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Felicia Poblete Rivera | Autores |








Escribe con verde chiquita flor.
A partir de «Verde como la tierra» 2022, Oxímoron, 83 páginas
De Pedro Pablo Achondo Moya (1980)

Por Felicia Poblete Rivera*


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Hola a todas las personas presentes. Parto por agradecer al mismo autor, por su generosidad y confianza, actitudes o “cosas” que están en la poesía, como se percibe, y con goce, en este libro y también en los dos previos que publicó. Y por supuesto agradecer al Isma Rivera, mi casi primo de la infancia, que inesperada y solidariamente me encargó presentar el nuevo libro de la colección “Arrebato” de la editorial que creara —junto a Paula Gaete y Jaime Rivera— hace nueve años ya. ¡Gracias, camaradas!

Partir con el oxímoron: no por capricho, sino porque curiosa o simbólicamente el propio libro posee una forma de trabajar medio comparable a cómo opera el oxímoron. De hecho: el nombre de la colección también le hace justicia al libro... ¡Es que ya desde el título, «verde como la tierra»! Tierra que, ya sabemos, no es de ese color sino de cualquiera de los tantos cafés, desde los más claros hasta cuando luce negrita además de perfumada i fértil. Acá pirateo la definición de la figura literaria: el oxímoron vincula o asocia complementariamente dos o más palabras o ideas que, en los planos coloquiales están contrapuestas o son como antónimos, consiguiendo componer o construir un significado nuevo y más radical, más amplio: “leche negra del alba” ¡famoso verso de Paul Celan! U otro, de Neruda que, pa variar habla de las raíces, y dice: “cantan baja tierra y en silencio” [“Abraham Jesús Soto (poeta popular)” en la sección VIII: “La tierra se llama Juan” del «Canto general» (1950)]; hay más ejemplos incluso, claro.

Bueno, para hoy día [2 de julio 2022], que es el aniversario de nacimiento de la poeta Elvira Hernández, he confeccionado una especie de collage o composición de anotaciones mías que brotaron desde sucesivas lecturas correlativas, primero, y relecturas medio al achunte después. Le puse dos epígrafes, que a la vez son o pudieran ser como palabras que declararía la poesía al interior de este libro: una está ubicada hacia el final y otra acá mismo: como para empezar, y dice así:

Tengo pues derecho /a estar verde y contenta y peligrosa
César Vallejo, (LXXIII, en «Trilce»)

A grandes rasgos, pareciera no ser un libro extenso. Adentro, cada cosa e idea está cuidadosamente condensada y me resulta difícil hablarles de ellas sin extenderme montoncitos; mejor leer el libro. Algo casi idéntico me ocurrió hace tres años, cuando le presenté «Tizne» al Isma; y eso también me lleva a intuir por qué él se animó a publicar éste, que nos reúne ahora aquí. ¡Un libro arriesgado! Por apartarse rotundamente del idealismo fácil de una épica de la resistencia mapuche, pues una de las cosas que hace, más bien, es atreverse a iluminar ciertas contradicciones interiores que palpitan, las cuales fue identificando o coleccionando tras años de vivir en algunas comunidades al sur del país; país que en el libro es apenas “una plancha de zinc / que se vuela / una techumbre chueca” (Nº6); así de corta, la agudeza verbal brilla por todas las partes o poemas.

Al libro entramos por una ventana: vemos cómo extiende cuatro epígrafes de entrada: una de Leónidas Proaño, un difunto cura ecuatoriano de la teología de la liberación; otra de Cristóbal Colón, larguita i fechada en abril de 1493; una de Timothy Morton, filósofo contemporáneo que replantea la concepción de la ecología; y una última de Andri Snaer Magnason, un escritor y político contemporáneo nacido en Finlandia. En las cuatro podemos identificar un tono declarativo, como de manifiesto: de cada una cito, en otro orden apenas un pichintún: “No me asusto si...” “Soy una miniatura del mundo”, “yo andaba”, “Nos comemos la naturaleza”. Las menciono y expongo porque, hasta cierta altura pueden ser, estos epígrafes, como cuatro meridianos para el libro; o arteriales cursos centrales en que sus sentidos fluyen. Hay ramificaciones e incluso secretas lagunas, que acá dejaré insospechadas para gusto de quienes leerán. Ya con las palabras del escritor finés, por ejemplo, al libro le queda arrojada una sombra o clave antipoética, para bien o para humor de algunos versos, vale decir: las eco(dis)topías.

Complejo y condensado: reconocemos registros singulares entre los poemas, pero no en desorden, sino como un río que en su flujo tiene distintas velocidades, siendo bastante orgánica su transformación. Y eso que el orden correlativo es solamente una más de las posibilidades de lectura; a eso les haría la invitación, a que no lo lean en orden correlativo la primera vez ¡es una opción! Válida para cualquier libro en realidad, y de poesía tal vez más.

Contiene una enigmática magnitud, poderosamente concisa, insisto. Hasta pudiera ser un complejo elíxir, no para beber, sino para entrar a nadar, es bien loco esto de cómo se relativiza la extensión en la condensación... Adentro identificamos el despliegue a la sintonía combativa: “Una guerrera ha muerto sin justicia” (Nº8), pero además la sintonía combativa en serio y no solamente palabras (a pesar de que tengamos justamente eso: fiestitas de consonantes y vocales), leemos en el poema Nº4: “Cuando los ricos levanten sus muros / tendremos listos los túneles”. O en otra página, una declarada insurrección: “yo no creo en tu maldita propiedad” (Nº9), que a mí me lleva hasta a recordar al John Lennon, con su llamado a imaginar, a imaginar que no hay siquiera posesión. Lo digo porque nuestro hablante lírico hará ese llamado o invocación, pero a través del convencimiento de abandonar los nombres (Nº14), en el sentido de no poseer las cosas que nombramos...

Es: eso, nombrar, detenerse, percibir. Recalquemos –en el título– la presencia de los paréntesis: está potentemente instalada la ambigüedad de sentidos de lectura. Si ya es noticia vieja la muerte del autor, acá en las páginas: que sean quienes leen quienes dibujen el libro que prefieran. ¡¿Cuáles van a ser ecotopías?! Ya la misma palabra tiene saborcito halagüeño y lisonjero, como la mismísima palabra utopía antes de que la Internet inundara nuestras vidas... La invitación es a entrever las conexiones que teje el libro, como una profunda unidad en que sus elementos se tensionan adquiriendo movimiento y sentidos capaces de estimular la aparición de lo inédito, de lo nuevo.

Que los poemas sean breves, que no lleven títulos, no es por mezquindad del poeta, sino testimonio de una opción estética. Del total de 76 poemas, hay cinco compuestos por 10 ó más versos, en cambio hay once de solamente 2. Decisivo: poemas cortos, en un libro que es también breve. En su publicación anterior, «Anastasia»: encontramos poemas de largo aliento y de alto vuelo imaginativo. No es que «Verde como la tierra» parezca de otro autor, sino que existe otra poética detrás, adentro, viva, que vivió tras surgir fruto de un reposado trabajo de ir borrando, acotando, tachar, editar. Parece que era el Roland Barthes que decía que escribir era, finalmente, más borrar que escribir (otro oxímoron de segunda mano). Así es con la escritura, sea con el material que fuere: de lo filmado, apenas un porcentaje ínfimo quedará en la película que miremos.

A veces, en las películas, —tantas, ciertas, tantas i tantísimas películas que hay— no nos entristece ni duele que asesinen o sucedan atrocidades menores y mayores, pero al libro de poesía lo miramos con otros ojos. Acá en este libro hay temas que podrían malinterpretarse al ser descontextualizados. Por eso hasta me gustaría agregar uno de esos carteles de final de créditos de la peli: “cualquier parentesco con la realidad es coincidencia”, ya que en esta temporalidad globalizada e híper maniaca, malinterpretar es tristemente sencillo. Y es loco, para quienes escribimos: pues, claro, puede molestar que alguien escriba y publique esto o aquello, mientras sigue dando igual que el cantante pop haya chupeteado a niñas y a niños, porque igual lo bailan o tararean...

En fin: el color es extremado a la saturación, en eco visual con la cubierta, aunque en los textos consigue que se pixele: “el verde infinito / de la siembra” (Nº24), que sin embargo es más literario que literal... Siendo que impreso está, casi de inicio: “el único sustento / que aquí abunda es la miseria” (Nº2), y así las cosas van tensándose, como prefiere el oxímoron, para dar existencia a una realidad nueva, una espacialidad territorial otra, como la vida cerca de montaña, la larga vida del silencio de montaña. Cabe preguntar si, ¿no sería acaso esa miseria abundante y sustentable nuestra propia dependencia a las digitales tecnologías de la información? Unos celulares descargados y una nonagenaria (Nº3), comparecen en esa encrucijada, de hecho. Hay que reconocer que, al menos en su dimensión más literal, la miseria está definida desde el palco de la abundancia, sin olvidar que: “Si se muere el lugar, morimos nosotras” (Nº11); entonces esta supuesta miseria abundante termina por adquirir un valor en tanto paradoja: y empieza a quedar la crema, i pala casa llega de sorpresa el Buen dios y el perro lo va a masticar pero dios se lo saca de una patá (pero una pataíta no más, no se preocupen: no le atravesó el tridente en la carita, de hecho, ah, aquí está el cartel de “Ningún cuadrúpedo fue lastimado durante la escritura de esta presentación”)... Entre paréntesis informo: estos son mis subtítulos de cómo leí el libro, cada quien tendría que leerlo como guste i cierre de paréntesis: cito el cartel del hablante lírico sobre el poema: “Dios no es como esperábamos” (Nº13).

Tal vez por eso después lo tenemos —al hablante lírico– in fraganti, dirigiéndose a la tierra (Nº16, Nº57) con unas palabras de amor, un rezo, habría que decir, porque después de tantas y tantas historias (con mayusculita o no), sabemos que existe esta viejísima forma del amor que se llama divinidad, y para aseverarlo tenemos a Sor Juana Inés de la Cruz o a la mismísima Gabriela Mistral. Sí, porque entre las dos mil doscientas ochenta i cinco palabras del libro, el perfil sagrado o el tono religioso, tienen una presencia valiosa y que es tomada desde distintas perspectivas. Por ejemplo cuando parafrasea un rezo para quienes van a matrimoniarse, para establecer una premisa de lucha: “lo que dios ha unido que no lo separe el wingka” (Nº16). Y ello convive con otros poemas en que impera el tono irónico, casi risible, que de pronto desestabiliza las pretensiones de seriedad o solemnidad de otras partecitas del libro o acaso sea aquella precisamente la tentativa a que se aventura, valiente, como termina proponiendo el poema “Epílogo” de Enrique Lihn: “que hace su oficio / entre el bufón y el pontificador”.

Incluso semillas (Nº58) aparecen dichas, “un grano” (Nº62), y son semillas rodeadas de luz sin querer ¿cierto? De nueva esta combinatoria de supuestos contrarios para articular una amplitud mayor. Por favor, sintamos estos versos con los párpados puestos: “Transfórmate en una parábola / cuya palabra dance / y llene de aromas los recovecos” (Nº26), ¿cierto que nos regalan de lejos el olorcito a cadáver de la poesía? Pero de pronto en el libro corre el bolañístico año 2362 (Nº59) y encontramos a unas que aprendieron —¿pero según quiénes?– a beberse el agüita de su propio espíritu. También es desplegada la nostalgia, la melancolía: cuando lo observado en el plano urbano, son en realidad plantas, insectos y árboles (Nº61). La natura como gran remedo o equivalente del buen dios, a quien también le habla directamente: le pide poder recobrar la capacidad de llorar (Nº21), aunque en otro poema le pida que no le falte: “la carne / la de soja” (Nº73); es otra parte del libro, signo de que adentro de su minimalismo constructivo ampara el afán por desnudar una multiplicidad de contradicciones que habitan nuestro tiempo caótico.

“Wallmapu: en mapudungun: wall mapu, walh mapu, o waj mapu, ‘territorio circundante’, es el nombre dado por algunos grupos y movimientos indigenistas independentistas y autonomistas etnonacionalistas al territorio que mapuches habitan, y han habitado históricamente en diversos grados y épocas, por el sur de América del Sur: –por el lado del Océano Pacífico– desde el río Limarí por el norte​ hasta el archipiélago de Chiloé por el sur; y —por el lado del Océano Atlántico– desde el centro y sur del interior de la Provincia de Buenos Aires hasta la Patagonia, comprendiendo territorios de las actuales Repúblicas de Chile y de Argentina” (Wikipedia).

Donemos alguna vez a Wikipedia. O sea, pagan servicios para mirar pelis u oír música, pero ni un pesito por el conocimiento público y vivo. Por ello viene lo verde: el verde, el libro como ofrenda al color con una especie de noble defensa: “el verde no tiene nada que ver con el / capitalismo” (Nº39) y, casi al mismo tiempo, un cuestionamiento del mismo... El color verde, cifrado como ‘lo verde’, pareciera contener verdaderamente a toda la naturaleza, ¿recuerdan, “el verde infinito”! (Nº24). En verdad, el libro entero es un mismo lugar, una zona o territorio no-urbanizado y que, en diferentes tiempos, vuelve palpable la fascinación que tiene por la inmaculada ruptura de lo natural. Llega a ser sublime cómo lo indica en el poema 36: “en esto sin nombre ni dueño” ¡ilimitado! Así anuncia el arribo a Wallmapu, al que los helicópteros o drones sobrevuelan vigilando, porque también están “dos weichafes persiguiendo sueños / tras dos policías persiguiendo órdenes” (Nº67). E incluso son enumerados unos ejemplares camaradas que lucharon hasta morir, nada menos que en el poema 68, de reminiscencias mayísiticas: que enarbola al espíritu de lucha contra quienes nos oprimen; yo digo que es un piropo al rap y al panfleto de una sola y misma vez: ecualizado tono beligerante:

llamaban con verdes sangrientos
Gabriela Mistral
(Frutas, en «Poema de Chile»)

una insistencia testaruda, “Ni cien poemas son capaces de retratarte de verde” (Nº75), dirá el poeta. Es un libro que avanza o se mueve en múltiples direcciones o ámbitos, sin miedo a la contradicción; se arriesga y la hace: propone, y sí: con más de una respuesta o senda a nuestros pies, forma. En un poema como el 35 ¿a quién le habla nuestro hablante lírico; a su amada o al buen dios? ¿A Wallmapu? Es un libro impregnado de amor y de dolores también, pero el libro quiere ser, además de una denuncia: un homenaje a la vida, a lo viviente y a lo vivo. Y lo menciono porque aterriza un ángulo más místico también, al renacer incluso invoca: “siendo las mismas somos otras” (Nº29). En algunos otros es igual, rojiano y casi deliberadamente desvinculado de otros poemas del libro: dice “me descalzo para decir una palabra / algún día todas vamos a morir” (Nº31). Y en compañía, en un flujo intermitente o meramente continuo, rasposo: “tu metamorfosis: / de tierra serás agua” (Nº33), como un largo y ancho río de vidas y posibilidades. Acá he intentado componerles un pequeño montaje de visiones que me obsequió el libro. Esto ha sio también una lectura (no la única), por eso lo digo una vez más: que quienes lean: se imaginen el libro que prefieran; muchas gracias.


Viña entre cerros i otoño 2022

 




 

 

 

 

 

*Felicia Poblete Rivera (Viña del Mar, 1986). Poeta. Desde 2014, es asistente del Archivo Ruiz-Sarmiento y coorganizadora del ciclo “Lecturas Mistralianas”. Obtuvo los grados de Licenciatura en Arte por la PUCV; Magíster en Historia del Arte por la UAI; y Magíster en Bibliotecología e Información por la UPLA. Desde 2011 mantiene un sello de ediciones artesanales llamado “yogurt de pajarito”.

Antes de su cambio de género, en febrero de 2020, y bajo el nombre de pila masculino —Felipe— publicó: «negro» (Altazor, poesía, 2013), «Primera trenza» (Mago/Cuadernos de Casa Bermeja, poesía, 2017) «pobre poeta Poblete» (Cerrojo, poesía, 2017). También publicó reediciones de «Las palabras del fabulador» de Jaime Quezada (Gramaje, poesía 2015), «tentativa del hombre infinito» de Pablo Neruda (Ediciones de la Fundación Pablo Neruda, poesía 2016) y «Glosario gongorino» de Óscar Castro (Gramaje, poesía 2017). Entre 2014 y 2017 fue coordinador del Taller Latinoamericano de la Fundación Pablo Neruda. Participó en festival de poesía “A Cielo Abierto” (2016, Valparaíso, Chile) y en “Poetas en la Arena” (2019, Ica, Perú); en 2021 coorganizó el Primer Festival Internacional de Poesía de Viña del Mar.

 


 

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A partir de «Verde como la tierra» 2022, Oxímoron, 83 páginas
De Pedro Pablo Achondo Moya (1980)
Por Felicia Poblete Rivera