Hugo Gola: Filtraciones. Poemas reunidos.
México: Fondo de Cultura Económica, 2004.
Uno de los efectos más perjudiciales de la estúpida
leyenda “Chile, país de poetas” es creer que basta con leer
a los 2 ó 3 próceres nacionales para darnos por satisfechos
en nuestro conocimiento de la poesía universal, y cerrarnos
de paso a las importantísimas tradiciones de otros países,
incluidos vecinos como Argentina (“país de narradores...”).
Ésta es una perfecta excusa para quien prefiera flojear
antes que acercarse a Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, Roberto Juarroz,
Olga Orozco, Héctor Viel Temperley, Leopoldo Castilla, Juan
L. Ortiz, Alberto Girri, Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Néstor
Perlongher, Arturo Carrera o Ana Becciu, por nombrar apenas algunos
nombres ya afianzados en las últimas décadas. De entre
todos ellos quisiera destacar la voz de Hugo Gola (nacido en Santa
Fe en 1927 y residente en México desde 1976), cuya producción
lírica acaba de ser reunida en un sólo volumen.
En su prólogo, Juan José Saer lo presenta así:
“Si tuviese que definir el rasgo principal de su personalidad no vacilaría
un segundo en afirmar que se trata de su total y permanente dedicación
a la poesía”. Sus referencias biográficas, en efecto,
nos hablan no sólo de un escritor, sino también profesor,
traductor y director de revistas. Esta coherencia se reproduce asimismo
en la unidad interna de su obra, que desde su inicio permite vislumbrar
la seriedad de una propuesta que mantendrá con un pulso bien
definido. En una primera etapa su mirada se extiende por las vivencias
cotidianas y los elementos de la naturaleza, como largos paseos tendientes
a la compenetración: “aquí está la médula
del sol/ es necesario comprenderlo”. A partir de los años 80,
en cambio, se produce un repliegue hacia la materia misma de las palabras,
que se manifiesta en una serie de variaciones fónicas y un
uso más variado de los espacios, con versos brevísimos
que descienden como surcos por la página. Este proceso va acompañado
por un cuestionamiento a las cualidades del lenguaje: “La palabra
no dice/ lo que dice/ qué dice/ entonces?”.
Aquí se observa una de las cualidades principales de su discurso:
la concepción del poema como un espacio privilegiado para la
reflexión, para poner en juego sus observaciones y permitir
que sus preguntas se desenrollen lentamente. La reiteración
y la combinatoria de las palabras también resultan un ejercicio
para ponerlas a prueba, ver hasta qué punto es posible reconocerse
en su rumor. No hay entonces un análisis resuelto, sino la
invitación a participar de un proceso en curso: “Generalmente
empiezo/ sin saber todavía/ cuál será el rumbo
definitivo/ de la marcha”. Y si bien estas indagaciones nunca son
gratuitas, y tras ellas siempre late una energía a punto de
estallar, su “verdad pequeña” suele imponerse sin aspavientos
ni histeria. Con la misma humildad trata grandes temas y consigue
construir lo que podría parecer imposible fuera de la lírica
escolar: un hermoso poema a la patria, a la que llama “piedrecita
que caes/ arena suelta al viento”. Su búsqueda, en definitiva,
avanza hacia la esencialidad, hacia el adelgazamiento de una voz cuyas
palabras parecieran desprenderse de sí mismas.
Al igual que Saer, creo que además de apreciar los poemas
escritos por Gola, vale la pena remarcar el rigor que los sustenta
precisamente en tiempos que fomentan la irreflexión y la producción
en serie. Ya advertía Eduardo Milán en un artículo:
“Resulta un llamado de atención la ‘facilidad’ con que escriben
los poetas de hoy en día. Se diría que todo les resulta
accesible”. Por eso es valioso encontrar aquí una obra que
desafía a tantos ejercicios de escritura veloz y falsa espontaneidad,
con una energía que ha madurado en la espera, la abstención
y el silencio. Este “sacrificio” (mucho más profundo que cualquier
pose de malditismo) obedece a un amor desmedido por el oficio, y responde
a la lejanía el consejo de otro experto en paciencias, el español
José Ángel Valente: “El arte puede ser muy rápido,
a condición de que sea muy lento”. Estos no son torrentes,
son filtraciones: el peso infinito de una sola gota.
Para leer en voz baja:
Cuando cierro los ojos
y no veo la calle
es cuando mejor la veo
Cuando caen mis brazos
y mis manos se duermen
es cuando palpo mejor
la corteza de los árboles
¿Es posible que sólo
cuando me arrase la muerte
alcance a descifrar
el ardiente y oscuro fuego de la vida?
Para leer en voz alta:
Sólo sonidos sordos
silentes
silbantes
salvajes
sucesivamente ciertos
suelen subir
o someterse
sostener situaciones
cifras
sitios
soledades
son la sola certeza
soslayan simulación
y servidumbre
sonido soberano
selva sinuosa
suspendida en el cielo
suave soporte
solar sacrificado
de un sol secreto.