Carta a un muchacho
de casi un siglo
Por Francisco Miranda Arenas
(Dedicado al escritor Héctor
Barreto, muerto por militantes nazis el año 1936 en Santiago
de Chile)
La sala de lectura de la Biblioteca Nacional es gigante; altos techos
de fines del siglo XIX. En la entrada, una placa “Sala Gabriela Mistral”.
Las mesas amplias, lámparas de lectura hermosas sobre ellas.
La piedra y el mármol, moradas del silencio, protegen el ruido
venido del exterior, de aquel Santiago
rebosante de bullicio. Acá el tiempo pareciera detenerse; acá
el cuerpo se siente ligero y mis ojos, deseosos de palabra, se entregan
perpetuos a la lectura de tus cuentos. Y claro, si es por ti que he
venido. Por ti he atravesado estos umbrales para reconocerte desde
lo contado; desde la memoria de tus viejos camaradas conocí
de tus hazañas, y hoy, en un homenaje quizás concertado
entre nosotros, estoy aquí revisando hojas desgarradas por
el tiempo, artículos aparecidos desde los homenajes provocados.
Y así voy de uno en otro, “Jasón”, luego “La
ciudad enferma” para recalar en un esfuerzo lírico a “Rito
a Narciso”. Y me lleno desde la boca de los otros; Miguel Serrano
me indica aventuras y nos trae tu memoria desde una flor inexistente.
Así voy desempolvando los recuerdos, así voy sacando
de un olvido las correrías por la calle San Diego. Y ¿sabes?,
estoy ahora en aquel lugar hoy tan distinto; voy en busca infructuosa
de tus camaradas, casi todos fallecidos. Y me escabullo hacia un bar
antiguo y pido una cerveza. Y trato, en un esfuerzo simulado, imaginarte
por estos lugares. Imaginar tertulias de camaradas de la vida. Y me
voy desgajando en imágenes hacia esos lugares. Cierro los ojos
y me uno a ustedes, en un Santiago de techos bajos, de cielos inconquistables,
de lunas amables que indican el camino tras una extenuante noche de
bohemia. Y mi ropa es otra, me visto tras chaqueta y pantalón
largo, y me voy pareciendo a mi abuelo.
De pronto despierto; estoy sentado en el restaurante Las Tejas de
la calle San Diego. Olor a pernil, ají y cazuela. Y ya no llevo
chaqueta, sino polera, blue jeans y zapatillas. Defraudo la conmemoración
de la memoria y recuerdo que ya nadie quiere ser escritor. Y me voy
sintiendo ajeno de ellos y en la distancia me acerco a ti y a tus
camaradas. Y me pierdo por aquel Santiago antiguo, reparo en los detalles
de la arquitectura y busco entre la gente algún vestigio de
los años. Y casi es en vano aquella búsqueda. Algún
viejito por ahí tiene la savia de esos años ya media
perdida, divagada entre recuerdos vestidos de alcohol y olvido. Y
aquí me tienes joven Barreto, implorando de tu presencia. No
muy lejos de aquí, abatido por la milicia nazi, deambulas entre
paralelos mundos creados por el hombre. Y lloro tu partida y no sé
porque lo hago si jamás llegamos a sentarnos a la mesa, tomar
un par de tragos, hablar del ambiente convulsionado de la época.
Ni jamás jugamos a crear un cuento con los amigos de jurado
entre las mesas del café Volga.
Hoy, antes de venir a buscarte a estos paisajes urbanos, tomé
el teléfono y busqué a un amigo, deseoso de compartir
con él y contigo. Pero olvidé que en estos tiempos todo
el mundo está ocupado. Que ya no existen los encuentros improvisados.
Y entonces he venido solo para hablarte, para decirte que yo también
plasmo sueños en las palabras, que a través de las letras
quisiera perpetuarme; que de tus cuentos me he embriagado y he tomado
fuerzas para arriesgarlo todo en este día. Que he dejado lo
cotidiano de lado y me he buscado un refugio entre bares de San Diego
para escribirte desde la distancia de los años. De los casi
cuarenta años que separan tu muerte de mi nacimiento. Y aún
así nos encontramos. Aunque sea de esta forma.
Y así estamos joven Barreto, acá tu sentado frente a
mi. Yo con mi vaso de cerveza, tu con tu vino año cosecha del
38. Pues entonces será hora de levantar nuestras copas, declamar
a los vientos del recuerdo, a tu nombre y a los de los amigos, hoy
también entre tus pasos. Pues entonces deséame suerte
Héctor Barreto, que yo estoy acá buscando tú
camino. Estrecho tu copa y salgo por calle San Diego hacia Av. Matta.
Y te busco en ya esta noche. Y no te encuentro, pero sigo buscando.
Por si la memoria me cobija entre un Santiago hoy lejano, extraño
de calma, exento de esas noches, cuando de letras hacías los
instantes.