Franz Kafka, sin duda alguna, es uno de los escritores más
trascendentales del siglo XX. Nació en un suburbio de Praga,
el 3 de julio de 1883, asediado por tres grupos humanos que eran incompatibles
entre sí: los judíos y su ghetto medieval, los checos
y su situación trágica, y la aristocracia austro-alemana
con dominio político-cultural. De
modo que Kafka, hasta los 18 años de edad, vivió -sobrevivió-
con una duda de identidad. ¿Era alemán, Checoslovaco
o judío? ¿Escribiría sus libros en checo o en
alemán, en una época en la cual no era frecuente la
traducción de libros en lenguas opuestas? Él mismo,
refiriéndose a esta realidad caótica, escribió:
"Viví entre tres imposibilidades: la imposibilidad de
no escribir, la de escribir en alemán, la de escribir en otro
idioma, la de escribir. Era pues una literatura imposible por todos
sus costados". Sin embargo, con la mirada puesta en el cosmopolitismo
berlinés y lejos del provincianismo barroco de Praga, decidió
escribir en alemán y en un ámbito mayoritariamente checo.
Kafka se valió de la literatura para liberarse del laberinto
de su "ciudad maldita" y del ambiente familiar que lo asfixiaba.
En el arte de la palabra escrita volcó su personalidad y talento.
Por ejemplo, cuando aún era estudiante de leyes, escribió
clandestinamente relatos que, a través de símbolos e
imágenes, canalizaban su fuero interno; quizás por eso,
"la ficción de Kafka es tan cruda que es demasiado fiel
para ser real y demasiado real para ser verídica".
El tema central de su narrativa refleja su mundo onírico y
la quiebra de la figura humana, muchas veces, arrastrada al límite
de las pesadillas y el fatalismo inexorable. Es decir, Kafka es el
protagonista de sus novelas y relatos. Nadie como él se adelantó
tanto a la filosofía existencialista de Sartre, y a descubrir
la angustia del hombre moderno ante el poder omnipotente, ni siquiera
George Orwell en su maravillosos libro "1984".
En "La Metamorfosis", que marca el punto de arranque
de su vocación literaria, nos relata la inquietante historia
de Gregorio Samsa, quien, convertido en un monstruoso insecto, camina
por las paredes y el techo, hasta que se convence que está
por demás entre los suyos y decide autoeliminarse; en "América",
su héroe es un adolescente pobre y raquítico, que discurre
por un mundo atestado de millonarios y marineros; en "El proceso",
otra obra esencial del autor, cuestiona la sociedad burguesa y la
sumisión de las clases bajas a la burocracia sobornable del
Estado capitalista; y en "El castillo" erige un monumento
literario a una ciudad imaginaria de mujeres, en la cual, empero,
no revela sus visitas a las prostitutas de Praga y sus relaciones
íntimas con una camarera, "por cuyo cuerpo cabalgaron
cientos de hombres". Además, entre su vasta producción
literaria, huelga mencionar su famosa "Carta al padre",
redactada un lustro antes de su muerte.
Kafka vivió desde siempre en el mundo de los adultos, acogido
en el miedo, la melancolía y el silencio. Nunca hubo armonía
entre él y su universo familiar, presidido por su padre jupiteriano,
cuyo autoritarismo le hacía sentir ganas de diluirse o esfumarse.
En la "Carta al padre" se puede leer: "... me sentía
anonadado ante la simple presencia de tu cuerpo... El mío es
escuálido, canijo, enclenque; el tuyo, vigoroso, corpulento,
bien formado...". Su padre representaba la ley, sentado en una
suerte de trono inamovible, mientras él representaba al espíritu
sensible. "...Soy persona retraída, callada, insociable
y descontenta...", confiesa en otro de los párrafos.
Detestó la escuela con tanta fuerza como detestó la
tiranía de su padre, puesto que ambos intentaron transformarlo
violentamente en otro individuo diferente al que era. No obstante,
Kafka se educó en los centros docentes más prestigiosos
de Praga. En 1906 obtuvo el título de Doctor en Derecho y en
octubre de 1907 ingresó a trabajar en la compañía
de seguros Assicurazioni Generali, y, unos meses más tarde,
en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo,
en la que permaneció hasta su jubilación anticipada
y voluntaria, ocurrida en julio de 1922, dos años antes de
su muerte. De ahí que la vida de Kafka fue similar a la de
cualquier otro funcionario público, sometido a la irracionalidad
de los horarios y a las sofocantes sinuosidades de la burocracia austro-húngara.
Este escritor taciturno y humano, conmovido por los desastres de
la Primera Guerra Mundial, es considerado el padre de la novela moderna,
no sólo porque influyó en los escritores de los últimos
cincuenta años, sino también porque tuvo la capacidad
de fundir lo real con lo irreal. "La imaginación adormecida
de la novela del siglo XIX fue despertada súbitamente por Franz
Kafka -escribió Milán Kundera-, que consiguió
que los superrealistas le reclamaran sin éxito. La fusión
del sueño y de lo real. En efecto, ésta es una antigua
ambición estética de la novela, representada ya por
Novalis, pero que exige el arte de una alquimia que sólo Kafka
ha descubierto".
Kafka nunca llegó a ser sionista. Se convirtió al socialismo
cuando aún era joven. Simpatizó con la revolución
rusa y participó activamente en los aniversarios y mítines
de los anarquistas. Conoció a varios dirigentes del entonces
Partido Comunista, entre ellos a Stanislav Neumann, director de la
revista "Kmen", quien publicó su primer relato traducido
al checo.
Por otro lado, la vida de este genio de Praga tenía un extraño
paralelismo con la de Karl Marx: los dos eran judíos y estudiaron
Derecho, los dos se educaron en la tónica de la escuela alemana
y manifestaron su intelecto a través de la literatura, los
dos tuvieron conflictos con sus padres y escribieron epístolas
que, con el transcurso del tiempo, se trocaron en indiscutibles documentos
para la reconstrucción de sus vidas.
Tras la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de "democracias
populares" en Europa Central, la ex Unión Soviética
introdujo en Checoslovaquia, de manera rígida y dogmática,
los principios del "realismo social", que transformó
la literatura en una especie de cámara fotográfica.
Y, como era de suponer, el establecimiento de estas nuevas normas
de creación artística, por medio de censuras y decretos,
condenó al olvido a varios escritores, entre ellos a Franz
Kafka, cuyas obras fueron tildadas de "pesimistas y antirrealistas",
y él de escritor "decadente y burgués". Por
lo tanto, su nombre se mantuvo en silencio hasta la desaparición
de la Era estalinista y el posterior proceso de democratización
iniciado por la "perestroika". Mas estos cambios no fueron
suficientes para reivindicarlo plenamente, puesto que en Eslovaquia,
hasta mucho después, se lo siguió ignorando so pretexto
de que escribió en alemán y que, por lo tanto, su literatura,
al no ser checa ni eslovaca, no merecía sino sólo unas
cuantas líneas en los libros de texto.
Kafka permaneció en Praga hasta 1917. Cuando viajó
al exterior se sintió como un gorrión liberado de una
jaula, porque antes no había disfrutado de otros aires y paisajes
diferentes a los de su ciudad natal. Tiempo después, la tuberculosis,
cuyos primeros síntomas se manifestaron en el vértice
de sus pulmones, le provocó la muerte en un sanatorio de Kierling,
próximo a Viena, el 3 de junio de 1924. En síntesis,
en Franz kafka se cumplió el conocido proverbio que reza: "Nadie
es profeta en su propia tierra"...