Presentación
de Vecindario.
Carta respuesta a Pepe.
Francisco Leal
Tras una conferencia, Pepe me tocó el hombro por atrás
y me preguntó a quemarropa:
¿Si tuvieras que incluir tu poesía dentro de algún
movimiento, dentro de cuál la incluirías?
Quedé desolado, mudo y con la sensación de que me habían
quitado el piso. No estaba preparado para
ese tipo de interpelaciones. Rápidamente le respondí,
apelando a un supuesto estado actual de las cosas, que a ninguno,
que con todos los ‘pos’ que nos circundan la idea de movimientos había
caducado y que eso me hacia frenéticamente libre. Bueno Pepe,
era mentira…
Mi poesía, y sobre todo Vecindario, sí responden
a ciertos movimientos, a ciertos nichos a los cuales la literatura
se asoma y dentro de los cuales ubicaría mis obsesiones o intereses.
Me concierne la poesía chilena. Ser poeta en Chile es ingresar
irremediablemente a un inmenso escenario. Nunca me ha atraído
el impulso parricida, la idea digamos más mercantil del reemplazo,
donde un objeto o poeta viene a ocupar el espacio de otro: me interesan
las grietas de la tradición, lo que queda bajo la mesa en el
banquete, esos escondites o nichos que parpadean pero se asumen como
inauditos. Me deslumbra lo que Gonzalo Rojas ha llamado la ‘poesía
cosalista’ de Chile: las cucharas con aceite, los utensilios oxidados,
el olor a orina, los fantasmas que caminan con corbata entre personas
de Residencia en la tierra de Neruda me fascinan… La contemplación
de un pan sobre la mesa a medio quemar de Gabriela Mistral me parece
irreproducible en su intensidad; y Gonzalo Millán: esa imagen
de un brazo de muñeca en la calle visto desde la ventana trasera
de una auto a gran velocidad, ha quedado en mi retina…también
la mirada intensa que aparece en Dos cuerpos, de Nicolás,
sus gusanos, sus perros envenenados, el tema de las zanjas y las excavaciones.
Y fuera de Chile (porque este libro es también del exilio)
la visión de Baudelaire y su balcón, su amor a las cosas
que se pudren, a la transeúnte que pasa; los pantalones, el
chaleco, los anteojos sin ojos de Vallejo; o más recientemente,
esa narrativa perversa, irónica y demoledora del vecino en
Alicia Borinsky. Y la poesía norteamericana. Lo insólito
de una escalera que queda intacta tras una demolición, de Reznikoff.
En esos lugares, Pepe, ubicaría parcialmente mi poesía,
en esos nichos cargados de objetos o situaciones, donde lo que importa
es la situación, la pose, la escena. Ubicaría mi poesía
en esos movimientos, como tú bien dices,…que más
que escuelas son eso: movimientos, lugares de fisura, de temblor.