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Primeros apuntes sobre El poeta anónimo

Por Felipe Cussen
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El último día de vacaciones me sorprendí mucho al leer en la “Revista de Libros” de El Mercurio que acababa de aparecer un nuevo libro de Juan Luis MartínezEl poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez). Según explicaba Pedro Pablo Guerrero, se trataba de un libro que solo se había podido publicar ahora que se cumplían veinte años después de la muerte del autor. Ya el año 2003 habían salido los Poemas del otro, dentro de un libro homónimo que también incluía textos dispersos y entrevistas. De acuerdo a su editor, Cristóbal Joannon, esta serie formaba parte de «un trabajo mayor titulado El poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez), obra que posiblemente nunca se dé a conocer, ya que Martínez sugirió que todos sus papeles fuesen destruidos después de su muerte», y explicaba que esta obra estaba ordenada de acuerdo a los ocho trigramas del I Ching. El 2010 apareció Aproximación del Principio de Incertidumbre a un proyecto poético, editado por Ronald Kay, compuesto por 28 fotocopias anilladas que pertenecerían a «una obra de larga gestación» que habría terminado entre los años 1991 y 1992 con el patrocinio de la Fundación Andes. En este libro, compuesto exclusivamente por poemas visuales que apelan al lector de modo similar al de los emblemas o la poesía semiótica, los trigramas del I Ching también tienen una fuerte presencia. Supuse que sería lo último que sabríamos de Martínez. Pero a este autor que amaba la desaparición también le gustaban los saludos de ultratumba, y tal como cuando envió el poema visual “Estoy doblemente tranquilo” para que se publicara justo después de su muerte en la “Revista de Libros”, ahora también nos tenía preparada una espectacular vuelta a las pistas.

Al día siguiente fui cargado de ansiedad a comprar El poeta anónimo a la Galería D21, lo pedí y me lo entregaron de inmediato. Fue un proceso muy distinto al que pasé para acceder a La nueva novela, cuando primero escuché algún rumor, encontré un fragmento en la antología de Erwin Díaz, leí el ensayo de Enrique Lihn y Pedro Lastra, busqué infructuosamente algún ejemplar en la biblioteca de la universidad que alguien debía haber robado, conocí a un poeta amigo que tuvo la amabilidad de prestármela para fotocopiarla, y solo muchos años después pude tener mi ejemplar. Ahora fue casi decepcionante, porque no hubo ningún rito previo, y apenas en un par de minutos estaba sentado en un taxi revisándolo frenéticamente. Quería comprobar que no era simplemente un simple pegoteado, un raspado de la olla, sino un libro de verdad. Eso fue lo que le dije a mi adorada Marcela apenas llegué a la casa: que este libro era de verdad, que era el famoso libro al que se refería Joannon. Y más encima lo editaron en Brasil, pues fue fruto de la colaboración de Pedro Montes Lira con Luis Pérez-Oramas, curador de la última Bienal de São Paulo, donde se mostraron obras visuales de Martínez y también participó Diego Maquieira. Luego supe que ya estaba disponible hace algunos meses, y me llamó la atención que en todo ese período no hubieran circulado más informaciones por aquí, lo que habla con mucha claridad de nuestras pésimos circuitos de conexión cultural con otros países. La publicación corresponde a Cosac & Naify, una excelente editorial paulista, de la que conocía un libro dedicado a los poetas concretos del grupo Noigandres. Me gustó que de algún modo se reunieran con Martínez en esta ocasión. Justicia divina.

El libro viene en una caja con apenas unas líneas de información, donde se indica que corresponde a una «Edição fac-similar à edição chilena de 1985». La portada del libro propiamente tal incluye los 8 trigramas del I Ching, que se repiten en el índice. Busqué si aparecía la serie “Poemas del otro”, que debería pertenecer la segunda parte del quinto capítulo, pero no estaba allí, así es que supongo que ahora habrá pasado a residir en el limbo. De todos modos, al revisar que prácticamente todos sus materiales fueron fotocopiados de otras fuentes, no cabía duda de que se trataba del libro al que se refirió en su entrevista a Félix Guattari: «un trabajo, una obra, en la que no me pertenezca casi ninguna sola línea».

Un par días después, cuando ya se me había pasado el entusiasmo infantil por esta sorpresa, quise leerlo de corrido y con calma. A decir verdad, resulta impreciso hablar de “lectura”, porque se trata de un libro ilegible en muchos planos: cuesta comprender su estructura global, la atención se dispersa entre tantas imágenes de diversa procedencia y textura, hay algunos textos tachados, cortados o demasiado pequeños, y es imposible manejarse en latín, italiano, alemán, francés y castellano, a menos que uno sea el papa, por supuesto. La comprensión es inevitablemente parcial y fragmentada, lo que obliga a tomar al pie de la letra la propuesta de Pérez-Oramas en su sugerente ensayo: «ler como se não entendêssemos o que lemos».

En la portadilla dice «Ediciones Archivo./ Santiago de Chile/ 1985», el mismo año de la segunda edición de La nueva novela. Mi primera tentación, obviamente, fue tratar de encontrar los vínculos entre ambos libros. En efecto, se repiten algunos personajes y referencias, y también la banderita chilena. La gran diferencia, sin embargo, es que prácticamente no existen textos propios y los materiales prestados se encuentran mucho menos intervenidos. Los fragmentos son más extensos, a veces de varias páginas, pero resulta más difícil encontrar las ligazones entre estos bloques. La autoría se limita a la labor de recorte, ordenamiento y montaje de las secciones y apenas la transcripción mecanografiada de algunas citas. Parece que intentara demostrar que se necesitaba «menos trabajo» para provocar su impacto. Si La nueva novela invitaba a un laberinto lleno de enigmas, más cercano a las peripecias de Carroll, El poeta anónimo se parece a un archivador con material en bruto, del que emerge un golpe seco en la cara.

Parte importante de este efecto depende de una materialidad mucho más expuesta, pues se trata de una maqueta en la que se evidencian los bordes rotos de los recortes y algunas anotaciones manuscritas, que en una edición definitiva se hubieran limpiado. Da pudor, incluso, manipularlo, porque uno se imagina que un movimiento torpe podría provocar que se suelten las imágenes, como los antiguos álbums en que pegábamos nuestras láminas con UHU stic. Pero lo que más impresiona es el tono oscurecido, mal calibrado, de las numerosas reproducciones de libros, revistas y periódicos, que enfatiza los padecimientos de su traspaso. Este libro ha sido escrito con una fotocopiadora.

Me gustaría imaginar los vínculos que podrían establecerse con otros autores que han utilizado este mismo instrumento. El fundador del Writers Forum Bob Cobbing, por ejemplo, la manipulaba virtuosamente, como si dibujara con ella. Martínez, en cambio, está más cerca Josef Kosuth, quien compuso Purloined: A Novel con páginas de otras novelas, y particularmente de Tan Lin, quien en la mitad de Seven Controlled Vocabularies and Obituary 2004 The Joy of Cooking inserta el prólogo de un libro de Laura Riding. Aquí también se incluyen varias páginas de un epistolario de Erasmo de Rotterdam tachadas y corregidas por un censor, o parte de un catálogo de calaveras de indios selk’nam, halakwulup y yamanas. Al igual que en Lin, cuando la intromisión dura más que una vuelta de hoja, uno comienza a olvidarse del libro que tenía entre manos. En otros pasajes, en cambio, se evidencia la mano del autor que corta y superpone las imágenes y textos. Una sección particularmente significativa es “Las máscaras de yeso”, donde la definición del soneto perteneciente a un manual de literatura es troceada en 4 pedazos, los dos primeros de 4 líneas y los siguientes de 3, replicando la estructura de esa forma poética. A continuación siguen los retratos de Shakespeare, Donne, Milton y Coleridge, igualmente segmentados. Esta dislocación, que me recordó las combinaciones de un grabado fragmentado en la “Sextina visual” de Joan Brossa, grafica la artificiosidad y gratuidad de las reglas de versificación, como si su arquitectura fueran simplemente los esqueletos de la poesía. Resulta atractivo pensar la obra de Martínez en un contexto más amplio, e imaginarlo incluso como un precursor de la escritura conceptual que hoy está de moda en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo no dejo de preguntarme ¿qué cresta tenía en la cabeza para estar recortando sonetos en 1985?

 

 

Para tratar de determinar esta poética es útil contrastar su modo de responder al contexto político con el de La nueva novela, como el famoso poema “La desaparición de una familia” en la última sección “Epígrafe para un libro condenado: la política”. Allí, las estrategias alusivas son bastante más oblicuas que en El poeta anónimo, que en una de sus primeras páginas incluye un “soneto” compuesto por 14 imágenes de corderos invertidos bajo el título “Los durmientes del valle (Lonquén, Chile)” y posteriormente numerosos recortes de prensa sobre los hallazgos de fosas con osamentas de detenidos desaparecidos en Yumbel. Esta opción mucho más explícita tiñe por completo otros procedimientos que en otro contexto podrían haber resultado más ambiguos. Los pies de fotos a imágenes cubiertas de negro sugieren las lápidas de cuerpos que no se han encontrado, y la yuxtaposición de avisos de perros perdidos en el barrio alto junto con agradecimientos al Espíritu Santo por favor concedido resuenan como un eco ridículo de esas ausencias.

 

 

El poeta anónimo está mucho más cerca del tono fúnebre de La poesía chilena y en este caso también el destino de la patria se funde con la muerte de los poetas, aunque ahora se abra a escritores y artistas universales como Keats, Poe, Mishima, Kafka, Gaudí o Van Gogh. Pero lo más evidente es que todo el libro es también el intento de Juan Luis Martínez por escribir su propia tumba, su propio recuerdo más allá de la muerte, su eterno presente. Esta imagen trasciende de diversas maneras, ya sea mediante sus documentos íntimos (una foto de su primera comunión y el santito) o el desdoblamiento en un escritor suizo de origen español también llamado Juan Luis Martínez, que escribió Le Silence et sa brisure (“El silencio y su ruptura”). Se adjunta la ficha bibliográfica del Instituto Chileno-Français de Valparaíso como prueba de existencia de ese libro que hasta entonces nadie había pedido, al igual que este volumen que sólo ahora ha sido desenterrado.

 

 

Son muchísimas las líneas abiertas que se me han escapado en esta primera lectura (tendría que comenzar por estudiar el I Ching), pero al menos puedo dar fe de su intensa efectividad. Como dice también en otro recorte suelto de un titular que no sabemos a qué corresponde, «Martínez aseguró la victoria». Paradojalmente, su libro más ajeno resultó ser el más desnudo, al borde del exhibicionismo. Y también el más derechamente efusivo. Es como si La nueva novela nos hubiera dejado anestesiados, y ahora, al avanzar apenas un punto más allá de esa extrema contención, todo se hubiera desbordado. Jamás pensé que utilizaría este adjetivo para referirme a un libro de Juan Luis Martínez: El poeta anónimo es conmovedor.

 

 

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Sobre el autor:
Felipe Cussen es investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, y actualmente desarrolla el proyecto "Samples y loops en la poesía contemporánea" (Fondecyt Regular #1131136)





 


 

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