Kafka
no va a la playa
Por Carlos Fuentes
La Jornada Semanal, N°284. México,
D.F - domingo 13 de agosto de 2000
 Carlos Fuentes analiza
dos recientes títulos latinoamericanos sobre la vida y la obra de
Kafka: El daño, de Sealtiel Alatriste, y el ensayo inédito
del filósofo chileno Martín Hopenhaym, titulado provisionalmente "Crítica
de la razón irónica''. "El poder literario de Kafka deriva
de un hecho: sus ficciones describen a un Estado que hace eficaz su
propia ficción'', afirma el maestro Fuentes y nos advierte que "es
posible que Kafka sea el profeta del poder en el siglo XXI''. Tomando
en cuenta las maneras de hacerse invisible que el actual poder tiene,
no sería raro que la teoría de Fuentes tuviera un terrible aire de
profecía.
¿"Has leído a Kafka?'', me pregunta Milan Kundera. "Por
supuesto'', le contesto. "Creo que es el escritor indispensable
del siglo XX.'' Kundera sonríe socarronamente: "¿Lo has leído
en alemán?'' "No.'' "Entonces no has leído a Kafka.''
La reflexión de Milan Kundera sobre la excelencia intraducible de
la lengua alemana empleada por Kafka admite ya, en castellano, una
notable y muy honrosa excepción. La traducción de Miguel Sáenz
(Franz Kafka, Obras completas, Galaxia Gutenberg/Círculo de
Lectores, Barcelona) es de tal manera espléndida que dudo mucho le
afecte la ironía de mi amigo Milan. Simultáneamente, la obra de Kafka
ha merecido dos homenajes latinoamericanos. Uno es el de la novela
del mexicano Sealtiel Alatriste, El daño, publicada por Espasa.
El otro es el ensayo inédito "Crítica de la razón irónica'' del
filósofo chileno Martín Hopenhaym.
Alatriste le da un giro insólito a la leyenda patriarcal de Kafka
para trasladar a la madre una presencia piadosa y un influjo de misericordia
que consiste en callar para que el hijo hable. Ella abandona su vocación
musical para dar paso a la vocación literaria del hijo. Sabe, sin
embargo, que mientras ella tocaba la viola, su hijo escribía La
metamorfosis. En el acto de escribir hay un divorcio entre la
madre y el hijo. Antes, durante la niñez y la adolescencia, madre
e hijo se contaban sus sueños. Cuando Franz empieza a escribirlos,
la madre se da cuenta de que "no me parezco en nada a la madre
de tu infancia''. El hijo se ha vuelto un extraño y la madre se lo
reprocha en silencio. "A un hijo no le está permitido [...] exponer
con tanta crueldad los sentimientos de sus padres, mucho menos apropiárselos
y hacerlos pasar por propios.'' La madre lee al hijo extraño y se
vuelve extraña. El hijo es "otro''. Es un ladrón de personalidades
ajenas. Es un escritor. Pero al robarle la personalidad a la madre,
¿no le ha dado el amor, posesivo y hasta destructivo, de hacerla más
suya que nunca?
Alatriste es dueño de una prosa serena que se sitúa a medio camino,
con asombrosa eficacia, entre la extrema despersonalización de las
novelas de Kafka y la intimidad solipsista de los Diarios del
escritor. Este tema lo recoge Martín Hopenhaym, el brillante filósofo
chileno que es una de las cabezas (en todos sentidos) del pensamiento
hispanoamericano.
Los Diarios, indica Hopenhaym, le dan a las novelas la resonancia
subjetiva de la cual éstas carecen. No hay ninguna interioridad en
la ficción de Kafka. Los Diarios, en cambio, son la resonancia
interior de pasiones externas. Esta es una complementariedad angustiosa,
toda vez que los protagonistas de las novelas son héroes de la razón.
Sufren por estar marginados de la razón. Pero no entienden las "razones''
que los marginan. Su "racionalidad'', entonces, consiste en disolverse
en un sistema indiferenciado y verse a sí mismos fuera de los procesos
de formalización de la vida social.
De allí la extraordinaria escenificación kafkiana de la relación entre
el individuo y el poder -sin duda, la más lúcida, la más inquietante y
la más actual que se haya escrito en los últimos cien años.
El individuo en Kafka es un parásito, escribe Hopenhaym, que quisiera
dejar de serlo pero que, a pesar suyo, revela el mundo de parásitos
que el sistema requiere para ejercer el
poder. El "héroe'' kafkiano sólo quiere ser acogido por el poder.
Pero al someterse al poder, rasga sin quererlo la máscara del poder.
El "héroe'' kafkiano, gracias a su torpeza, no a su inteligencia,
revela el fondo arbitrario del poder. En Kafka, el Emperador no es
desvestido por un crítico del Emperador. La desnudez del poder es
revelada en la imposibilidad que tienen sus sujetos de descifrar los
designios del poder.
El poder literario de Kafka deriva de un hecho: sus ficciones
describen a un poder que hace eficaz su propia ficción. En El
proceso, como en El castillo, Kafka describe un vacío de
poder que se presenta como algo plenamente colmado. Conocemos la
mentira que usurpa el poder pero, aún sabiéndola mentira, asistimos
estupefactos ante la representación que la disimula. El poder en Kafka
ejerce su dominio por pura virtualidad. Las autoridades del Castillo
se mantienen siempre intactas porque son sólo potenciales. La víctima
del poder, en consecuencia (José K, el Agrimensor), imagina un poder
proporcional a la fuerza de su ausencia. La regla de la regla del
poder es la incertidumbre respecto a su aplicación.
Al morir en 1924, Franz Kafka no podía predecir, con puntualidad de
historiador cronológico, que diez años más tarde su infernal
imaginación del poder se volvería la realidad histórica del
poder. Pero al arribar de noche a arrestar sin razón ni disculpa a sus
víctimas, la Gestapo o la NKVD estaban arrestando a Franz Kafka. ¿Hay
algo más kafkiano que el arribo a Minsk, en 1937, del Camarada
Comisario I.V. Kovalev para asumir sus funciones y encontrarse unas
oficinas absolutamente vacías porque su predecesor y la totalidad de
los funcionarios habían sido ejecutados como traidores a Stalin?
Mijail Koltsov, el corresponsal de Izvestia durante la guerra
de España, declaró, kafkianamente, que si Stalin lo declaraba a él,
Koltsov, un traidor, Koltsov lo creería, aunque no fuese cierto. Y en
efecto, Kolstov fue encarcelado y ejecutado como parte de la cuota de
arrestos que la policía secreta debía cumplir para satisfacer al
dictador, a sabiendas de que ellos mismos, los verdugos, acabarían
siendo las próximas víctimas de la paranoia estalinista.
Pero Kafka no es un politólogo. Es un escritor. Lo cual significa que,
al contrario de lo que puede suceder en la historia política, en la
historia personal y sobre todo en la imaginación personal, tiene lugar
un drama de dudas, cegueras, ambivalencias y mudas heroicidades que se
complementan, en el espacio de un dormitorio, de una oficina, de un
lecho, con el ejercicio del poder.
Gregorio Samsa, en La metamorfosis, se convierte en escarabajo,
no sólo para huir de su padre sino para huir del gerente, del comercio,
de los burócratas, nos indican Felix Guattari y Gilles Deleuze en
su célebre estudio Kafka: por una literatura menor. Hopenhaym
añade con perspicacia: Samsa el escarabajo
no es totalmente escarabajo. Sigue pensando. La conciencia usa al
cuerpo como pantalla a la vez que lo encarcela. Si en ello hay ironía,
se debe a que lo propio de la ironía es sacarnos de contexto y abrir
un abismo entre el mundo y el yo. El vacío se convierte en el nexo
entre mundo y yo. Es decir, la ironía, concluye brillantemente Hopenhaym,
es ella misma metamorfosis. La ley está loca pero es la ley. Y una
representación inagotable del deber impide a Samsa, a José K, el Agrimensor,
cumplir con el deber. Serán, por ello, castigados.
Si Franz Kafka le dio un rostro a los horrores del poder en el siglo
XX, es posible que también sea el profeta del poder en el siglo
XXI. Aquél se hizo visible, demasiado visible, en el Auschwitz de
Hitler y en el Gulag de Stalin. Hoy, el poder ha aprendido las maneras
de hacerse invisible, contando, más que nunca, con que la propia
víctima le otorgue fuerza al poder.
A veces, en las playas españolas donde paso parte del verano,
escudriño las lecturas estivales de los vacacionistas. Me sé de
memoria a los autores: Tom Clancy, Michael Crichton... Cuentan una y
otra vez la misma historia. El lector pasivo lo sabe y lo
agradece. Todo lo sorprende porque nada lo ha hechizado.
A veces, me encuentro con la sorpresa de lectores de playa y piscina
que están leyendo, en años pasados, a un Premio Biblioteca Breve como
Jorge Volpi o a los Premios Alfaguara, Manuel Vicent y Clara
Sánchez. Este año, no lo dudo, encontraré muchos lectores de La
fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa.
Pero, invicto, seguiré buscando al aguerrido lector o la irreductible
lectora que se lleva a la playa las Obras completas de Franz
Kafka. Es cierto: el autor checo puede provocar un eclipse solar y
una marejada que convierta a los hoteles en castillos de arena...
Y a los bañistas en escarabajos.