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"Ojos de Claudio Arrau"
Un poema de Fernando Ortega
Felipe Eugenio Poblete Rivera
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Ojos de Claudio Arrau
Conocí a Claudio Arrau
por los vinilos de mi tía Luzmira.
Ahora lo veo en youtube
muchos videos se titulan
“Claudio Arrau Beethoven”
como si ambos fuesen uno solo.
Luzmira murió de cáncer
como los demás hermanos.
Cuando murió mi padre, yo tenía 6 años
y no lloré.
Mi tía murió 20 años después
y fue duro.
Como todo en la vida
asumí que era algo natural.
Pero de algún modo ese pesar
hoy persiste.
Los planos en que Arrau mira a la cámara
son escasos; en ellos busco
lo que mi tía encontró en sus vinilos.
El poeta viñamarino y residente en Santiago: Fernando Ortega Benavides (10 de Noviembre de 1983), ha publicado una colección de veinticinco poemas bajo el título "MAGENTA", en la buena senda editorial de los "Libros Del Pez Espiral" ("Corriente Alterna", se llamó antes de Abril del año pasado). Un par de años antes, el poeta presentó el conjunto "CIAN", en autoedición, vale decir: libre de inscripciones editoriales. El formato de la nueva entrega es bastante más grande, no así el grosor, conserva el diseño tipográfico para las letras del título, pero esta vez, además, hay un diseño visual no-figurativo, generado en Processing por Christian Oyarzún, para tapa y contratapa. Y más importante aún, varios poemas están presentes en ambas entregas.
La presentación del libro más reciente se realizó la tarde del martes primero de abril, del presente año, en La Chascona, específicamente en el Espacio Estravagario, y estuvo a cargo de Felipe Cussen y Ángel Verdugo Valdebenito. No indagaré en las rutas abiertas por sus presentadores, ambas notables, solamente una mención a una pequeñez de carácter muy subjetivo de mi tocayo: "uno de mis favoritos, es Ojos de Claudio Arrau" [1]. Curiosamente, el poema elegido por el autor para inaugurar la lectura que ofreció esa tarde fue, justamente ese. Enseguida leyó otros cinco [2].
Para bien o para bien, Claudio Arrau es el pianista chileno más importante de todos, sin duda. Falleció lejos de aquí, en Austria, el año mil novecientos noventaiuno, cuando Fernando tenía apenas ocho años, siete, pues él los cumple en Noviembre y Arrau murió en Junio, por eso, a modo de rara coincidencia es que viene la fotografía del pianista a la edad de siete años. Bueno, en fin, no es relevante ahora la biografía del pianista (sírvase a verla en la web), sino el poema que Fernando ha escrito. Poema que, por lo demás, ¡es mi favorito del libro! Pero el favorito no sólo por una cuestión de gusto, esto es evidente, sino por su impecable factura que, al mismo tiempo, parece de croquis. Característica que, lo cierto, se presenta en tantos otros textos del conjunto con los cuáles, la verdad, no adhiero: «Un trozo de hilo verde en la toalla amarilla» (verso que corresponde al total del poema), o aquel que repite «El pasto es verde» u otros de apenas tres versos, los que simplemente no están bien situados en mi ruta.
El poema:
Al verso que abre, imposible no citarlo: «Conocí a Claudio Arrau». Introduce una fuerte duda temporal, especialmente si tenemos en cuenta el serio descalce de fechas biográficas. Pretérito perfecto simple, de fuerte sonido (oxítono, en términos técnicos), totalmente seguro de sí: Co-no-cí; claro, por seguro es la abreviatura del "conocí en persona". Porque, conocer a alguien ¿es realmente posible? Algún memorable griego predicó el clásico conócete a ti mismo. U otra vía: es la sinécdoque de Claudio Arrau por la música que compuso. Continuando, el poema, de inmediato, genera una ruptura respecto a esa vía de entendimiento que es el conocer, a través del verso siguiente «por los vinilos de mi tía Luzmira» ¡vengan a hablarme de aura y reproductibilidad técnica, señores! A través del sonido, entre gastado y lejano del vinilo girando en el tocadiscos, o la victrola, pero además el vínculo familiar estrecho, que está confesado en el posesivo y a la vez cariñoso "mi". Una estrofa hecha y derecha.
Sigue el poema: «Ahora lo veo en youtube», conduciendo al lector a un salto temporal más o menos largo, no sólo en el contexto tecnológico, con eso del paso del vinilo al youtube, sino además la elipsis en el estatuto etario del autor, desde la infancia a los treinta años (redondeando). Hasta aquí, el poema es un relato biográfico, un testimonio cotidiano, luego prosiguen la descripción y la intuición, o mejor dicho la tentativa de explicación, con los tres siguientes versos: «muchos videos se titulan / "Claudio Arrau Beethoven" / como si ambos fuesen uno solo.», palabras sencillas, percepciones coloquiales. Los dos primeros son una misma idea, expuesta en dos versos, pero el tercero, con ese "como si", antecediendo el pretérito imperfecto, establece un desvío en la figura literaria más común de la poesía, a saber, la metáfora. El comparativo "como", pero dotado de incertidumbre: "como si" ¡tan del habla coloquial nuestra!
Tercera estrofa que arranca con estos dos versos octosílabos: «Luzmira murió de cáncer / como los demás hermanos.», como se sabe, los octosílabos son infinitamente regulares en el habla castellana, por razones de ritmo respiratorio, y en tanto respiramos y dejamos de respirar ¡no puede faltar la muerte! Como tampoco puede faltar el amor, el vínculo afectivo, recordemos: "mi tía Luzmira". Pero antes de romper en llanto, una especie de flashback irrumpe: «Cuando murió mi padre, yo tenía 6 años», es decir, volvemos a la década de los ochenta (1989), y también a la infancia del autor (o acaso al año noventa). Y además este verso, alejandrino, muy a pesar de sus contemporáneos hemistiquios heptasílabos, ofrece detallada hechura. Volviendo al tema, entonces, ante la muerte del padre [3], el poeta confiesa «y no lloré.» indolente, en especial con la presencia terminal del punto gráfico, que es el equivalente al final de la ruta que ha recorrido una idea expresada.
Otra vez el poema continúa su discurso. Hay un nuevo salto temporal, ahora hacia el dos mil nueve, pero que sin embargo, mantiene una relación doble con la idea precedente; primero por estar asociado temáticamente, obvio, pero además la condición gráfica de la escritura, la aparición de los signos numéricos [4], los dígitos y no las letras. «Mi tía murió 20 años después», dice el poema, en un tono tranquilo, o al menos así me parece, según la lectura que ofreció su autor. La lectura en voz alta del poema, incluso si la realiza su autor, es ya una interpretación del texto poético: ¿cómo leerlo? En fin, no precisa mezclar las ideas, pues el verso siguiente es el que declara el pathos «y fue duro.» una vez más con el signo gráfico de la puntuación, nada más que agregar ante el dolor propio, es posible que de eso justamente se trate, la asfixia por la que cruzamos ante la muerte de una persona cercana: el no poder decir [5]. Siento que este tangible verso está mucho más próximo a dicha imposibilidad del habla, mucho más cercano a un balbuceo.
Una vez más el poema sigue. Después del punto, sigue: «Como todo en la vida / asumí que era algo natural.». Es impresionante cómo, a pesar del punto, el encabalgamiento está ahí intentando formularse en "y fue duro como todo en la vida", pero no, aquel verso no está, es el lector quien lo infiere, multiplicando los sentidos del poema mismo, ampliándolo, llevándolo a otras zonas [6]. Está resuelto de manera muy honesta y, como he dado a entender más arriba, con gran economía verbal (que es una característica transversal al poemario, por cierto), sin embargo sucede sin embargo, que acuden versos reflexivos ante esa honestidad, ante esa muerte: «Pero de algún modo ese pesar / hoy persiste.», es el ápice de melancolía. Ahí, a mi oído, está mal cortado el verso; para causar suspenso, el corte podría haber estado justo después de "modo", así además, la cesura coincidiría con el ritmo respiratorio. Pero bueno, al menos gana el encabalgamiento. Es que siempre me ha interesado oír a los poetas leer sus propios textos.
Numerada por tres versos, como un distorsionado eco del haikú, llega la estrofa final. El remate que está construido por el autor establece un vínculo emocional con el fallecido familiar, fuertísimo. La primera idea expuesta remonta al comienzo de la segunda estrofa, con el siguiente verso: «Los planos en que Arrau mira a la cámara», pero sin la necesidad de reiterar el canal contextual, ¡esa es la gracia! El lector infiere que se trata del video que circula en internet, en youtube, y en dónde el difunto pianista mira a la cámara (que por lo demás es un gesto que constituye un estudiado tema en la teoría del cine y de la fotografía). El tema de la mirada, de los ojos[7] , conduce una vez más, a la honestidad y a la sinceridad, intrínsecas al personalísimo acto íntimo de mirar a los ojos: el devolver la mirada. Aunque en este caso de manera ilusoria, a través de los pixeles de la pantalla de un notebook. Con el siguiente verso, ahora del todo, aparece el encabalgamiento: «son escasos; en ellos busco» ahí, la aparición del signo gráfico del punto y coma —que distancia o separa mucho más que la coma, pero mucho menos que el punto (como hasta ahora el mismo poema lo ha comprobado)— permite que este segundo hemistiquio se encabalgue, a su vez, con el verso final: «lo que mi tía encontró en sus vinilos.», un endecasílabo que sella al poema con ese aire, tan difícil de conquistar, emotivo y humano.
Este poema, "Ojos de Claudio Arrau", siendo un sencillo reconocimiento al genial pianista, consigue irse por sus propias ramas rumbo a una zona de fuertes corrientes sentimentales, siendo que en el poema no hay nada más que letras (y números): las muertes de familiares, la tía, el padre, pero además otros tíos «como los demás hermanos», como ese endecasílabo en de un poema de Parra que me fascina: "en homenaje a mis hermanas muertas". A pesar del arraigo del poema en las tecnologías de última generación, youtube y por extensión internet y los computadores portátiles, hay un rumor teillierano en el poema, un poco por eso va en cursiva un famoso verso suyo, y otro de Parra. Evidentemente ellos no son los referentes más primarios del autor de "MAGENTA", pero es otra ruta.
Peñalolén, Santiago.
Mayo en dos mil catorce.
Notas
[1] La presentación realizada por el poeta y académico Felipe Cussen, se encuentra publicada en la revista digital "La Calle Passy 061".
[2] Para más pistas, esos cinco poemas leídos fueron: "Ya no tengo plata para ir a restaurantes", "Acabo de ver un western de Tarantino", "El magenta es el no verde", "Límites de migración específica" y "Fuerza de los amantes", obedeciendo el escrupuloso orden del papel impreso.
[3] La muerte del padre, por cierto, está referida inmediatamente antes, en el poema que abre el libro: "Reducción de restos", que, vale la pena decirlo: es notable, de una intensidad tremenda y al mismo tiempo una calma que llega a ser solemne.
[4] Hay sólo un poema más en el libro en que aparecen números, aunque no para edades sino para cifras monetarias: «$ 517 en Panadería San Camilo / cantidad que recibo de vuelta, redondeada a $ 600».
[5] Por supuesto que el listado de contraejemplos es, además de magnífico, larguísimo: toda la tradición elegiaca, que por cierto prosigue rauda actualmente y aquí en Chile: “Lidia”, de Francisco Martinovich, yo mismo con "negro" o la melancólica "Elegía para antes de levantarse", de Sergio Madrid. Toda la tradición elegiaca junto a este sincero «y fue duro.», honesto y tremendamente palpable.
[6] En este punto, el poema "Tao", del mismo libro, posee un remate paradigmático, pues ferozmente acciona un desarraigo del ritmo y el área conceptual que ha ido trazando; sin dejar, eso sí, de ser coherente a la orgánica del libro en términos generales.
[7] En un texto del poemario en cuestión, el autor clarifica una sentencia típica del habla coloquial: «los ojos no se abren / los párpados, sí», confesando de paso su preocupación por las palabras.