hacia el Estrecho
de Magallanes, y, para entender mejor sus vivencias y experiencias
como hombre y escritor, se puede afirmar que Coloane no sólo
fue navegante en los canales australes, sino también cazador
de lobos, ovejero y diestro domador de potros en las estancias de
Tierra del fuego.
Todo ese caudal de experiencias le permitieron contar, con la destreza
narrativa de un Jack London o un Robert Louis Stevenson, las maravillosas
aventuras de un grupo de marinos cuyo único escenario de acciones
es el espacio abierto entre la popa y la proa. Coloane, sin titubeos
ni circunloquios, sabía transmitir las sensaciones del alma
ante una naturaleza salvaje que, a veces, se sobrepone a las fuerzas
humanas en medio de los vaivenes del mar.
De hecho, los tripulantes de la "Baquedano", junto al joven
protagonista, estaban destinados a resistir las embestidas del mar,
con sus olas que se elevaban por encima de la cubierta, y los vientos
que zarandeaban los velámenes, a tiempo que la corbeta se mecía
cual una cáscara de nuez en medio de la tempestad que enseñaba
que el marino, para sobrevivir a la travesía, debía
mirar a la muerte cara a cara, enfrentándose a los peligros
con la serenidad de los nervios y la tenacidad de los músculos.
Francisco Coloane, eximio narrador de los sentimientos humanos y
las fuerzas indómitas de la naturaleza, permite imaginar, en
el libro que comentamos, la violencia implacable de las aguas embravecidas:
"El mar aumentaba sus furias; ya no parecía océano,
sino un mundo de montañas enloquecidas que bailaban estrellándose
unas contra otras. El viento aullaba y bramaba a ratos, el aguacero
caía como si otro mar se descargara encima. De vez en cuando,
algo como unos gritos lacerantes, plañideros, estentóreos,
salían de las bocanadas de agua y viento: era la voz de la
tempestad".
De otro lado, Francisco Coloane, al estilo de Selma Lagerlöf,
quien escribió "El maravilloso viaje de Nils Holgersson"
para darnos una lección de geografía sueca desde el
lomo de un ganso, nos pasea a bordo de la "Baquedano" -la
formidable "Chancha"-, realizando una descripción
magistral de la zona austral de Chile. Coloane, como todo marino convertido
en narrador, tenía la facultad de guiar al lector por un itinerario
geográfico que compendia fiordos, cabos, penínsulas,
archipiélagos, islas y bahías.
Bien se podría decirse que "El último grumete
de la Baquedano" es un pretexto o un medio del cual se valió
el autor para enseñarnos el paisaje accidentado y exuberante
de lugares como Talcahuano, Puerto Montt, Golfo de Penas, Punta Arenas
y Magallanes, donde los bosques, contemplados a lo lejos, se levantan
como montañas recortadas contra el azul del cielo. No es menos
maravilloso imaginar el paisaje de la bahía de Puerto Refugio
que, aparte de ser un sitio ideal para salir a mar abierto y cazar
ballenas, está rodeado de grandes cordilleras cuya única
vegetación son los robles y los musgos, o el encanto especial
que ofrece el canal que conduce a Puerto Edén, cuyo espléndido
paisaje, además de hacer honor a su nombre, es la tierra de
los indios alacalufes, que viven de los productos que les concede
la tierra y el mar.
La "Baquedano", como cualquier buque de guerra que sigue
la ruta del Sur, atraviesa por sitios mentados por los marinos más
viejos, como es "La Tumba del Diablo" en Punta Arenas, población
ganadera de la Patagonia, situada en las márgenes del Estrecho
de Magallanes y frente a la legendaria Tierra del Fuego. Se dice que
aquí fue amarrado y fondeado el Diablo, con tres toneladas
de grilletes y cadenas, y que: "¡En las noches de tempestad
arrastra sus cadenas debajo del mar, y los pocos marinos que lo han
oído y están vivos dicen que es un ruido terrible, que
queda en los oídos para siempre! ¡Más horrible
que el de la tempestad!".
Cabe recordar que la obra de Coloane no sólo trata de rescatar
la fauna y la flora del Sur de Chile, sino también sus mitos
y leyendas, cuyos personajes respiran a través de la pluma
de este narrador que, aparte de haber sabido anudar coherentemente
los cabos sueltos de sus historias, era uno de los escritores tradicionales
más fecundos de la literatura chilena contemporánea.
Si en su novela "Guanaco blanco" retrata personajes míticos
como son Timaukel, el más poderos de todos, y Quenos, constructor
de praderas y canales, en "El último grumete de la Baquedano"
cuenta la leyenda de tres familias que se salvan del diluvio al estilo
bíblico del Arca de Noé. Se tratan de tradiciones orales
que el autor recogió de primera mano en los lugares de origen.
De ahí que cada uno de sus libros, al margen de ser leídos
como simples cuentos o novelas, contienen textos de carácter
antropológico y etnológico, que rescatan mitos y leyendas
de las culturas ancestrales, con héroes y epopeyas que, tras
haber sobrevivido al avasallamiento de la colonización occidental,
se conservan en la memoria colectiva, transmitiéndose de generación
en generación.
"El último grumete de la Baquedano", por intermedio
de los pensamientos y sentimientos de su joven protagonista, nos pone
en contacto con personas cuyos valores culturales y códigos
de vida son diferentes a los de Occidente. Es decir, nos permite comprender
mejor las razones fundamentales de la diversidad cultural, no desde
la perspectiva del discurso demagógico del poder, sino desde
la visión consciente de un escritor que se sumó a la
causa de los pueblos originarios que exigen respeto a sus derechos
más elementales.
Con todo, casi al final del libro, cuando la "Baquedano"
arribó al Cabo de Hornos, donde se cruzan las aguas del Pacífico
y el Atlántico, el último grumete, Alejandro Silva Cáceres,
encuentra a su hermano mayor, Manuel, quien, vestido a la usanza de
los indios yáganes, vivía en calidad de cacique con
una india de buen parecer y tres hijos menores. Manuel, más
que representar el sincretismo cultural, asumió como suyas
las costumbres ancestrales de los yáganes. Quizá por
eso, mientras contemplaba las aguas gélidas del mar, se le
acercó a Alejandro y le dijo: "¡Los hombres somos
como los témpanos, la vida nos da vueltas a veces y cambiamos!".
En esta región inhóspita y agreste, conocida como "El
Paraíso de la Nutria", los indios yáganes sobreviven
aislados del mundanal ruido de las urbes, llevando una vida sedentaria
en medio de la nieve y el viento helado. Se alimentan casi exclusivamente
de la caza de nutrias, lobos, pingüinos y otras aves, debido
a que, a diferencia de los primeros occidentales que llegaron atraídos
por la fiebre del oro, los habitantes ancestrales no conciben la propiedad
privada y prefieren llevar una vida en simbiosis con la naturaleza,
tomando los alimentos que les provee el mar, y, algunas veces, del
trueque que realizan con los tripulantes de los barcos mercantes que
atraviesan por ese helado confín del mundo.
"El último grumete de la Baquedano", como todos
los relatos clásicos bien contados, es una obra que no podía
dejar de tener un desenlace feliz, ya que el joven protagonista, Alejandro
Silva Cáceres, a su retorno a Talcahuano, lleva el uniforme
de marino, y, para la alegría de su madre, las pieles y el
oro que le entregó su hermano Manuel, como prueba de que el
amor de un hijo por su madre es inmutable a pesar del tiempo y la
distancia.
Así pues, este hermoso libro de Francisco Coloane, que fue
escrito "en recuerdo de la nave que formó a tantas generaciones
de marinos chilenos", debería ser un texto de lectura
obligatoria para quienes deseen conocer algo más sobre la legendaria
historia de la "Baquedano", ese buque-escuela de la Armada
que, después de haber realizado el último crucero hacia
el Cabo de Hornos, echó para siempre sus anclas en un puerto,
como cualquier corbeta de guerra que envejeció en sus innumerables
batallas y periplos.